El vórtice

9ª parte

Durante dos horas estuvieron peinando los aledaños del bosque más cercanos de la fábrica. Ángela se alejó un poco más buscando alguna rama que pudiera servir de arco de repuesto o para darle a Heather. Creía que era una locura resguardarse sin tener ningún tipo de arma en un lugar como el Vórtice.

            Transcurrido ese tiempo llevaron muchas ramitas, aunque también llenaron sus camisetas de piñas, y troncos gordos, lo que obviamente no le servía para nada.

            -Hemos aprovechado a coger algo de leña -explicó Lisa, al ver que Ángela trataba de entender por qué cogieron eso-. Ya casi no quedan cajas de madera que quemar y, por las noches, arrecia el frío.

            -Bien pensado -aceptó, apartando lo que no le servía y amontonándolo a su izquierda.

            Después de un buen rato seleccionando el material con el machete arregló las ramas útiles y cortó los trozos sobrantes dejando todas con la misma medida. Si no eran totalmente rectas las dejaba a un lado por si no le quedaba más remedio que usarlas. En total contabilizó treinta flechas perfectas, sesenta defectuosas y bastante leña para calentarse por las noches.

            -Si no os importa, cuando me vaya, ¿podéis ir a buscar más? Pero que sean como estas -señaló las buenas-. No sé si esas otras valen, dejadme probar...

            Cogió una de las que tenían una leve curvatura y la afiló con su machete. Cogió su arco, puso la flecha, lo tensó y apuntó a un cajón de madera del fondo de la sala. El arco crujió al soltar la cuerda pero la flecha dio en el techo y rebotó por las paredes.

            -Probaré una de las buenas -explicó mientras ponía una de las treinta en la cuerda y volvía a tensar el arco.

            Apuntó de nuevo y soltó. La flecha salió disparada a toda velocidad y se incrustó entre dos tablas de la caja.

            -¿Lo veis? Quiero de estas. Y si podéis amarrar tornillos en sus puntas, bien centrados, genial. Eso hará más daño.

            -¿Cómo? -Preguntó Mark, fascinado por su reciente disparo.

            -Mira, voy a coger este que tenéis por aquí tirado. Está oxidado, mejor, más infección. Podré herir a un hombre de gravedad y así entretengo a ese y otros por llevárselo a que lo curen.

            Cogió el tornillo, de dos centímetros de largo y tres milímetros de ancho, y lo puso en un extremo de la flecha. Con la cuerda lo sujetó firmemente con un par de vueltas y un nudo doble.

            -¡Qué fácil! -Replicó, entusiasmado Mark.

            -Toma, ponle tú a esas, yo cogeré tornillos del suelo. Está claro que os sobran.

            -Los quitamos de las cajas y los tiramos al suelo -explicó Lisa-. Si se acaban esos, en los cajones de víveres tienes cientos más.

            -Estupendo -sonrió-. De momento necesito unos treinta, y ya creo que he cogido suficientes.

 

 

            Cuando tenía el montón de flechas las metió en la mochila que le proporcionó Heather. Se la colgó al hombro y con las asas de tela hizo un nudo alrededor de las flechas y pudiera deslizarlas para cogerlas desde arriba.

            -Estoy lista.

            -Se hace de noche -indicó Lisa, sonriendo-. Mejor cenamos y descansamos, ha sido un día muy duro.

            -¿Ya? -Ángela estaba confusa, el día había volado.

            -Es que el tiempo es así, si te aburres pasa despacio pero como estés entretenida vuela.

            Lo cierto era que estaba agotada. Había hecho bastantes cosas y al no tener ni para comer no sintió que pasara el medio día. Abrió su mochila, sacó una lata de sardinas y otra de mejillones.

            -¿Soléis almorzar así mismo u os juntáis para cenar? -Le dio vergüenza comenzar a devorarlas, a pesar del hambre.

            -Come tranquila, aquí cada uno coge algo cuando le da la gana -respondió Lisa.

            -Yo tengo hambre -Canturreó Heather.

            -Y yo -coreó Mark.

            -Vaya, se nota que hoy os habéis movido. No sabes lo que me cuesta hacer comer a estos dos pájaros -comentó Lisa, meneando la cabeza.

            Se sentaron junto a ella, Mark, parecía nervioso y se puso al otro lado de la sala. Lisa hizo los honores y fue a buscar latas y tenedores para todos.

            -¿De dónde eres? -Le preguntó Heather.

            -De Madrid, España. ¿Y vosotros?

