Antonio Jurado y los impostores

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22ª parte

Dos meses más tarde

 

 

         Antonio estaba cocinando mientras escuchaba las noticias y los niños jugaban en el salón. Brigitte hacía teletrabajo en su cuarto. Cuando cortó todas las patatas, las vertió en la cazuela y sonó su teléfono fijo. Lo cogió y respondió.

         —A las quince y quince, Fuente vieja —escuchó la voz de un hombre.

         —¿Quién es? —Preguntó extrañado.

         Inmediatamente después colgaron el teléfono.

         —Estúpido subnormal...

         Soltó el cuchillo, apagó la vitrocerámica y guardó el móvil en el bolsillo. Se sentía mareado y se preguntó por qué había apagado el fuego si tenía que cocinar eso antes de las tres. Pero al verse a sí mismo escribiendo un mensaje se horrorizó, había perdido el control. Ya no era él... Intentó detener sus dedos pero se movían solos.

         "Voy a salir a por pan. Los niños se quedan sin vigilancia" —había escrito a Brigitte.

         Sus esfuerzos fueron en vano, estaba perdiendo el control de sí mismo hasta que simplemente se convirtió en mero espectador de sus actos.

         Salió de casa y se puso a correr, faltaban diez minutos para las tres y la fuente vieja estaba a media hora caminando. No le importó, corrió como si no sintiera dolor y sus piernas fueran de acero. No se agotaba.

         Trotó tan rápido que adelantó a una familia que montaban en bicicleta. Le saludaron, debían conocerle pero cómo no los miró no supo quiénes eran. Tardó cinco minutos en llegar al lugar indicado, una pila sobre una especie de terraza rodeada con un antiguo bebedero de ganado detrás. A pesar de llamarse "Fuente vieja", hacía muchos años que no daba una gota de agua.

         Allí estaba el hombre que conoció aquel día que perseguía a su hija.

         —Bienvenido hermano, tenemos una misión.

         —¿Qué manda la soberana? —Respondió él, con voz de autómata.

         —No me lo han contado. Toma, tienes que llevar esto al Wanda Metropolitano.

         Era un sobre color mostaza.

         —¿Qué es esto?

         —Al llegar allí ábrelo. Dentro están todas las instrucciones detalladas, no dejes que nadie que te conozca te vea.

         —Entendido.

         —¿Qué tal Tony? —Preguntó la mujer que adelantó unos minutos antes. Iba con dos niñas en bicicleta y le saludó desde la suya, que iba poco después de ellas.

         Él la miró sin responder. El otro la señaló.

         —No puedes dejar testigos, ella nos delatará.

         «¿Pero qué se supone que tengo que hacer en el Wanda? ¿Y a Sonia, la madre de Lucila? ¡Esa niña es de la clase de Charly!».

         No hubo respuesta, el impostor, su cuerpo quería correr hacia ella, alcanzarla y matarla. Pero Antonio bloqueó sus piernas y lo impidió. Al ver que no se movía, el otro negó con la cabeza y corrió hacia ella en su lugar.

         —¡No! —Gritó en su interior.

         Logró mover una pierna, quería tirarse encima de aquel hombre de sesenta años que corría como un jovenzuelo. Pero no logró otra cosa que moverla una vez y no estaba seguro de si fue por dejar de detener su cuerpo por un segundo. El impostor seguía luchando por liberarse para matarla... Y mientras, vio cómo el otro la arrollaba con una violencia sobrehumana. Bicicleta y mujer salieron despedidas al vacío del riachuelo. Ninguna de las niñas vio cómo su madre salía despedida por el terraplén, golpeándose la cabeza con el tronco de un árbol.

         La lucha cesó... Antonio estaba temblando por dentro.

         —Mierda —pronunció. Al fin era libre pero... No consiguió evitar aquello.

         De repente se puso a correr y pasó de largo la escena del accidente. El otro impostor ya estaba tan lejos que ni le vio. Aquello lo dejó tan consternado que se rindió a la fuerza imparable de aquel intruso.

         Se metió el sobre en el bolsillo y mientras corría como un rayo. A pesar del gran esfuerzo no sudaba, ni notaba el menor cansancio o síntoma de haberse excedido. Su cuerpo simplemente obedecía como si fuera natural moverse tan deprisa.

         Lo más extraño de todo era que él aún estaba allí y sabía lo que ocurría. Si tan solo pudiera detener un músculo...

         Pero no lo logró, llegó a casa, abrió el maletero del coche, escondió el sobre bajo el forro de la rueda de repuesto y cerró. A pesar de haberlo visto no fue capaz de recordar qué hizo con el sobre, y el recuerdo de aquella carrera, la corta conversación se fueron borrando de su memoria como si hubiera sido un sueño tras un brusco despertar. Pero la imagen de Sonia golpeándose la cabeza fue la última en borrarse de su memoria.

