Antonio Jurado y los impostores

 Parte 46

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         —Cuatrocientos —jadeó Dani, al derribar a otro zombi que les acosaba.

         —Dejad de perder el tiempo contando —ordenó Montenegro—. Os gano sin la más mínima sombra de duda. 

         Los zombis salían a centenares por las calles, a cada minuto les costaba más acertar y con el fin de evitar formar pilas de cuerpos que les causara la muerte por asfixia a los de abajo se iban desplazando por las calles infectadas. Aunque esa estrategia tenía el problema de que terminaron llamando a todos los que rondaban las inmediaciones, que eran millares.

         Finalmente ocurrió lo inevitable, las mochilas de munición se quedaron vacías y los zombis seguían creciendo en número.

         —¡Brenda! Retirada.

         —A la orden —escucharon todos por el casco del comandante.

         La nave invisible se materializó empujando a los zombis más cercanos y la compuerta se abrió a un metro de altura. Todos fueron subiendo con ayuda de John Masters pero los zombis no se quedaron mirando, les rodearon y acabaron alcanzando al capitán Masters, mordiéndole una mano, su único punto desprotegido de la piel de grafeno, mientras Vanessa subía con su ayuda. Alfonso disparó un dardo en la frente al que le mordió pero el capitán le dio un empujón violento en el hombro.

         —¡No seas merluzo! —Exclamó furioso—. Dispárame a mí, no quedan muchos antídotos.

         Alfonso quiso dispararle uno a él pero ya no le quedaban más.

         —Maldita sea —dijo Alfonso, pálido.

         —¡Vete! —Bramó John.

         Vanessa le ofreció la mano desde la compuerta y Alfonso se quedó pensativo.

         —¿A alguien le queda munición?

         Lo comprobaron todos y ninguno tenía nada en el cargador.

         —Volveremos a por usted, capitán —ofreció la mujer soldado, sabiendo que sería casi imposible encontrarle cuando se transformara en zombi.

         —¡Vamos! —John empezaba a temblar, la infección se extendía rápidamente por su cuerpo y Alfonso aprovechó que aún podía ayudarla a subir. Cuando ya estaba arriba ella le ofreció la mano pero John cayó de rodillas, sufriendo ya la transformación.

         —¡Brenda! levanta el vuelo —ordenó Montenegro.

         —No podemos dejar al capitán —gritó Abby—. Tenemos que llevarlo...

         —Está contagiado —replicó Montenegro—. No querrás que nos muerda a todos, no podríamos contenerlo.

         Brenda obedeció y cerró las compuertas traseras. Se elevó y se hizo de nuevo invisible. Todos pudieron ver a través del casco transparente de la nave cómo John quedaba tendido en la carretera, retorciéndose de dolor.

         —Tenía razón debí dispararle a él... —musitó Alfonso—. Pero hubiera jurado que me quedaban más disparos.

         —Nadie te culpa. Volveremos por él, no te preocupes —tranquilizó Vanessa.

         —No quedan más antídotos —reconoció Montenegro—. Nos llevamos todos los de la reserva, no pensé que serían insuficientes.

         —Pero traerán más, ¿no? Solo tiene que pedirlos.

         —Tardarán meses en sintetizar un nuevo cargamento. Esto se nos ha ido de las manos.

         —¿Y qué hacemos ahora? —Preguntó Chemo, temeroso.

         —Coged vuestros fusiles de plasma... No podemos dejar que la infección se extienda.

         Todos se miraron consternados. ¿Tenían que usar munición letal? La broma de ganar puntos por blanco ya no les parecía tan graciosa ahora que sabían que despilfarraron tantas dosis solo por una copa gratis.

         —Brenda, llévanos a esa esa plaza, podemos usar el muro para detener las oleadas.

         La mujer piloto les llevó a ese lugar y bajaron de la nave con el nuevo armamento de munición infinita. La energía de esos fusiles se auto cargaba con la temperatura ambiente. Solo debían vigilar no disparar con demasiada frecuencia para no agotar la batería.

         Los antiguos fusiles láser gastaban menos energía pero sus impactos no habrían tumbado a un zombi. Sin embargo el plasma abría boquetes en los cuerpos del grosor de una pelota de golf.

