Antonio Jurado y los impostores

7ª parte

 

 

 

 

            Cuando llegaron a Qatar estaba molido por el primer vuelo.  Debían esperar tres horas para el puente aéreo de Japón. Sin dinero no tenía ningún sentido visitar las tiendas del aeropuerto que eran pequeños puestos dispersos por el espacio diáfano, donde se podía pasear libremente, sin ninguna cristalera divisoria entre los perfumes, las botellas de alcohol, el tabaco, los relojes, los libros, la ropa, las cafeterías, los juguetes, los ordenadores, tablets y las máquinas de sándwiches... Solamente curioseó el trayecto hasta la puerta de embarque de Japón. Abigail se probó dos o tres perfumes y él, sabiendo que necesitaba una ducha, hizo lo mismo. Así lograron envolverse en una nube de olor mezclado que al menos no era desagradable.

            Todo ese tiempo tenía aquel sueño gravado a fuego en su mente. Fue tan auténtico que pensó buscar por el mundo alguna piscina natural con características similares. Aunque dudaba mucho que pudiera encontrarla. Recordó con nostalgia a Ángela, y con dolor porque ya no estaba, tan cercana, tan enamorada, tan deseosa de vivir juntos toda la eternidad. Además esperaba un hijo, o hija. Si pudiera volver a despertar en sus brazos haría lo que fuera necesario, pero no podía, de la misma forma que no tenía la opción de abandonar a esa loca y volver a casa junto a su familia. Ni siquiera la posibilidad de llamarles y decir que estaba bien, de momento.

            Abigail no hablaba cuando la gente que tenían cerca podía escucharles. Solamente le decía cosas banales como si tenía hambre, necesitaba ir al baño, si había dormido bien... Desde que llegaron al aeropuerto nunca estuvieron solos. Tras dejar el coche, el baile de secretos inconfesables cesó por completo.

            En el avión le ofrecieron arroz con pollo y luego, dos horas después, merendaron un bollito de jamón york, galletas insípidas, un bizcocho tan simple como una esponja de baño y un café más negro que el petróleo ya que por más leche que añadía no lo volvía ni marrón. Era tan fuerte que le dejó el estómago revuelto y desde entonces no le apetecía comer ni beber nada. Se sintió tentado de ir al baño a vomitarlo pero no lo hizo porque el malestar terminó pasando.

            Cerró los ojos sentado en el banco de acero del aeropuerto, en donde esperaban la llamada a su vuelo. Pensó sacar el teléfono y ponerse a escribir todo lo que le estaba pasando, pero la realidad le golpeó de nuevo al recordar que ya no lo tenía. Suspiró y se quedó dormido deseando, nuevamente, regresar al paraíso que pudo contemplar en el vuelo.

 

 

            —Despierte —susurró una chica a su oído—. Están llamando para embarcar.

            Antonio abrió los ojos sumamente decepcionado. Le dolía el cuello y no recordaba absolutamente ningún sueño.

            —Me pregunto, ¿Qué fue lo que soñó? —Indagó la mujer oriental.

            Verla tan cerca, susurrándole, hizo que le pareciera atractiva. Pero recordar que estaba como un cencerro le quitó las ganas de seguir fantaseando sobre ella.

            —Yo también.

            —En mi cultura hay quien piensa que el mundo de los sueños es tan real como este en el que vivimos. Incluso que importa más lo que hagamos allí que aquí.

            —A veces yo también lo creo —susurró Antonio, más para sí mismo.

            —Yo sueño mucho que vivo en la antigüedad, cultivando mis campos de arroz, viviendo feliz, sin más preocupación que la lluvia traiga suficiente agua. Se lo cuento y suena tan simple... Creerá que estoy loca. Pero aquellos campos verdes, rodeados de jungla, montañas, nubes y a lo lejos el mar... Trabajar junto a mi marido, a mi hijo... Es lo más hermoso que puede existir.

            —La entiendo. Encima ha tenido una vida de lo más dolorosa.

            Los pasajeros fueron entrando al túnel que llevaba al avión, un Boeing 747 tan grande que los pilotos parecían de juguete dentro de la cabina de mando. Podían verlo por el ventanal, antes de entrar en el túnel blanco portátil.

            —Voy a morir y creo que ellos me esperan allí. No podría reunirme en el cielo con mi familia si no impido los planes de esos monstruos.

            —¿Seguro que son impostores? —Preguntó sin pensar Antonio—. Quiero decir, ¿qué hacen con los originales? ¿No dice que nadie sabe dónde terminan? Yo pensaría antes que,... Yo qué sé, son meras víctimas a las que comen el coco y les ponen a trabajar a sus órdenes por miedo a ellos o por convicción.

