Las crónicas de Pandora

Capítulo 17

 Anteriormente

          El lugar escogido por Don Francisco para esconderse fue un pueblo de Cáceres llamado Cuacos de Yuste, en un monasterio que habían rehabilitado y donde crearon un hotel. Como no podía ser de otra manera, vivía con sus lujos habituales, discretos pero inmensamente caros. Solo tenía dos escoltas en la entrada del hotel y vestían de paisano para no levantar sospechas.

          Al llegar a la recepción Antonio y Ángela pidieron una habitación doble. Los escoltas eran sus contactos por el transmisor y les dijeron que hicieran como si no les conocieran de nada.

          —Esperad instrucciones  —ordenó Esteban, uno de los guardias aprovechando que estaban cerca del mostrador y la recepcionista no había llegado todavía.

          —De acuerdo, nos iremos acomodando —respondió Ángela en un quedo susurro.

          —Don Paco no confía en nadie más que nosotros —añadió Alejandro, el otro guardia—. Debemos asegurarnos de que no lleváis armas.

          Antonio se dio cuenta de que el que hablaba le estaba mirando el culo a su novia y le echó una mirada de advertencia. Alejando sonrió al verse sorprendido, queriendo quitar hierro al asunto. No lograba acostumbrarse a que todos la miraran como si fuera una obra de arte andante.   

          Cuando llegó la chica de recepción les tomó los datos y volvieron a fingir no tener nada que ver con esos dos hombres de la entrada.

 

 

          Se metieron en el ascensor y se abrazaron y se besaron. Fingir que eran compañeros de trabajo era demasiado agotador y en cuanto se aseguraban de que nadie les veía aprovechaban hasta el último segundo. Al sonar la campanilla de llegada se separaron y recolocaron la ropa.

          —No seas impaciente, vamos a estar solos en esa habitación hasta que nos den instrucciones y eso puede ser dentro de un buen rato —Ángela le dedicó una mirada libidinosa.

          —Es difícil no pensar en tocarte con unas perspectivas así —reconoció Antonio, más como una confesión a modo de piropo—. Es una tortura…—Iba a decir que no soportaba que la mirasen todos pero prefirió darle un tono menos posesivo—... Verte a mi lado y no poder tocarte.

          —Dices cosas muy románticas, espero que sepas demostrar cuánto deseas complacerme... En la cama y que recuerdes lo que pasó la última vez.

          Antonio esbozó media sonrisa comprendiendo a qué se refería. A las chicas no les gustaba que lleguen ellos a la meta antes que ellas. Se lo tomaría como un reto.

Las puertas del ascensor se abrieron lentamente. Salieron y usaron la llave que les dieron en recepción.

          —Un hotel de cinco estrellas a gastos pagos. Podría decir que me encanta mi trabajo por estos detalles —comentó Ángela.

          —Si no fuera porque unos enemigos implacables e invisibles están al acecho y podemos morir en cualquier momento —añadió Antonio—. O no... Quién sabe. Deberíamos ponernos los trajes cuanto antes…

          —Tengo la sensación de que nadie nos va a atacar —replicó ella, sonriendo—. Yo creo que es una pantomima.

          —¿Y a Don Paco?

          —A eso me refiero, Antonio. Ese hombre es muy vengativo, no tiene escrúpulos y odia al actual Consejo. Le dieron la espalda hace unos meses, ¿recuerdas?

          —¿A dónde quieres llegar?

          —Sospecho que él maneja los hilos de ese asesino.

          —No hables tan alto, podría haber micrófonos.

         Uy, es cierto... Y cámaras. Pero dudo que las esté usando nuestro protegido, acaba de llegar y no creo que controle este sitio.

          —Al contrario, si fue atacado no habrá querido ir a un sitio que no tenga plenamente controlado.

          Su gesto sonriente cambió repentinamente al de hastío.

          —No seas aguafiestas. Bien pensado… Ese viejo verde nos querrá ver por si hacemos cosas, no sé si me entiendes.

          Dejaron las mochilas de combate junto al recibidor y fueron a ver su habitación de dos camas. Ángela se echó en la que estaba frente a la ventana y con los brazos hacia atrás dejó caer su cabeza sobre sus manos.

          —Esto es vida —musitó.

          —Creo que yo también me echaré un rato —la imitó él, sentándose en su propia cama y quedándose pensativo.

          —Es vergonzoso que cobremos el dineral que cobramos por estar en la cama, a punto de echar el polvo de nuestra vida —sugirió Ángela.

