Las crónicas de Pandora

 

Prólogo

          

          

          

          

          

         El día estaba siendo completo. Dos jovencitas vinieron a por una poción de enamoramiento, una vecina habitual, le pidió que le dijera a su marido, en el cielo, que había estado en el médico y que de momento debía esperar. Las mañanas solían ser más aburridas, resultaba complicado resumir los tipos de clientes que tenía, su agenda estaba repleta por la tarde pero casi nadie quería ir por las mañanas. Pensó que algunos pedían imposibles, siempre llegaba el típico estúpido que acudía para hacer un artículo, escribir un libro sobre las brujas gitanas y sus farsas, la hacían perder su tiempo y encima no pagaban.

Les dejaba reírse de ella y de propina se llevaban un mal de ojo. Con eso sí que sacaba dinero, todos volvían a que se lo quitara y no bajaba de los quinientos euros. A pesar de salir con la lección aprendida, siempre venían más palurdos.

         Sin embargo ese día era distinto, venía a visitarla un hombre que hacía muchos años que no veía. Alguien que solía traer problemas porque ella era su último recurso y sabía lo complejas que eran sus preguntas, hasta el punto que la obligaba a usar toda su magia si quería complacerle.

         Ahora llamaba a su puerta y bajó despacio las escaleras de su casa pues solía ponerse zapatos de tacón alto cuando trabajaba.

         —Buenos días, Fausta —la saludó cordial.

         Antonio Jurado seguía siendo el mismo en cuanto a vestimenta. Pantalón vaquero, camisa por fuera, esta vez traía una camiseta corta por encima y unos zapatos negros que parecían cómodos. No solía vestir colores, por lo que el pantalón azul oscuro era algo diferente a lo habitual en él. Sin embargo la camisa negra y la camiseta gris estaban en su línea. Siempre había vestido así, con mucho dinero y con poco. Incluso se casó y su mujer no logró cambiarle lo más mínimo. Quizás por eso le terminó dejando por otro. Antonio Jurado podía presumir de guapo, de sagaz, de suertudo y hasta de bendecido por un don sobrenatural por ser capaz de escuchar a los muertos. Pero no podía jactarse de tener clase ni elegancia.

         —Buenos para muy pocos —respondió enigmática.

         —Ha pasado tiempo desde la última vez que vine. Espero que tengas un rato que puedas dedicarme.

         —Antonio Jurado. Leí ese libro al que pusiste mi nombre y tengo que reconocer que tienes inventiva. ¿Cómo pudiste sacarte de la manga una historia de casi cien páginas a raíz de una simple frase que una vez dije,... Algo así como que yo conocí a Pelayo en persona y que viví en mis propias carnes la invasión Árabe? Te has encargado de crear una historia llena de detalles disparatados. No te falta imaginación, de eso no hay duda.

         Antonio no sabía si avergonzarse o alegrarse por aquellas palabras.

         —¿Y qué pasó en aquella batalla realmente? —Le preguntó, con aire casual. Ese descarado no perdía la oportunidad de sonsacarle detalles de su vida.

         —No estaba tan loca como para seguir a ese bárbaro —replicó Fausta, con un suspiro.

         —Bueno, discúlpame, escribí eso hace años, tenía toda la documentación necesaria sobre Pelayo desde mis tiempos de universidad, aproveché que un amigo trabajaba en la biblioteca nacional para pedirle toda la información de la época y nunca supe como exponer el relato. Lo empecé tres veces con distintos protagonistas pero no me convencían. Solo me faltaba el hilo conductor. Y, al decirme eso, se me ocurrió que podía contarlo desde tu perspectiva.

         —No recuerdo que me pidieras permiso —la mujer frunció el ceño como si acabara de comer una fruta amarga—. Deberías darme un porcentaje de los beneficios, digamos un diez por ciento.

