Antonio Jurado y los impostores

37ª parte

 

 

 

Anteriormente

            —Lo ha hecho de nuevo —musitó entre susurros—. Me ha vuelto a matar y esta vez solo estaba durmiendo a su lado. Me puso la almohada en la cabeza y… Qué hijo de puta. Le había creído…   

            —No intentes nada, acabo de averiguar que es un sicario. La organización le ha encargado tu eliminación.

            —¿Qué? —Lara dejó de llorar.

            —Lo siento, no he tenido tiempo de avisarte. De todas formas igual no me habrías creído.

            —Que cabrón… —Musitó.

            —Él solo cumple órdenes.

            —No me refiero a esta rata. Sino a… No le conoces.

            —Sal de casa, mantente a salvo aunque no necesito decirte cómo, sabes apañártelas.

            —Gracias Ángela… Lamento haberte alejado de mi vida.

            —De na

            Lara no esperó a que terminara de decir la palabra antes de colgar.

            Sabía de sobra que Lara era imposible de matar, ese poder suyo de ver sus muertes cercanas la había salvado de muchas.

            —Te voy a conceder algo más —musitó—. A partir de ahora no solo podrás ver lo que pasará cuando mueras, sino también lo que pasaría si el resultado de una decisión te perjudica.

            Sonrió, así podría evitar trampas aunque no terminaran con ella muerta. Deseó tener el mismo poder, era… Insuperable.

            De nuevo notó que su energía física menguaba. Estaba exhausta. Detener el tiempo, viajar de un lado a otro, con él detenido, y atribuir un nuevo poder a su amiga la había dejado con las fuerzas justas para llegar a su cama… Al lado de Antonio.

            —Debería obtener energía infinita, pero no sería tan gratificante —susurró.

            Abrió la puerta del baño y se acercó a la cama donde Antonio dormía con alguna marca del virus aún visible en su rostro. Su hedor era insoportable, debió cagarse y mearse encima mientras era un zombi.

            —No puedo tumbarme ahí si no quiero vomitar —decidió.

            Se fue a la sala de estar, cerró la puerta para contener esa peste y se dejó caer en el sofá. Era tan suave y blando que apenas unos segundos después de tumbarse se quedó profundamente dormida.

            Sus sueños fueron sobre criaturas horribles, zombis devorando la ciudad de Madrid, el gobierno sitiándola con el ejército y la desconexión inmediata de toda clase de antenas móviles. Quitaron la luz, la población al principio se echó a la calle a protestar por las medidas, ignorando los motivos. Ella lo veía todo desde los ojos de un niño de ocho años, Charly, el hijo de Antonio, que no hacía más que llamar a su padre, agarrando con desesperación la mano de Miguel, pues su madre se había transformado en zombi y tratado de comérselos. Lograron escapar de casa, Brigitte se quedó dentro, incapaz de abrir la puerta, pero quedaron atrapados en el patio delantero de su vivienda. Una suerte para ellos ya que en la calle el peligro era mucho mayor.

            Sentía el pánico del crío, la gente corría persiguiéndose, mordiéndose. El más pequeño lloraba sin cesar con hipo, debido al que su propia madre le había arrancado un trozo de brazo de un mordisco y la herida se veía negra y rodeada de horribles venas moradas.

            Cada vez que Charly clamaba por su padre se le rompía el corazón.

            —¡Papa! —Sollozaba con la voz quebrada—. Por favor, papá vuelve… Tengo miedo. Me dueleee.

            Despertó bruscamente cuando alguien la tocó el hombro.

            —Es una pesadilla —Le dijo alguien, acuclillado a su lado.

            Abrió los ojos y vio que estaba cubierta por una manta sedosa. Antonio se encontraba delante de ella, con una toalla enrollada en la cadera y sin camiseta. A pesa de seguir estando gordo se le notaba musculoso. Pero no era, en absoluto, un cuerpazo del que pudiera presumir.