            —Mi marido estaba cubierto de cicatrices por el kendo. No, ese hombre no era él. Su piel era perfecta.

            —Bueno, se me ocurren más explicaciones, quizás les da esa leche amarilla que la resucitó a ella y se curan de todo. ¿Quién dice que sean impostores?

            —Si no quiere creerme puede pensar lo que quiera. Pero le advierto que si no saca a esa mujer del templo donde la tienen confinada, yo misma le mataré.

            Antonio aceptó el plan porque temía que le exigiera que la matara. Si la quería viva, podía hacerlo.

            —¿Tiene miedo de que yo tenga razón y haya matado a su hijo y su marido por un error suyo? Claro, si acepta otra cosa que no es la que usted piensa, su árbol de decisiones se viene abajo y solo le quedaría el dolor.

            —¿Es consciente del daño que me hacen sus palabras? —Protestó ella, con lágrimas en los ojos—. Yo sé la verdad, pero me duele que usted, la persona con la que he decidido dar este paso, piense eso de mí.

            Les invitaron a entrar en el túnel recomendando mantener dos metros de distancia con los de adelante. Las mascarillas les amortiguaba la voz y nadie más podía escucharles. Aprovechaban que en el avión sería imposible mantener esa conversación.

            —Si les he matado y eran ellos como usted dice, sé que me perdonarán...

            —Sin duda, cuando sepan su verdad, la perdonarán en el cielo. La cuestión es si podrá perdonárselo a sí misma.

            Abigail cerró los ojos y negó con la cabeza.

            —Habla del cielo como un derecho tras la muerte, amigo. Sepa que no lo es, no es un premio, ni siquiera es un lugar. El cielo está en este mundo y solo puedes llegar a verlo cuando luchas por lo que crees justo.

            —No comparto esa visión. Yo creo que es cierto que no es un lugar sino un estado del alma. El rincón más oscuro, tras un arrepentimiento sincero de nuestros errores. El cielo es cuando Dios te mira y te dice: "Aún te quiero, te perdono, ven conmigo."

            —Yo no creo en ninguna divinidad. Solo en el karma, y es el que cada uno dibuja con sus decisiones. Al final de nuestro camino se nos juzga por las veces que hemos escogido la bondad, la justicia y el amor, frente a todas las tentaciones.

            —Sí, ¿y después qué?

            —Volvemos a despertar. Si fuimos honestos, nuestro destino será más cómodo, si no actuamos correctamente, nos espera un nivel de existencia inferior.

            —Ahí lo tiene, el cielo y el infierno —replicó él—. ¿Lo ve? No somos tan distintos.

            Se metieron en el avión y caminaron entre los asientos manteniendo la distancia con el hombre que iba delante, que a su vez esperaba a que el de más allá avanzara. En un avión donde podían entrar casi un millar de personas, que con el coronavirus suelto solo permitían quinientas. A pesar de ello acomodarse fue tedioso y aburrido. Tan cerca de los demás no quisieron continuar su conversación.

 

            Una vez sentados junto a la ventanilla, ella le cogió del brazo y le susurró al oído:

            —¿Cree que moriremos los dos? Nunca me había atrevido a dar el paso. Siempre supe lo que hacer, pero mi hijo me ataba de manos. No podía dejarle solo... Cuando le soltaron los policías tuve que matarlo. Estaba segura de ellos me encontrarían al seguirle a él. ¿Sabe por qué sé que en realidad no era mi hijo? Yo sabía que salía a vender discos por la calle y le había dicho que si un día le detenían, no viniera a buscarme si alguien le acompañaba. Lo hizo, con usted.  Por eso no podía ser él. Saber que está muerto hace que por fin me sienta libre de cumplir mi destino por el que tantos años he estado entrenando.

            —¿Por eso tiró mi teléfono? No se fía de mí —Preguntó Antonio.

            —Dígame una sola cosa... ¿Piensa ayudarme o será un lastre?

            Antonio miró su muslo derecho. La katana de cristal parecía estar vibrando en su pierna. Suspiró y asintió de buena gana.

            —Cuente conmigo. Haré todo lo que me diga. Puedo discrepar de sus opiniones, pero siempre se hace caso al jefe y usted me ha pagado por mi lealtad.

            —No suena muy convincente —replicó Abigail, con mirada suspicaz.