 

 

         Cuando pudo manejar su cuerpo de nuevo estaba cortando cebolla y la cazuela volvía a estar al fuego, con el pollo friéndose en el aceite y ajo.

         —¿Pero qué demonios? —Se dijo, asustado.

         Se miró las zapatillas, tenían barro. Aún quedaban resquicios de algún recuerdo perdido, ¿había salido de casa? ¿A dónde?

         —El móvil... —susurró.

         Lo sacó del bolsillo, vio el registro de llamadas y vio un número desconocido que había llamado antes de las tres. Eso era hace un minuto... Miró el reloj y vio que eran las tres y cuarto.

         —¿Qué? —No tenía el menor recuerdo de esos veinte minutos—. No, mierda...

         Sin darse cuenta había borrado ese número de teléfono. ¿O no fue tan accidental?

         Cerró los ojos tratando de recordar qué demonios pasó esos veinte minutos. En seguida recordó lo que le dijo Abigail: Son personas normales que de repente hacen algo horrible y luego vuelven a su vida como si nada hubiera pasado.

         Soltó la espátula de madera y fue corriendo al salón, donde debían estar los niños jugando juntos a la consola. Suspiró aliviado al verlos allí.

         —¿Está la comida? —Preguntó Miguel—. Tengo hambre.

         —No, no quiero comer —Terció Charly, emocionado con lo que estaba haciendo en el videojuego.

         —Ya solo quedan diez minutos. Id guardando partida.

         Entonces miró hacia la puerta cerrada de la habitación de invitados y se preguntó si no habría ido allí y... Se asustó pues no recordaba haberlos visto en semanas. Normalmente comían o cenaban juntos y no fue capaz de ubicar en el tiempo la última vez que los vio. Su cerebro debía estar deteriorándose, la poca memoria que tenía era mala antes de ser infectado o poseído,... O lo que le hubiera pasado. Pero estaba olvidando su existencia misma. Cualquier día no sabría quién era y el huésped tomaría el control total.

         Enarcó las cejas y volvió a la cocina.

         —No caerá esa breva —murmuró, deseando que su otro yo echara a sus huéspedes indeseables.

         Encendió la tele y luego vio su móvil. En el Whatsap un mensaje de su mujer decía:

         "No tardes que tengo que trabajar."

         Y antes de ese vio el suyo y sintió un escalofrío que le recorrió de pies a cabeza.

         "Voy a salir a por pan. Los niños se quedan sin vigilancia".

         Al volver a la cocina no vio pan por ninguna parte.

         Volvió a estudiar su teléfono y vio que había respondido a una llamada justo un minuto antes. Una de diez segundos. El número no estaba en su agenda y no sabía de quién podía ser.

         Lo guardó y lo etiquetó con el nombre "MISTERIO".

         Le dio a llamar y se limitó a escuchar.

         —¿Diga? —respondió un hombre de voz madura—. ¿Quién es?

         No respondió, trataba de reconocer esa voz pero no supo quién era.

         —Está bien, jilipollas, molesta a tu madre y deja a los demás en paz. Puedo escuchar tu respiración.

         —Perdona —se atrevió a decir—. Es que... Tengo una llamada tuya y quería saber quién eres. Si es por algún seguro lo siento, no me interesa.

         —Se ha equivocado, yo no he llamado a nadie, subnormal —espetó, furioso antes de colgar.

         Antonio sabía que fue esa persona pero, al parecer, era como él. Hacía cosas que luego las olvidaba por completo. Pero él, al menos, sabía que no estaba solo en su cuerpo. El otro no debía saberlo por su forma de responder.

 

 

 

         En cuanto regresó a casa Paco se puso en contacto con Montenegro urgiéndole que se personase todo el equipo del EICFD a las siete de la tarde. Sabía que era un margen muy corto de tiempo, tan solo una hora, y que tendrían que darse prisa en llegar a la base.

         Para matar el tiempo se puso a leer una novela y, como solía ser habitual, después de unas cincuenta páginas perdido en el bosque de papel, el ordenador comenzó a sonar con la habitual musiquilla de llamada entrante.

         Pulsó el botón verde y se puso frente a la cámara.

         —Buenos días, ¿Cómo van las investigaciones? —Preguntó con impaciencia.

         —Lara fue a trabajar, no ha hecho nada fuera de lo común, señor —respondió Abby.

         —En cuanto a Antonio Jurado —intervino John Masters—, recibió una extraña llamada de un teléfono que no tenía en la agenda. Le citó en un lugar llamado "fuente vieja" y poco después envió un mensaje a su mujer diciéndole que iba a por el pan. Dejó el teléfono en casa, pero su reloj indicaba que fue en otra dirección. No sabemos a dónde porque esos chismes dejan de emitir su posición en cuanto se aleja del teléfono.

         —¿Qué clase de reunión era? —Preguntó, intrigado.

