Los últimos vigilantes

31ª parte

 

            —Tú, ¿me amas más que a nada? —Preguntó, emocionada.

            —Pensé que ya no volvería a verte más.

            Volvió a atreverse a mirarla. Dudó si debía cogerle la mano y al final no se atrevió.

            —¿Te digo la verdad? Yo también lo pensaba —reconoció ella—. Pero cada segundo que he pasado lejos de ti no he podido sacarte de mi cabeza. Creo que cambiaría sin pensarlo este poder que tengo por tenerte para mí sola y que me dijeras que lo dejas todo por mí.

            Ángela estaba llorando, pero no se dio cuenta hasta que él se acercó y cogió una lágrima con su dedo índice de la mano izquierda.

            —No llores... Siento no habértelo dicho antes —susurró—. Brigitte ya no me mira con ese brillo en su mirada que tenía al principio. Me considera una posesión, a veces como un esclavo. Nunca antes le había visto llorar—. Si te miro no necesito preguntarte si me quieres, tus ojos se expresan mejor que un poema. Cuando cierro los mios por las noches, solo en mi cama, pienso en lo feliz que sería si estuviera contigo y abrazo la almohada imaginando que eres tú. Las canciones de la radio me hieren como espadas: "Sin ti no soy nada porque estoy hecho de pedacitos de ti"... Solo de ti, Ángela.

            Al decir eso se dieron un beso en los labios y se fundieron en un abrazo tan sentido que sus cuerpos se unieron en uno solo. Ella subió la pierna sobre sus muslos y se dejaron caer hasta la cama cercana.

            —¿Cuándo fue la última vez que lo hicisteis aquí? —Preguntó Ángela, entre besos.

            —Ni me acuerdo —respondió él.

            Entonces Ángela tuvo un deja vú.

            —Espera, esto no será por... —Angela se apartó de él, desconfiada y enojada.

            —¿Qué? —Preguntó él.

            Ella se recompuso y se puso en pie. Claro, para él ese momento no se repetía, pero Ángela lo había vivido hace unos días.

            —¡Porque el mundo se va a acabar y sabes que no hay mañana! O quizás porque piensas que hacerlo conmigo es la única forma de convencerme de que detenga esos malditos misiles.

            Antonio no respondió, no podía responder de ningún modo convincente. Ella lo sabía todo.

            —Te has aprovechado del deseo más fuerte de mi corazón. Qué necio eres, qué mezquino... Y te sentirás como un héroe que se está sacrificando por salvar el mundo y su familia... ¿Crees que eres dueño de mi corazón? ¿Pensabas que prometerme amor eterno iba a ser suficiente para que detuviera esas bombas?

            —Solo te puedo responder una cosa, Ángela —Antonio la miraba con tristeza sincera—. Es cierto que lo he pensado, sí. Pero...

            —¡Cállate! No pienso escuchar ni una palabra más.

            —Puede que tengas razón y que saber que el fin se nos echa encima haya roto las cadenas que sujetaban mi lengua. Solo ha sido la excusa que me ha permitido abrirte mi corazón. Tú lo ves todo, sabes que no te miento. Aun me acuerdo del día que nos conocimos. Te consideré una asesina sin escrúpulos.

            —Sí, y yo pensé que eras un bocazas con mucho talento para encontrar personas —completó.

            —Aquel día ni siquiera creí que pudiera volver a verte, imaginé que si tuviera ocasión no dudaría en matarte antes de que le hicieras dañó a Brigitte.

            —En aquella época era un demonio —admitió, avergonzada.

