Karma de sangre

11ª parte

 

            Antonio estaba en el gimnasio de su casa sudando por cada por de su piel mientras corría sobre una máquina de cinta. Decidieron que era necesario ponerse en forma y se compraron unas máquinas para ponerlas en su piso, en una habitación que dedicaron al ejercicio.

            Habían pasado tres meses desde que regresaron de aquella rocambolesca misión en la que se habían reencontrado en una isla llena de zombis. Habían estado separados y cuando regresaron trataron de recuperar el tiempo perdido.

            Brigitte siguió trabajando, aceptando no cobrar por el mes que faltó de su nuevo trabajo y Antonio decidió que había que recuperar su forma física. En ese tiempo había logrado bajar de la barrera de los ciento veinte kilos y estaba ya cerca de los ciento diez. Aunque seguía estando gordo, tenía mucha más agilidad y aguante que antes. Estaba claro que perder peso era una de las misiones más difíciles que estaba afrontando. Cuanto más ejercicio hacía, más hambre tenía.

            Mientras terminaba de hacer sus ejercicios matutinos pensaba en lo mucho que había cambiado su vida en un año. Antes vivía como un desecho de la sociedad, de hecho sus vecinos más amables lo eran adictos a todo tipo de drogas. Estaba casi en los huesos, comparado con lo que pesaba ahora y fumaba una caja de cigarrillos al día. A veces incluso más. Cuando se aburría, no tenía otra cosa que hacer que fumar y eso le relajaba. Ahora le daba por comer ya que no tenía intención de recaer en ese vicio. Prefería estar gordo y en forma que flaco e incapaz de levantar una bolsa de compra de más de cuatro kilos.

            Brigitte llegaría a las seis y media y habían planeado ir a un albergue de animales para buscar algún perro. Antonio no estaba seguro de querer tener una responsabilidad tan grande como para sacar a un animal tres veces al día, hiciera calor o frío y sobre todo pensaba que si tenían que hacer alguna misión, no podrían viajar y eso era un gran inconveniente. Pero ella le había convencido diciendo que en el albergue lo aceptaban si salían de viaje y por solo diez euros al día podrían estar seguros de que le cuidarían como ellos y encima socializaría con sus viejos amigos. Siempre había pensado que si un día tenía perro, lo quería tener desde cachorro, pero ella le convenció que los cachorros había que educarlos y los de un sitio así vienen ya educados. Que un cachorro podía devorar todos los muebles de la casa antes de entender que no debía hacerlo. Muchos no superaban el primer año porque les daba por mordisquear cables de luz y no sobrevivían a la primera sacudida. Y los que sobrevivían aprendía a no morder nunca esos gusanos negros e interminables. Se preguntó si habría algún animal en ese sitio con el que conectara.

            Nunca pensó que podría querer un perro y seguía pensándolo, pero sabía cuánta ilusión le hacía a su mujer y solo por eso irían. Aunque no le convenció fácilmente. Recordó el día que avisó al albergue que irían a ver perritos y él se enteró cuando ya tenía la fecha marcada en el calendario. Fue la primera vez que la había gritado, le dijo que un perro era una responsabilidad, que no podían estar seguros de que podrían cuidarlo, que en cualquier momento podían tener que viajar y un perro era una carga... La puso la cabeza como un bombo y ella aceptó su decisión con tristeza. Un día le mostró la página Web de la protectora y Antonio se arrepintió de cada palabra que había dicho. Todos parecían encantadores y simpáticos y tenían historias muy tristes. Todos merecían una segunda oportunidad y entonces aceptó ir.

            Su cronómetro empezó a pitar y se dio cuenta de que ya llevaba veinte minutos corriendo. Aliviado apagó la máquina y se bajó sintiendo el mareo típico de bajarse de la máquina. Siempre le pasaba lo mismo, se acostumbraba a correr en la cinta y al bajar era extraño no tener que mover las piernas para seguir estando quieto. Se tuvo que sujetar en el soporte de la máquina para no caerse. Cogió la toalla y se secó el sudor. Cogió la botella de agua y bebió lo que quedaba del litro que trajo inicialmente.

            Se dirigió a la ducha cuando sonó el timbre del portal. Aún era media mañana, seguramente era el cartero de modo que ignoró el timbrazo. Se metió en el baño y se desnudó para ducharse. Se miró en el espejo y se preguntó cuántos años tardaría en eliminar esa barriga que le había salido. Le daba la impresión de que por más que se esforzaba no conseguía reducirla lo más mínimo. En cambio los brazos y las piernas estaban tan musculosas que se notaba la forma de los bíceps y cuadriceps casi sin tener que contraerlos.