         Los soldados se parapetaron tras el alto muro de la glorieta, donde una fuente soltaba un chorro de unos tres metros de alto. El agua caía como una niebla sobre ellos pero estarían seguros si esa multitud de zombis les alcanzaba de forma masiva, había un muro de un metro de alto que tenían que trepar para alcanzarlos.

         Los primeros en llegar no se hicieron esperar. Ninguno abrió fuego porque sabían que esta vez no era un juego. El primero en disparar fue Montenegro, luego Dani, después los demás. Lara no se atrevió a abrir fuego con su pistola. Aunque tenía munición real que consiguió en la nave no se sentía capaz de segar aquellas vidas hasta que Montenegro les arengó:

         —No dejéis uno en pie, esta plaga no puede salir de aquí o todo el mundo terminará infectado. ¡No dudéis o miles de ciudadanos más morirán antes de que podamos detener esta epidemia!

         La inspectora apuntó a la cabeza de uno de los zombis más cercanos y apretó el gatillo al mismo tiempo que cerraba los ojos. Al hacerlo salieron sendas lágrimas. Saber que mataba una vida inocente rompió un velo dentro de ella.

         Y Arita despertó.

         —¿Qué está pasando aquí? —Susurró al ver el dantesco espectáculo de disparos, sangre y violencia que se mostraba ante ella.

         Dejó caer la pistola y con un gesto de la mano desarmó a todos los compañeros de armas.

         Montenegro supo que estaba poseída en cuanto la miró a la cara. La expresión de su rostro era de sorpresa y horror.

         —¡Mierda! —Gruñó —. ¡La impostora! ¡Matadla!

         Sacó un cuchillo del cinturón de campaña y se abalanzó sobre ella. Lara golpeó el aire con la palma de su mano y los arrojó a todos encima de la turba de zombis hambrientos, que les esperaban como fans a sus estrellas de rock.

         Sin embargo Arita los detuvo con un gesto de la mano y los infectados empezaron a gemir de dolor, como si les estuviera torturando. Montenegro vio que entre todos esos zombis estaba John y no pudo dejar de mirarle con lástima mientras Arita le causaba aquella terrible tortura.

         A los pocos segundos, los zombis cayeron desmayados. Los soldados estaban asombrados. ¿Los había matado con un simple gesto de la mano?

         —Pobres criaturas —dijo Lara desde lo alto del muro.

         —¿Los ha matado? —Preguntó Alfonso.

         —Montenegro se acercó a uno de los caídos y le tomó el pulso.

         Después de un par de segundos suspiró aliviado.

         —Juraría que están vivos... Y sanos.

         —No todos —indicó Abby—. A esta mujer la disparé yo... Y sigue muerta.

         Lara saltó a su lado y le puso la mano en la frente al cadáver.

         —No debió pasar nada de esto —murmuró—. Todos serán curados.

         Cerró los ojos, extendió los brazos al horizonte y aquellos que habían muerto por los fusiles láser se curaron en un instante.

         Montenegro, que estaba dispuesto a clavarle su cuchillo lo volvió a guardar en su vaina. Lara había sido poseída, no cabía duda, pero no era ninguna amenaza. Al menos, eso parecía.

         —¿Qué has hecho? —Preguntó esperanzado.

         —Le limpiado la zona. He eliminado la oscuridad de esta tierra.

         Al decir eso el comandante se dio cuenta de que ya no respiraba por costumbre, sino por necesidad. Ya no tenía dentro la oscuridad elemental que le obligaba a vivir de la sangre humana, a diario. La cura masiva de Arita le incluía a él.

         —¿Por qué nos ayudas? —Preguntó.

         —No puedo haceros entender mi mensaje si no limpio vuestras inmundicias primero.

         —¿Qué mensaje? —Insistió el comandante.

         —Respetad toda forma de vida de la Tierra o sufriréis mi cólera.

         Al escuchar eso Chemo bajó el arma sorprendido. Vanessa y Jaime se miraron e hicieron lo mismo.

         —¿Y cómo vamos a hacer tal cosa? Nosotros no podemos cambiar al mundo —protestó Abby.

         —Todos cambiarán, ahora que tengo todo mi poder... —miró hacia el cielo y entrecerró los ojos—. Un momento, alguien se acerca...