            —No te lo estoy reprochando, al marcharte por la ventana como si fueras un fantasma nos obligaste a huir por el mismo camino. Los tipos de negro nos vieron escapar y me dispararon. Me dieron en el costado y a duras penas logré llegar hasta el coche. Brigitte me llevó a un hospital y me salvaron la vida, pero los médicos eran amigos de Alastor y éste les ordenó que me mantuvieran vivo. Certificaron mi muerte para el resto del mundo. Cuando Brigitte me dio por muerto se puso a investigar casos paranormales y fue a Argentina, incluso fue a una isla perdida en medio del Pacífico y como sabía dónde encontrarla me hice pasar por... Es otra historia, casi morimos. Desde que volví y supo de mi secuestro e infidelidad con Calypso, la hermana gemela de Génesis, nunca más ha venido a besarme por iniciativa propia. Jamás me ha vuelto a hacer un regalo por San Valentín, sigo esperando algún detallito en nuestros aniversarios y yo siempre le doy flores o alguna cosa de gran valor que desea.

            —Si crees que no te quiere ¿Por qué no la dejaste? Todavía no teníais hijos —reprendió, enojada.

            —El amor no existe, no se puede ver ni tocar, no puedes presuponerlo. Tienes que demostrarlo todos los días para que la otra persona sepa que le amas. Y aquella mentira de mi muerte, mi confinamiento en la casa de Alastor con Calypso... Que me sedujo y me mantuvo allí como una mascota sexual solo para mantener contenta su vagina... Enfrió su corazón.

            —¿Te refieres a la hermana gemela de Génesis? —Ángela le miró enojada. Recordó el increíble cuerpo de diosa que tenía—. No sabía nada de eso. ¿Era mejor que yo en la cama?

            —No creo que sea justo compararos, ella no necesitaba obligarme y tú, cuando nos acostábamos me tenías coaccionado. Además, su cuerpo era... —Al ver el gesto de disgusto de Ángela no completó la frase—. Lo que quiero decir es que aquella vez sí fue infidelidad, pude rechazarla. y mi mujer jamás me lo perdonó.

            —Dices que no vendes libros, pero si hubieras publicado lo que hiciste en aquella casa quizás te habrías forrado, a la gente le encanta el sexo desbordado.

            —El dinero no es un problema para mí. Y cada vez que he sido infiel... Son cosas de las que no me siento orgulloso. Por eso he intentado demostrarle mi amor a mi mujer por activa y por pasiva, con regalos, gestos, palabras... Pero ella... Ya no me quiere.

            —¿Qué quieres decir? —Preguntó, confundida.

            —Brigitte lleva años presuponiendo que yo sé que me ama. No da señales ni pruebas de ninguna clase. La última vez fue cuando nos quedamos los trajes de los pleyadianos y los usamos para volar juntos por el cielo de Madrid. Fue un momento mágico, pero no romántico. Aquella noche nos acostamos y al día siguiente todo volvió a la normalidad. Mira, no sé si debo contarte estas intimidades, pero como yo sí conozco las tuyas por aquel diario creo que te lo debo...

            —Te lo agradezco, ahora ya sé más cosas de ti. Quizás demasiado. ¿Qué esperas conseguir contándome tu vida?

            —Verás, hace un par de años mi mujer y yo comenzamos a buscar estímulos visuales para tener relaciones más satisfactorias. Compramos juguetes, ella consiguió un pene de látex vibratorio, yo una vagina bastante realista. Durante unas semanas nos dejamos llevar. No lo conseguía más que con su juguete. Después de que tenía su orgasmo me subía sobre ella y me corría yo. Una vez logré por mí mismo que tuviera un orgasmo, pero no conseguí repetirlo. Durante días, sentía que era fantástico, estábamos rejuveneciendo nuestra relación. Hasta que me di cuenta, en un momento dado, que se excitaba más sin mi ayuda. Yo podía dormirme y ella con su juguete no me necesitaba nada más. Lo peor fue cuando quise formar parte de su juego y después de una hora me dijo que lo dejara, que le hacia daño. Que no tenía ganas de seguir. De modo que ahí terminó todo. Buscamos reiniciar nuestra relación con el sexo y lo único que conseguimos fue alejarnos más.

            —¿Y qué quieres decir con todo esto? ¿Crees que me gusta saber de tu vida sexual?