            —¿Estás mejor? —Le preguntó.

            —Supongo que no era mi hora. Creía que no lo contaba y que abriría los ojos en el otro barrio… Tampoco me equivocaba tanto, cuando me levanté y te vi dormida creí que realmente estaba en el cielo. Ya pensaba que nunca volvería a verte. Al ver mi ropa me di cuenta de lo contrario, la he tirado a la basura, si no te importa. No se te ocurra abrir la bolsa si no quieres morir de forma horrible.

            —No, descuida. Me alegro de que te hayas duchado, olías a muerto.

            —He tratado de limpiar tu ducha pero no sé dónde tienes la lejía.

            —No te preocupes, me marcho esta noche —replicó—. No suelo dormir dos días en el mismo hotel.

            —Supongo que no tendrás ropa que pueda valerme… —pidió, avergonzado.

            Ángela no podía borrar de su mente los gritos de Charly, los llantos de Miguel. ¿Serían reales?

            —Dame la mano y piensa en tu casa —ofreció—. Allí podrás vestirte.

            Antonio dudó pero lo hizo aunque no entendió para qué hasta que tocó su ardiente piel y aparecieron de repente en su habitación. Ángela sufrió una sacudida de dolor al ver aquella estantería blanca llena de videojuegos, esa cama, esos cuadros pintados por él, los coches de fórmula uno colgados por las paredes, las naves de Starwars flotando encima de la televisión… Era el mismo lugar donde él la rechazó. Aunque, en realidad, nunca lo hizo porque cambió el pasado.

            —Vístete —ordenó. Ella apareció en la cama y se levantó con pesadez. No debía seguir usando su poder o tendría que dormir durante días para recuperarse.

            Él obedeció sin protestar a pesar de que podía ver en su cara que tenía cientos de preguntas agolpándose en su cerebro. Sin embargo el viaje instantáneo no le sorprendió… Cualquier otro habría enloquecido. Él era así, lo pillaba todo a la primera, por raro que fuera.

            Cuando notó que se volvía a agotar se dio cuenta de que acababa de usar su poder para obligarle a vestirse y que no perdiera el tiempo con preguntas.

            —¿Cómo te has infectado? Suponía que ese virus había sido eliminado de la faz de la tierra —le preguntó mientras él buscaba una camiseta y un pantalón.

            —La verdad,… —replicó sin dejar de vestirse—. Creo que yo lo propagué.

            —¿De dónde salió? —Bufó.

            —Alguien me lo dio. Y yo lo… Espera, debería contarte algo antes. Yo no soy yo el Antonio Jurado que conocías antes.

            —No, no lo eres —respondió, asqueada—. Aunque tú no deberías saber eso.

             Él se la quedó mirando extrañado. ¿No le había entendido o acaso ella era Arita?

            —¿Tú me ha hecho... Esto?

            Ángela no supo a qué se refería exactamente, sin embargo no parecía que fuera la misma cosa que ella pensaba.

            —Explícate.

            —Es complicado… Bueno tú lo sabrás, si eres responsable, dicen que soy un impostor.

             Ángela ya había escuchado esa expresión de la boca de Mónica y no era casualidad que la escuchara de nuevo.

            —Continúa.

            —Es una historia demasiado larga. Hemos llegado hasta aquí, eso significa que sigues teniendo poder. ¿Por qué no intentas leerme los pensamientos? Terminaríamos antes, es una historia larga que no tengo ganas de recordar.

            —Olvídalo, sí que sigo con el toque divino, pero me lo he limitado por el bien de mi salud mental.

            —¿Y por qué has hecho tal cosa? —Se extrañó Antonio.

            —También es una larga historia. Ahora no tenemos tiempo, creo que tu familia está en peligro, especialmente tus hijos.

            —Estarán abajo con su madre —respondió como si le molestara. «Lo más probable es que esté festejando mi muerte».

