Las crónicas de Pandora

Capítulo 15

 

 

 

        Hoy ha sido un gran día. No tenía mucho que escribir hasta ahora pero al fin los frutos de mi esfuerzo se van notando en la gente que me rodea.

          He salido de Nazaret porque allí todos me conocen y no puedo ayudar a quien me llama Jesús, el hijo de José el carpintero. Si les ofrezco mi ayuda piensan que quiero hacerles un armario por lo que es imposible comenzar de cero si no cambio de aires y me voy a una tierra lejana donde nadie me conozca.

          Lo único que me duele de haber tomado esta decisión es que he tenido que dejar a mi madre en casa de mi tía Isabel. Es un apoyo que necesitaba apartar de mí si quería echar a volar, a pesar de lo mucho que la echo de menos. Pero no actúo por una idea de adolescente, siento dentro de mí la llama de un poder que va mucho más allá de mi persona y mi madre, que es tan sabia, lo entendió sin tener que darle más explicaciones. Eso no impidió que nos despidiéramos llorando en un doloroso abrazo.

          Estoy en Cafarnaúm, es un pueblo pesquero muy bonito que me tiene enamorado por sus playas y palmeras. La gente de aquí es maravillosa, apenas llegué me senté en una plaza de mercaderes y observé a sus habitantes en sus tareas cotidianas. El primero que me llamó la atención fue un rudo pescador con un carácter de mil demonios, alguien a quien todos temían y respetaban. Fue mi primer elegido, si debía cambiar a uno en esa región él sería el primero. Se pasaba el día quejándose, si hoy hace calor, si hay poco pescado, no faltaba la queja de cuánto odia a los romanos. Si alguien le contestaba para discutirle, gritaba que nadie le había pedido opinión. Creo que todo el mundo le odiaba, excepto una persona.

          Su hermano Andrés no se separaba de él, un muchacho que disfruta de la compañía de Simón al que idolatra como un padre. Se les ve muy unidos y nunca discuten entre ellos, se nota que se quieren.

          Primero lo intenté con Simón, que vendía su pescado mientras refunfuñaba a voz en grito que Dios era un tacaño por no darle más que unas pocas piezas enanas. Andrés le interpelaba que no le extrañaba que se le diera tan mal la pesca si encima culpaba al único que podía ayudarle.

          —¿Crees que puede ayudarme? —refunfuñó—. Mira a esos pomposos sacerdotes pidiéndole los sábados que saquen a los romanos de nuestras tierras. Y qué hace el señor del cielo, trae más. ¿Sabes por qué? Está ahí mirando, tronchándose de risa mientras esos bastardos vacían nuestros bolsillos y nos roban las posesiones y las mujeres.

          —El que te cobra los impuestos es Mateo, no es un romano —respondió Andrés.

          —Ya, en cuanto llegaron les ofreció sus servicios como un perro faldero. Menudo alcalde, al menos podía haberles dicho que se fueran.

          —Pero si tenemos cuatro zelotes —replicó riéndose Andrés—. ¿Cómo querías que se resistiera? Puede que nos salvara la vida, otros pueblos se han resistido y no han dejado vivir ni a las ratas.

          —¿Ves con qué clase de asesinos tenemos que convivir? Y encima les llenamos las barrigas con el sudor de nuestra frente mientras parlotean en las playas. Si Dios nos escuchara habría mandado venir una ola y los arrastraría al fondo del mar, que es donde merecen estar.

          Hablaba tan alto que los que le escuchaban se alejaban por miedo a que vinieran los soldados a darle una paliza por hablar así.

          Vi mi oportunidad de acercarme a ellos y me puse a observar el pescado. Tuvieron un día bueno, a pesar de sus quejas. Eran los que más piezas tenían de todos los pescadores.

          —Buen material —dije—. ¿Cuánto por ese de ahí?

          —¡Bienvenido! —me saludó Andrés con alegría—. Serán tres dracmas. ¿De dónde viene?

          —Soy de Nazaret —respondí—. Y sé lo suficiente de los romanos para saber que enfrentarse a ellos es un suicidio. Tu hermano debería contener su lengua.

          —Especie de sabandija, vendida y asquerosa, ¿Qué me has dicho? —Me gritó.

          —No se preocupe, tiene mucho carácter pero no es peligroso. Los romanos lo conocen, ya han tenido algún encuentro con él y le dan por imposible. Tiene buen corazón, no hace daño ni a una mosca.

          En ese momento Simón se dio una sonora bofetada y se miró la mano.

          —Muere, maldita —sonrió con perversidad.

          Su hermano pequeño se rio y me dedicó una mirada avergonzada dando entender que era una forma de hablar. Tampoco pasé por alto que el propio Simón estaba escuchando nuestra conversación.

          —Es raro que no le hayan matado todavía —respondí.