            —No me ama, ni me desea...

            —Pero tú a ella sí —replicó Ángela.

            —Por mantener nuestra promesa conyugal.

            —Ya veo.

            —Ya no sé qué hacer para que vuelva a ser lo mismo que cuando la conocí, no amor que salvar. Pero tú... Has conseguido que deje de intentarlo. No necesito que me lo digas para saber cuánto me amas. Solo tengo que mirarte a los ojos, Brigitte jamás me ha mirado así... Ni yo a ella como te amo y deseo. Quiero que me lleves contigo, necesito que me secuestres, que hagas conmigo lo que te apetezca. No me preguntes, llévame porque no pondré resistencia.

            —¿No quieres que detenga los misiles? —Preguntó asombrada.

            —No me importa, siempre que me quede contigo.

            —Tus hijos y tu mujer morirán —le recordó.

            Antonio cerró los ojos y mordió la almohada emitiendo un grito silencioso.

            —No, no, eso no... Tienes que detener esos misiles. No quiero que les pase nada.

            —Tenía algo planeado antes de venir a verte por última vez. Ya te consideraba un resto, un daño colateral... Quería marcharme de este viejo mundo y regresar contigo al que abandoné por volver aquí.  Tú esperabas allí recordando aquella magnífica noche… Quería decirte que no me importabas. Iba a dejar esta línea temporal y marcharme a la otra, vine por una respuesta. Está bien, ahora ¿Cómo diablos voy a dejarte morir después de decirme lo que tanto tiempo llevo deseando escucharte decir?

            Ángela cerró los ojos y visualizó al gran misil de helio aproximándose a la isla. Bastaba con detener ese. Los demás podían llegar y matarían a todos los dragones, a los que debilitó hasta el punto de que fueran vulnerables. Sin dragones el mundo estaría a salvo. Ella los quería vivos... porque, esperaba que matara a los humanos. Ahora sabía que odiaba a la humanidad porque muchos eran felices mientras ella, con todo aquel poder divino, era la más desdichada. Hasta ese momento.

            A pesar de que él estaba siendo sincero y le ofrecía su vida, sentía que era un intento desesperado por salvar el mundo. Lo que provocaba una nueva duda en su corazón: ¿Seguiría queriendo marcharse con ella si detenía los misiles y a los dragones?

            Diez segundos faltaban para la explosión apocalíptica.

            —Nueve —murmuró.

            —¿Qué? —Preguntó confuso.

            Ocho, siete, seis —contaba en su mente—. Cinco, cuatro, tres, dos, uno... Chasqueó los dedos. El tiempo se multiplicó por mil y sintió que cada milésima transcurría para ella como un segundo.

            «Solo hay una forma de saber si fuiste totalmente sincero o llevado por la desesperación me dijiste lo que quería oír. Yo lo sé todo, pero, aunque no hayas mentido, una situación apocalíptica puede influir en los pensamientos de cualquiera. Si luego te retractas...»

            Cerró los ojos y apareció flotando en medio de aquella isla del pacífico. Vio cómo descendían los diez misiles a la vez desde todos los puntos cardinales. Contempló con horror el tamaño de la bomba de helio. Era más grande que un Boeing 747. Sus alas tan extensas como las del avión de pasajeros. Comprendió que era, en teoría, la bomba más ecológica y poderosa que existía. Tremendamente potente, sería capaz de eliminar cualquier tipo de radiación en su radio de explosión, que abarcaría cientos de kilómetros. La isla se convertiría en un agujero humeante que engulliría al océano. La mala noticia era que la explosión sería tan fuerte que sacudiría la corteza terrestre resquebrajándola y causaría terremotos en todos los rincones del mundo.

            Levantó la mano, mirando al misil y la cerró con fuerza.

            El aparatoso artefacto se arrugó sobre sí mismo y quedó reducido a un amasijo de hierros chispeantes y fundidos entre sí. Después arrojó la masa de amorfa al fondo del océano pacífico con un simple gesto de la mano. Ese monstruo tecnológico no acabaría con la civilización.