            -Vivimos en Phoenix, Estados Unidos -respondió la muchacha-. He conocido a varios españoles y no aprenden nuestro idioma ni viviendo allí más de cinco años. Tú hablas fenomenal inglés.

            -¿Yo? No tengo ni zorra -respondió, riéndose.

            Se la quedaron mirando extrañados y Ángela dejó de comer mejillones, asustada, por si vieron algo fuera de lo común.

            Al mirar detrás de ella y no ver nada les volvió a mirar.

            -¿Habéis visto un fantasma?

            -¿Nos tomas el pelo? Pero si lo estás hablando a la perfección -musitó Heather.

            -¿En serio? -Preguntó, extrañada.

            Si no se creían que eso fuera un pedrusco en el espacio cómo iba a lograr que creyeran que Alastor, con sus poderes mágicos, les había confundido con el idioma a todos en el Vórtice, incluidos ellos. La mirarían como una loca y no la harían más caso.

            -Claro... Que os tomaba el pelo -esbozó media sonrisa-. Creí que era obvio. Yo es que soy así, me gusta bacilar a todo el mundo.

            Y volvió a recordar que Alastor debía ser consciente de su posición. ¿Por qué no estaban rodeados? Puede que no le importara que siguiera viva, quizás temiera que fuera capaz de librarse de los soldados que enviara contra ella... Aunque siendo realista, ese viejo estaba tan encerrado como todos en ese pedrusco. Y recordó lo que decía el refrán: "Cuando el Diablo se aburre, mata moscas con el rabo".

            «Cuando quieras ver lo piensa el enemigo, imagina que tú lo eres y acertarás» -recordó ese viejo consejo de su mentor y amante, Frank.

            Era más que probable que esa misma noche, en cuanto se quedaran dormidos, aparecieran desde las sombras y les capturaran a todos. Si no habían aparecido todavía era porque la estaban viendo armada con su arco. Y no la querían muerta, a ninguno de ellos. Aunque le tenían un miedo atroz a la noche, no se atreverían a estar fuera a esas horas. De modo que solo había dos opciones: Alastor no sabía dónde estaba, o bien atacaría al día siguiente.

            No, existía una tercera opción: Los soldados ya estaban dentro de la central, esperando a que se durmieran para atacar.

            -¿Qué miras? -Preguntó Heather al verla escudriñar la puerta de la sala que daba a la fábrica.

            Pinchó de una sola vez todos los mejillones que le quedaban en la lata y se los metió en la boca. Los masticó rápidamente y los tragó antes de contestar.

            -Quiero echar un vistazo por ahí. No os mováis.

            Cogió su arco con su carcaj casero y abrió la puerta.

            -No es una buena idea -replicó Lisa.

            -¿Los monstruos suelen entrar en la fábrica?

            -No, es que hace un frío espantoso fuera de esta sala. La hoguera nos mantiene calientes.

            -¿Bromeas? La ventana está abierta del todo.

            -Lo sé, pero ya lo notarás. Cada metro que te alejes de esta sala, vas a notar más frío. Deberías llevarte una linterna, toma. Por cierto, ¿qué esperas encontrar?

            -Sinceramente, espero no encontrar nada -sonrió-. Pero no podré dormir tranquila mientras no me asegure de que no hay nadie más en el edificio.

            -Si hubiera alguien más ya lo sabríamos, ¿no crees? Llevamos aquí dos meses.

            Lisa parecía muy insistente con que no se fuera. Ángela tuvo que rehacer todas sus suposiciones en su mente y se imaginó una posibilidad sobre lo que estaba pasando. Los hombres del campamento sabían perfectamente que estaban allí. De hecho, algunos dormían en la central y tenía orden de atraparla a ella sola apenas cerrara los ojos. Lisa insistía en que se quedara para que fuera más sencillo atraparla.

            Solo era una teoría. ¿Pero cómo se explicaba que Alastor no hubiera intervenido aún, cuando sabía dónde estaba escondida?

            -Pensándolo bien... -Comenzó a temblar, al considerar esa posibilidad-. Creo que me quedaré a descansar -mintió. Solo quería ver la reacción de sus nuevos amigos.

            -¿Lo veis niños? A veces alguien obedece a vuestra madre porque se supone que sé lo que digo -sonrió la mujer.

            Lisa cogió unas mantas de una caja y le dio una a cada uno de sus hijos. Luego sacó otra y se la entregó a ella.

            -Puedes dormir tranquila, mujer. Aquí estás segura -musitó con una sonrisa maternal.

