Las crónicas de Pandora

Capítulo 41

Anteriormente

 

          La tercera noche acamparon muy cerca de un enorme robledal de árboles de más de veinte metros de alto  y otros cientos más pequeños entre los que solo veían oscuridad. No vieron caminos, nadie se atrevió a acercarse a aquellas sombras impenetrables. Al amanecer ninguno quiso quedarse mucho tiempo parado y recogieron el campamento más rápido que de costumbre. Cuando ya estaban en camino, aun bordeando el siniestro bosque escucharon la conversación de algunos.

          —Son los aledaños de Qualinesti —comentaba un comerciante—. Una frontera viva, natural donde, según cuentan las leyendas, aquellos que entran nunca salen con vida.

          —Habría que ser un cabeza hueca para intentarlo —comentó otro—. Se siente el hedor a muerte desde aquí.

          —Más terribles son los árboles del robledal de Wayrreth —replicó un con voz aserrada—. Esos robles están infestados de un liquen negro que cuelga de sus troncos hasta el suelo.  Muchos de aquellos árboles son ahora esqueletos pues han muerto por su fatal infección. Los que aún quedan con vida se han adueñado del cielo y sus troncos están pelados en las partes inferiores y en las crestas crecen tantas ramas que no dejan pasar una brizna de Sol. Da escalofríos verlo de lejos, imagínate de cerca. Aquí, en este, puedes encontrar conejos, ardillas y duendes entre todo ese verde, allí no hay nada vivo y el fango negro se ha llevado más gente al otro barrio que todas las guerras juntas.

          —Por las barbas de Reorx —barbotó el enano—. Yo soy testigo, ese bosque está lleno de espectros, son sus manos huesudas las que salen del barro y se llevan a la muerte al pobre desgraciado que atrapan. Ese robledal está maldito, lo han encantado los antiguos hechiceros para proteger su torre oscura y nadie se ha molestado en desencantarlo. Yo no me interné dentro, pero unos compañeros de viaje, sedientos de aventuras, más locos que una gallina sin cabeza, se adentraron hace muchos años en ese bosque y no los volví a ver con vida. Por suerte no tenemos que pasar por allá.

          —Nosotros vamos a una de esas torres —intervino Abby, preocupada.

          —La torre de Sirrien no tiene bosques protegiéndola —respondió el mismo.

          —Qué alivio —suspiró ella.

          —Ah, querida —añadió otro de los presentes—, pero un muro de hielo, imposible de escalar, evita el paso a los que ellos no quieren que alcancen sus puertas. La ventisca de las montañas que la rodean es tan terrible que ni con abrigos de piel de oso se puede soportar sin morir congelado. Y si tienes la fortaleza y fortuna de alcanzar el muro, necesitas un milagro para que se te conceda el paso si no has sido invitado.

          —Dicen que no es un muro sino una elevada cordillera que se extiende millares de pasos de distancia —comentó una mujer.

          —Tenemos que llegar —profirió Alfonso—. Vamos a matar a la moradora de la torre y lo peor es que lo sabe.

          El enano les miró con intensidad y tras una seriedad sepulcral rompió en carcajadas.

          —¿Qué le hace tanta gracia? —Se quejó Abby.

          —Sabía que los humanos eran unos cabeza huecas, pero esto, queridos amigos, me lo confirma con creces.

          —Empiezo a creer que os gusta asustarnos con vuestras estúpidas leyendas —replicó Alfonso—. Hasta ahora no he visto ninguno de esos espantosos hobgoblins, la cosa más peligrosa con la que nos hemos cruzado son unos diabólicos kenders, que nos han estafado cambiando una bolsa de oro por pedruscos inútiles. ¡Ah! Y los manzanos que arrojaban sus frutos para matarnos de miedo.

          Abby se rio a carcajadas, pero fue la única en hacerlo.

          —¡Arrogante hijo de una puerca! —rezongó el enano—. Luego no digas que no te advertí, muchacho. Por suerte para mí me separo de vuestro loco pelotón cuando lleguemos a Thorbardín. ¿Crees que unos pocos soldados carentes de experiencia os ayudarán? Ni aunque fueran millares.

          Dicho eso se alejó de ellos y se fue a otro lugar más atrasado de la caravana para compartir sus chanzas con aquellos viajeros.

