La chica de las sombras

11ª parte

            Escuchó cómo se alejaban los pasos hasta que los perdía en la lejanía. Efrén empezaba a tiritar de frío y temía que otra de esas sombras se le acercara. Vio la linterna arriba, en el borde de la piscina y deseó haberle pedido a Isabel que se la tirara antes de irse. Pero cuando miró al fondo del agua oscura y vio los cuerpos hundidos, pensó que quizás fuera mejor así. No quería saber a quién estaba pisando. Entonces se le ocurrió algo. Era una idea bastante desagradable  pero si Isabel tardaba en volver, o no pensaba hacerlo, era la única forma de salir de allí. Tenía que apilar los cuerpos bajo la escalera. Cuando consiguiera una pila grande de cuerpos, llegaría a la escalera sin problemas. Solo necesitaba medio metro de altura adicional.

            Tragó saliva y decidió que eso era mejor que estar esperando y además entraría en calor. Ya había un cuerpo allí cerca, la sombra que mató Isabel como un carnicero que troncha filetes a diario. Tendría que mover a uno menos. Se alejó un poco y tocó otro cuerpo con el pie. Se agachó y lo agarró tratando de no meter la cabeza en esa agua asquerosa. Lo arrastró y lo puso encima del que ya había. Uno tras otro fue arrastrándolos hasta que tuvo que hacer esfuerzo adicional para sacarlos del agua ya que ésta no le ayudaba.

            - ¿Por qué no me dejó intentarlo? - protestaba, mientras hacía ese asqueroso trabajo -. Está bien, era una cuerda muy fina, pero demonios, si se rompe ya compraremos otra… No entiendo a esta chica…

            Cuando la pila era tan grande que depositaba cuerpos fuera del agua, trepó sobre los cadáveres putrefactos, sin apenas ver dónde pisaba (la linterna cada vez alumbraba menos). Se subió al de arriba, agarrándose a sus ropas para no resbalar, y alcanzó la escalera. Luego se impulsó y subió lo justo para alcanzar el escalón siguiente con la otra mano. Apoyando los pies en la pared y flexionando los brazos logró subir otro escalón y luego otro hasta que puso un pie y con su ayuda subió el otro. Suspiró, al saberse a salvo y terminó de salir de la piscina. Chorreaba ese líquido asqueroso, mezcla de agua estancada y líquidos de cuerpos en descomposición. Se quitó la chaqueta y la dejó allí. Aún estaba empapado pero prefería quedarse sin chaqueta, estaba más cómodo y se sentía mucho más ligero y se quitaría parte de esa peste de encima.

            - Está claro que no puedo fiarme ni de mi sombra - bromeó.

            Cogió su linterna y añadió.

            - Intenta subir, que te espero aquí mientras tanto... - cambió la cara y chasqueó la lengua -. Mujeres... a saber dónde se ha metido ahora.

            Agitó la linterna como si así pudiera conseguir arreglar las pilas y lo único que consiguió fue quedarse a oscuras porque se apagó del todo. Volvió a agitarla y se volvió a encender, pero seguía alumbrando muy poco.

            - Genial, nunca las uso y cuando las necesito tienen gastadas las pilas. Qué porquería de linternas...

            Salió malhumorado de la piscina y vio a Isabel bajando por las escaleras.

            - Ya he salido, no te preocupes - exclamó, burlón, para que no bajara corriendo.

            Se encontraron pero ella no tenía ninguna cuerda, ni cortinas ni nada en la mano, salvo el otro extremo de la correa de Thai.

            - ¿Cómo pretendías sacarme? - le regañó él.

            - No encontré nada, está todo quemado - replicó ella -. Menos mal que has salido, iba a pedirte las llaves del coche para ver si allí había algo.

            - No hay nada en el coche... - Efrén frunció el ceño -. ¿Las llaves? ¿Puedo fiarme tanto de ti como para hacer algo así? Me dejaste tirado, pudiste usar la correa de Thai pero decidiste que era mejor dejarme allí tirado sin darme la oportunidad de intentarlo…

            - ¡Basta!, ¡Basta! - cortó ella, enojada -. Has logrado subir, me alegro mucho, ¿qué importa lo que podía haber pasado? Vamos, he visto algo muy interesante arriba, en el desván.

            - ¿No quieres saber cómo subí?