         —Me costó cincuenta publicarlo y no me lo ha comprado nadie —replicó Antonio, divertido—, hice varias copias. Algunas las regalé, otra la presenté a un concurso. Así que, ¿beneficios? Cada vez que invierto dinero en mis libros siento que lo tiro por el retrete. Si no me gustara tanto escribir habría dejado de hacerlo hace años. Al menos tu copia no ha terminado siendo el taco para calzar un mueble —se rió de su propio chiste—, me alegro de que la hayas leído. Pero si quieres ese porcentaje, me debes diez euros.

         —Eso me pasa por pedir… —Protestó Fausta, mirando por un segundo al cielo—. En fin, seguro que no vienes a reclamarme eso. ¿Qué te trae por aquí ahora?

         —No has cambiado nada en estos veinte años que te conozco —respondió, no sabía si con segundas porque evadía el tema de soltar dinero—, para seguir tan joven, quiero decir  —añadió sonriente.

         Al especificarlo quedó claro que sí que iba con segundas intenciones.

         —Me cuido —se limitó a responder.

         Fausta seguía viviendo en la casa que Antonio pagó hacía ya quince años (después de que fuera él quien causara previamente su ruina). Cuando le conoció, ella quería matarle por un encargo de una clienta que pagó bastante bien. Y lo habría conseguido si él no hubiera dado el paso de ofrecer su mano… Llena de billetes por trabajar para él. Fue por poco tiempo aunque desde entonces recurría a ella como último recurso. No tenía todas las respuestas del mundo, pero sabía siempre guiarle hacia lo que buscaba y por eso nunca la descartaba si llegaba a un callejón sin salida.

         —Sí, claro, te cuidas —bufó Antonio, incrédulo—. Antes parecías mayor que yo, ahora soy un viejo a tu lado.

         —Gracias —asintió halagada—. Isabel Preisler también parece una jovenzuela y tiene setenta.

         El visitante no la creía, sabía más de la cuenta por su impertinente instinto.

         Durante sus primeros años como investigador sospechó que era una vampiresa. En sus libros de Alastor alegaba que era una hija de las tinieblas, una legendaria de más de mil años, pero eso nunca pudo demostrarlo. Lo cierto es que no tenía ni idea de su verdadera edad. Él sabía que era mucho más que una simple humana, quizás se mantenía joven por un pacto con el Demonio, no en vano podía hablar con él en sus sesiones de espiritismo.

         —Sabes perfectamente a qué vengo —se limitó a responder él—. Eres una verdadera adivina, no tengo la menor duda.

         —Me he retirado —contestó, seca.

         —¿Y cómo te ganas la vida ahora? —desconfió él—. Juraría que he visto salir a dos chicas muy contentas antes de entrar.

         —Vendo perfumes —mintió—. Estoy pensando en mudarme. Aquí no hay clientela con clase.

         —¿A dónde? —Antonio vio su cara de disgusto y rectificó—. Si no te importa decírmelo.

         —No lo sé, ya encontraré algo —replicó ella.

         —De mí no estás huyendo, está claro.

         —No, sino ¿Te iba a estar hablando?

         Antonio seguía esperando una respuesta y no quería dársela. Pero sabía que no la dejaría tranquila hasta que le diera una pelotita con la que irse a jugar, como perrito faldero del EICFD que era.

         —Deberías seguir mi ejemplo. Si fueras inteligente también te marcharías. ¿No lo ves venir? Tú eres medio vidente, por eso has venido a verme, no estás seguro de lo que sientes. La muerte está al caer, tan poderosa como jamás en toda la historia, y tú la ves venir igual que un animalillo del bosque que huele el humo antes de morir en un incendio forestal.

         Antonio asintió con gravedad. Él tenía un mal presentimiento hacía días… Desde que Rusia amenazó a occidente con sus cabezas nucleares. Y Europa estaba acorralando y asfixiando a Rusia. Putin no era el tipo de persona que aceptaba una derrota, ni de los que se deja coger o matar. Antes de perder destruiría el mundo y no le temblaría el pulso cuando pulsara el botón.

         —¿Crees que habrá una guerra nuclear? —Se atrevió a preguntar.