          —El enano tiene razón —añadió uno de los que iban cerca, uno de los soldados—. Ir a la torre de Sirrien sin invitación es como tirarse de cabeza a un barranco.

          —Y no conozco de nadie que haya tenido una —porfió otro de los cercanos, que ya peinaba barba canosa—. ¿Quién quiere tratos con los nigromantes salvo los antiguos caballeros negros?, Gracias a los dioses se extinguieron hace unos años. Los soldados que quedamos somos muy viejos o muy jóvenes para haber tenido que luchar antes.

          —O estáis muy desesperados… —dijo un comerciante—, o chiflados.

          Alfonso buscó con la mirada al general, que estaba un poco distanciado en el frente de la comitiva. Arreó a su caballo y se adelantó para ponerse a su altura. Abby le siguió sumamente interesada con el tema.

          —General, dicen…

          —No estoy sordo, muchacho —respondió, anticipándose—. La fama de esa torre es más que merecida. Vamos de cabeza a una trampa mortal. Entiendo el peligro que entraña esa maldita hechicera. Aunque solo pueda llegar uno de mis hombres, si podemos aniquilarla, le haremos un gran bien a la humanidad. Es eso lo que está en juego, ¿no?

          Abby miró a Alfonso. Ellos sabían de sobra que no iban a evitar nada, tan pronto llegarían a su nave se marcharían a borrar su paso por aquel tiempo. Pero no podían decir eso porque esos soldados creían en su causa, iban a morir por su culpa y aunque borraran después aquella aventura, ellos no podrían apartarse de su aciago destino.

          —Nos complace que sean tan valientes —agradeció Alfonso.

          —Ellos no saben lo que nos espera —desengañó el general—, al menos los detalles, y es mejor que siga siendo así o se largarán, cagándose en los pantalones. Nunca hemos luchado en serio, son campesinos disfrazados de soldados, en su mayoría. Cambiaron su azada por una espada porque sabían que nunca la tendrían que usar y cobrarían un sueldo vitalicio.

          —Pero hay buenos guerreros entre ellos —dijo Alfonso.

          —Lo fueron en la gran guerra, ahora están oxidados y solo fanfarronean. ¿Cómo te explicas sino que un vejestorio como yo sepa luchar mejor que todos esos patanes? Porque yo me molesto entrenar y ellos mientras se llenan la barriga de aguardiente enano.

          Alfonso se quedó sin habla al saber eso.

          —Ay, amigo, ¿te creías muy hábil por darles unos azotes en el culo a esa panda de haraganes? En aquella pantomima de la pedida de mano de la princesa viste a los mejores y ninguno te hizo sombra. ¿Creías que eran buenos de verdad? Solo los más pretenciosos. Si hubieras tenido que medirte en duelo con los grandes campeones de Solamnia, puede que te hubieran aniquilado a las primeras de cambio. He visto lo que pueden hacer allí, es demencial. Ni loco me presento yo a semejante prueba. Que estemos aquí sin tener que pasar por aquel circo sangriento es un gran favor que te estoy haciendo porque no habrías sobrevivido. El emperador solo impone una norma: Rendirse o morir. Y no conozco a muchos que se hayan rendido.

          Alfonso seguía pálido, las cosas estaban yendo bien pero solo por suerte.

          —¿Te has quedado mudo? —Preguntó, satisfecho, mostrando su incisivo de oro—. Cuando tenía cuarenta años y aún era un hombre libre (y no trabajaba al servicio del reino de Thelgard), me gustaba asistir a esas grandes justas. Tuve la gran suerte de ver luchar al emperador de Solamnia de aquel entonces, Halen de Rowand. Fue una lucha increíble con la mejor de las guerreras de su ejército una muchacha de pelo armarillo, como tu amiga. Era tan ágil que cogía las flechas al vuelo y las lanzaba con gran puntería sin necesidad de arco. Y el emperador mordió el polvo, fue derrotado y de qué manera. Las espadas que usaron quedaron hechas una chatarra y las lanzas todas partidas, los escudos astillas y se decidió la lucha a puñetazo limpio. Yo creí que ganaría él por simple diferencia de tamaño y fuerza bruta, pero Riven, se ganó su libertad dejando inconsciente al emperador tras una brutal patada en la cara.

          —¿Era esclava? —Replicó Abby.