         Lara pestañeó varias veces y se desmayó repentinamente. Chemo fue el que primero fue a ayudarla, pues estaba más cerca y en cuanto la tocó le dio un chispazo tan fuerte que salió despedido a un metro de distancia y se le pusieron los pelos de punta. Se llevó tal susto que los demás vieron su cara y no pudieron contener la risa.

         —¿Qué tiene tanta gracia? Casi me fríe.

         —Tú querías aprovechar a meterle mano, lo tienes bien merecido —acusó Jaime entre carcajadas.

         —Eres idiota, solo pretendía ver si estaba viva —se ofendió.

         —Yo lo comprobaré —se ofreció Dani.

         Se acercó a ella y la examinó sin tocarla por miedo a sufrir otra descarga. Cuando vio que respiraba se quedó más tranquilo pero todos esperaban comprobar si se la podía tocar y se sintió en la obligación de tomarle el pulso en el cuello.

         Al rozar su piel cálida notó su latido fuerte de inmediato.

         —Está viva.

         —Habría sido preferible que no —protestó Montenegro—. Ahora que está dormida tenemos que acabar con ella.

         La apuntó con su fusil de plasma a la cabeza y dudó unos instantes.

         —Comandante —intervino Vanessa—. No lo haga, por el amor de Dios. Ha visto lo que acaba de hacer. Ha salvado… Madrid.

         Al ver que la apuntaba Dani se interpuso en la trayectoria del disparo.

         —Tendrá que matarme a mí primero, señor —le retó.

         —Y a mí —se ofreció Chemo, aunque solo de palabra ya que no fue tan valiente como para ponerse delante.

         —Creía que era una amenaza, señor —añadió Jaime—. ¿Es ese su delito? ¿Querer defender a todas las formas de vida de la Tierra? No pienso mover un dedo contra ella.

         No hubo terminado de decir eso cuando escucharon a Lara gemir, mientras despertaba.

         —¿Qué... Pasa aquí? —Preguntó—. ¿Cómo demonios les habéis detenido?

         —Ahora lo sabemos con certeza —respondió Montenegro con frialdad.

         —¿El qué?

         —Eres una impostora —explicó—. Arita te ha poseído y les ha sanado a todos.

         —¿Y eso es malo? —Preguntó sorprendida.

         —No cambia las cosas, tenemos orden de acabar con ella y con todos sus impostores.

         El comandante no dejaba de apuntarla a pesar de que Dani no se apartaba. Al ver ese gesto de protección se le puso la carne de gallina a Lara. ¿La estaba defendiendo con su vida? ¿Cómo era posible que un descerebrado de su calibre pudiera... ser tan mono?

         —Nuestra misión aquí se ha terminado —intervino Abby—. Tenemos que irnos, comandante.

         —No podemos dejarla ir —respondió Montenegro—. Aparta o morirás con ella.

         —No voy a apartarme. Impostora o no, es mi novia —reclamó Dani, con chulería.

         Lara estaba tan emocionada por su gesto que no lo desmintió.

         Montenegro bajó el arma y miró con odio a los tres amotinados.

         —El que no esté con nosotros será nuestro enemigo. John... Abby... Lyu...

         La mujer oriental bajó su arma y se puso en el lado de Lara.

         —¿Ahora os dais cuenta de por qué es tan peligrosa? Los padres se volverán contra los hijos, es una guerra que ya se anunciaba en la biblia.

         —Señor —añadió Abby Bright—. Somos los defensores de la Tierra. No de un descerebrado que solo vela por sus propios intereses.

         —Veo que incluso tú, teniente... —Pronunció con odio—. ¿John?

         El capitán se acababa de unir a ellos, siendo el primero de los curados en recuperarse. Fruncía el ceño como si hubiera una pugna en su interior que le tenía desconcertado. No parecía estar entendiendo nada de esa disputa.

         —Brenda, ¿puedes descender?

         —Señor, ahora mismo.

         La nave halcón aterrizó en medio de la plaza y Montenegro se acercó a ella.

         —Cuando se os elige para formar parte del EICFD se firma un documento de confidencialidad y lealtad. Si no cumplís una de las dos normas no hay abogado del mundo que pueda defenderos de nosotros.