            —¿Por qué no sales y miras dónde están? Puede que te lleves una sorpresa desagradable.

            Él frunció el ceño con desgana y suspiró, antes de levantarse. Ángela cuidaba mucho sus palabras, no quería seguir usando su poder sobre él.

            —Vale —Antonio abrió la puerta de su dormitorio con cuidado de no hacer ruido.

            Dentro de la casa reinaba el silencio más absoluto pero en la calle se escucha un llanto continuo. Supo que era Miguel y de vez en cuando se escuchaban las llamadas de Charly desesperadas con una voz tan débil que tuvo el impulso de bajar corriendo las escaleras. Pero Ángela la detuvo con la mano.

            —Cuidado Antonio, no estamos solos —recomendó Ángela, que escuchaba atentamente cualquier ruido que delatara algún tipo de peligro.

            Efectivamente, una respiración fuerte, dificultosa, horrible, venía del piso de abajo. Cuando Antonio se asomó por la barandilla vio los brazos de Brigitte colgando de sus hombros y su pelo cubría su cabeza, incluso la cara. Al tocar la barandilla está crujió levemente, ruido que escucho su mujer que levantó la mirada hacia arriba de forma salvaje y sobrenatural, mostrando su horrible rostro lleno de hematomas y cortes y con sus ojos como piedras de obsidiana.

            —Me ha visto —musitó temblando de miedo.

            —Volvamos a tu cuarto y cierra la puerta —ordenó Ángela, que no parecía tan sorprendida y asustada como él.

            Tiro de su mano para dentro y viendo que no reaccionaba el hombre, tiró de él y cerró la puerta de un portazo apoyándose en ella.

             Dos segundos después alguien golpeó con todas sus fuerzas por el otro lado sin la mínima precaución de intentar girar la manivela de la cerradura. Los gemidos se convirtieron en chillidos horribles, desesperados, caóticos y hambrientos. Sin duda la persona que estaba al otro lado se auto lesionaba al golpear con tantísima fuerza la madera que les separaba. Sin embargo el gesto de indiferencia de Antonio sorprendió a Ángela. Espera verle sufrir por su mujer.

            —Si no le ponen el antídoto pronto, morirá —Indicó Ángela queriendo hacerle entender lo grave de la situación de Brigitte. Pero el gesto de él no cambió, no vio lástima, miedo ni preocupación en sus ojos. Solo vio enfado—. Y dudo que puedan actuar rápido, esto se ha descontrolado, hay contagiados por todas partes. Por favor, cuéntame en un resumen todo lo que te ha pasado.

            Antonio se vio obligado a respirar para poder tranquilizase y poner sus ideas en orden. Los golpes cesaron y el zombi de la mujer bajó las escaleras de nuevo. Antonio se sentó en la cama, apoyó la cabeza en sus manos, cerró los ojos y suspirando comenzó a contarle lo que sabía.

            —Lo he perdido todo, estos últimos dos años he necesitado trabajo a toda costa. Hacienda me acosa por deudas que no sé de dónde han salido. Bueno es una larga historia adicional. El caso es que necesitaba ganar dinero a cualquier precio. Entonces Lara, ya sabes, tu amiga policía, me propuso un negocio.

            —Así que ella fue... —musitó Ángela, comenzando a atar cabos—. Perdona, continúa.

            —Me pidió proteger a un niño, pues había tenido una de esas pesadillas de muerte en la que ese chiquillo moría en la puerta de la comisaría cuando le liberaban después de haberlo interrogado. Por supuesto, lo acepté, luego, él me dijo que le perseguían los yakuza, pero ya era demasiado tarde ya estaba metido hasta el cuello en el fregado. Perdona me estoy liando creo que eso me lo dijo la madre del chico después de matarlo…Si bueno, es que no conseguí salvarlo. Vaya no sé si te estás enterando de algo, Estoy nervioso y no tengo la cabeza como para pensar en lo que ha pasado.