            Entonces recordó cómo había llegado a descuidarse tanto y ese recuerdo le llevó a la inevitable imagen de Ana... Sí, a menudo volvía a su mente. Una historia que deseaba olvidar y que había convencido a su esposa de que nunca existió. Pero Ana era un dulce celestial que tendía robarle la concentración cada poco tiempo. Cualquier mujer sugerente que veía en la calle o en la televisión, le recordaba a la mujer más perfecta y seductora que existía. A menudo se preguntaba si la echaba de menos y la respuesta siempre era que no. Aquello fue un error y debía olvidarlo por completo cuanto antes.

            Negó con la cabeza, suspirando. ¿Una diosa? Caray, volviendo al día a día en el mundo real, parecía que se había vuelto loco. ¿Realmente había conocido a una diosa o simplemente lo parecía? Aquella duda le recordó que había visto con sus propios ojos a su hermana, Génesis. Absolutamente idéntica salvo en un detalle, Génesis era virgen y sus retinas reflejaban tal pureza y compasión que parecía infinitamente más bella que su hermana. Otro galimatías de locos, otra historia digna de cualquier película de fantasmas en la que, curiosamente, no vio nada sobrenatural. Salvo que un viejo la tocó y ésta se quedó como si le hubieran borrado por completo su identidad. Fue un momento duro, porque él fue responsable de que la encontraran. Cualquier par de actores hubiera podido interpretar  lo que vio en cualquier escenario. Se preguntó si todo lo que le pasaba eran fantasías o realmente era lo que él creía que era. Lo mejor sería intentar olvidar esas cosas por si le encerraban por loco.

            Mientras encendía el grifo de la ducha, el timbre del telefonillo volvió a sonar insistentemente.

            Fastidiado, cerró el grifo, se puso la bata y se dirigió al pasillo. Cogió el auricular y respondió:

            —¿Quién es?

            —Roberto Gutiérrez —dijo un hombre serio.

            —Se ha equivocado de piso —respondió con desgana y colgó.

            Mientras caminaba hacia la ducha se preguntó de qué le sonaba ese nombre y mientras volvía a sonar el telefonillo se le encendió una bombilla en la cabeza.

            —Mierda, es el nombre con el que firmé las escrituras de la casa... —Susurró.

            En cualquier caso no le gustaba la insistencia con la que llamaban y ese hombre parecía demasiado serio. Se preguntó qué querría.

            —¿Dígame? —Respondió más amable, intentando cambiar el tono de su voz. Así pensarían que realmente tocaron otro botón.

            —Roberto Gutiérrez —insistió quien quiera que fuera.

            —¿Quién es? —Preguntó.

            —Policía, tenemos que hacerle unas preguntas. ¿Puede abrir por favor?

            Antonio se quedó pálido al escuchar esa presentación. ¿La policía? ¿Qué podía querer de él? ¿Le habría pasado algo a Brigitte y no se había enterado? ¿O habían descubierto que él era Antonio Jurado?

            —Pase, pase —invitó amablemente, sin saber qué otra cosa hacer.

            En cuanto abrió corrió al baño y se puso los pantalones, cogió la camisa y comenzó a vestirse pensando que no tenía escapatoria posible. No podía escapar por una ventana y tratar de despistarles era una locura. Trató de encontrar una salida a ese callejón sin salida, pensó mandarle un sms a su esposa para que supiera qué estaba pasando, pero no sabía si estaban allí porque le había pasado algo.

            Deseo que fuera por que le habían descubierto, solo por que no quería ni pensar que su esposa no estuviera bien.

            En cuanto se puso los zapatos sonó el timbre de la puerta.

            Se asomó por la mirilla y vio a dos jóvenes agentes esperando al otro lado sin hablar entre ellos.

            «Si supieran quién soy, habrían traído a los GEOs» —dedujo, mucho más tranquilo al verlos esperar sin el arma desenfundada. Sin embargo su deducción no le tranquilizó, ¿le habría pasado algo a su mujer?

            Abrió la puerta y les sonrió al verles.

            —Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?

            —Hemos tenido una denuncia del piso de abajo.

            —¿Qué? —Preguntó, sorprendido—. ¿Por qué?

            —¿Tiene alguna gotera? ¿Se ha dejado un grifo abierto? —Preguntó el agente.

            —¿Gotera? No lo creo y no hemos dejado ningún grifo abierto.

            —¿Podemos entrar? —Inquirió el agente, que miraba por toda la casa como si esperara ver algo sospechoso que no tenía que ver con goteras.

            —Claro, pasen —ofreció, cordial.

            No debió hacerlo, se regañó a si mismo. Estaban armados y una vez dentro nadie podría saber lo que pasaba en su casa. Pero qué otra cosa podía hacer.

            —¿Me enseñan su documentación? —Preguntó poniéndose en su camino para impedirles la entrada.

            —Por supuesto —dijo uno de los oficiales sacando su cartera y mostrándole su carné con el sello de la policía, junto a la placa dorada.

            Antonio sabía que era real porque tenía su propio carné falsificado, pero se lo quedó mirando un par de segundos por si veía alguna diferencia extraña.