          Antonio no estaba tan seguro de ello, la sensación de estar siendo observado era abrumadora. No solo por cámaras ocultas sino por unos letales asesinos que podían acechar a Don Paco o a ellos (ya les conocían de Rusia).

          —Vergonzoso es que te pillen en la oficina imprimiendo cosas y pase por allí un jefe, les diga a sus subordinados que deberían aprender de mí, que nunca me falta trabajo y siempre estoy ocupado.

          Antonio soltó una risa de culpa, no quería hablar de su relación y fue la primera cosa que le vino a la cabeza.

          —¿Por qué? —Preguntó ella.

          —Porque solo la página de arriba era un documento y el resto dibujos e ilustraciones de videojuegos que me acababa de imprimir para llevar a mis hijos. Qué vergüenza, si lo llega a saber y lo escala a Montenegro, me lía una...

          Ángela puso los ojos en blanco y suspiró.

          —No lo puedes negar, ese eres tú —le miró sonriente—. De otro me costaría creerlo.

          —No te lo hubiera contado si no fuera porque...

          En ese momento sonó la puerta de su habitación y Antonio fue a abrir. Se encontró a Esteban y Alejandro con gestos muy serios.

          —Hora del cacheo —anunció Esteban, con alegría.

          —Adelante —invitó ella de mala gana.

          —Venimos a proteger a Don Francisco, estamos armados, como es obvio —protestó Ángela, tensa—. ¿O creéis que vamos a protegerle sin armas?

          —No podéis llevarlas encima cuando habléis con el señor Paco, quiere veros ahora.

          Ángela abrió su bolso y extrajo una pistola negra. Antonio corrió la cremallera de su mochila y sacó otra igual.

          —Con vuestro permiso...

          Esteban le cacheó buscando incluso en la entrepierna, pasando las manos por sus partes nobles de forma muy ruda. Luego fue a hacer lo mismo a Ángela.

          —¿Tú no ves que llevo ropa ajustada? ¿Dónde iba a esconder armas?

          —Las mujeres tenéis escondites en lugares poco ortodoxos. Necesito palpar todos esos... agujeros —respondió Alejandro, con media sonrisa perversa.

          Buscó entre su pelo, luego bajó por los hombros y pasó sus manos sobre sus pechos, sopesándolos como si quisiera comprobar si eran reales o escondían algo de relleno, luego palpó entre ellos y puso una expresión de disfrute sexual exagerada, como si bromeara por lo que estaba haciendo.

Ella se dejó hasta que sus manos se detuvieron en las partes más sensibles, su vagina. Esteban pretendía meter los dedos dentro, metiéndoselas por dentro de sus leggings. Antonio quiso darle un puñetazo pero Ángela le detuvo con la mirada.

          —No necesitas tocar por dentro, es una tela fina y elástica.

          El vigilante se encogió de hombros y la hizo caso. Palpó sus leggings y Ángela abrió las piernas para que pudiera cachearla sin necesidad de meter la mano dentro. Éste deslizó sus dedos lentamente y se pasearon por todo el surco vaginal, por encima de la tela. Ella temblaba conteniendo un rodillazo en la cara del guardia. Pero después de una ligera presión en su parte más inferior, se apartó negando con la cabeza.

          —Eso me ha dolido —protestó ella.

          —Siento todo esto, son órdenes de Don Paco —se disculpó Esteban—. Normalmente no somos tan expeditivos pero está asustado por tu pasado.

          Miró a Alejandro y asintió.

          —Están limpios —certificó.

          —¿Estás seguro? —Dudó Alejandro—, no has comprobado por detrás. Déjame, lo...

          —Tocadme una vez más y no veréis un nuevo amanecer —musitó Ángela con una sonrisa que escondía una amenaza real.

          —Solo cumplimos órdenes —la ignoró el guardia, sonriendo.

          —Agradece que no es Don Paco mismo quien realiza el cacheo —se enojó Esteban—. Igualmente puede que se lo haga si no dejas cumplir sus órdenes ¿Crees que le basta con nuestro testimonio?

          —No fastidies, hay que ser profesional —protestó Alejandro—, tengo que cachearla yo también, el jefe fue muy claro, que los dos hiciéramos el cacheo.

          Antonio negó con la cabeza sintiéndose afortunado. A él no se lo hicieron por duplicado pero ver cómo disfrutaban por tener que hacérselo a ella le ponía de los nervios.

          Se acercó a Ángela y se dispuso a tocarle el trasero por encima de  los leggings cuando se tuvo que agachar y cayó al suelo dolorido por un rodillazo de la chica en sus partes sensibles. Fue tan rápida que no le dio tiempo a reaccionar y le dejó fuera de combate.