            -Gracias -aceptó la manta tratando de contener los temblores de su mano.

            -¿Te pasa algo? -Preguntó Heather -. Te noto nerviosa.

            «Sí, que sé que me estáis traicionando pero no puedo estar segura al cien por cien. Temo cerrar los ojos y encontrarme atada de nuevo y no poder hacer nada para escapar, a punto de morir a manos de esos maníacos tras insoportables vejaciones...» -pensó, apretando los labios.

            -No, estoy bien -mintió.

            -Cualquiera diría que la que ha visto un fantasma eres tú -replicó la chica, sonriente.

            -¿Dónde dormís? -Preguntó, tratando de suavizar la situación-. ¿Tenéis algún colchón, catre...?

            -Esta sala es segura. Nos echamos en el suelo, sobre los cartones de allí. Al menos no nos faltan mantas -respondió Lisa.

            -Y de almohada usamos sus piernas -añadió Mark.

            -Hay más cajas en esa esquina -abundó Heather.

            Ángela negó con la cabeza, se puso en pie, se colgó el arco al hombro, agarró la bolsa de flechas, la manta y se acercó a la ventana con cierto temor.

            -No, yo no puedo quedarme. Lo siento.

            Saltó por encima del marco y corrió hacia la nave central de la fábrica.

            -Pero al menos ponte algo encima, vas a coger una pulmonía con ese bikini... Bueno -se interrumpió Lisa--. Qué prisa llevaba.

            -¿Ha sido por lo que he dicho? -se preguntó Mark.

            -Creo que al llegar a esta isla le ha pasado algo que no ha querido contarnos -repuso Heather-. No se fía de nadie. ¿Qué pudieron hacerle esos hombres?

            -Querrían matarla, no sé, hija -respondió su madre.

            -¿Le harían ellos esa cicatriz tan fea de su hombro? -Preguntó en chico.

            -No digas tonterías, hasta ha tenido tiempo de hacerse un tatuaje encima -replicó Heather.

            -Ah, yo pensé que se había manchado con ceniza. Como parece una quemadura... ¿Por qué les teme tanto? Tengo un manga japonés donde le cortan los tendones a uno de los personajes principales para que no pueda moverse y podría ser que la amenazaran con algo así -cotorreó Mark.

            -No digas tonterías -replicó Heather.

 

 

 

            No se quedó a escuchar más. Aparentemente no eran cómplices de nada, se había escondido en una esquina cercana para que creyeran que no podía oírlos. Al quedarse en silencio decidió alejarse de ellos y que nadie pudiera encontrarla entre tantos edificios de aquella central abandonada. Siendo lo que era, podía estar emitiendo radiactividad a lo bestia y en tal caso moriría en cuestión de días por sus efectos mortales. Pero saber que esos tres vivían allí hace dos meses la tranquilizó. Al igual que no podía haber instrumentos electrónicos funcionando allí, quizás no existía la radiactividad. Pero tampoco tenía forma de saber tales cosas.

            -Tengo que dormir, ya no pienso con lógica, estoy agotada.

            No se atrevió a entrar en los edificios. Bajo unas escaleras que encontró entre dos bloques rectangulares vio un hueco oscuro y después de tantear con la mano supo que estaría segura dentro. En un ángulo de cuarenta y cinco grados subían los escalones, pegados al edificio y debajo solo había alguna hierba seca. Entraba perfectamente bajo los dos primeros escalones donde sería totalmente invisible incluso a la luz de día. Si alguien se acercaba al edificio de sus amigos, lo vería y no sería vista, que era lo único que le importaba.

            En cuanto se tumbó, se acordó de que le habían dado un cuaderno y bolígrafos. Se cubrió con la manta la cabeza hasta la cintura y encendió la linterna. Suspiró y se puso a escribir sus aventuras y desventuras en aquel horrible pedrusco del espacio. Decidió hacerlo diferente a su diario, en tercera persona. No se atrevía a mirarse a sí misma ante el espejo de la tremenda deshonra que había soportado. Debía escribir como si ella fuera una tercera persona.

            Anotó cada detalle, desde su llegada hasta el momento en que fue a dormir bajo esa escalera. Después apagó la linterna, se cubrió el cuerpo con la manta y se descubrió los ojos y la nariz para poder observar aquella plaza en cuanto los abriera.

            Estaba mucho más cansada de lo que imaginaba y al cerrar los ojos se quedó completamente dormida.