            —Adelante, agente José María.

            —¿Puede indicarnos donde está el baño? —Preguntó el oficial, sin inmutarse y guardando su cartera en el bolsillo interior de la chaqueta.

            —Ahí lo tienen, justo en frente —señaló hacia el fondo del recibidor—. Es una casa pequeña, no tiene pérdida.

            —¿Vive solo? —Preguntó el mismo agente.

            —Con mi mujer, pero está trabajando.

            —Usted no trabaja —dedujo José María, mirándole con reproche.

            —Soy escritor —corrigió Antonio—. Ya sabe, peleándome con las editoriales a ver si alguna me coge algo.

            —¿Qué tipo de escritor? —preguntó el otro agente.

            —De novelas de misterio, ya sabe... Bueno, de momento ninguna editorial parece interesada.

            —Qué interesante —opinó el otro—. Me sorprende que pudiera comprarse una casa con una profesión que no le da un céntimo.

            —Heredé la casa de mi abuelo —aclaró, sonriendo.

            —Ya, y se casó para que su mujer le pague la comida. Qué bueno, se puede decir que usted sabe cómo buscarse la vida...

            —Teniendo en cuenta que no paga por la casa... —Antonio se enfadó por esa insinuación pero no podía explicar a esos desconocidos que eran millonarios y no necesitaba trabajar ni ella—. ¿Pueden ceñirse a su trabajo? Vean, no hay goteras.

            Lo más extraño de todo era que los agentes no miraron una sola vez la grifería del baño, se asomaron mirando el espejo, las cosas que había sobre el mueble del lavabo, las toallas... Pero ninguno miró al suelo. Le estaban mintiendo, seguramente estaban ahí por otra cosa.

            —Si lo desean llamaré al seguro para que haga venir a un fontanero. Si no desean nada más, les agradecería que se marcharan. Tengo muchas cosas que hacer.

            —¿Tiene que escribir un capítulo para su novela? —Se burló uno de los agentes.

            —Lo que tengo que hacer no es asunto suyo —replicó cortante, conteniéndose para no echarlos a patadas.

            —Está bien, está bien, hemos visto lo que teníamos que ver —replicó el agente José María, que parecía el más veterano.

            Sumisamente se dirigieron a la puerta y Antonio les abrió. Cuando salieron ni siquiera le volvieron a mirar. Ni siquiera se despidieron, demostraban una soberbia y superioridad insultante. Se preguntó si él debería aprender de su forma de actuar para mejorar su credibilidad en sus misiones de detective pero no estaba tan seguro de que realmente fueran policías, por lo que si de verdad no lo eran, lo habían hecho fatal.

            Cuando cerró la puerta suspiró con alivio. Apoyó la frente en la puerta y notó cómo su corazón comenzaba a calmarse lentamente. Respiró varias veces hasta que fue desapareciendo poco a poco el miedo de su cuerpo.

            Por curiosidad se asomó a la ventana y justo vio que los agentes se metían en su coche, aparcado en doble fila y se marchaban de allí.

            —Qué tíos más raros —susurró.

            Entonces se le ocurrió que quizás eran enviados de Alastor que habían ido a comprobar cómo vivía y qué recursos y salidas tenía en la casa. Esos hombres sabían exactamente lo que tenía, habían mirado el comedor, la habitación de matrimonio, la cocina y el baño. Sabían que no vivía solo y que seguramente no podría responder ante un ataque inesperado de armas de fuego. Pero si hubieran querido matarle, ya lo habrían hecho... Aunque le habían mentido, estaba seguro de que no habían ido por una gotera y que aquella visita tendría consecuencias. No tenía ni idea de cuales, pero no tardaría en averiguarlo.

            —Verónica, ¿tú qué crees? —Preguntó en un susurro—. ¿Eran polis?

            Había dejado de escucharla desde hacía meses, pero su amiga invisible solía responder cuando algo le preocupaba.

            —Seguramente no te dejarás notar... Al fin y al cabo esto no es tan importante.

            Como temía, no tuvo respuesta y enseguida se olvidó del tema.

           

 

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Comentarios: 5
  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (jueves, 15 diciembre 2011 23:01)

    Puedes comentar aquí lo que te va pareciendo la historia.

  • #2

    yenny (jueves, 15 diciembre 2011 23:13)

    Espero que esten pronto las continuaciones esta en la mejor parte la historia.

  • #3

    x-zero (viernes, 16 diciembre 2011 21:06)

    esperando la siguiente parte c:

  • #4

    carla (sábado, 17 diciembre 2011 01:25)

    Woohooo!!! :D
    Que bueno que ya entro Antonio a la historia!
    Espero la prox. parte! :$

  • #5

    Vanessa (sábado, 17 diciembre 2011 02:01)

    siguela!!
    Cuidate