La chica de las sombras

8ª parte

 

            - Me tomas el pelo... - dedujo él.

            Isabel trató de explicarse mientras se vestía.

            - ¿Sabes cuando una hermana gemela hace de su otra hermana y ésta no se entera pero ve que todo el mundo la mira como si hubiera hecho algo que no sabe que ha hecho? - preguntó, tratando de explicar su situación.

            - ¿Qué quieres decir?

            - Tengo una extraña enfermedad o... llámalo como quieras... Pero a veces tengo lagunas mentales, olvido cosas que acabo de hacer y... no son cosas que yo hubiera hecho, la verdad.

            - Vaya - dijo el chico, borrando su sonrisa y cubriéndose la desnudez con las sábanas.

            - No es culpa tuya, solo es que... por favor, ¿puedes explicarme lo que hicimos desde que íbamos en el taxi?

            - ¿En el taxi? - preguntó, asombrado -. Caray, eso fue hace ayer por la tarde. Menuda laguna mental - parecía decepcionado por el tono de su voz.

            - Cuéntamelo, por favor.

            Se sentó en la cama y puso su mano sobre el tobillo del chico. Quería ser amable con él, después de todo era el único que había sobrevivido a su otro yo.

            - Me preguntaste dónde vivía, después de estar un rato sin hablar y me dijiste que no solías ser tan directa. Que si podía perdonarte por ser tan arisca. Me contaste cosas sobre ti, que si un vagabundo trató de violarte y tuviste que matarle, que si tu familia te había abandonado en el peor momento de tu vida, que te quisieron prohibir viajar a Londres y querían quedarse con tu perrita  - señaló a Thai, que parecía ignorarles desde una alfombra, completamente dormida -,... Y que intentaron llamar a la policía cuando quisiste llevártela. Tu tío te pegó porque tratabas de quitársela a tu tía y entonces tuviste que defenderte,... cosas así, de lo más tristes. Me dijiste una cosa que no podré olvidar. Que tu madre había intentado matarte y te odiaba. Que habías tenido que vivir sola en la calle durante meses y te habías tenido que defender de tipos muy desagradables. Que uno de ellos trató de estrangularte porque te negaste a prostituirte y le tuviste que matar... No es que me guste mucho tu pasado pero vi tanta tristeza y soledad en tus ojos que te invité a tomar un café. Te conté mi vida... - se interrumpió, algo cortado por lo que para él no parecía tan interesante ya que acababa de vivirlo.

            Isabel le miraba con fascinación, según ese relato su otra yo no llevaba unos días dominándola, sino desde que su madre la atacó. No era malvada, o al menos no tanto como pensaba, simplemente había tenido que vérselas con la peor parte de su historia y había sabido defenderse, corriendo un velo en su mente para no tener que vivir con ello. No había ninguna sombra dominándola, era solo ella, pero más fuerte.

            - ¿Qué me contaste? - preguntó, sintiéndose culpable por no acordarse de nada.

            - Que me fui de España porque mi novia me dejó. Que no he vuelto a querer a nadie desde entonces ya que las inglesas son demasiado superficiales, no conecto con ellas. Que me siento solo en este país deprimente donde el Sol apenas sale. Mis compañeros de clase no es que sean muy sociables tampoco. Todos van de fiesta cada fin de semana a emborracharse, no sé de dónde sacan el dinero. Decidí dejar de ir con ellos porque así nunca aprendería inglés, debía defenderme con la gente como pudiera para forzarme a usar el idioma.

            - No recuerdo nada de la noche. ¿Qué hicimos? - replicó ella, cortándole.

            - Después me besaste. Tampoco me dejaste acabar, como si lo hubieras deseado cada segundo que estuve hablando. Me tocaste como no me ha tocado nadie, me mordiste la oreja y me hiciste estremecer. Subimos a mi habitación y no hemos parado de hacer el amor en toda la noche.

            - No recuerdo nada de eso... - replicó -. Pero es la primera vez que olvido algo y hubiera deseado recordarlo.

            Isabel confiaba en ese chico,... Efrén. Un nombre de lo más raro que nunca pondría a un hijo suyo.

            - También me contaste que habías venido a ver una vieja mansión donde vivieron tus padres. Una que se incendió y que aquí adquirió fama por sus moradores. Recuerdo que salió un artículo en el Times, que decía que después del incendio había quien aseguraba que habían visto a su antigua propietaria, una anciana que murió hace más de veinte años. Sacaron fotos de las ruinas... No parecía tan quemada ya que ni siquiera se cayó el tejado. Los bomberos consiguieron sofocar el fuego antes de que afectara a la estructura de la casa. Fueron ellos los que alegaron haber hablado con esa mujer, que les llamó diciendo que su casa se quemaba. Imagina cómo se quedaron cuando supieron que esa mujer llevaba muerta no se cuánto tiempo.

            - No puede ser, esa mujer estaba viva cuando mis padres estuvieron en esa casa.

            - ¿Qué? - preguntó él -. Es imposible, yo leí eso en la biblioteca, por curiosidad y ya hacía veinte años de su muerte, cuando su casa se quemó.

            - Supongo que mis padres negociaron con un fantasma - dedujo ella, sonriente.

            - ¿No te asusta?

            - En absoluto, he venido a encontrar respuestas y solo en esa casa las encontraré. ¿Sabes como ir?

            Efrén negó con la cabeza sonriente.

            - Ni lo sueñes, lo que te he contado solo es el principio. Aquí los jóvenes disfrutan desafiando las leyendas urbanas, sabes. Algunos se han ido a dormir una noche allí y nadie ha vuelto a saber de ellos. La policía ha puesto un cerco de seguridad para que nadie se acerque. Todos los años hablan de demoler la casa pero por unas razones o por otras, no lo han hecho. Supongo que es buena publicidad para el turismo, nada mejor que una casa encantada para atraer turistas del rincón más alejado del mundo.

            - Pero no pueden entrar - dijo Isabel, extrañada -. ¿Para qué vienen a verla?

            - Se hacen fotos fuera de la valla. ¿No has visto la cantidad de extranjeros que aseguran haber visto sombras detrás de ellos, de personas que no están ahí? Sacan sus fotos en sus blogs y señalan manchas en ellas que pueden ser cualquier cosa.

            Isabel sonrió, estaba claro que esa casa tenía muchos misterios y tenía que llegar al fondo de todos ellos. Era la única forma de enfrentarse a su propia realidad y romper ese velo mental que condicionaba su vida.

            - ¿Te apetece llevarme allí? - preguntó, sonriendo.

            - ¿Ahora? Son las tres de la madrugada.

            - Por el día estará abarrotado de turistas, habrá más seguridad.

            Efrén negó con la cabeza.

            - Ni hablar, no pienso llevarte.

            - Venga, hombre, ya sabes lo agradecida que puedo llegar a ser - replicó ella, sonriéndole con picardía.

            El chico esbozó media sonrisa y tragó saliva al mirarle el cuerpo recordar lo que había hecho con ella esa noche.

            - Vamos - dijo, convencido.

 

Continuará