Karma de sangre

7ª parte

            La derrota fue inevitable, ninguno de los doce pudo evitar con sus asesinatos nocturnos acabar con la inmensidad de sus enemigos persas. Mataban a diez y surgían cientos de nuevos fieles al recién nacido imperio. El mundo se cernía sobre ellos y los que antes eran pueblos que adoraban a Alastor se convirtieron en amenazas. Lo que el maestro nunca les dijo fue que su poder desaparecía con la luz del Sol. Huyeron de una región a otra del mundo, sembraron la muerte y el terror en toda la región sur de Asia.

            Alastor estaba enfurecido, pero no contra ellos, que poco podían hacer por su dependencia absoluta de la sangre. A menudo se refería a ellos como un experimento fallido, como una decepción, pero siguió tratándolos como a sus hijos.

            Ella fue enamorándose paulatinamente de uno de sus compañeros, o más bien, fue una amistad poderosa ya que su corazón había dejado de amar. Siempre atacaban juntos y se habían convertido en un letal equipo. Rodrigo era su mano derecha y éste la idolatraba. Cada noche se dispersaban y buscaban alimento por su cuenta. Algunos iban en grupos, pero ella y Rodrigo siempre cazaban juntos.

            Tantos eran los que morían que no tardaron en llamar la atención y los humanos organizaron un ejército dedicado solamente a cazar a los monstruos. Alastor tuvo que usar todo su poder, convertido en un jabalí gigante para derrotar al ejército y conseguir el tiempo necesario para que la noche les diera poder a ellos. A pesar de que les salvó a todos, Alastor se dejó envejecer cansado por tener que vivir en las sombras, harto de ellos y especialmente triste porque no le quedaban humanos que le idolatrasen hasta el punto de darle sus primogénitos y primogénitas.

            Llegó el día que Alastor decidió prescindir de ellos. Esos días siempre alegaba que eran una molestia y que nunca debió crearlos. Mientras dormían en una cabaña, a la luz del Sol, su maestro se marchó sin dejar pistas de su paradero. Ni siquiera encontraron huellas que seguir. Se habían quedado completamente solos y todos tenían una cosa en común que rivalizaba con el resto. Todos necesitaban sangre en abundancia y el grupo estaba siendo demasiado llamativo. Los humanos hacían batidas por todas las regiones donde ellos atacaban ya que sabían que el Sol les arrebataba sus poderes y se volvían vulnerables.

            Así fue cómo ella y Rodrigo se separaron del resto y viajaron a la estepa helada del norte de Asia. Una región sin apenas habitantes donde la luz del Sol duraba muy pocas horas en invierno. Aunque él parecía feliz con su condición vampírica, ella acumulaba las muertes en su aletargada conciencia, como si aún tuviera alguna. Rodrigo se empeñaba en hacerla olvidar sus víctimas. Le decía que solo eran ganado, que ellos la matarían a ella sin pestañear, que a muchos de ellos les estaba librando de su terrible existencia de trabajo y sufrimiento. Que ella era como un angel que llevaba la paz. Puede que él fuera la razón por la que durante siglos ignoró aquella voz de su conciencia, aquella cadena pesada que arrastraba cada día.

            Cuando dormía, siempre volvían sus víctimas a sus pesadillas, como si la persiguieran, con los cuerpos podridos y ensangrentados, llenos de gusanos y buscándola para clamar a ella por justicia, pidiendo su muerte. Nunca descansaba, algo había salido mal con ella y era que Alastor no le arrancó del todo esa molesta carga llamada conciencia.

            Procuraban viajar todos los días a lugares muy alejados para evitar ser perseguidos por sus víctimas. Había cientos de poblados en la región de la estepa siberiana, algunos tan distantes que apenas tenían contacto con el resto del mundo.

            Poco a poco fueron abriendo el abanico de sus incursiones hacia lugares más cálidos. Llegaron a la región de Los Cárpatos, donde la población tan supersticiosa no tardó en conocer de su existencia. A pesar de que era raro el lugar donde podían ir sin ser señalados como demonios, en Los Cárpatos fue más fácil sobrevivir. Transilvania era un país muy frío con gentes muy extrañas que  por la falta de sol y las continuas tormentas, todos eran blancos, tan pálidos como ellos. Resultaba tremendamente fácil confundirse con la población de modo que se quedaron con ellos durante siglos, llegando a considerar aquellas montañas encrespadas como su hogar.