         —No queda nada más que usted para tomar represalias —respondió Abby.

         —Y yo —objetó John Masters—. No soy un traidor.

         —Pero si tienes un perro —se rió la teniente—. ¿No luchabas también por él? ¿No quieres proteger la vida del planeta?

         —No estamos hablando de masacrar a los animales —arengó Montenegro—. Ni ella se refería a eso. Su propósito es proteger todas las formas de vida de la Tierra, eso incluye los animales de granja, los insectos, los salvajes, ¿alguno de vosotros puede decirme que adora las moscas, las arañas, las avispas, las ratas...? ¿Las equipararíais con una vida humana? Eso es lo que ella pretende.

         —Señor, estamos obedeciendo a un hombre que solo busca matar a una mujer que debería ser nuestra Comandante General. Somos el ejército que lucha contra las fuerzas desconocidas que amenazan la Tierra. No el de Paco y sus intereses particulares. Ni el de los ricachones que temen perder su estatus.

         —Son los que pagan —replicó Montenegro—. Si vosotros desertáis, encontraremos soldados que os cacen sin descanso.

         —¿No cree que eso es una bravuconería sin sentido ni fundamento?—objetó Lara—. Paco está solo y empiezo a entender por qué. Seguramente los demás están al corriente de sus intenciones y le han dado la espalda.

         —Y ese viejo no va a poder contratar a nadie más —intervino Abby.

         —Por cazar a sus desertores, sin duda lo hará —repuso el comandante—. Que os cuente Dani, si están dispuestos a pagar bien a sus soldados. ¿Cuánto te pagaban a ti por acabar con Lara?

         —No importa —repuso ofendido—. No pienso cumplir esa misión.

         —¿Por qué no nos dices cuánto te iban a pagar? —insistió Montenegro.

         —Veinte mil.

         —Estoy seguro de que tu tío conoce a suficiente gente dispuesta a completar tu tarea por la mitad de eso —replicó el comandante.

         —¿Merece la pena seguir a ese cerdo? —Preguntó Abby—. Señor, es un mafioso.

         —John vámonos —ordenó Montenegro.

         Al dar un paso hacia la nave, Brenda la hizo subir de nuevo para que no pudiera entrar.

         —Con el debido respeto, señor —escuchó por su pinganillo—. Ya no cumplo sus órdenes, yo estoy con ellos.

         —No está hablando en serio —escupió furioso.

         —El dinero no lo puede comprar todo, señor.

         El comandante apuntó a Lara, sin importarle que estuviera delante Dani. Apretó el gatillo pero alguien le empujó en el último momento y el disparo rozó la mejilla del italiano.

         —Lo lamento señor, pero... No somos asesinos —le dijo John, que fue el que se lo impidió—. No podemos dejarle volver al cuartel hasta que entre en razón—. Está ofuscado, nuestro verdadero enemigo es el consejero, ¿no lo entiende? Pasadme una cuerda.

         Montenegro golpeó a John en la mandíbula y luego le apuntó con su arma.

         —Esto es motín. Están todos sentenciados.

         John se puso pálido al ver el cañón del arma a demasiada distancia como para quitársela. Sin embargo los compañeros apuntaron a Montenegro con sus fusiles de plasma.

         —Entregue el arma, señor —amenazó Abby—. No podrá matarnos a todos.

         El comandante acarició el gatillo, sabiendo que tenía todas las de perder.

         —¿Qué vais a decirle al consejero? ¿Que he muerto? —Preguntó.

         —Para ese miserable mafioso estamos todos muertos. No volveremos a seguir sus órdenes.

         —Y con el fin de evitar que tome represalias, iremos a hacerle una pequeña visita —añadió Lara—. Creo que ya es hora de que nos pongamos en contacto con el resto de consejeros a ver qué opinan de todo esto.

         —No tenéis ni idea de lo que estáis diciendo. Es cierto que le han dado la espalda pero no ha sido por sus intenciones contra Arita —explicó el comandante.

         —Si sabe algo que nos interese saber...

         —No le han perdonado que no acabara con Antonio Jurado ni que no encontrara y entregara los trajes de los pleyadianos. Ellos piensan que tiene uno en su poder y por eso evitan enfrentarse a él, pero si ustedes les cuentan todo esto no esperen que les pongan una medalla. Don Francisco les ha defendido por su fracaso, de modo que prepárense para un castigo ejemplar.

