Karma de sangre

26ª parte

 

            La buscó por todas partes alumbrando con la linterna nerviosamente en todas las direcciones. Salió de la hilera de bancos al pasillo central y buscó fila por fila en el suelo, buscó desde lejos alumbrando el palco, apretó los dientes sabiendo que no podía hacer nada más.

            —¿Dónde te has metido, hija de perra? —gritó furioso.

            —No estaba tan lejos —contestó a su espalda.

            Se dio la vuelta y vio que aun sostenía a su mujer como si fuera una muñeca de trapo entre sus brazos. Brigitte estaba pálida y su mirada perdida en el infinito.

            —¡Noo! —gritó, desesperado—. La has matado... ¡Maldita cabrona hija de puta!

            Sin pensarlo un segundo, la disparó apuntando a la cabeza pero la bala pasó de largo y, al perder soporte, el cuerpo de su esposa cayó inerte al suelo.

            —No puedes morir —siseó corriendo junto a ella, sin poder creer lo que estaba viendo—. Esto debe ser una pesadilla...

            Cayó arrodillado y dejó caer la pistola. Le tocó el cuello y lo notó frío. Sus ojos vidriosos estaban perdiendo vida cada instante que pasaba. No había pulso, estaba muerta, muerta...

            En ese momento apareció Lara apuntando a todas las direcciones con la linterna.

            —¿Dónde ha ido?

            Antonio levantó la mirada, sin responder.

            —No puedo creer lo que ha pasado —decía Lara, aun nerviosa y buscando en todas las direcciones.

            —Ahora me crees... —consiguió decir Antonio, conteniendo el dolor.

            Lara se aproximó al cuerpo de Brigitte y examinó su cuello con el dedo índice.

            —Llama a una ambulancia —ordenó.

            —¡Está muerta! —exclamó furioso.

            —No encuentro el pulso —aseguró Lara—. Pero deja de lamentarte y haz algo.

            Antonio se levantó, recogiendo la pistola.

            —Llama tú, no pienso quedarme, voy a cazar a ese monstruo aunque me lleve toda la vida.

            —De eso nada, tú vienes conmigo a comisaría.

            —¿En serio crees que soy un asesino?

            —No niego que la justicia pueda haberse equivocado contigo en algunas cosas, pero te vi matar a mi compañero sin pestañear, me has disparado y vas a pudrirte en la cárcel como me llamo Lara Emerich —formuló la mujer con terquedad.

            Con aquellas vehementes palabras Lara apuntó con el arma a su cabeza y Antonio se limitó a sonreír, incrédulo.

            —Vamos suelta la pistola —ordenó la chica—. No hagas ninguna tontería porque esta vez no dudaré en disparar.

            —¿Sabes qué? —dijo Antonio, hundido—. Ya me da igual.

            Dejó caer la pistola y le dio una patada para acercársela.

            —Aléjate tres pasos —ordenó Lara.

            Antonio obedeció y se alejó. La mujer recogió la pistola y comprobó la munición. Quedaba una bala.

            —Vamos llama a una ambulancia y diles que se den prisa.

            Lara se tambaleó, dio dos pasos y se dejó caer en una butaca. Suspiró profundamente y dejó caer las armas, perdiendo el sentido, con la cabeza apoyada hacia atrás.

            Hasta que no la vio inmóvil Antonio no comprendió que pedía la ambulancia para ella desde el principio.

 

 

 

            La ambulancia tardó una hora en llegar. En ese tiempo Antonio lloró la muerte de su mujer y temió que Lara terminara engrosando sus causas pendientes ante la justicia. Su corazón siguió latiendo obstinadamente pero su cuerpo se iba enfriando y perdiendo color. Al no llegar la ayuda comenzó a ponerse nervioso planteándose si sería mejor desaparecer y dejar que encontrasen por sí solos a la mujer policía pero el cuerpo inerte de Brigitte le ataba como una poderosa cadena. No quería separarse de ella, no quería ir a ninguna parte. Su mundo había acabado y ni siquiera la venganza le motivaba —al fin y al cabo Sam tenía razones para odiarle—. Incluso él se detestaba.  Era como una peste, había visto cosas más extrañas que nadie más en todo el mundo y, ¿para qué? Para destruirlas, era como un mocoso estúpido y torpe entrando en el desván del creador para romper sus obras más perfectas y exóticas.

            Cuando llegaron los enfermeros se disculparon por la tardanza y se llevaron en camilla a Lara y Brigitte. Le examinaron por encima pero no le hicieron una sola pregunta.

            —Menuda noche de locos —protestaba uno—. Y ni siquiera son las diez de la noche.

            —Va a ser una noche muy larga —vaticinó el compañero mientras ponía una bolsa de sangre enganchada a la vena de Lara.