          —He sido bastante clara al respecto —añadió Ángela—. El que me toque otra vez tendrá problemas.

          —Son órdenes del jefe, exigió doble cacheo a la asesina —explicó Esteban, esperando comprensión por su parte—. Debéis entender la situación, acaba de ser víctima de un atentado.

          —Joder... Mi nombre es Ángela, no "la asesina" —se ofendió.

          —No te ofendas guapa —replicó Alejandro, aún dolorido y sentado en el suelo—, cada uno carga con su pasado hasta la tumba y no estamos aquí de vacaciones. Debemos velar por su seguridad y tú, más que nadie, podría esconder secretos mortales en…

          —No me acercaré a él, ni me desnudaré. ¿Cómo iba a sacar un arma letal de ninguna parte sin que lo veáis y me convirtáis en un colador?

          Esteban asintió convencido. Les quedó claro que si volvían a tocarla como antes iban a sufrir las consecuencias.

          —Si Don Paco pregunta, le diré que te hemos cacheado los dos —susurró Alejandro, ya en pie y visiblemente enfadado—. No metáis la pata y no lo neguéis. Pero si intentas algo, te haré tantos agujeros que no podrán cachearte ni con diez dedos.

          Les invitaron a seguirles dejando las armas en un cajón de la entrada del salón. En lugar de tomar el ascensor fueron a las escaleras y bajaron un piso. Ponía "Acceso restringido" y con una llave de la longitud y grosor de un dedo, abrieron el portón de madera de lo que planta pendiente de restaurar del antiguo convento. Desde fuera parecía un lugar ruinoso.

          El interior se veía a medio reformar aunque vieron signos de que alguien vivía allí: La sala principal estaba sin hacer, con ladrillo visto y suelo de hormigón armado sin preparar. Vieron una habitación que sí parecía terminada y desde suposición se podía observar una cama King size sobre la que reposaba una toalla blanca y sedosa, ropa en una silla y una maleta plástica, de color gris. Al acercarse más y ver el interior del dormitorio vieron un escritorio en el que un hombre trabajaba con un portátil y solo podían verle la cara porque estaba inclinado, muy atento en lo que había en ella. Esteban no quiso pasar de la puerta.

          —Traigo al refuerzo, señor.

          —Adelante —aceptó el hombre.

          En cuanto atravesaron el umbral de la puerta Don Paco dejó de mirar la pantalla, cuidando mucho de mantener la bata cubriendo todo su cuello como si tuviera frío. Sin embargo debían estar a veinte grados.

          —Señor, los agentes especiales están aquí —se presentó Esteban.

          Francisco se irguió y bajó la pantalla de su ordenador portátil.

          —Vaya, vaya, Montenegro me sorprende una vez más con sus... Decisiones propias. ¿Los habéis cacheado? Podrían ser los asesinos.

          —Por supuesto, señor, por duplicado, como usted pidió.

          —¿Y a ella? La habéis... Cacheado bien —la miró con recelo y odio.

          —Por supuesto Don Paco. No tiene nada.

          —Venimos a protegerle de... —Antonio quiso explicar qué hacían allí pero fue interrumpido.

          —Nadie le ha pedido que hable —le cortó Don Francisco con sequedad—. Me pregunto si no estaréis aquí para controlarme de cerca o para... Rematarme.

          Al levantarse de la silla dejó de sujetarse la bata dejando deliberadamente a la vista su cuello. Fue entonces cuando vieron su herida. Tenía unas vendas manchadas de sangre que le cruzaban el gaznate.

          —¿Qué le ha pasado? —Preguntó Ángela.

          —Sigo vivo de milagro —Explicó—. Aunque miento... Estuve muerto más de tres horas, gracias a estos hombres y al último invento de ingeniería, puedo contarlo.

          Don Francisco echo una rápida mirada a la extraña maleta metálica que había junto a su cama.

          —¿Cómo pudieron resucitarlo después de tanto tiempo? —Preguntó Antonio.

          —No necesitan más detalles.

          —Montenegro cree que es un error esconderse. Los satélites pueden encontrar a los consejeros... —replicó Antonio.

          —El comandante es un hombre excepcional, como yo, desconfiado, fiel... Pero ha sido un estúpido al enviaros. Al venir, podéis haberlo traído hasta mí, puede que seáis vosotros mismos. Ninguno de los miembros del consejo ignora el hecho de que fuisteis reclutados bajo amenaza de muerte y sois un riesgo potencial para nuestras vidas y secretos. Aún en el caso de que no fuerais culpables, ya tengo a mi guardia personal, ¡no os necesito!