            —Tengo una familia y quiero volver de una pieza con el dinero que me ha pagado. Por mucho menos me he enfrentado…—No quiso continuar y pensó—: «A sectas demoníacas, a brujas con poderes terribles, a los más peligrosos seres del planeta, no puedo decirle qué eran porque no me creería. Créame, tengo que conocer en persona a esa mujer, Arita, la Mona Lisa o como quiera que se llame de verdad.»

            Ella aceptó su silencio y respondió con una pregunta.

            —¿Dejará que la mate? Que la parta por la mitad —preguntó Abigail a su oído—. No tendrá tiempo de hablar con ella.

            —¿No le va a dar ni siquiera la oportunidad de explicarle lo que hace con la gente?

            —¿Arriesgarme a que me transforme en otra impostora? No, no, ni hablar.

            —¿Y si la retienen contra su voluntad? ¿No creerá que convierte a la gente hablando?

            —Es que es así.

            Antonio no pudo evitar sentir la imperiosa necesidad de abofetear a Abigail para que entrara en razón. La historia de los impostores se caía por su propio peso.

Hablar tan cerca de sus oídos les convertía, a ojos de los demás pasajeros, en una pareja contándose intimidades. Aunque la mascarilla era un incordio, deseó arrancarse la suya porque no aguantaba más las gomas que tiraban de sus orejas.

A pesar de sus diferencias, incluso con la cara cubierta, Abigail le parecía tremendamente atractiva y haberla visto sin esa tela cuando pasaron por el detector de metales, fue la causa primordial de que se sintiera atraído por ella.

            Pero estaba casado.

            Tenía dos hijos.

            Aunque su mujer quizás le engañaba, no tenía razones para darlo por sentado. Y si él la engañaba de nuevo, nunca le volvería a perdonar.

            Y Abigail no demostraba la menor atracción por él.

            «Solo es deseo sexual —se dijo—. ¿Soy solo yo o todos los hombres terminamos imaginándonos que nos acostamos con todas las mujeres con las que compartimos intimidades?»

            El avión había despegado y no recordaba cuándo. En algún momento de su conversación debió hacerlo pero estaba tan centrado en hablar con esa mujer, en volver a acercarse a su oreja, sentir su cálido cuello en la punta de su nariz, su pelo rozando su cara, su olor dulzón, su voz de nuevo en su oído,... Que su cerebro no registró nada más.

            —¿Por qué matarla entonces? —Susurró de nuevo—. Es una víctima, como lo fuiste tú.

            Se mordió la lengua. Sus deseos y pensamientos habían roto la distancia simbólica entre ellos y la había tuteado sin darse cuenta.

            —Es la madre de todos. Es mi destino acabar con ella —murmuró ella, con determinación.

 

 

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Yenny (viernes, 23 octubre 2020 04:59)

    No he tenido mucho tiempo para entrar a la página últimamente, esperaba encontrar la historia un poco mas adelantada.
    Me engancha mucho y quisiera que ya comience la acción.
    Espero que todos se encuentren bien.

  • #5

    Vanessa (domingo, 18 octubre 2020 20:27)

    Me está gustando mucho esta historia. Estoy con la intriga de qué pasará entre Arita y Abigail. Mi instinto femenino me dice que Abigail tiene un secreto que está ocultando a Antonio.
    Espero que todos se encuentren bien en esta cuarentena.

  • #4

    Alfonso (sábado, 17 octubre 2020 22:23)

    La imagen de este parte es bastante provocativa. Me esperaba algo de acción pero no pasó nada. Supongo que es parte del juego que Tony hace con el lector para advertirlo de lo que se avecina.
    Esperaré la siguiente parte para ver qué ocurre.

  • #3

    Jaime (viernes, 16 octubre 2020 17:44)

    Esta parte un poco lentita pero parece ser que se viene lo más interesante.
    Chemo siempre me alegra el día con sus comentarios. Yo tampoco me sorprendería si eso ocurriera.

  • #2

    Chemo (viernes, 16 octubre 2020 03:46)

    A como va la historia, no me sorprendería que Antonio y Abigail terminasen en la cama. De hecho, me parece una mujer mucho mas interesante que Brigitte.
    Habrá que ver la pelea entre Abigail y Mona Lisa. Es siempre interesatne ver cómo se pelean un par de mujeres por un hombre.

  • #1

    Tony (jueves, 15 octubre 2020 00:48)

    Creo que las partes se hacen más cortas ahora porque ya no se muestra a tres columnas. Aunque no lo parezca, en realidad es igual que otras veces.
    Para los más impacientes, la parte octava será más movida. Todo se acelera y podría decirse que comienza realmente la historia.
    Nos vemos en Japón. No olvidéis comentar.