            - Ya me lo contarás, ahora hay cosas que hacer.

            - ¿Has subido al desván?

            - Hay una especie de capilla con los mismos símbolos que ahí abajo. ¿Puedes sacar más fotos?

            - ¿Fotos? ¡Oh no! - se asustó.

            Se llevó la mano al bolsillo y sacó su reluciente móvil del bolsillo del pantalón. Lo encendió y suspiró al comprobar que el agua no lo había dañado.

            - ¡Buf!

            Efrén parecía que había salvado la vida al ver que su móvil aún funcionaba.

            - Debió salirte caro - especuló ella, con el ceño fruncido.

            - Más de cuatrocientas libras - replicó él.

            - Vamos, al menos serán unas libras bien gastadas si saca tan buenas fotos como dices. Además si las linternas se agotan dará bastante luz.

            - ¿No has acabado ya con tus sombras? - dijo Efrén, enojado-. Larguémonos de aquí.

            - ¿Crees que eso es todo? - preguntó ella -. Hemos terminado con dos, pero cuando era niña vi grupos de sombras. Algunas eran de niños. Aquí pasa algo que todavía no entendemos y mientras no resolvamos el enigma, las sombras me perseguirán toda la vida.

            - Está bien, sacaré más fotos - admitió él, con tal de salir cuanto antes.

            Subieron las escaleras y estas crujieron a su paso. Eran de madera y el incendio las había dañado bastante, aunque se mantenían firmes. Alcanzaron el pasillo y se encontraron con las armaduras negras caídas en el suelo. Las habitaciones emitían ruidos fantasmales pero al alumbrar en su interior no se veían objetos que no estuvieran quemados y, por suerte, tampoco vieron sombras sin dueño.

            Cuando llegaron al fondo distinguieron la puerta que daba a las escaleras de caracol.

            Subieron hasta la buhardilla, que era tan grande como para albergar a cien personas, e Isabel iluminó los símbolos de las columnas con las linternas para que él los fotografiara todos.

            - Sácalas bien.

            - ¿Y para qué queremos estos símbolos? - preguntó -. Nadie conoce su significado hace cientos de años.

            - No puedo irme sin recoger todas las pistas que pueda.

            Efrén obedeció y sacó todas las fotos de las columnas, ordenadamente. Quería marcharse cuanto antes. Si esa casa estaba llena de sombras, podían estar por todas partes. O quizás, ahora que habían matado a dos, les temían.

            Cuando estaba sacando la última foto, Thai comenzó a gruñir en dirección a la puerta. Isabel alumbró hacia allá y la linterna no llegó a iluminar la pared. Algo detenía su luz, algo que no veían y que ocupaba todo el ancho de la buhardilla.

            Thai volvió a ladrar como una loca, sin atreverse a acercarse a lo que quiera que fuera lo que había allí en medio.

            Efrén sacó una foto de esa enorme sombra, por si la cámara captaba lo que ellos no podían ver. Pero al ver la foto, vieron lo mismo.

            - Espera - dijo Isabel -. Mi tía decía que veía seres con la piel quemada cuando miraba a las sombras a través de un espejo.

            - Genial, ¿dónde hay un espejo ahora? - protestó el chico.

            - Lo tienes en la mano, idiota, esa pantalla es un espejo. Apaga tu móvil. Mira en el reflejo, ¡deprisa!

            Efrén obedeció, apagó la pantalla y miró para ver la puerta de la buhardilla. Al principio pensó que no se podía ver nada, había muy poca luz para ver el reflejo, pero luego vio que docenas de personas se apiñaban en la puerta y avanzaban hacia ellos. Personas no... Seres quemados. Sus cuerpos no tenían más detalle que el de piel quemada, sin ojos, nariz, orejas o boca. Caminaban como si estuvieran sincronizados y poco a poco iban cerrando un círculo a su alrededor hasta no dejarles escapatoria.

            - Tengo miedo - reconoció Isabel, que también podía verlas. Empuñó su machete con fuerza.

            - Son un buen montón de sombras - admitió él, sin poder ocultar su propio temor.

            - Tú a por los cincuenta de la derecha y yo a por los cincuenta de la izquierda - trató de bromear ella.

            - Pan comido - replicó él.