         —La pregunta no es esa —replicó ella con seriedad mortal—. La única duda es cuándo será. Y no nos queda mucho tiempo. Si puedes hacer algo con esos panolis del EICFD hacedlo rápido, pero no esperes que me quede aquí para contemplarlo.

         El visitante soltó una risotada de incredulidad.

         —¿No te vas a quedar? ¿Acaso conoces otro planeta al que puedas ir?

         Fausta sonrió de forma enigmática. El instinto de ese hombre no era tan fino como para entender lo que pretendía.

         —Eso es todo lo que puedo decirte. No perdáis el tiempo y detened esta locura.

         —Como no matemos al presidente ruso… Y es algo imposible, Rusia es parte del consejo, nadie aprobará esa misión.

         —Ya no es cosa de hacer caso al consejo ni seguir sus misiones, Antonio. Se trata de la supervivencia del planeta. Pero no creo que logréis nada, no veo futuro más allá de 2023.

         —¿Puedes llevarme contigo? —Preguntó, nervioso.

         —A donde voy… No hay forma de regresar. Y solo tengo billete para una persona, ni siquiera puedo llevar a mis hermanas.

         —Si podemos detener el fin de los tiempos… ¡Dímelo! ¿Cómo lo hacemos?

         —Sé que el EICFD tiene recursos. Que los utilice al máximo. No te puedo ayudar, el problema no es un solo hombre, es la humanidad. Está condenada a la autodestrucción.

         Le cerró la puerta en las narices y escuchó un chasquido de lengua al otro lado. Después de unos segundos el visitante se alejó y dejó de escuchar sus pasos en la lejanía.

         —Es imposible evitarlo —susurró, sintiendo ese horrendo nudo en sus entrañas, algo que ni siquiera le ocurrió antes de la llegada del COVID o el año que los grises quisieron conquistar la Tierra—. No, Antonio Jurado, no volveremos a vernos.

         Suspiró y miró su medalla colgada de una fina cadena de oro, brillando sobre su escote. Era una "P" de oro entre flores, la inicial de su auténtico nombre, y negó con la cabeza. Le vinieron a la cabeza recuerdos que tenía guardados en la caja fuerte de su memoria. Había llegado el momento de liberarlos.

         —Va siendo hora de escribir mi testimonio y… Regresar a casa.

 

          

 

         Le llevó una semana poner en orden sus pensamientos, esquematizar y plasmar a mano sus crónicas. Cuando terminó de hacerlo sus hermanas esperaban impacientes a que les diera una razón de su encierro. Los clientes estaban furiosos, ellas más porque si ella no trabajaba no entraba dinero en casa.

         Pero Fausta ni siquiera las miró. Pasó de largo por el pasillo de su casa y se dirigió a lo que ella llamaba su "laboratorio". Las dos viejas no se atrevían a seguirla tan lejos aunque la seguían pidiendo respuestas desde la puerta. Ella ni siquiera las escuchó.

         —Siento no poder llevaros conmigo —les dijo—. Por favor, cerrad, tengo que hacer algo muy importante.

         Las ancianas cerraron sin decir nada más.

         —¿No la ves muy rara? —Preguntó una de ellas.

         —Nunca la he visto tan seria, parece que ha estado con el mismo demonio.    

         —No digas tonterías, eso no le afectaría tanto —contestó la otra.

         Entonces escucharon un torbellino dentro de la habitación donde estaba Fausta, el ruido se hizo ensordecedor. Un resplandor cegador salía por las rendijas de la puerta y la casa tembló con el suelo. Se escucharon relámpagos, cuando súbitamente la vivienda se sumió en la oscuridad y el silencio más absoluto.

         —¿Pero qué es lo que ha pasado? —Protestó una de las hermanas.

         La otra no esperó un segundo y trató de abrir la puerta. Enseguida soltó el picaporte soplándose la mano.

         —¿Quema?

         —No, que va. Está helado.