            Las nueve restantes las desvió hacia el espacio, una vez fuera de la atmósfera las aplastó como bolas de papel de plata. No podía dejar que esos restos de plutonio cayeran de nuevo a la superficie.

            Lo que reducía el problema a los dragones, que seguían vivos. Escudriñando el futuro advirtió que agotarían la isla en cuanto devorasen todos los árboles y el mundo volvería a estar en peligro. Serían más grandes y fuertes y el hambre les haría letales. No eran criaturas terrícolas... Nunca formarían parte del ecosistema hasta que lo destruyeran. Si no quería que se cumpliera el futuro alternativo al que devolvió a la otra Ángela, debía acabar con ellos y con aquellos que los habían enviado como una bomba biológica.

            Se concentró buscando su origen. La sartén donde fueron cocinados flotaba muy lejos en el espacio profundo, más allá del Sistema Solar, desplazándose a una velocidad muy superior a la de la luz. Era una nave ovalada, casi esférica. Era un planeta tan grande como Júpiter, pero hueco y compuesto de miles de submundos interiores.

            Con semejante tamaño necesitaba un elemento para que sus habitantes pudieran sobrevivir largas temporadas en el espacio, el agua. Cuando se detuvieron en la Tierra robaron millones de toneladas causando un desequilibrio tan brutal que el clima comenzó a cambiar, el planeta se estaba recalentando por culpa de ellos.

            «Mira por donde encontré la verdadera causa del cambio climático.»

            Les estudió en su viaje inter estelar y supo que se desplazaban con energía gravitacional, impulsados por el núcleo denso de la Vía Láctea, usando su propia gravedad como masa densa en medio del espacio. De algún modo podían aumentar o disminuir su peso con generadores que se alimentaban del agua que robaron a la Tierra. Obtenían mucha energía, pero a cambio destruían sus moléculas y eso les obligaba a regresar a planetas donde pudiera recogerse en forma líquida, que no eran muchos.

            «No os olvidéis a vuestras mascotas» —pensó con media sonrisa traviesa.

            En un instante envió a los dragones a la nave. Al aparecer de repente vio que les pilló desprevenidos causando estragos. Los habitantes de aquel mundo llamando Hercólubus, intentaron matarlos, pero no consiguieron más que enfurecerlos y que causaran más daño en sus extensas llanuras, mil veces más grandes que las terrícolas. Si había un mundo donde esos seres podían sobrevivir sin devorarlo todo era aquel tan inmenso. Sus creadores tendrían que buscar un equilibrio con tan poderosas criaturas, si no querían ser devorados por ellas.

            De nuevo visualizó el futuro de aquella mole galáctica y supo que darían la vuelta ya que la Tierra era el planeta más cercano para repostar y de paso volver a soltar aquellas criaturas. Averiguó cómo funcionaba el motor de aquella nave y vio que se alimentaba de la propia gravedad cósmica que mantenía los Sistemas solares de la Vía láctea unidos en una espiral alimentada por energía extraída de separar el oxígeno del hidrógeno del agua de forma masiva y constante. Un mecanismo tan complejo y antiguo que ninguno de los que lo manejaban entendía su funcionamiento. Un núcleo tan caliente como el magma de un volcán, formado por níquel, cobalto y azufre generaba un campo magnético variable que podían alterar con la posición de unos inmensos bloques de hierro, gracias a los cuales variaban su velocidad, dirección y aceleración.

            —¿Qué pasa si transformo el hierro en oro? —Preguntó como una niña traviesa.

            Hercólubus perdió el control y modificó su trayectoria hacia el centro de la Galaxia en caída libre. Con suerte, después de un millón de años de caída, lo engulliría alguno de los múltiples agujeros negros del centro de la Vía Láctea. Pero eso ya no le importaba en absoluto. El peligro de Hercólubus era historia. Estudió su nuevo futuro y vio que unas naves acudirían a ayudarlos, dentro de trescientos años.