          —Si los asesinos son dos y tienen trajes de invisibilidad de alta frecuencia —explicó Antonio—los matarán sin que se enteren.

          —¿Y tú Antonio Jurado? —Cuestionó, irónico—. ¿Sí puedes verlos? Claro, tú sientes cosas invisibles, no necesitas chismes.

          —No señor, no soy clarividente. He podido contactar con espíritus en algunas ocasiones pero no puedo hacerlo con cualquier entidad invisible. Hemos traído los trajes, aunque no detecta más que siluetas. Necesitamos llevar el equipo completo.

          —Y no veo que lo traigáis puesto.

          —Está en la maleta, nos lo íbamos a poner cuando llegaron sus hombres —replicó Ángela—. La idea es que nos lo pongamos y hagamos guardia nosotros, haciéndonos invisibles. Deje marchar a estos dos, podrían morir innecesariamente.

          —Y qué más —se burló Don Francisco—. Quedarme a solas con vosotros, que podríais ser mis verdugos... Aún en el caso de que no lo seáis, si esos cabrones que me degollaron tienen nuestra tecnología también os verán a vosotros.

          —¿Sospecha de alguien? —Preguntó Antonio.

          —La pregunta correcta es... ¿En quién confío? Estos dos han arriesgado su vida y han hecho lo imposible por salvarme. Puede decirse que confío en ellos, sí. En nadie más.

          La cara de ambos se transformó en la imagen del orgullo y el valor. Miraron al techo y sacaron pecho, encantados por los elogios de su jefe.    

          —¿Entonces sugiere que vigilemos los 4?

          —Imagino que tendré que aceptarlo, pero no les quiero aquí dentro. Estarán en otra habitación. Espero que no tengan compromisos sociales en las próximas dos semanas —respondió Don Paco—. Si tiene a alguien a quien llamar, háganlo ahora.

          Antonio no entendió lo que quiso decir y Don Paco puso la mano esperando algo.

          —Ahora dadme vuestros teléfonos. Tenemos que destruirlos.

          —No puede hacer eso, tengo toda mi información, mis tarjetas de crédito —protestó Antonio.

          —Haberlo dejado en su casa y haber traído efectivo, mientras esté conmigo no puede usar tarjetas. Aunque, no se preocupe, yo me ocupo de los gastos.

          Antonio iba a protestar pero Ángela le puso la mano en el brazo para que la dejara hablar.

          —¿Por qué no nos deja enviarlo por correo a nuestra casa? He visto una oficina de correos en la entrada del pueblo, a estas horas debe estar abierta.

          —No quiero que se marchen de mi lado.

          —Otra opción es... —Iba a replicar Antonio pero Ángela volvió a apretarle el brazo para que la dejara hablar a ella.

          —No necesitamos ir los dos, puedo ir yo o él.

          Pero Don Paco les miraba furibundo.

          —¿Por qué seguimos hablando del tema? ¿Acaso estáis grabando lo que decimos? Solo veo peligros potenciales y actitudes sospechosas, no me gustan, debería ordenar que les maten. No me fio de ustedes —levantó el dedo índice derecho—. Entréguenme sus terminales ahora.

          —No me lo tome a mal, señor —Antonio no estaba conforme—. Acabo de comprarme uno nuevo, ayer por la tarde me lo compré. Me ha costado casi mil euros.

          —En ese caso ¿por qué no me obedece?, no puede contener información tan importante ni fotos de sus mocosos en tan poco tiempo.

          Antonio lo sacó. Era negro, más alargado que el anterior. Don Paco lo miró con curiosidad despectiva durante unos segundos antes de dejarlo caer en el suelo de piedra.

          —Solo es un móvil, ni siquiera es de marca —trató de animarle su compañera—. Tú mismo reventaste el otro hace nada.

          —No creas que me resultó fácil —respondió, resignado.

          Alejandro lo reventó con la bota. Necesitó varios pisotones enérgicos. El aparato era tan duro que tuvo que emplear todas sus fuerzas para lograr crujirlo con el talón de acero. Luego hicieron lo mismo con el de Ángela.

          —¿Por qué te importa tanto? —Inquirió Don Paco, desconfiado.

          —Ya se lo he dicho, justamente lo compré ayer.

          Francisco puso los ojos en blanco, exasperado.

          —Voy a llamar a Montenegro, no puedo aceptar a un cabeza de chorlito sea mi guardia personal —murmuró.     

