Las crónicas de pandora

Capítulo 4

Anteriormente 

         En esos meses Antonio había logrado, por fin, recuperar el contacto con sus padres. Les dijo que tenía dos niños, les explicó que ahora trabajaba en una empresa aeronáutica y que necesitaba que alguien se ocupara de los niños por las mañanas. Su padre fue el más reticente pero su madre no quiso ni escuchar sus quejas y se mudaron en una casita cerca de ellos, pues así sería todo más fácil.

         Casi había olvidado ver feliz a su madre. Estuvieron enfadados con él desde los 19 años, cuando le dieron por muerto y no hicieron ningún funeral. Después reapareció, aun siendo evidente que era él de verdad, fingieron no creerle porque al cambiarse el rostro no le reconocieron aunque le dio pruebas de que era él. Aún con todo, siguieron dándole por muerto. No podían perdonarle las acusaciones de la justicia (ni que hubiera tenido que cambiarse el rostro para que no le pillaran). Le creían un asesino y que si estaba libre no era por ser inocente.

         Sin embargo al hablarles de sus nietos se les cayó la sombra de la mirada y olvidaron su pasado. Su madre decía que les había costado mucho perdonarle pero ahora él parecía distinto (como si hubiera cambiado). Como si no se dieran cuenta de que siempre fue inocente de casi todos los crímenes de los que se le acusaba (y aquellos que había cometido tenían una justificación que no podía explicarles si no quería que le tacharan de loco y entonces sí, saldrían corriendo al planeta Júpiter para escapar de él).

         No aprobaban en absoluto que siguiera conviviendo con la madre de sus hijos, pensaban que ella se aprovechaba, que si quería estar con otros hombres no podía seguir chupando del bote de su sueldo. No les contó lo suyo con Ángela, de hecho nadie fuera del EICFD lo sabía. Incluso él pensaba a veces que fantaseaba con ella cuando la veía por el hangar teniendo que fingir que no se conocían. Solo sus miradas cruzadas demostraban que no era una fantasía y ver la chispa que manaba de los ojos de ella al verle aceleraba su corazón y parecía subírsele por el pecho hasta la garganta. No sabía si estaba enamorado o enfermo pues se le subía la temperatura corporal un par de grados, con solo recordar sus encuentros.

         El amor y el deseo podían ser algo maravilloso, pero también un veneno corrosivo. Al principio pensaba que el secreto público sería lo mejor, aunque ya no le estaba resultando tan fácil sobrellevarlo. La quería para él solo y cuanto más la deseaba, más fuerte era el dolor que le comía por dentro por imaginarla con otros.

         En todo ello pensaba mientras conducía a la casa de ella. Ambos se habían quedado pensativos, con las manos unidas sobre la palanca de cambios. Como el tráfico era fluido, no tuvo que moverla para cambiar de marcha en todo ese rato.

         —¿Ayer fuiste a ver a Fausta? —Preguntó ella—. ¿Has vuelto a tener esas pesadillas?

         —Es verdad, casi se me olvida contártelo.

         Ya estaban aparcando en la puerta del adosado donde se había trasladado Ángela. Aparcó entre una furgoneta blanca y un coche gris, en la entrada. No se esmeró mucho en arrimarlo pues sabía que tendría que salir en menos de una hora.

         Entraron y en cuanto cruzaron el portal de acceso y cerraron la puerta, se dieron un beso en la boca tan apasionado como si hubieran sido atraídos por fuerzas gravitatorias. Saboreó el intenso sabor del pintalabios rojizo de ella, con regusto a hierro, sus lenguas se saludaron y sus órganos genitales comenzaron a excitarse con el encuentro físico. Sin embargo ella frenó a Antonio, que ya le estaba quitando la blusa.

         —Cuéntame qué pasó. ¿Qué te ha dicho sobre esas pesadillas?

         —Puede esperar —se lanzó a intentar volver a besarla pero ella no le dejó aterrizar en sus labios.

         —No tengas tanta prisa, que luego en cuanto te corres sé que te vas a tu casa cagando leches. Hablemos antes un poco, estoy intrigada.

         —No me dijo gran cosa. Bueno, sí, en realidad me pareció muy raro lo que me contó.