            —No te preocupes, tus hijos también están infectados, luego me encargo de curarlos pero ahora cuéntame. ¿Qué es eso de los impostores?

            —¿Qué? —Antonio se levantó aunque ella le tranquilizó con un gesto de la mano, desde la puerta en la que seguía apoyada—. No me tranquiliza mucho que me digas que están infectados, la verdad. Voy a intentar de resumirlo. Custodié al chico, lo llevé a su casa, fue a buscar a su madre porque decía que los yakuza les habían encontrado y esta, en cuanto le vio, le cortó la cabeza de un tajo, en medio de un callejón con una catana.

            —Ya —Se limitó a responder asintiendo con la cabeza. Por extraña que pareciera la historia, no la estaba mintiendo.

            —Después de aquello, la mujer me secuestró… O me contrató, bueno teniendo en cuenta que no vi un euro por seguirla, más bien fue un secuestro. Me contó una historia de lo más extraña acerca de una mujer, alguien capaz de transformar a las personas en otra cosa, los llamó "Los impostores". De hecho aseguraba que su hijo era uno de ellos, enviado por los yakuza para matarla.

            —Y por eso le cortó la cabeza —dedujo Ángela.

           Equilicuá —completó Antonio sonriente.

            —Entonces esos impostores deben de ser muy peligrosos si ella misma tomó está precaución con su propio hijo.

            —Lo somos —sentenció él, mortalmente serio—. Lamento mucho decirte esto pero, soy uno de ellos... La gente que lo tiene dentro no es consciente, no sabe cuándo será "poseída" por ella. Puedo parecer el hombre que tú conociste pero en cualquier momento perderé el control de mis actos. No te fíes de mí, te lo digo en serio. Si me ves amenazante, no me des ninguna oportunidad, mátame.

            —Nunca me he fiado de ti, eres un terco y un cabezota —Ángela se rió.

            —Permíteme decirte que son la misma expresión porque son sinónimos —Se defendió el, que no le veía tanta gracia—. Es que lo has dicho como si fueran dos insultos.

            —¿Quieres continuar? —Ángela puso los ojos en blanco—. Por favor. No pareces muy peligroso y si lo fueras no me estarías advirtiendo sobre tu peligro así que explícame todo lo que me estás contando.

            Antonio enarcó las cejas mirando hacia la puerta. Los gemidos de su mujer ya no se escuchaban fuera.

            —¿Quieres que la cure? —Preguntó ella.

            —Tú puedes curar a todos, solo tienes que decirlo.

            —En realidad no pienso hacerlo. A tus hijos sí, me caen bien. Pero a ella no la aguanto.

            Antonio soltó una sonrisa de complicidad.

            —Nos hemos separado —reconoció—. Se ha buscado un novio, me lo ha metido en casa durante un año, me ha engañado en mi cara delante de mis hijos, si te digo la verdad no hay persona en el mundo que me haya hecho más daño que ella. ¿Quieres que te diga si me gustaría que la cures?, pues sí, cúrala. Yo voy a morir en cuanto Arita trate de atacarte. Alguien tiene que ocuparse de mis hijos. Pero no quiero su bien porque la quiera, que va. Hemos roto para siempre.

            —Me estás mintiendo —adivinó Ángela.

            Antonio meneo la cabeza sonriendo, la miró a los ojos y respondió:

            —Tienes razón, con ella he aprendido amar y me ha enseñado a odiar, nunca pensé que pudiera hacerme algo como lo que me ha hecho. Aunque no sé si me lo merezco, según ella por supuesto que sí. Lo que me jode, no es que me haya engañado, y que se acostara en la cama donde hemos estado juntos, y que lo hiciera durante todo un año mientras ha tenido la poca vergüenza de decirme que era un amigo nada más. Lo que me jode es que ya no sé cuándo me miente. Yo soy el impostor, sí. ¿Y ella qué es?, no sé quién es. Ya no me creo ni una sola de las palabras que salen de su boca, cuando se muestra amable ya sé que me va a pedir algo, y si está borde es porque no le importó en absoluto en ese momento. La miro a los ojos y solo veo una extraña, manipuladora, mentirosa... traidora, falsa...