            Alguien le quitó la linterna y el teléfono de las manos. Los tiraron al suelo e Isabel no tuvo tiempo de atacar con su machete ya que la agarraron por los brazos y la arrastraron hacia el altar. A Efrén, simplemente le sujetaron para que viera todo. Forcejeó, pero debía tener a diez personas sujetándole los brazos. El silencio era escalofriante y ahora que no veía a los dueños de las sombras, era grotesco ver cómo Isabel se elevaba sobre el suelo, aparentemente levitando, para situarse sobre el altar siendo incapaz de moverse.

            El machete flotó en el aire.

            - ¡Soltarme! - gritó Efrén, resistiéndose, al ver que el machete se dirigía hacia la cabecera del altar.

            - ¡Ayúdame Efrén! - exclamó ella.

            - Eso intento, no puedo moverme.

            Era inevitable, nadie sabía que estaban allí, estaban solos contra cientos de sombras. Ahora estaban a punto de matar a Isabel en ese altar de piedra. El cuchillo se situó sobre su cabeza y se movió hacia arriba, apuntando al cuello de la chica.

            Poseído por una cólera incontrolable, el chico se sacudió entre los brazos invisibles que le sujetaban mientras soltaba un alarido. Sus codos impactaron con esas cosas y algunas de ellas cayó al suelo. Sintiéndose libre siguió golpeando al frente, a ciegas y al ver que tenía despejado el camino corrió hacia ella, cargando con lo que se encontrara por el camino. Su hombro empujó a una, dos, tres sombras pero ninguna pudo detenerle. Después saltó en plancha sobre el altar para caer justo sobre la sombra que debía sostener el machete.

            Cerró los ojos y cargó contra él. Era una persona de carne y hueso que cayó de espaldas contra el suelo, soltando el machete en la caída. Thai, que había permanecido escondida en un rincón de la buhardilla, salió ladrando y corrió a morder a la sombra caída.

            Sin perder un instante, el muchacho se apoderó del machete y lo agitó en el aire, sin contemplaciones. Si se llevaba a alguno por delante, un enemigo menos. Debía ser lo más bestia posible para que no se acercaran a él.

            Isabel se pudo levantar y se colocó a su lado, cogiendo a Thai en sus brazos.

            - Salgamos de aquí - le dijo Efrén.

            - Voy detrás de ti.

            - ¡Apartaos o haré filetes con vuestros cuerpos asados! - gritó Efrén, sumamente cabreado.

            Si alguien les hubiera visto caminar hacia la puerta de salida, viendo cómo el chico atacaba a la nada con rudeza, en direcciones aleatorias y caminaba con cautela, manteniendo siempre detrás a Isabel, pensarían que estaban locos. Recogieron del suelo las linternas y el teléfono móvil. Efrén lo metió en su bolsillo y alcanzó la puerta. Esperó a que saliera Isabel y luego cerró de un portazo.

            - ¡Corre! - Gritó el chico.

            Isabel no necesitaba que se lo dijera, corrió como alma que lleva el diablo por el pasillo quemado de la mansión hasta alcanzar las escaleras, que bajó de dos en dos. Thai estaba acurrucada sobre su hombro, aterrada por tanto salto. Efrén la siguió sin mirar atrás.

            Salieron de la casa y siguieron corriendo por el jardín. Estaba amaneciendo por lo que la niebla ahora se veía blanquecina sin ayuda de las linternas. Alcanzaron en un minuto la valla exterior, que saltaron, pasándose la perrita el uno al otro. Se metieron en el coche, lo arrancaron y se marcharon a más de cien millas por hora.

            - No vayas tan deprisa - recomendó Isabel, vas a destrozar el coche con tanto bache.

            Efrén soltó un largo y profundo suspiro y aflojó la velocidad.

            - Gracias - dijo ella, sonriente. Thai le lamió la mano a Efrén, que estaba sobre la palanca de cambio, desde las rodillas de Isabel.

            - Casi te matan... - replicó él -. Se supone que yo debía protegerte.

            - Y eso has hecho. Lamento no haber confiado en ti cuando te conocí en el taxi.

            - Vamos, mujer, no me conocías. Es normal.

            Condujo hasta la carretera y de allí se dirigió a Londres, para ir a su casa. En el camino Isabel se quedó dormida y Thai también, sobre ella. Efrén se moría de sueño pero aguantó bien la media hora de tránsito por las neblinosas calles de Londres, una ciudad que estaba despertando.