          —Peor, ¿sabes qué me hacen? —me gritó, colérico—. Le dicen a Mateo que a mí me cobre el doble de impuestos. Soy su vaca ordeñada de la que chupan toda la leche que quieren. Mira esto, me obligan a entregarle la mitad de la mercancía mientras que a esos arrastrados solo les piden el diezmo.

          Me mostró un canasto con diez piezas de pescado.

          —Te quejas mucho pero tienes más que los demás —indiqué.

          —Yo madrugo y me paso más horas en el mar si quiero tener mercancía que vender y pueda vivir con ello. ¿Y para qué?, ¿para esto?

          Volvió a señalar su mostrador con media docena de pescados.

          —Creo que Dios te ha bendecido con el don de la pesca.

          —Es lo único que sé hacer. Ojalá supiera manejar una espada.

          —Puedo ayudarte a pescar —ofrecí.

          Simón me miró con cara divertida.

          —¿Tú? —Preguntó burlón—. No tienes pinta de haber pescado ni un resfriado.

          —Era carpintero —confirmé—. Pero me gusta observar a la gente y sé cuándo cometen errores, puedo ayudarte a corregirlos.

          —O sea que eres un fisgón. ¿Quieres ayudarme a pescar sin hacerlo tú? —Se volvió a burlar—. Andrés, dale ese pez y que se vaya a molestar a otra parte. ¡Serán cuatro dracmas!

          Así lo hicieron, el hermano pequeño me envolvió el pescado en una tela y me lo entregó. Saqué mi bolsa de dinero y le pagué cinco dracmas. Cuando me iban a entregar el cambio les dije que los pagaba con gusto.

          —¡¿No te dejé claro que eran cuatro?! —Me gritó Simón, encolerizado—. Andrés, dale las vueltas. No quiero que me acusen de robar a un amigo de los romanos.

          Tengo que admitir que fue muy embarazoso. Las personas que pasaban por allí me miraban con lástima. Me di cuenta de que nadie le compra nada porque no quieren hablar con él. Acepté la moneda y la guardé. Me llevé mi única comida, la primera que podría disfrutar desde el día anterior, y cuando estaba alejándome de Cafarnaúm me puse a amontonar leña junto al camino y me hice una hoguera. No me di cuenta de que Andrés había venido detrás de mí, siguiéndome y al verme allí se acercó avergonzado.

          —No se lo tenga en cuenta, es así con todo el mundo —se disculpó por Simón.

          —Descuida, quizás me metí donde nadie me llamaba.

          —¿Por qué come aquí? ¿No hay posadas libres? —Me preguntó.

          —¿Qué pensión es mejor que esta? A la luz del Sol, a la sombra de las palmeras, escuchando el hermoso murmullo de las olas y las gaviotas.

          —Puedo invitarle a mi casa, no es muy grande... Si no le importa pasar la noche con el gruñón de mi hermano.

          —No tengo ningún problema con eso, ¿y él?

          —No le haga ni caso, desde que su mujer le echó de casa está así de rabioso.

          —¿Qué le pasó? —Pregunté.

          —No le aguantaba más, creo que es obvio por qué... Aunque él culpa a los romanos, dice que se la han robado ellos.

          —No, si dices que está rabioso a raíz de eso. ¿Antes también era así?

          —Es su carácter. No lo puede remediar, pero tiene un gran corazón.

          —Sabes, me encantaría hospedarme en tu casa. Te pagaré diez dracmas la noche.

          Andrés hizo aspavientos con las manos, ofendido.

          —¡Ni hablar! —Exclamó—. No se le ocurra pagar, es un invitado. Y por favor, no hable del dinero.

          Me senté al lado del fuego, atravesé mi pescado con un palo, lo clavé en el suelo, exponiéndolo al calor de la brasa y comenzó a asarse liberando un olor delicioso. Andrés me miraba como si esperara algo.

          —Puedes quedarte a comer si quieres —le ofrecí, esto es mucho pescado para una sola persona.

          —¿Y por qué no le pone sal? —Preguntó.

          Saqué el cuchillo de mi fardo de viaje y se lo mostré.

          —¿Quieres la parte de la cabeza o la cola? —Ignoré su pregunta porque no tenía ninguna especia. En mi bolsa de dinero había trescientas dracmas y cuando salí de Nazaret traje más de tres mil. No podía pagar más hospedajes y me vi obligado a dormir bajo el cielo estrellado. Admitirlo sería como decirle que era un vagabundo. Se me hace extraño decirlo, lo cierto es que lo soy. Cuando salí de casa esperaba ayudar a la gente por los caminos, hablarles de las bondades y milagros de Dios. No que yo necesitara de ambas cosas.