            El problema de los grises no quedaba resuelto con aquel ataque, en absoluto. Millones de naves, de gran variedad de tamaños, similares a esa, viajaban por la galaxia como bacterias en busca de...

            —La oscuridad elemental —pronunció en voz alta.

            Ese era un problema a muy largo plazo, mil o dos mil años en el futuro. Aunque en ese instante Ángela notó un cansancio demoledor. Sus acciones en el universo, en la Tierra, con el tiempo detenido, la habían debilitado hasta casi el desmayo.

            ¿Por qué siendo tan poderosa necesitaba descansar? Comprendió que seguía ocupando un cuerpo humano con fuerzas limitadas. Pero su poder no le permitía concederse más energía. Sería como pedirle a un tanque de gasolina que se rellenase solo.

            Con las fuerzas justas regresó junto a Antonio, en su habitación, y cayó rendida en sus brazos justo cuando reactivaba la velocidad normal del tiempo.

            —¿Qué te pasa? —Le preguntó. Desde su punto de vista, en apenas un abrir y cerrar de ojos, la vio derrumbarse sin energía.

            —Déjame...

            —No me pidas eso, por favor —suplicó él, asustado.

            —Idiota... Déjame descansar —Ángela levantó su mano con intención de darle una bofetada, pero quedó en una tierna caricia tras la cual estaba profundamente dormida.

 

 

 

Comentarios: 5
  • #5

    Chemo (martes, 10 septiembre 2019 01:32)

    Muy buena historia. Espero la parte XXX con ansias.

  • #4

    Alfonso (sábado, 07 septiembre 2019 02:59)

    La historia es cada vez más interesante. Concuerdo con Jaime en que Antonio debería dejar a Brigitte, ya que no es una relación que le deje provecho. Cuando una relación no funciona y no podemos hacer nada por nuestra parte para arreglarla, lo mejor es dejarla ir. En caso contrario, terminaríamos siendo esclavos de una relación fallida y ninguno de los involucrados serían felices. El único problema real son los hijos, pero eso ya es cuestión de llegar a un acuerdo entre pareja.
    Me dio mucha risa cuando Ángela regresó los dragones a Hercóbulus. Ojalá podamos mandar nuestra basura a un lugar lejano.

  • #3

    Jaime (viernes, 06 septiembre 2019 02:21)

    Al principio pensé que ésta iba a ser la parte XXX; tal parece que nos ha engañado Tony. Jejeje
    Me pareció bastante interesante esta parte y me hizo pensar cuán anticuado es el matrimonio en nuestros días. Muchos hacemos promesas todos los días porque en ese momento tenemos la convicción que podemos cumplirlas a futuro. Pero hay un supuesto general que ciertas condiciones se mantendrán en ese futuro. Pero las cosas cambian y la atracción es parte de ese cambio. Yo apoyo la idea que Antonio acepte a Ángela.
    También, como mencionó Yenny, me agradó que se estén atando ciertos cabos sueltos que quedaron en partes pasadas. Ya lo he comentado en ocasiones anteriores y lo vuelvo a hacer: sería interesante hacer una historia sobre el origen de la Oscuridad Elemental y cómo evolucionó hasta subyugar a los Grises y casi extinguir a los pleyadianos.
    Por último, ahora que ella está dormida, si fuera Antonio aprovecharía para hacer varias cosillas con Ángela. :)

  • #2

    Yenny (jueves, 05 septiembre 2019 05:43)

    Parece que te has dado a la tarea de investigar un poco Tony, eso hace más creíble la parte de Hercólubus, y también encontraste la razón del cambio climático jeje
    Quiero, mejor dicho necesito con urgencia la siguiente parte.
    Recupérate pronto Tony.

  • #1

    Tony (miércoles, 04 septiembre 2019 13:48)

    Esto no es un final, aunque lo parezca. No olvidéis comentar.