          —Claro, ¿no te lo acabo de decir? —Protestó Arnaldo—. Perdona puede que esa parte me la haya saltado.

          —Me llama la atención que un emperador se presente a una pelea tan exigente y peligrosa —comentó Alfonso—. Los de mi… País son inútiles redomados que no pueden vencer ni a un borracho. Además mienten con descaro y les siguen votando.

          —¿Qué has dicho que les hacen? —Se sorprendió Arnaldo.

          —En nuestra tierra a los líderes de los países los llamamos presidentes —explicó Alfonso—. Se presentan unos pocos y el pueblo, la gente decide al que prefiere. El que tiene más partidarios gana y los demás se quedan en la sombra, esperando las siguientes votaciones.

          Arnaldo le miró con cara de incredulidad.

          —¿Y qué demonios sabe el populacho de quien es el que les conviene? ¿Cómo saben que eligen bien?

          —Llenándonos la cabeza de mentiras —respondió Abby.

          —El que convence a más gente por sus promesas, gana.

          —Lo cierto es que Halen llegó a la cima de forma muy poco honorable —razonó el general—. Salvó de una trampa que le hizo en anterior emperador a su esposa Shanis. Mató al emperador, le encerraron pero engatusó a la emperatriz y no solo le perdonaron la vida, sino que se casaron y se convirtió su consorte. De ahí le proclamaron emperador (si la gente hubiera podido opinar sobre el tema, sin duda le habrían cortado la cabeza). Lo más curioso es que fue el mejor emperador que ha tenido Solamnia, los anteriores no eran más que borrachos y arrogantes aristócratas que solo pensaban en recaudar impuestos. Él unió a todos los reinos del continente para expulsar a los invasores. Fue una victoria muy cara, pero si hay que agradecérselo a alguien es a él y a sus amigos, los hechiceros. Por cierto solo quedó una viva y es la persona que pretendéis ir a matar.

          Guardaron silencio, meditando esas palabras hasta que fue el propio Armando quien continuó.

          —Nadie en su sano juicio hubiera apostado un jaspe por un hombre al que le perdonaron de la pena capital para gobernar un imperio sumido en múltiples guerras. Ningún ser humano cuerdo le habría elegido a él, un hombre tan viejo, un asesino y un oportunista. Y sin embargo… Seguimos aquí gracias a sus grandes gestas.

          —Nuestros presidentes también hacen cosas —respondió Alfonso—. Por el pueblo quiero decir, construyen carreteras, instalaciones públicas, hospitales,… No es que se queden los impuestos solo para ellos. Tiene que contentar a la gente y así les volverían a elegir en las siguientes elecciones.

          —¿Pero qué dices? ¿Encima repiten eso? Por mis ancestros… —Arnaldo se quedó pensando y asintió—. Eso ya tiene más sentido.

          —De momento, funciona —comentó Abby—. Aunque en nuestro país, últimamente está ganando un hombre al que no elige la mayoría.

          —¿Y cómo es eso? —respondió estupefacto Arnaldo—. ¿No es para eso justo que los votáis?

          —Sí —Alfonso y Abby se encogieron de hombros sin saber cómo explicarlo.

          Arnaldo dio un bote tan pronunciado en su caballo que bailaron sus barbas y su poblado bigote castaño—canoso.

          —¿Cómo se puede ganar si no gana? ¡Es como si se organiza una pelea y gana el perdedor!

          —¿Por qué crees que digo "de momento"? —Se rio Abby.

          —Vuestro país es un sinsentido. Pero no puedo negar que si cuenta con dos guerreros como vosotros, debe ser temible.

          —En realidad —comenzó a decir Alfonso—nosotros somos soldados de élite. Solo nos mandan cumplir misiones que personas comunes y corrientes no podrían lograr. No todos tienen artefactos que permiten viajar en el tiempo, imagínate qué caos sería todo.

          —Vaya, eso me tranquiliza —replicó el general—. Solo espero que a vuestro presidente mentiroso no le dé por invadir nuestro continente.

          —Creí que le habíamos dicho que somos viajeros del tiempo —recordó Alfonso—. No hay peligro alguno de que eso ocurra.

          —Si habéis podido venir vosotros, nadie les impide mandar a un ejército a buscaros, ¿no?

          —En teoría, es posible… —aceptó Abby—. Pero no tenga miedo, eso no va a pasar.