            Fue así cómo descubrieron que la rutina de cazar no distaba mucho del descanso de la muerte. Ella y Rodrigo se fueron distanciando porque él seguía disfrutando de la sangre como un manjar y ella, en cambio, sentía que cada nueva víctima la convertía cada vez más en un monstruo. Así fue cómo decidió, sin consultar con su compañero, experimentar una nueva forma de vivir. Cuando no pudo más decidió beber sangre de lobos y vivir como loba durante un tiempo. Pero su sed era tan terrible que incluso sus manadas terminaron huyendo de ella, la carga de tener que beber tanta sangre cada día hacía que se viera obligada a matar a uno de su especie cada día. El hecho de que sus semejantes no supieran de leyendas ni supersticiones facilitó su existencia y en el fondo seguía siendo humana. No le sentía lástima de los lobos y éstos no la perseguían en sus pesadillas.

            Siempre estuvo cerca de Rodrigo, que cuando ella se marchó se sumió en una depresión terrible. Dejó de cazar por diversión y se convirtió en un monstruo que solo cazaba cuando el dolor de la falta de la sangre se hacía insoportable. Aquellos días ella fue su alma guardiana, custodiaba sus refugios sin que él lo supiera y si algún humano se acercaba ella le destrozaba a dentelladas. Rodrigo perdió todo el gusto por la caza, por el hambre. Cuando despertaba estaba poseído por la rabia más infernal y arrasaba aldeas enteras y luego, cuando recuperaba el raciocinio, trataba de acabar con todo metiéndose en ataúdes para que los humanos lo enterraran. Pensaba que si lo enterraban suficientemente profundo, no podría volver a salir y moriría dentro. Pero cuando el hambre llegaba, Rodrigo salía de su tumba y no dejaba un alma con vida alrededor de donde había sido enterrado.

            La gente comenzó a tener miedo a los muertos, temían que los que habían sido asesinados por vampiros surgirían de sus tumbas convertidos en ellos y para evitarlo o al menos para intentarlo, los que morían con extrañas mordeduras eran enterrados con un ladrillo en la boca para que nunca se transformaran.

            Aquel comportamiento errático le dolía a Jaspe y decidió alejarse de él unos años. Se internó en las montañas, donde los hombres no llegaban nunca y sobrevivió entre la nieve, en los recovecos de las rocas. Como el frío no le afectaba y como loba era infinitamente más veloz y fuerte que los de su especie, no le costaba conseguir alimento. Durante un tiempo se sintió bien y supo que la única forma de que pudiera alcanzar paz era alejada del ser humano. Pero su corazón muerto seguía incompleto por la falta de Rodrigo. Cada día se preguntaba qué sería de él y se lo imaginaba perseguido por cientos de humanos que llevaban espadas y antorchas en las manos.

            Un día, no muy diferente al resto de días, Jaspe volvió a ser humana para volver junto a Rodrigo. Ignoraba la cantidad de inviernos que habían pasado separados. Aún tenían esa unión tan especial que la hacía saber exactamente dónde podía encontrarlo.

            Éste se había establecido en uno de los castillos, como sirviente de un rey. Le había asegurado que podía protegerle de las oscuras fuerzas de los vampiros y así se ganó un lugar en la pomposidad, en la sombra y rodeado de personas que confiaban en él. Así aprendió que se puede vivir entre humanos y que éstos pueden llegar a ser los más leales protectores. Cuando ella se presentó ante su antiguo compañero, éste la abrazó con tanta fuerza que la habría aplastado si hubiera sido humana.

            —¿Por qué me has abandonado? —Increpó.

            —He estado buscando otras formas de sobrevivir —explicó Jaspe—. Entiendo que te hayas acercado a un gran señor, a veces me siento tentada de hacer lo mismo.

            —Quédate conmigo, nos casaremos, viviremos como humanos por el día y nos alimentaremos de noche como en los viejos tiempos.

            —Rodrigo, tantos años siendo monstruos y todavía no lo admites... La sociedad nos odia, tarde o temprano se darán cuenta de lo que somos y nos matarán.

            —¿Recuerdas cuando el maestro nos hacía buscarle víctimas? Esos tiempos la sociedad admitía lo que dijéramos porque éramos sus dioses. Si pedíamos una doncella casadera, ellos las traían y lo hacían porque tenían miedo de la naturaleza y se sentían seguros al lado del maestro. Sabían que no obedecer provocaría el castigo divino del hambre y las malas cosechas, la pobreza...

            —Exacto, Rodrigo, a eso me refiero. El maestro invocaba tormentas de granizo sobre las cosechas de aquellos que no le daban alimento. ¿Cuánto duró aquello? En términos humanos fue bastante pero para nosotros eso sería unas vacaciones. Seguramente sobreviviríamos así una o dos décadas, luego habría rumores sobre nuestra belleza inmutable y cuando nos hubiéramos acostumbrado a vivir bien, tratarían de matarnos.