          —¿Qué? —Antonio miraba horrorizado su móvil destrozado. —Quiero a John Masters. Usted puede marcharse.

          —¿Y yo? —Preguntó Ángela.

          —Quédese. Podría ser útil y al menos me alegrará la vista.

          Les hizo callar con un gesto del dedo, con el teléfono del hotel en la mano.

          —Sí, Montenegro —comenzó a decir Don Paco con el aparato en la oreja—. Le mando de vuelta al señor Jurado.

          Escucharon una réplica.

          —No da la talla. Me ha mandado a un tipo con el cerebro disecado, necesito a uno con pelos en los cojones y la cabeza bien amueblada.

          Otra vez escucharon un murmullo con el tono del comandante.

          —Claro, se lo diré.

          Colgó.

          —Dice que vuelva al trabajo, necesita cubrir el puesto de John en la fábrica de juguete —explicó con desprecio.

          Miró a Ángela, esperando ver su dolor por tener que separarse pero solo vio enfado en su mirada. Todo había sido por su berrinche infantil por el maldito móvil. Le temblaban las manos, sabía que su metedura de pata fue superlativa y suspiró antes de despedirse.

          —Recojo mi maleta y vuelvo a Madrid. ¿Quieres bajar conmigo? —Preguntó a Ángela, esperando tener la oportunidad de despedirse en la intimidad.

          —Quiero hablar con ella, márchese de una vez —ordenó Don Paco.

          Ella se limitó a encogerse de hombros y ni siquiera le miró cuando se marchaba. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba enfadada con él? Lo sabía aunque también pensaba que ella podría entender su frustración y le compadecería.

          Le dio vueltas mientras volvía a su habitación y dedujo que debió pensar que era un idiota, que por sus estúpidos comentarios había arruinado sus dos semanas juntos y sin niños.

          Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y cambiar las cosas. Habría dejado que pisara el teléfono sin rechistar.

 

 

 

          Entró en su habitación con el corazón aplastado por la angustia de haber hecho algo irreparable. Iba a pasar dos semanas sin verla y ella estaría arriesgando su vida ante enemigos formidables e invisibles sin que él pudiera protegerla.

          Cogió su maleta, aún sin abrir y abrió la puerta dispuesto a irse. Entonces en cuanto asomó fuera, algo se le clavó en el estómago. Vio cómo brotaba sangre por un objeto invisible que le atravesaba en el costado izquierdo a la altura del corazón. Tenía forma de hoja metálica invisible, como una espada. El agresor la sacó de su pecho delante de sus ojos y la sacudió contra el suelo, salpicándolo con su propia sangre. Del hueco de su camiseta brotó una cascada roja intermitente e imparable.

          —Maldita sea... ¿Cómo me he descuidado...

          Dicho eso cayó. No podía moverse pero vio cómo la sangre iba llenando el suelo en el que yacía hasta llegar a su boca, empapar sus labios y lengua. Estaba fría y sabía a hierro y sal. Le dolía el pómulo derecho, con el que se golpeó contra el suelo. Después, se dio cuenta de que se elevaba y pudo ver su propio cuerpo, inerte en su habitación de hotel. Ya no le dolía nada, no pesaba, no respiraba.

 Continuará

 

Comentarios: 6
  • #6

    Chemo (lunes, 12 septiembre 2022 14:41)

    Tal parece que ya comienza la acción. Yo creo que los asesinos son parte del clan de Rodrigo y Samantha.

  • #5

    Alfonso (sábado, 10 septiembre 2022 22:38)

    No me imagino cómo se sobrevivirá Antonio Jurado de ésta, pero es obvio que saldrá con vida.

  • #4

    Jaime (sábado, 10 septiembre 2022 04:02)

    Todo parece indicar que Antonio ha muerto pero como él es el protagonista de la historia seguramente algo ocurrirá que evitará su muerte.
    Y por lo visto no creo que al pobre de Alejandro le toque algo.

  • #3

    Tony (viernes, 09 septiembre 2022 07:17)

    La siguiente parte seguirá siendo de Ángela y Antonio ya que la cosa se quedó a medias, pero ya eran 11 páginas y había que partirlo.
    Alejandro y Esteban volverán a salir aunque no prometo nada respecto a tener su ración de sexo.

  • #2

    Alejandro (jueves, 08 septiembre 2022 05:28)

    Nada más esperar a quedarme solo con Ángela. Jajaja

  • #1

    Tony (miércoles, 07 septiembre 2022 01:15)

    Bienvenidos a un nuevo año escolar, espero vuestros comentarios.