 

 

 

            Se despertó con los primeros rayos del Sol entrando por el hueco entre edificios. Al subir los párpados se dio cuenta de que era un resplandor sin origen cierto pues el cielo era una continua nube de color gris verdoso.

            Había dormido con el arco pegado a su mejilla y al despertar le dolió despegarlo. Se arrastró por debajo de los escalones y se asomó al edificio de al lado, buscando a la familia.

            Tal y como le dijeron, estaban acurrucados en la esquina del fondo, envueltos en mantas y respirando con fuerza.

           

 

            Arco al hombro, con las flechas saltando en su espalda al ritmo de sus brincos, salió al bosque a explorar. Decidió que necesitaba tener un mapa mental de todo el Vórtice y para ello necesitaría subir a la montaña más alta. Con las fuerzas totalmente restablecidas, sus heridas desinfectadas y sin molestias en las piernas, corrió por el valle en dirección al gran picacho que coronaba la central nuclear. Supondría alejarse del lago y de los peligros ya conocidos pero también era la zona más desconocida.

            Aún tenía que resolver la incógnita de qué eran esas criaturas con el rostro quemado, ignoraba si serían inmortales, si siempre estuvieron ahí o simplemente se trataba de supervivientes dañados o condenados a una vida zombi. Pero sobre todo, necesitaba saber dónde se escondían durante el día. Debían utilizar sombras naturales como cuevas. Lo único que todo el mundo sabía era que habitaban los bosques por las noches y no de dónde salían. No se les podía matar, eran como fantasmas, ella misma vio cómo Juan les cortaba brazos y piernas y los pedazos arrancados se vaporizaban y reaparecían en su lugar original. Era imposible, desde el punto de vista científico, explicar tal comportamiento.

            La batalla era a tres bandas, ella contra todas las demás. ¿Cómo podría confiar de nuevo en nadie? Cualquier sombra de sospecha de que alguien pudiera devolverla a los desalmados del campamento rompía el muro de su seguridad.

            A medida que ascendía la pendiente, saltando por las rocas, esquivando espinos y grietas de gran altura, siguió su ascenso poniendo al límite las fuerzas de sus piernas, que ardían con un fuego que extrañaba, de cuando salía a entrenar en las calles de Madrid su parkour. En esa ladera el aire que respiraba entraba como fuego, ya que era más puro, pero también notaba que el oxígeno era más escaso pues se agotaba mucho más rápido.

            Tuvo que detenerse a mitad del ascenso y aprovechó una roca de granito para sentarse y respirar. Sus pies temblaban, sus muslos ardían, sus pulmones buscaban aire desesperadamente en cada inhalación. Sudaba por todos sus poros y el pelo se le pegaba en la cara y tuvo que apartárselo.

            Levantó la cabeza y vio la central abajo. Le sorprendió verla tan cerca y tan grande. Había al menos veinte edificaciones, aparte de la bóveda central. Más abajo distinguió el precioso el lago, brillando con un color esmeralda apetitoso que invitaba a ir a bañarse. Y más con el calor que estaba pasando. La humedad y la falta de aire la tenían jadeando.

            Miró hacia arriba y se preguntó qué beneficio sacaría del titánico esfuerzo de llegar a la cima. No había mucho más que ver, en la parte derecha solo vio bosques y espesura entre montañas escarpadas. Y luego abruptamente se cortaban en un desfiladero que mostraba una bruma anaranjada tras la cual se veían las estrellas.

            -No ganaré esta guerra agotándome inútilmente subiendo la montaña -siseó.

            Entonces, mirando el valle de forma casual vio algo que le heló la sangre. Cientos de hombres armados con palos y antorchas, peinaban el vórtice desde la playa hasta las montañas. Se divisaban como una línea irregular avanzando implacable hacia ella y sus nuevos amigos.

            -¡No saben dónde estoy! -Exclamó, asombrada-. Mierda, tengo que salvarlos.

            Se levantó y comenzó el descenso con las rodillas temblorosas por el cansancio. Usó el arco a modo de bastón para los saltos más difíciles. No había un segundo que perder. Mientras sus pies volaban sobre el suelo se sintió genial pues se sentía en plena forma. Además hacer esos saltos con ayuda de su arco era como tener una tercera pierna y lograba saltar abismos que de otro modo no lograría sortear.

            -¿Cómo es que Alastor no sabe dónde estoy?... ¿No será que al no estar con ellos no lo sabe?

            Aquella idea la frenó en seco. En cualquier caso, si los encontraban no sufrirían mejor suerte que ella, que Alastor supiera de su existencia no significaba que lo compartiera con esos desalmados.