         —¿Qué?

         —Que ya era hora de volver a casa. Ah... También que el mundo no merecía segundas oportunidades que si no eran unos serían otros y que al final terminaríamos destruyendo el planeta.

         —No hace falta ser adivina para decir algo así —farfulló Ángela, con una sonrisa burlona.

         —No, pero ella me dijo que sería antes de abril —respondió, encogiéndose de hombros.

         Ángela sonrió y se lo quedó mirando pensativa.

         —Tenías razón, para decirme esa tontería, mejor seguimos a lo nuestro.

         Volvieron a besarse y se fueron a la cama mientras uno le quitaba las prendas al otro.

          

 

 

         Al día siguiente...

         Antonio tenía más sueño de lo habitual y en cuanto el ordenador tardaba un par de segundos en completar una tarea él se perdía en sus recuerdos más inmediatos, entre las interminables células epiteliales de Ángela, que estaba determinado en aprendérselas de memoria al contacto con sus labios.

         Terminaba de reparar unas bases de datos cuando recibió un mensaje del grupo Aizen. Eran los mensajes cifrados del EICFD.       

         "Las llaves de la camioneta están en el puesto del AG—Leader" —leyó.

         Eso significaba que tenía que acudir a la mesa de John Masters. Se levantó, estiró su espalda y se quejó del crack que sufrieron sus vértebras. Su compañera de en frente, Diana, sonrió al verlo levantarse y comentó que la edad no perdonaba. Él se rio (porque tenía razón) y salió a paso ligero a ver al capitán.

          Una vez fuera de su oficina, se dirigió al ascensor. Como no solía usarlo casi nadie (pues era un edificio de 3 plantas) no tuvo que esperar mucho hasta quedarse solo. Aun así, Ángela estaba en su misma nave y debía haber recibido el mensaje. Le había escrito que la esperaba a la puerta del ascensor pero ella no le respondía. Cuando esperó un minuto fuera pensó que estaba siendo filmado por las cámaras de seguridad y no quería que se supiera que ellos dos se conocían. Pulsó el botón de bajar y se metió en cuanto se abrió.

         Había alguien dentro, debía esperar al siguiente. Entonces se fijó y vio que era Ángela, era difícil reconocer a nadie con la maldita mascarilla. Esta le guiñó un ojo y le dio al botón de mantener puertas abiertas para que entrase con ella.

         Una vez dentro siguieron forzándose a no demostrar conocerse ya que los ascensores también tenían cámaras.

         —¿A qué piso va?

         —Al mismo que tú —respondió, melosa.

         —¿Entonces le doy al Stop?

         —No seas ansioso, luego nos vemos en mi casa, aquí nos pillan.

         —Podemos darle una patada accidental a la cámara —respondió con gesto enfadado—. Si quieres yo mismo le atizo.

         —Yo también estoy impaciente, pero tenemos que ser discretos, calla o se mosquearán, el ascensor no tiene audio aunque sí video y, a pesar de que llevamos mascarilla, se nota que hablamos.

         —Además nos están esperando. Quiero estar contigo sin prisas.

         —Eso suena muy bien. ¿Por qué no le pides este finde a tu mujer que se quede ella con los niños?

         —Lo siento pero eso supondría que...  usen mi casa como si fuera suya.

         —Es vuestra casa. Es alquiler, ¿no? Y mientras tú haces de vigilante de lo que NO es suyo, yo me aburro los fines de semana...

         Aquello sonó a queja amarga y pudo ver en sus ojos una nota de ira contenida. Sintiéndose incómodo puso su dedo pulgar en el cristal donde aparecía el número de planta y al leer su huella las puertas se cerraron.

         —No me gusta que mis hijos tengan que verlos —intentó explicar—, no quiero que vuelvan a entrar, que se hagan los simpáticos con ellos cuando sé que no los soportan. Si yo me muriera los mandarían a Perú con la madre de mi mujer para librarse de ellos.