            —Buscaríamos otro lugar donde hacer lo mismo —explicó Rodrigo.

            —Estoy cansada de vivir en las sombras...

            —¡Inténtalo! —Rogó el vampiro.

            —Si tantas ganas tienes de tener una compañera, elige a una humana y dale tu sangre.

            —¡Ja! ¿Crees que no lo he intentado? —Replicó él, enojado—. Pero ninguna mantiene la cordura cuando descubre lo que soy. La gente nos odia, nos temen. Convertí a Analise y pensé que sería bonito compartir poder, no imaginé que al dar mi sangre a un mortal mis poderes se vieran tan mermados. Nuestra sangre es un legado similar a la fortuna de un gran señor, Jaspe. Tenemos un poder inmenso que con el tiempo y la antigüedad se va fortaleciendo. Pero si le damos de beber a otro, éste toma la mitad de lo que es tuyo. Me sentí debilitado en cuanto ella se transformó y al principio fue hermoso. Pero ella cambió, se transformó en un monstruo. Dejó de ser la encantadora Analise y empezó a matar sin pensar a quién y tuve que matarla, puso en peligro nuestra forma de vida. Tuve que chuparle toda la sangre para recuperar lo que me pertenecía...

            —¿Se nos puede matar desangrándonos? —Preguntó Jaspe, sorprendida.

            —Se convirtió en cenizas apenas succioné la última gota de su sangre.

            —En ese caso te pido que bebas mi sangre. Quítame este veneno que me hace ser una asesina... No soporto esta vida.

            Rodrigo negó con la cabeza consternado. No esperaba esa respuesta.

            —Si tanto quieres morir, quédate conmigo. Tú misma dices que los humanos tratarán de matarte. No te resistas a ellos.

            —No quiero morir en una hoguera o que me entierren descuartizada —replicó.

            —No dejaré que llegues a eso. Cuando nos acorralen, beberé toda tu sangre —ofreció Rodrigo, confiado.

            Jaspe se lo quedó mirando, pensativa.

            —Puede que tengas razón... Puede que necesite un lugar donde poder vivir de nuevo como una humana, junto a ti.

           

 

            Así lo hizo, permaneció con Rodrigo durante años. En ese tiempo se acostumbraron a tratarse como marido y mujer y, por las noches, después de salir de caza, se abrazaban en la cama disfrutando del calor de la sangre recién bebida hasta quedarse dormidos. Al principio sólo fue eso, después, con los años, ambos aprendieron a darse algo más que calor cuando Rodrigo la mordió y luego dejó que ella le mordiera a él. Al mezclar sus sangres vampíricas su unión fue mucho más poderosa. Los vampiros no pueden amar, pero esa comunión les hacía sentir algo muy similar. Era una dependencia tal que podían saber lo que el otro estaba haciendo con tan solo cerrar los ojos. Se sentían como una sola persona en dos cuerpos diferentes.

            Hasta que ocurrió lo inevitable. Se corrió el rumor de que salían por las noches de sus aposentos los días en los que aparecían víctimas de los vampiros en los alrededores. La desconfianza fue tal que el mismísimo rey de Transilvania les juzgó por ello. Lo hizo en la plaza del castillo, rodeados de hombres armados con lanzas, a plena luz del día para que todos los habitantes de la ciudad pudieran verlos con sus propios ojos. La creencia popular de que no podían permanecer a la luz del Sol sin convertirse en ceniza no sirvió de nada. La gente seguía pensando que ellos eran los culpables. En los años que llevaban al servicio del rey no habían envejecido absolutamente nada y les habían sorprendido después de alimentarse de una doncella de diecinueve años y un joven de diecisiete. Parecían tan jóvenes que la gente estaba segura de que eran vampiros a pesar de no quemarse con el Sol.

            Tras una serie de interrogatorios en los que acudieron testigos que aseguraban haber visto a las criaturas de la noche, se les consideró culpables y se les condenó a muerte. Pero no como vampiros, sino como hechiceros que utilizaban malas artes que habían pactado con el Diablo para conservar su juventud. La sentencia se cumpliría al día siguiente, frente a la iglesia. Serían decapitados y posteriormente quemados en la hoguera.

            Pero eso nunca pasó porque la noche les devolvió sus poderes y desaparecieron de su prisión sin dejar rastro.

            Rodrigo quiso ir a otro lugar, buscar otros personajes poderosos y volver a ofrecer sus servicios, pero ella se negó.

            —No, nunca volveré a convivir con humanos —replicó Jaspe.

            —Si de mi manera no te ha gustado vivir, hagámoslo a la tuya.

 

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