            -Es el momento de probar mi nueva arma -decidió.

            Su ventaja era saber exactamente lo que estaba haciendo el enemigo. Esa y que ellos ignoraban dónde se encontraba ella. Seguramente ni siquiera imaginaban que podía matarlos desde treinta metros de distancia. Aunque debía andar con cuidado, ellos también tenían arcos, y mucho mejores que el suyo.

            En lugar de dirigirse a la central nuclear, encaminó su descenso hacia el valle, al corazón del bosque, directa a la línea frontal enemiga. Si lograba camuflarse entre las sombras de la vegetación podría conseguir bajas enemigas y con suerte despertar el terror en ellos. Ni siquiera podrían imaginar de dónde venía la muerte.

            Cuando llegó al rio estaba bañada en sudor y pensó que sería fácil olerla en la distancia, ella misma notaba el hedor de su cuerpo. Dejó el arco a un lado del rio, se quitó las zapatillas y se sumergió en una zona que le cubría donde se tumbó sumergiéndose de pies a cabeza. El agua bajaba muy fría pero le sirvió para refrescar sus músculos, sus ideas y de paso devolverle parte de las energías gastadas. Llenó su estómago de agua fresca y se incorporó como nueva.

            Al salir del rio recogió su arco y se sacudió rápidamente para no dejar rastros de agua. Por suerte su ropa se secaría pronto porque solo llevaba sus leggings y su top negro de bikini que apenas retuvo líquido.

            Una vez se calzó de nuevo buscó algún árbol donde encaramarse y esperar a sus enemigos, resguardada bajo su sombra. Había muchos pero ninguno lo suficientemente grueso. Después de examinar el entorno vio un hueco tras una raíz que hacía un puente de medio metro de alto sobre el suelo. Allí sería perfecto. Desde ahí podría verlos  y disparar sin ser vista.

            -Si traen antorchas es porque no piensan regresar aunque se haga de noche. Esos cabrones han venido a por todas -susurró.

            No tuvo que esperar demasiado hasta que vio a los primeros hombres llegar. No era una sola hilera, venían en tres frentes, los de más adelante llevaban los arcos, y los últimos portaban las antorchas, como si quisieran asustarla para que fuera retrocediendo hasta donde ellos querían, la central. No podía dejar que la arrinconaran entre todos. Debía romper sus filas.

            Puso una flecha en la cuerda de su arco. Estaban a cincuenta metros, caminaban despacio y serían blancos sencillos, pero no creía que sus flechas les hicieran daño a tanta distancia. Respiró hondo para calmar los nervios y cerró los ojos.

            «Cómo me gustaría que ahora estuvieras a mi lado, Génesis. Con tu poder del fuego haría pagar a cada uno de esos bastardos sus pecados como si estuvieran en el mismo infierno» -pensó.

            No hubo respuesta pero sintió que su interior se llenaba de su energía con solo recordar lo que ocurrió al tenerla dentro. Aunque no estaba allí, esa desgraciada se esfumó cuando fue succionada por el Vórtice. La dejó sola a su suerte. A pesar de todo, sabía que en la Tierra tenía suficiente poder como para escucharla desde cualquier parte. Se preguntó si podría oírla ahora.

            Avanzaban muy deprisa, estaba claro que no les había gustado perder su dosis de sexo inesperadamente. Pues ella les quitaría las ganas.

            Tensó su arco y calculó la distancia. Ahí dentro del bosque no corría el aire pero no sabía cómo disparaba su arma, ni qué altura tenía que medir, ni cuánto se desviaría el proyectil. No eran flechas totalmente rectas y no sería fácil domarlas.

            Apuntó a un enemigo y elevó el arco unos vente grados. Soltó la flecha y silbó taladrando el viento con el tornillo oxidado por delante. Se terminó clavando a dos metros de distancia del objetivo, entre las hojas. El objetivo ni se enteró.

            -Mejor así, ya sé cuánto se desvía.

            Volvió a repetir el disparo, esta vez corrigió la inclinación del arco elevándolo levemente para acortar esa distancia y soltó el proyectil. Voló silencioso por los aires, aparentemente muy desviado por encima de la cabeza del objetivo, pero la gravedad hizo un trabajo impecable y le flecha le atravesó la garganta.

            -Toma -festejó.

            Al asomarse por el hueco vio que dos hombres más se abalanzaban sobre él y se ponían en alerta al certificar su muerte instantánea.

            -Os toca -susurró.