            Ángela tuvo una idea y sonrió con picardía. Durante un instante dudó si comentárselo Antonio. Finalmente decidió que sí.

            —Acostarnos ahora, con ella fuera enferma, sería una dulce venganza ¿no crees?

            Antonio se la quedó mirando sorprendido. Su mirada la recorrió de pies a cabeza, y su sonrisa delataba que la idea le había gustado, aunque no la podía creer.

            —No te emociones, era una broma. Ahora cuéntame porque dices que eres un impostor. ¿Qué pasó con aquella mujer japonesa o de los yakuza?

            —Bueno, como te decía, me secuestró y me llevo a Japón con ella. Quería secuestrar a la creadora de impostores, a la que consideraba una niña inocente y manipulada por los yakuza. De paso pretendía llevarse por delante a todo un clan con una catana de plástico. El problema es que algo pasó que yo no puedo recordar. Iba disfrazada de Geisha, bueno no, por lo visto era una de verdad. Entramos a ver al jefe del clan y me ofrecieron un extraño te que sabía a pis de mil demonios. Según ellos, lo ofrecían por tradición, beber ese jugo serviría para demostrar mi confianza. Sin embargo fue lo último que recuerdo. Después aparecí en un contenedor lleno de gente, supuestamente secuestrados por los Yakuza, y nos repatriaron a España o a nuestros respectivos países. No he vuelto a ver a Abigail.

            Antonio hizo una pausa y Ángela se sentó junto a él en la cama.

            —Yo pensaba que era una especie de droga. No sospeché nada más hasta que un señor que no conocía me dijo por la calle que éramos hijos de la misma reina. Un día recibí una llamada, era ese mismo hombre que me citaba en un lugar de mi pueblo para darme algo. Recuerdo que pensé: Este tío está loco ¿se cree que voy a ir? Justo después de eso estaba en mi coche con un sobre de papel mostaza vacío al lado de mi mano y yo no sabía cómo había llegado hasta ahí. Solo una nota y decía: Deja esto cerca del estadio Wanda metropolitano de Madrid. Al ver el sobre vacío me di cuenta de que fuera lo que fuese ya lo había dejado.

            Se llevó las manos en la frente y suspiro profundamente.

            —Aquella noche en las noticias se hablaba de una epidemia contagiosa en el Wanda metropolitano. Solo fue pública durante unos minutos, al volver a buscar la noticia ya no la encontré. De alguna manera alguien la cambiado por un incidente entre hinchas que se saldaba con la muerte de un espectador. Creí que podía haber sido yo, pero no estaba seguro hasta que yo mismo empecé a desarrollar síntomas. Me encerré en mi coche, lejos de casa y esa tarde o noche, no recuerdo muy bien qué pasó, creo que me cogieron los chicos del EICFD, aunque es como una especie de sueño. Mi memoria siempre ha sido mala pero desde luego ahora es terrible. Espera, el día anterior me llevaron, me interrogaron, y en esa nave vi a Montenegro, Abby, John Masters y a Lara aunque esa mujer me poseyó y no tengo ni idea de lo que pasó después.

            Soltó un suspiro, negando con la cabeza.

            —Cuando volví en mí estaba en mi casa. Aquella mañana, ¿ayer? No sé cuándo fue... Tuvimos la conversación y decidió que nuestra relación se terminaba. Aunque estoy confuso, Me cuesta ordenar los recuerdos e incluso dudo de cuáles son los reales y lo que son sueños. Es como si mi vida, de repente, fuera la mentira.

            Chasqueo la lengua mientras suspiraba y concluyó.