            —Al menos aquí ese virus no ha llegado, estoy cansado de llevar esas momias al crematorio.

            Aquella frase sacó de su mundo a Antonio.

            —¿Están incinerando los cuerpos?

            —Eso parece amigo, al parecer en una epidemia muy contagiosa.

            —Entonces aun habrá un mañana... —siseó casi sin aliento.

            Los enfermeros se le miraron con la misma cara de sorpresa.

            —¿Se encuentra bien?

            —Debe ser el shock —explicó el otro—. ¿Conocía a esta mujer?

            Antonio se fijó que estaban recogiendo el cuerpo de Brigitte y estaban metiéndolo en una bolsa de plástico. Recordó el día que la conoció, estaba tan jovial aquel día. Habían tomado un café mientras él se planteaba si debía contarle la verdad sobre su vida. Ahora estaba pálida, no respiraba y nunca más lo haría... Por su culpa, por haberle conocido...

            Los recuerdos le calmaban pero no se daba cuenta de lo mucho que le estaba doliendo retroceder en el tiempo. Los enfermeros no supieron consolarle al verle llorar con tanto dolor. Quizás si hubiera muerto sabiendo cuánto la amaba, su dolor hubiera sido más llevadero, pero no tuvo tiempo de pedirle perdón y se había marchado de este mundo con la decepción dibujada en sus ojos, por  aquella traición. Los mismos ojos que le habían descubierto el paraíso cuando aceptó casarse con él.

            —Debe usted acompañarnos —dijo uno de los enfermeros educadamente, cortando sus pensamientos.

 

 

 

 

 

            Lara abrió los ojos en una habitación iluminada con paredes blancas.  Giró la cabeza a derecha e izquierda y solo había cortinas blancas. Se fijó que tenía el hombro vendado y ya ni lo sentía, al igual que su brazo derecho.

            Buscó el botón para llamar a la enfermera y vio un cable bajo su almohada. 

            —Genial —susurró con fastidio al comprobar que no podría sacarlo—. ¿Hay alguien ahí?

            Una persona se movió cerca y se acercó. Apartó la cortina y vio aparecer una enfermera.

            —Que bien que ya está despierta —susurró con voz dulce.

            —¿Qué hora es? —preguntó.

            —Las tres —respondió mirando el reloj—. Espero que no tenga hambre, los del carrito de la comida pasaron hace dos horas.

            —¿La comida? —se extrañó—. Joder... Supongo que llegué sola, ¿no?

            —Su marido espera fuera —replicó la enfermera—. Ahora mismo le aviso.

            Lara iba a contestar que no estaba casada pero si estaba viva desde luego no había llegado allí sola. Dejó que la enfermera saliese y esperó a ver quién entraba.

            Cuando vio aparecer a Antonio no se sorprendió. Ese cerdo había sabido eludir la justicia mintiendo sobre su identidad, sino estaría encerrado y no habría dicho que era su marido.

            —¿Qué haces aquí? Podías haberte ido.

            —Ya no me queda dónde ir —replicó, sin energía.

            —Pues lo tienes fácil, entrégate a las autoridades. Pero déjame tranquila.

            —Creía que me encerrarías tú —alegó él—. Estoy cansado de huir, quiero hacer las paces con la ley, Antonio Jurado ha muerto esta noche, he causado demasiados problemas siendo ese hombre.

            Lara comenzó a reírse cuando comprendió lo que decía.

            —Querrás decir que eres un cobarde llorón —se burló—. Lo que tienes que hacer es detener a ese monstruo que mató a tu chica.

            Espero a ver el efecto ofensivo de sus palabras pero él no reaccionó.

            —Si pudiera ayudarte, lo haría pero estoy echa unos zorros.

            —No creo que pueda encontrarla. Cuando se esconde pueden pasar años hasta que vuelva a tener noticias suyas.

            Lara no respondió, se lo quedó mirando sin decir nada y luego dejó caer la cabeza hacia atrás, descansando los ojos. Estaba molida.

            En ese momento sonó un teléfono móvil. Antonio lo sacó del bolsillo y lo examinó extrañado. Era el mismo número desconocido que apareció cuando llamó Brigitte.

            —Es imposible —se dijo.

            —¿Qué ocurre? ¿Por qué no lo coges? —inquirió Lara.

            —Diga —respondió Antonio con nerviosismo.

            —Gracias a Dios —se escuchó al otro lado. No era Brigitte, algo lógico. Por otro lado le desilusionó comprender que nunca volvería a escuchar la voz de su mujer —. Tienes que ayudarme, eres el único al que puedo acudir.

            —¿Quién eres? —preguntó confuso.

            —Soy Sam, idiota.

            Antonio apoyó el aparato en su hombro y apretó los dientes enfurecido.