            Apuntó de nuevo y disparó más o menos con el mismo ángulo. Lo más gratificante de disparar con arco era que no necesitaba exponerse a la vista de nadie. Soltó la flecha la vio volar en parábola hacia sus objetivos. Sopló una ráfaga de aire y la desvió a la izquierda, clavándose en un tronco cercano. Vio que uno de los enemigos arrancaba la flecha y la examinaba. Luego señaló directamente hacia ella.

            -Mierda.

            Unos cuantos de los que tenía cerca corrieron en su dirección y se dio cuenta de que no le quedaban flechas suficientes para detenerlos a todos. Necesitaba asustarlos o la cogerían.     

            -A los huevos -pensó.

            Seleccionó un objetivo por debajo de la raíz y calculó de nuevo el ángulo. Luego, antes de soltar la flecha le restó unos pocos grados de inclinación y disparó. El proyectil voló con más intención que puntería y ni siquiera rozó al objetivo.

            Se acercaban, estaban a veinte metros...

            Volvió a disparar varias veces con inclinaciones similares. Las flechas se desviaban, llegaban demasiado flojas o se quedaban cortas.

            -Diez metros -pensó, llevada por el pánico.

            No tenía sentido disparar las pocas flechas que le quedaban, debía salir del agujero y esconderse, pero dónde...

 

 

 

Comentarios: 7
  • #7

    Jaime (domingo, 12 abril 2020 05:42)

    Ahora sí está difícil que escape Ángela de sus perseguidores. Pero creo que ya todos sabemos que la va a librar de alguna forma. Aunque no me imagino como, de no ser porque interceda Génesis por ella.

  • #6

    Chemo (viernes, 10 abril 2020 21:15)

    Ya llevo un mes encerrado y me siento frustrado. Y no es divertido ligar por internet. De las únicas cosas que me entretienen son las historias de Tony.
    Es posible que los monstruos sean zombis infectados de Coronavirus y, al escapar Ángela, liberó la infección a la Tierra. Y ella misma sea la que se ha dedicado a infectar medio mundo cuando tuvo oportunidad de escapar a China.

  • #5

    Lyubasha (viernes, 10 abril 2020 16:07)

    La historia se ha quedado en la mejor parte.
    Lo único que se me ocurre para que Ángela logre salir de esa es que durante el día los seres que salen por la noche vivan en zonas en sombras y que ataquen a los hombres que la están buscando (tal vez por eso llevan antorchas).

  • #4

    Alfonso (viernes, 10 abril 2020 03:51)

    Ángela ha tenido mucha suerte para escapar varias veces de los hombres de la isla. No quiero parecer cizañoso, pero tanto va el cántaro al agua... Esta vez no se ve que tenga escapatoria, de no ser porque alguien la ayude y logre distraer a todo un ejército de violadores.
    En fin, yo tengo cierta experiencia con el arco, así que podría aprecer en la historia para ayudar a Ángela y de paso recibir mi recompensa. Jajaja

  • #3

    Tony (jueves, 09 abril 2020 23:57)

    No creí que fuera tan fácil de adivinar el manga. Efectivamente Yenny, ha acertado.
    Me alegro de aportar algo de diversion a vuestro encierro. Intentaré publicar lo más puntual posible. Esta vez me he restrasado un día más de lo previsto porque simplemente me moría de sueño el martes y no podía quedarme a subir lo que ya estaba escrito.
    Ya tengo casi terminada la siguiente parte, cuando arranco una hora o dos para escribir me cunde bastante. A veces demasiado. Si me pongo a la una de la mañana podrían darme las cuatro o cinco antes de ser capaz de soltar el teclado. Y lo peor es que me quita el sueño y luego tardo una hora o dos en dormir.
    En fin lo hago por gusto, también por vosotros... Ya ni me planteo el éxito o las ventas.


  • #2

    Yenny (jueves, 09 abril 2020 22:34)

    Hace un mes que estoy encerrada y tus historias me animan un poco el día.
    Creo que el manga al que se refieren es Bersek, no niego que me gustaría una venganza de Ángela a ese estilo.
    No es justo que mos dejes con la intriga de lo que pasará, aunque creo que va a escapar talvez la ayude Heather o Génesis le de algo de su poder.

  • #1

    Tony (jueves, 09 abril 2020 03:15)

    Déjate de reenviar noticias catastrofistas sobre el coronavirus y recomienda estos relatos. No salvaremos el mundo pero seguro que desconectamos todos un rato.

    No olvidéis comentar.