         Antonio no siguió hablando, pensaba que si su relación no fuera tan secreta podría presentarle a los niños y pasar juntos los fines de semana. Pero tampoco ella quería saber nada de ellos. Detestaba a los críos ruidosos y los suyos a veces lo eran mucho, como todos los niños. Pensó sugerirle un intento, podría decir: "Podemos dejar de mantener en secreto lo nuestro y te presentaría a mis hijos. Así nos veríamos los fines de semana. Podríamos estar juntos todo el día."

Pero temía que le dijera que no. No soportaba la idea de que rechazara ver a sus hijos. Aunque lo que más temía era la reacción de su mujer si su relación salía a la luz, podría creer que él fue el que comenzó el engaño y lo que era peor, usarlo en su contra si había un juicio para la custodia de los niños. Además, tampoco le dejaría meterla en casa cuando se fuera con su novio.

         —La verdad es que no sé cómo aguantaste un año con esos dos bajo tu mismo techo —interrumpió sus pensamientos Ángela.

         —No me dieron elección.

         —¿Quieres que los elimine? —Propuso.

Antonio se quedó sin aliento, no sabía si lo decía en serio o bromeaba. Cosas como esa le hacían preguntarse si la conocía realmente.

         —¡Por Dios! No me tientes.

         El ascensor se detuvo en la planta —4 y se abrieron las puertas, pero no salieron.

         —Este momento me recuerda cuando fuimos a por Arita —musitó Ángela, melancólica.

         Aquello respondía a su pregunta, no bromeaba, le estaba poniendo a prueba. Quería saber si él la consideraba una asesina sin escrúpulos o, por el contrario, creía en su sentido del bien.

         —¿Sigue atormentándote? La verdad es que no lo entiendo. Evitaste un mal terrible a la humanidad.

         —¿En serio? Si ella siguiera viva posiblemente este conflicto con Rusia no existiría. Yo no lo habría permitido cuando tenía mi poder. No dejo de pensar que quizás había otra salida. No era mala.

         —No —argumentó Antonio, riéndose —. ¿Recuerdas que podía controlar a sus impostores? No te atormentes, si ella siguiera viva... No quiero ni pensarlo.

         —¿No te pasa a ti? —Insistió ella—. Cuando matas a alguien no dejas de preguntarte cómo sería todo si no lo hubieras hecho, lo que pasa a continuación, las familias, las consecuencias... Se siguen mostrando en tu mente cada día.  No importa si es por accidente o porque me lo encargaron, tengo a mis víctimas atormentándome sin descanso. Y no consigo borrar el recuerdo de esa muchacha de ojos bondadosos que maté sin pensarlo dos veces. Puedes decirte que era una amenaza, como dijeron los de la NASA, igual que el EICFD, todos la temían porque iba a cambiar el mundo, lo tenía casi conseguido… ¿Y sabes qué? Míranos ahora, al borde de la tercera guerra mundial. ¿Y si ella pudo evitar esto? Si hacía falta meterse en la mente de los políticos y los ricachones, no era un precio demasiado alto si el premio era un planeta sano y con futuro por delante.

         —Un mundo lleno de zombis teledirigidos por ella —se rió Antonio.

         —No bromees con esto, hablo en serio.

         —¡Vamos tortolitos! No tenemos todo el día —bramó John desde el despacho más cercano al ascensor.

         No se habían percatado de que las puertas se abrieron hacía rato. Fueron hacia allá y vieron a Johh y Abby esperando con cara de aburrimiento.

         —La próxima vez os dais prisa cuando os llamo —protestó el capitán—. Al menos fingid que soy vuestro jefe ya que mis galones no parecen convenceros de nada, cabrones.

         —Lo siento, señor —respondió Antonio, fingiendo respeto.

         —No es más que una fachada de pacotilla —se burló Ángela—. Aquí la que manda es Abby.

         —Que va, se le ha subido a la cabeza el mando —protestó la rubia—. No hay quien le bromee.

         —Te he dicho mil veces que me trates con el debido respeto, Ángela. Podría expedientarte o despedirte.

         —Tío, déjate de monsergas. ¿Qué tripa se te ha roto? —respondió la aludida con media sonrisa.

         Antonio tuvo que contener su carcajada al ver que la cara del capitán se comenzaba a poner de color rosado pero contuvo su ira y no terminó de explotar.

         —Montenegro me ha dado autoridad para...