            —Qué hija de perra, ¡es Sam!

            —¿Quieres que te ayude después de lo que has hecho?

            —Me lo debes —exigió la vampiresa—. Yo también te he ayudado cuando me moría de ganas de vengarme. ¿Es que quieres que me maten y que no vuelvas a saber de mí?

            —Estás como una puta cabra —escupió él, incrédulo.

            —Ayúdame y te...

            —...Devolverás a mi mujer? —exigió furibundo.

            —Escucha, sé que me he pasado y que no merezco que me eches un cable, pero si no vienes no volveré a ver una puesta de Sol. Unos tipos me han secuestrado y no tengo a nadie más a quien acudir. Saben que fui yo la que inició la epidemia de vampiros y por lo visto están cazándolos a todos mientras se esconden de la luz. No sé lo pretenden hacerme cuando llegue su jefe.

            —¿Donde estás?

            —En el teatro, nunca me marché. He tenido mucho tiempo para verte destrozado, mirando a tu chica muerta y, lo admito, he disfrutado con ello. Pero me encontraron justo cuando te fuiste. Creí que eran vampiros por que eran tan rápidos como yo y mucho más fuertes. Me interrogaron toda la noche, me anularon incluso cuando contaba con todas mis fuerzas. Si crees que yo soy un peligro para el mundo deberías ver a estos gorilas. 

            —Si crees que voy a ayudarte después de matarla...

            Entonces se mordió la lengua y se dio cuenta de que era su oportunidad de acabar con ella.

            —Si me sacas de este apuro te juro que haré lo que me pidas —suplicó Sam—. Aún no estoy preparada para morir... Vamos, por los viejos tiempos.

            —¡Por los viejos tiempos! —Exclamó, furioso—. ¿Y qué pasó con los viejos tiempos cuando mataste a Brigitte? ¿Cómo puedes esperar que te ayude después de lo que le hiciste? Sabes, llegué a pensar que podía confiar en ti. Cuando supe que la habías salvado me hiciste comprender lo equivocado que estaba al pensar que eras un monstruo. Pero ahora ya sé cómo eres, no esperes ni una pizca de piedad. Si tu vida depende de mi ayuda... Ojala te mueras ahora mismo.

            Y colgó. Su respiración estaba agitada y tardó unos segundos en situarse mentalmente donde estaba su cuerpo físico. Lara le miraba con sumo interés y él se encogió de hombros.

            —Quiere que la ayude —explicó.

            —Qué fuerte —replicó ella, negando con la cabeza.

            —Dice que unos tipos más fuertes que ella la han cogido y que se están encargando de acabar con la plaga. Al parecer están muy enfadados y piensan aniquilarla.

            —Y no son los únicos —añadió Lara, entre dientes.

            —Joder, no me lo puedo creer. ¿Cómo puede tener valor para pedirme que la ayude?

            —Una de dos, o está desesperada o... Sabe que irás, solo para ver cómo la matan. Lo que significaría que te la está volviendo a jugar.

            —¿Y para qué iba a jugármela? Ya me ha hecho bastante daño.

            —Estás vivo. Tal vez desea cambiar eso —puntualizó Lara.

 

 

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Comentarios: 6
  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (martes, 21 febrero 2012 16:24)

    Si quieres llorar, hazlo con palabras.

  • #2

    carla (martes, 21 febrero 2012 20:42)

    Wohoooooooo por fin hay un muertooooooooooo :D lastima q fuera Brigitte :( pero que se va a hacer?! Espero la proxima parte ya quiero saber que va a hacer Antonio y como va a terminar todo esto :s Espero puedas subir la continuacion pronto, Tony ;)

  • #3

    x-zero (miércoles, 22 febrero 2012 04:37)

    ya veia de lejos la muerte de brigitte :(, pero bueno, espero la continuacion :)..sin palabras

    salu2

  • #4

    yenny (miércoles, 22 febrero 2012 16:32)

    Aunque Brigitte no era una de mis personajes favoritos me dio tristeza su muerte :(
    Espero que este pronto la otra parte, quiero saber que pasara con el resto de personajes.
    Cuidate Tony, saludos....

  • #5

    Tony (jueves, 23 febrero 2012 08:44)

    Pues sí, la verdad es que no había forma de salvarla. Aunque todavía no ha terminado y podría morir aún más gente.

  • #6

    Lyubasha (jueves, 23 febrero 2012 20:54)

    Hola, por fin he conseguido ponerme al día con los relatos. A mí la muerte de Brigitte también me ha cogido por sorpresa. Es un personaje que al principio no acababa de convencerme, pero con el tiempo llegué a tenerle cierto cariño :(
    Espero que la continuación no tarde mucho en estar lista.