         —El mensaje era muy escueto, señor. Quedaron en un lugar llamado "La fuente vieja". Hemos hecho una búsqueda exhaustiva de la zona, ninguna calle se llama así, señor, ni en ese municipio, ni en los pueblos de alrededor. A juzgar por el tiempo que tardó debió ser cerca, pues estaba de vuelta en quince minutos. Lo más extraño es que después de regresar, supuestamente por el pan, llamó al número en cuestión y el dueño de ese aparato negó haberle llamado hasta el punto de enojarse con él por insistir. Según la conversación, ninguno recordaba absolutamente nada del encuentro y solamente Antonio que recibió la llamada, parecía recordar algo.

         —No tiene sentido —protestó Paco—. ¿Después se movió de casa?

         —No señor... Bueno, su reloj sí, de modo que salió. Pero no se llevó el teléfono.

         —¿Cómo?

         —Salió en coche, y no ha vuelto. Sin su teléfono no podemos localizarle.

         —Mierda, está moviéndose y no sabemos a dónde. Hay que ponerle un chip localizador, es intolerable que se mueva con esta libertad. Ese cabrón sabe que podemos localizarle por el teléfono.

         —Una cosa más señor, me llamó la atención un suceso local de donde vive él. Una mujer iba de paseo con sus hijas en bicicleta y de pronto la madre tuvo un accidente y se golpeó la cabeza contra un árbol. Las niñas pidieron ayuda a gritos y cuando llegó la ambulancia y la mujer recuperó el sentido, alegó que no recordaba nada aunque tenía un vago recuerdo de que alguien la embestía.

         —¿Y por qué es relevante? —Protestó Paco—. No me moleste con estupideces, Masters.

         —El lugar donde ocurrió se llama "La fuente vieja" que no figura en ningún mapa porque lo llaman así debido a una del año 1850 donde bebían los caballos. Se me ocurre que esa mujer puede decirnos algo más.

         —Interesante, pero no quiero involucrar a civiles. El proyecto EICFD debe permanecer en el más absoluto secreto, fuera de nosotros cuatro nadie puede saber que seguís en activo.

         —¿Cómo? ¿Los demás consejeros no deberían estar al tanto de que hemos vuelto? —Protestó Montenegro.

         —Por supuesto, ellos también saben que estáis ahí. Me refería a los demás —replicó Paco—. Podéis acercaros a la mujer, como civiles, periodistas o lo que os dé la gana, pero que no sepa más.

         —No va a contarnos nada por las buenas, señor. ¿Me da su permiso para secuestrarla unas horas en interrogarla con el suero X?

         Paco suspiró mientras negaba con la cabeza.

         —Maldita sea, no quiero víctimas colaterales, John. Estamos como defensores de la humanidad, no para usarla en nuestra ventaja.

         —No tenemos más hilos de los que tirar, señor —replicó el capitán.

         —De acuerdo, pero no le hagan daño. Un momento, ¿es una mujer joven?

         —Eso creo señor.

         —Bajo su criterio, ¿la considera atractiva?

         Montenegro miró con desaprobación hacia él pero se contuvo y no dijo nada.

         —Tiene treinta y cinco años y es atlética —respondió John como un robot—. Cayó de cabeza por un terraplén y se golpeó la frente sin matarse, de modo que debe estar en buena forma.

         —En ese caso, quiero presenciar el interrogatorio. ¿Cuándo lo hacemos?

         —Mañana podrían dar su paseo nuevamente. Es plausible que podamos verla si esperamos en la misma fuente.

         —Muy bien, allí estaremos. No se olvide del suero. Ah... Y los dardos tranquilizantes.

 

Continuará

Comentarios: 4
  • #4

    Vanessa (lunes, 15 marzo 2021 13:05)

    Ese Paco es todo un rabo verde. Jajaja
    Espero que todos se encontréis bien de salud.

  • #3

    Alfonso (domingo, 14 marzo 2021 14:03)

    Para ser consejero, PAco parece querer involucrarse personalmente en las actividades del EICFD. Yo pensaba que el Consejo era más una organización que opera desde el anonimato, sin que sus subordinados conozcan las actividades y rostros de los altos mandos.
    Si los impostores fuesen reales, ya hubiesen acabado con el mundo entero. La Organización no tiene forma de saber quiénes son y es bastante probable que ya se hayan infiltrado en ésta.

  • #2

    Jaime (domingo, 14 marzo 2021 02:56)

    Para ser un equipo especial, el EICFD parece una panda de novatos. ¿No se les ocurrió poner un rastreador al coche de Antonio Jurado ni llenar su casa de chismes de rastreo? Incluso podrían rastrear sus actividades vía satélite si es necesario. Con respecto a Lara, spongo que su impostor no va a dar muestras de vida por un buen tiempo ya que sabe de antemano que van a estar rastreando sus movimientos.

    En fin, me da gusto que vuelvas a dar muestras de vida, Tony.

  • #1

    Tony (domingo, 14 marzo 2021 00:39)

    Por fin algo de tiempo. Espero vuestros comentarios y disculpad la demora.