          El general la miró sin demasiada confianza.

          —No sé yo si confiar en vuestra palabra. Ni siquiera os fiais de vuestros líderes… A saber de lo que son capaces.

           

          Cuando pasaron por el cruce de caminos, los que iban Thorbardín, el país de los enanos, se separaron de ellos quedando únicamente en la comitiva los soldados y ellos. El campo teñido de verde se fue amarilleando y dio paso a un paisaje árido lleno de cactus. Vieron extraños escorpiones de dos colas escondiéndose entre las rocas cuando les escuchaban acercarse. Por suerte las reservas de agua eran abundantes y podían dar de beber a los agotados animales que empujaban lo carros. Aunque no sabían por cuanto tiempo y comenzaron a racionarla.

          Tuvieron que desmontar para que sus caballos no murieran de calor y agotamiento.

          —¿Cómo podemos estar llegando a un muro de hielo si esto es un secarral de mil demonios? —Protestaba Abby—. La armadura me está quemando y ¿se supone que íbamos a morirnos de frío?

          —Mira bien a lo lejos —respondió Alfonso—. No son un espejismo, eso de ahí arriba son las montañas.

          Abby tuvo que entrecerrar los ojos para mirar tan a lo lejos. Sus iris azules la impedían abrirlos bien porque el brillo de la arena la cegaba. El cielo era gris en lugar de azul, no se veía una sola nube. Donde señalaba Alfonso apenas había una mínima diferencia de tonalidad. Cuando pudo enfocar la vista se dio cuenta de que el cielo estaba un poco más oscuro en aquella zona.

          —No seas tonto, eso deben ser nubes.

          —Te digo que son montañas. Probablemente sean casi tan altas como el Himalaya.

          Cuando por fin pudo fijarse bien, poniendo las dos manos a modo de visera, se dio cuenta de que a una distancia que no parecía demasiada, el desierto se terminaba y comenzaba una pendiente casi vertical con algún que otro valle. A primera vista no eran más que picos rocosos grisáceo anaranjados, más allá era una cortina gris, más arriba una más blanca y casi encima de una capa oscura que parecían nubes tormentosas.

          —Mierda, ¿hay que cruzar todo eso?

          Se dio la vuelta para ver lo lejos que quedaba ya el bosque de los elfos y se asustó al ver una nube de arena aproximándose a ellos a gran velocidad.

          —¡Tenemos que movernos más rápido! A los caballos —ordenó a voz en grito.

          Una flecha silbó junto a la oreja de Alfonso y se clavó en el suelo. Era una rama torcida con unas plumas en la parte de atrás. Se quedó erecta en el duro suelo de arena apelmazada.

          —¿Qué demonios? —Murmuró.

          —¡Cuidado! —Gritó Abby, que le empujó súbitamente y cayó rodando por el suelo. Otra flecha habría acabado con él si no hubiera hecho eso.

          —¡Nos atacan! —Exclamaron los soldados.

          —Las flechas vienen de la tormenta. ¡Demonios! Eso debe ser magia —exclamó uno de los soldados, aterrados.

          Al prepararse para la lucha, la densa nube de arena les envolvió y se quedaron medio cegados. Todos desenvainaron sus espadas y se enfrentaron a la polvareda que protegía a los atacantes de su vista. Escucharon gemidos, golpes violentos, armas partiendo huesos, gritos coléricos, graznidos salvajes y ronquidos como de cerdos. Abby se arrastró por el suelo hasta Alfonso y le estudió con preocupación.

          —¿Estás bien?

          —Nos estamos perdiendo la lucha —se quejó intentando levantarse. No podía porque en su caída se había dislocado el hombro derecho. También se quejaba del pecho.

          Abby prefirió no quitarle el peto de la armadura por lo peligroso que sería en plena lucha dejarlo desprotegido. Le dio la mano y le obligó a levantarse. Alfonso lo consiguió desenvainó su espada y corrió hacia el jaleo, seguido por Abby. El viento les cegaba, veían formas luchando entre ellas, no podían distinguir más que figuras humanoides golpeando con sus espadas a las otras. Entonces vieron acercarse a un ser con armadura de cuero, y un escudo hecho de tres gruesos palos unidos con una cuerda de esparto y un hacha que era un tronco con una piedra afilada atascada en su extremo. El brutal golpe dio en el peto de Abby y la tiró de espaldas contra el suelo. Alfonso vino en su defensa y antes de que el atacante le aplastara la cabeza a su compañera lo empujó y lo hizo caer, rodando por el suelo.