         —¡Al grano! ¿No teníamos prisa? —Urgió Ángela, enojada.

         John levantó el dedo índice y con su gesto más serio iba a hablar cuando les interrumpió una voz por el televisor del despacho.

         —Señorita Ángela Dark —apareció el rostro de José Montenegro en el monitor—. Entiendo que no ha tenido una instrucción adecuada, que ha salido de la calle, por así decirlo, pero estamos en un ejército. Mantenga las formas y el respeto a sus oficiales o me veré obligado a expedientarla.

         —Con el debido respeto, señor, no somos más que cuatro mataos y él un suricato canoso —se refería al gesto estirado de John—. ¿Un ejército nosotros? No me haga reír.

         Cuando terminó de decir eso fueron apareciendo Alfonso, Jaime, Lyu, Chemo y Vanessa, por la escalera de servicio.

         —Me alegro de contar con la presencia de todos —Montenegro echó una mirada furtiva a Ángela—. He tenido una reunión con el consejo y nos han dado varias misiones de prioridad crítica. Nos tendremos que dividir por brigadas, me gustaría que forméis parejas porque voy a enviaros en grupos de dos.

         —Yo me pido con Ángela —levantó la mano Chemo con entusiasmo.

         —Qué cabrón —le golpeó en el costado Alfonso, con una risa pícara—. Yo me quedo con Abby entonces.

         —No somos objetos, pringaos —replicó Ángela, molesta—. Yo y Antonio seremos la brigada Alfa, como siempre.

         —Qué novedad, los tortolitos —protestó el joven Chemo, a regañadientes.

        Chemo Rodríguez, contenga sus instintos —reprendió el comandante desde el monitor.

         —¿Me dice a mí? ¿Y a ellos qué? A saber lo que hacen cuando se quedan solos.

         —¡Basta! —Bramó John, dando un manotazo a la mesa de reuniones—. Yo haré grupo con Abby —añadió, con gesto furioso y mirando a Alfonso—. Somos compañeros desde hace más años de los que tú llevas matándote a pajas.

         —Me temo que usted tiene un asunto más serio que atender —desengañó Montenegro.

         —Yo puedo ser tu pareja Vane —se ofreció Lyu.

         —Por supuesto, cuanto más lejos de estos pervertidos, mejor —respondió la mujer de color.

         —Entonces ¿yo puedo hacer equipo con la teniente? —Alfonso puso ojos de niño emocionado.

         Abby le miró con el ceño fruncido.

         —Si ella le acepta no me parece mal, no quiero peleas —respondió Montenegro.

         —¿Cuál es la urgencia que tengo, comandante? —Preguntó John, visiblemente molesto.

         —Tenemos auditoría esta semana. Necesitamos que usted cubra a sus compañeros en la oficina. Tiene que alejar a esos molestos moscardones y evitar que sospechen que vuestros cargos son una tapadera.

         —¿Qué? ¿Habla en serio? —Respondió, furioso. Era evidente que esperaba una misión peligrosa.

         —Es su responsable. Ese trabajo no puede desempeñarlo nadie más.

         —En ese caso la última palabra la tiene Abby y solo quedamos los tres —intervino Jaime—. ¿A quién elige, Teniente? —Jaime le guiñó un ojo, Chemo sonreía como un adolescente que ve a una mujer desnuda por primera vez en su vida y Alfonso se colocó las gafas y se encogió de hombros, esperando su decisión.

         —Me quedo con Fonsito —respondió Abby.

         —¿Cómo? —el aludido se puso rojo como un tomate.

         —No te hagas ideas raras —añadió ella con sequedad.

         —¡Qué dices! Pero si está medio calvo —protestó Chemo—. Y tiene unas gafas que parece Harry Potter. ¡Yo soy más guapo!

         Jaime explotó en una sonora carcajada mientras Alfonso sonreía y le sacaba la lengua, con sorna.

         —No te olvides que es más soso que un bicho palo —arengó Jaime, entre risas.

         —¡Tú sí que eres un... —empezó a defenderse Alfonso, riéndose de las tonterías de sus compañeros.