         Con ayuda de su rebeca oscura de lana pudo girar el resorte y la puerta se abrió.

         —Santa madre de Dios y Cristo bendito —dijo la otra al ver, estupefacta, que el laboratorio de fausta estaba lleno de hielo blanco como un congelador.

         —¿Dónde está Fausta?

         Tiritando de frío entraron en la salita y no la vieron por ninguna parte.

         —Fíjate —señaló una de ellas.

         En el suelo había un circulo negro, justo en el centro de una estrella de cinco puntas dibujada con sangre en el suelo. La única parte de la sala que no tenía hielo.

 

 Continuará

 

 

Comentarios: 5
  • #5

    Alfonso (lunes, 14 marzo 2022 00:31)

    La historia tiene buena pinta. Siento que el personaje de Fausta tiene mucho más por contar.
    Por cierto, yo no estaba enterado del taller de escritura. Lo buscaré y me pondré al tanto en cuanto pueda.

  • #4

    Tony (domingo, 13 marzo 2022 11:58)

    Tendré en cuenta tu idea, Jaime, lo que pasa es que el taller es algo más continuo, sería algo para seguir practicar, y no un capítulo independiente puntual. De todas formas es obvio que no todo el mundo está interesado en leer una historia y también va a estar interesado en escribir sus propias historias.
    Yo empecé a escribir porque los libros que leía me gustaban, pero no conseguían satisfacer mis espectativas. Empecé con una saga de fantasía (Dragonlance) que veía que dejaban en via muerta unos personajes y quería ver sus continuaciones. Así fue que nacieron mis primeros libros. Luego me gustó esto, descubrí que me gustaba más escribir que leer y así me metí a esta apasionante afición.

  • #3

    Jaime (sábado, 12 marzo 2022 21:05)

    Me ha picado la curiosidad el prólogo. Me parece interesante que puedan salir tres libros de esto. Esperaré la siguiente parte con ansias.
    Con respecto al taller de escritura, no lo he seguido tanto porque mi interés está en la historia del momento. En mi opinión, el taller llamaría más la atención si se hace entre el fin de una historia y el comienzo de otra y no en medio de una historia. De cualquier forma, le echaré una ojeada.

  • #2

    Tony (viernes, 11 marzo 2022 08:55)

    Esta vez puede que tarde más en subir continuaciones, bueno a partir del capítulo 4 más o menos. Intentaré subir una vez a la semana, como siempre.
    Voy a cambiar el formato habitual porque sino va a ser imposible llevar una estructura de todo esto. A partir de ya (como habréis podido apreciar) van a ser capítulos completos.
    Este era el prólogo, el próximo será el primer capítulo (obvio, ¿no? pero además del nómbre del capítulo cada uno pertenecerá a uno de los tres libros y también lo aclararé. Voy a escribir los 3 libros a la vez (y las crónicas de Pandora será una especie de colacao de los tres). Será necesario leer cada capítulo en su orden para que podais seguir el hilo de la historia o bien leer un libro. Cuando esté terminado todo quizás saque los tres libros por separado o haga uno que los contenga a los tres tal como estarán aquí. Ya veremos.
    Aunque tengo que avisaros de algo. Veo que mi taller de escritura es un desierto de comentarios y lo he terminado hace tiempo. No he subido más partes porque... ¿Para qué?
    Si pasa lo mismo con este libro, dejaré de subir capítulos así que si estás leyendo esto y te interesa leer continuaciones, escribre y opina. Solo pido eso, no estoy cobrando porque me siento justificado por el mero hecho de que alguien quiera leer lo que escribo. Considero que leer es uno de los hobbies más sanos y en los tiempos que corren, no es tan fácil encontrar lectores. De hecho creo que debería ser gratis, salvo casos como libros exquisitamente maquetados y que nos encante tener expuestos en nuestras estanterías.


  • #1

    Tony (martes, 08 marzo 2022 12:57)

    Arranca este libro que tantas ganas tengo de escribir. Si os parece, me contáis qué os parece esta introducción.