            —Soy justo lo que me advirtió aquella mujer, una persona que llegado el momento hace algo que no recuerda. Eso es lo que es un impostor.

            —Pero según lo que dices —Intervino Ángela—, si no eres consciente de lo que haces, tampoco debes de ser culpable por ello. Más bien parece algo así como una posesión ¿no?

            —Yo que sé, antes tenía algunas verrugas por el cuello y zonas no tan visibles y desde que fui a Japón no las tengo. Es como si me hubieran dado un cuerpo nuevo y purificado. Debe ser algo más que una posesión, regenera a sus... "coches" por así decirlo, les hace un buen repaso y luego los deja marcharse.

            —Esa mujer… Por favor cuéntame más de ella todo lo que sepas.

            —Lo único que sé es que no es una mujer de la Tierra. En una misión secreta conjunta entre los americanos y los rusos mandaron una nave a la Luna, a la cara oculta, donde encontraron una especie de ciudad antiquísima en la que había un vehículo espacial gigantesco con dos pilotos. Uno de ellos estaba muerto, la otra era ella y se encontraba hibernando, la llamaron la Mona Lisa, la momia de la Luna. Los astronautas la llevaron de vuelta a la Tierra si es que alguna vez había estado en ella.

            —¿Me estás diciendo que el virus de los zombis lo propagó ella?

            —No tengo la más remota idea. Desde luego todo apunta a que así es.

            —¿Puedes explicarme porque también Lara es una impostora?

            —No tenía ni idea —respondió con sinceridad.

            Ángela se quedó pensativa tratando de encontrar una respuesta a su pregunta sin tener que usar su poder.

            Antonio no pudo entender su reticencia a usarlo. Con lo fácil que hubiera sido simplemente preguntárselo y obtener la información sin más.

            —¿Qué te ha pasado para que no quieras usar tu magia? —Le preguntó, cauteloso.

 

 Continuará

Comentarios: 6
  • #6

    Tony (miércoles, 25 agosto 2021 06:05)

    Jaime, ya hay parte 38.
    Eso que comentas es interesante porque se responden todas esas dudas en breve, aun en la 38 no, pero en la 39 o 40 sí.

  • #5

    Jaime (miércoles, 25 agosto 2021 05:06)

    Ahora que lo pienso, no creo que Paco haya mandado ejecutar a Lara puesto que él mismo le proporcionó el teléfono de Ángela a Lara. Solamente se me ocurre una opción: que alguien del EICFD quiere a Lara muerta sin que el mismo Paco lo sepa.
    Otra opción es que Paco quería que Lara llamase a Ángela por ayuda para que Ángela resuelva el problema de Arita de forma "gratuita" sin que él se involucre directamente. Aunque esto es más improbable puesto que Paco se enfadó tras enterarse que el EICFD perdió de vista a Antonio Jurado. ¿Por qué se enfadaría si sería obvio en este caso que Ángela rescató a Antonio?
    ¿Qué opináis, chicos?

  • #4

    Alex (martes, 24 agosto 2021 13:30)

    No sé qué opináis vosotros, pero yo opino que Antonio debería abandonar su vida actual y fugarse con Ángela a una isla exótica. Y de paso llevarse a Lara y demás para armar orgías.

  • #3

    Alfonso (domingo, 22 agosto 2021 20:14)

    Ya quiero ver la pelea entre Ángela y Arita.¿Quién ganará?

  • #2

    Jaime (domingo, 22 agosto 2021 03:54)

    No estaré feliz si no hay un un reencuentro sexual entre Antonio y Ángela. Que seguramente los dos lo desean, sobre todo ahora que Brigitte ya es cosa del pasado.
    Y mientras estos dos se platican sus chismes, la pobre de Lara es asesinada una y otra vez por Dani.

  • #1

    Tony (miércoles, 18 agosto 2021 00:59)

    Espero que estéis disfrutando de unas felices vacaciones los que las tengáis y que estéis todos bien.
    No olvidéis comentar.