         —Vaya, eso es malo —dijo Jaime—. ¿Significa que ya nadie va a pagarnos?

         —No solo eso, hijo. Podéis daros por muertos, estáis mordiendo la mano que os da de comer.

         Al verle dudar, Montenegro bajó el arma y sonrió.

         —¿Ahora entendéis por qué trataron de silenciar a esa mujer desde el principio? Puede que sus intenciones suenen justas, pero no sus métodos. Fijaos, Lara es una marioneta, no le ha preguntado si quiere luchar por ella, simplemente la ha poseído. Va a dominar el mundo a la fuerza, sin nuestro consentimiento y eso es intolerable. No podemos dejar que... Nos use como un ejército de hormigas a sus órdenes. Está en juego el libre albedrío de los humanos.

         —Eso tiene sentido —aceptó Abby.

         Dani miró a Lara y ésta le devolvió la mirada, retadora.

         —En un videojuego he visto que los alienígenas pueden poseer a los humanos —explicó el chico—. Y la única forma de acabar con ese control es matando al controlador. Estoy seguro, Lara, de que no estás conforme con que te posean contra tu voluntad.

         —Exacto, así que si no vais a matarla, al menos amarradla para que no pueda traicionarnos —ordenó Montenegro—. Hasta que acabemos con ese alienígena.

         —Ella nos ha salvado, señor —respondió John—. Estábamos a punto de morir, me habían mordido y no quedaban dosis, ahora mismo sería un zombi si no hubiera sido por Arita.

         —Los zombis no deben ser buenas marionetas —replicó Montenegro.

         Uno a uno fueron bajando las armas y hasta Lara entregó la suya a Dani.

         —Por favor, átame bien fuerte. No quiero que vuelva a utilizarme.

         —Confía en mí, preciosa, voy a librarte de ese veneno cueste lo que cueste.

 

 

 Continuará

 

Comentarios: 4
  • #4

    Chemo (sábado, 22 enero 2022 02:54)

    Continuación

  • #3

    Alfonso (jueves, 20 enero 2022 01:33)

    Mientras que Ángela se encuentra coqueteando con Antonio en Tokio, Arita ya escapó de su prisión. La única forma que la humanidad pueda vencer a Arita es que el EICFD se alíe con Antonio y Ángela.
    En fin, espero que todos estéis bien de salud. Tengo amigos que ya tienen todas sus vacunas y casi no sobreviven cuando se contagiaron. Espero que te recuperes pronto, Tony.

  • #2

    Jaime (miércoles, 19 enero 2022 06:21)

    No me esperaba la contiunuación tan pronto. Me alegra que te encuentres mejor de salud, Tony. Ojalá pronto se te pase el contagio y todo quede como una historia de terror más para contar a los nietos.
    Ahora, el EICFD luchará no solamente contra Arita sino contra el Consejo. Habrá que ver cómo la libran. Además, supongo que Ángela todavía no se ha enterado que Arita ya despertó del encierro y ahora que tiene parte del poder del traje pleyadiano va a ser más difícil acabar con ella o al menos someterla.

  • #1

    Tony (martes, 18 enero 2022 11:21)

    Ha pasado mucho tiempo. Ya he podido volver a una vida normal después de esta pesadilla de virus. Me ha pillado con fuerza y ha borrado literalmente 20 días de mi vida. Para mí no ha habido navidad, solo problemas para respirar, frustración de ver que no mejoraba hiciera lo que hiciera y sobre todo de ver en la tele que los gobiernos no se toman en serio que esto sigue siendo Covid y que es muy, pero que muy peligroso. Dejé de ver las noticias cuando empezaban a contar a los muertos de las casas (rebuscando por las noticias porque las habituales daban por hecho que esto es una gripe).
    Pues sí, yo he pensado que sería uno más de esos muertos durante días. Por suerte "solo" ha quedado en neumonía que a saber cuándo se me pasa.

    Tened cuidado, usad mascarilla, no os creais eso de que esto es una gripe. Y tengo las dos vacunas.

    Sobre la historia, espero que os haya gustado y no olvidéis comentar.