         —¡Silencio! —Bramó Montenegro por el televisor—. No me saquen de mis casillas, estoy de acuerdo con Ángela, esto cada día parece menos un ejército y más un patio del colegio.

         —Pero tenemos filing —defendió la aludida—. Somos un grupo de colegas.

         —No quiero más molestas interrupciones —respondió seco Montenegro—. Son tres misiones de vital importancia y ninguna puede esperar. La brigada Alfa, es decir, Antonio Jurado y usted, se encargarán de matar a Vladislav Avayev, que no es otro que el ex—consejero de la Organización.

         —¡Que! —Exclamó Antonio.

         —Contarán con todos los juguetes que necesiten. Ese hombre está decidido a lanzar sus bombas nucleares y dejar el planeta hecho un desierto radiactivo y no le importa si Rusia y el mundo entero se transforman en un yermo durante millones de años, ya ha llevado a toda su familia a una residencia con un bunker nuclear y ha convencido al presidente ruso de que haga lo mismo y se prepare para lo peor. Pensamos que podría pulsar el botón rojo en cualquier momento. Es imperativo que caiga antes de una semana, así Putin no se sentirá tan valiente a la hora de destruir el mundo.

         —¿Por qué no matar al presidente? —Repuso Abby.

         —El que mueve los hilos es Vlad. Putin perderá el norte sin él.

         —Creí que Rusia formaba parte del consejo —replicó John.

         —Ya no,  la han expulsado de la organización cuando se empeñaron en que Ucrania debía ser suya, quieren a ese hombre muerto con prioridad máxima.

         —Déjeme esta misión a mí, señor —suplicó el capitán John Masters.

         —Lo siento, pero usted no puede faltar, se lo acabo de explicar.

         —¿Y nosotros qué hacemos? —Preguntó Abby.

         —Tienen otro asunto de prioridad máxima. Se sospecha que la pandemia no ha sido cosa de ningún país. Que la descongelación de los polos está liberando enfermedades que amenazan a la raza humana, y solo a los humanos, lo que nos lleva a pensar que no es simple... Mala suerte. Los expertos del EICFD sospechan que la Antártida tiene mucho más que hielo y quieren enviar a un equipo que investigue no solo si están los virus que sacuden el planeta, sino si es responsabilidad de algún grupo terrorista. La brigada Beta debe desplazarse allí y llegar al fondo del asunto. Me alegro de que se lleve a Alfonso, él domina muy bien el inglés y el francés.

         —Yo también, señor —replicó John.

         —Y yo —bromeó Chemo, moviendo la lengua lascivamente.

         —Por favor, capitán, ya le he dicho su función. No me haga perder más tiempo. Y señor Chemo Rodríguez, cierre la boca, no quiero más tonterías.

         —De acuerdo, señor, haremos lo que podamos —repuso Abby.

 

 

 

 

 

 Continuará

Comentarios: 5
  • #5

    Alfonso (domingo, 01 mayo 2022)

    Me ha tocado misión con Abby. Lo siento por Chemo y Jaime. Tendréis que haceros unas pajas entre vosotros. Jeje
    Supongo que a nosotros nos tocará la misión del diario de Jesús.

  • #4

    Esteban (domingo, 01 mayo 2022 15:46)

    Continuación

  • #3

    Vanessa (sábado, 30 abril 2022 16:40)

    Honestamente no soy lesbiana pero Lyu parece tener buena pinta.
    Estoy intrigada por saber qué misiones tocarán a nuestro grupo.

  • #2

    Jaime (miércoles, 27 abril 2022 23:16)

    La historia comienza a tener sentido. Tal parece que va a ser aún más larga que la de los Impostores. Si Antonio Jurado es quien narra sus aventuras, entonces ¿cómo va a narrar las misiones en las cuáles no participó?
    Pues una de las misiones restantes está claro que se trata del diario de Jesús. En cuanto a la otra, supongo que será la del grupo opositor a la Organización que se había mencionado en los comentarios hacía tiempo.

  • #1

    Tony (martes, 26 abril 2022 23:45)

    Espero que os vaya gustando y atrapando la historia. Ya empiezan a verse los caminos por los que discurrirá, aunque aún faltan dos.
    No olvidéis comentar.