          Luego apareció otro que Alfonso ya había visto venir y le detuvo con su escudo. Luego le clavó su espada en el centro de su pecho y la criatura cayó agonizando a escasa distancia de su cara, con los ojos cubiertos con una venda y hocico de cerdo torcido y emitiendo un chirrido típico de un puerco moribundo.

          Alfonso se centró en pelear con otro más grande que llevaba dos armas, una en cada mano, que trató de rematar a Abby, que aún no se podía levantar. Esas armaduras eran demasiado molestas y no la permitían incorporarse. Aunque sin ella habría sido atravesada por aquel hombre cerdo que acababa de matar Alfonso.

          —Vamos levanta y lucha —ordenó Alfonso, cogiéndola de la mano y tirando de ella para que pudiera incorporarse de un salto.

          —Mira quién habla, majo —se quejó mientras se preparaba—. Antes tuve que salvarte el culo y levantarte yo.

          —No es momento contar nuestros méritos —apremió Alfonso—. Son muy fuertes y están preparados para luchar entre la ventisca de arena.

          Dos personajes musculosos con rostro de cerdo, con sus pechos cubiertos trozos de hierro, ojos tapados por telas, cuencos de madera a modo de cascos, les atacaron a la vez, uno por cada lado. Los primeros golpes de espada de Abby rebotaron en su chapucera armadura. Luego creyó que podría cortarle la cabeza a su rival, pero éste interpuso su arcaico escudo de palos y su espada quedó trabada al clavarse el filo en la madera. No pudo evitar que la golpeara con una gruesa rama en la pierna derecha haciéndola caer de rodillas.

          El viento seguía siendo intenso y apenas podían mantener los ojos abiertos. Esas criaturas porcinas no sufrían problemas en por el trapo de la cara. No era casual que les atacaran allí, ese debía ser su territorio.

          —Es una lucha absurda, debemos huir —apremió Abby, esperando que no fuera tarde para eso.

          Pero antes de que pudiera levantarse, un martillazo la golpeó en la frente y perdió el sentido mientras escuchaba el tintineo del casco que le acababan de arrancar de la cabeza, rondando por el suelo arenoso.

 

Continuará

           

Comentarios: 7
  • #7

    Vanessa (domingo, 12 noviembre 2023 15:57)

    Yo también espero ver el desenlace de la historia de Alfonso y Abby. Me gustaría que terminaran juntos.

  • #6

    Chemo (sábado, 28 octubre 2023 12:44)

    Es justo que termine la historia de Alfonso antes de comenzar la del trío de Chemo con Vanessa y Lyu.

  • #5

    Alfonso (jueves, 26 octubre 2023 03:25)

    Ya espero el desenlace de la historia de Alfonso con ansias.

  • #4

    Jaime (lunes, 23 octubre 2023 22:50)

    Oh, qué bueno. Gracias por aclarar, Tony.
    Así no nos quedamos en suspenso con la trama de Alfonso y Abby.

  • #3

    Tony (lunes, 23 octubre 2023 09:49)

    Aún queda otra parte de Abby y Alfonso y luego ya se cambia de personajes. Prefiero no alternar cuando se corta una acción .
    Os aviso de una cosa, normalmente en la parte 40 ya estamos llegando al desenlace, esto no es una historia al uso, son 4 libros fundidos en uno y uno de ellos ni siquiera ha empezado, que es precisamente el que da título al libro. Con esto quería decir que puede que haya aquí solo haya sido un extenso prólogo. Ni de lejos se está acabando.

  • #2

    Jaime (lunes, 23 octubre 2023 02:55)

    Estuvo entretenida esta parte. Y como siempre, Tony siempre deja las mejores partes en suspenso.

    Por cierto, mientras leía esta parte se me ocurrió que los pleyadianos podrían tener algo que ver con los eventos acaecidos en esa época y con la desaparición de sus habitantes para dar paso a la Tierra como la conocemos actualmente. ¿Qué opináis?

  • #1

    Tony (domingo, 22 octubre 2023 22:10)

    No olvidéis comentar. Si eres un lector tímido y no te has dado a conocer, te invito a que lo hagas.