          Recuerdo lo que mi madre me dijo una vez, que mi primo Juan quería renunciar a los lujos del sacerdocio, de las propiedades de sus ancestros y marcharse al desierto a vivir de lo que Dios quisiera darle, al margen del mundo de los humanos. Yo creí que era una locura, que nunca lo haría... Pero lo hizo. Lo dejó todo, se marchó en calzones y se fue al desierto. Su madre, que pensaba que estaba endemoniado, hizo buscar a sus empleados por la zona. Después de unas semanas lo encontraron sentado frente a un oasis, con una vara en la mano y vestido con una piel de chacal del mismo color que la suya, con el bruñido tono de la miel por estar siempre bajo el sol.

          —¿Por qué me buscáis? —Les preguntó.

          —La señora Isabel ordenó encontrarte.

          —Pues me habéis encontrado, decidle a mi madre que estoy en buenas manos.

          Y eso fue el invierno pasado. No volvió a enviar a nadie en su busca. Mi tía Isabel tuvo un gran disgusto, creyó que su hijo se había vuelto completamente loco. Pero mientras se quejaba yo le dije que si fuera así estaría causando el mal. Al contrario, estaba siendo capaz de vivir en un lugar donde no existía el alimento, confiando únicamente en Dios.

          Semanas más tarde la gente marchaba en gran muchedumbre al desierto en busca del que llamaban "el profeta de Dios". No supe a quién iban a buscar hasta que yo mismo fui a su encuentro. Vi que a todos se le acercaban y les sumergía en el rio Jordán diciéndoles que ahora eran personas nuevas. Que volvieran a casa y se arrepintieran de sus pecados si querían que Dios les adoptara como hijos suyos.

          Yo me acerqué, tengo que puntualizar que habré cruzado cuatro frases con él en toda mi vida, pero era la primera vez que lo veía tras su marcha al desierto. No me atreví a saludarle y me puse a la cola, esperando mi turno de ser sumergido en las aguas. En aquel instante no tenía muy claro mi destino, sabía que mi trabajo no era lo que Dios pedía de mí y  esperaba que él me abriera los ojos a mi verdadero camino. Cuando me vio se me quedó mirando, sorprendido.

          —¿Cómo tú vienes a mí? Yo debo ser bautizado por ti, mi señor.

          Sus palabras me dejaron asombrado. Me negué a hacerle caso.

          —He venido a ti para hacer la voluntad de Dios. Necesito que guíes mi camino.

          Juan miró al cielo sonriendo y levantó las manos en actitud sumisa ante el Altísimo. Luego centró en mí su atención y me dijo.

          —¿Ves esa paloma blanca? —señaló al ave y sonrió mientras la veía pasar sobre nuestras cabezas—. Dice que eres el primogénito, el hijo predilecto del Altísimo. Yo lavo las cabezas con agua y preparo los espíritus para tu llegada. Tú nos lavarás con sangre de nuestros pecados ante los ojos de Dios.

          Aquel mensaje no lo comprendí, de hecho sigo sin entenderlo del todo.

          —En tal caso prepara mi espíritu porque quiero estar listo —sugerí.

          Me sumergió en el agua y sentí el valioso líquido cubriendo mi cara, mi pelo, mis fosas nasales. Al salir noté el aire más fresco que nunca, como bebé recién nacido que saliendo del vientre de la madre puede comenzar a respirar.

          —Ahora eres tú, al que todos deben seguir —proclamó.

          Los que le escucharon decir eso me miraron sorprendidos pero creo que solamente esperaban que me marchara, porque estaba retrasando la cola.

          No, seguía sin estar listo y volví a mi casa. Nadie me siguió y él continuó con su misión. Sin embargo nunca olvidaré su mensaje y fue, en gran parte, responsable de mi decisión de comenzar este viaje.

          Se hizo tan famoso que incluso Andrés, el hermano de Simón, estuvo con él durante un tiempo, esperando que hiciera algun milagro o se proclamara Mesías, para así seguirlo sin dudar. Ese muchacho está deseando encontrar al enviado de Dios.

          Viendo que Juan no hacía ninguna de las dos cosas se atrevió a preguntarle cuáles eran sus planes. A lo que respondió, con una inocente sonrisa en la cara: "Solo deseo la salvación. Como tú y cualquier otra persona."

          No comprendiendo su respuesta volvió a casa a trabajar las redes con su hermano, que se burló de él cuando le contó la causa de su viaje.

          —¡No hay más profeta que mi estómago si ruje! —Exclamó—. Anuncia una gran comilona.

          Esto fue cuando estábamos cenando en su casa, por la bondad de Andrés. Qué muchacho tan formidable. Sin duda es una persona que actúa en nombre de Dios. Justo lo contrario que su hermano.

          He pasado la última semana en su casa y nunca me han pedido dinero por quedarme por las noches. Por el día me dejan acompañarles a pescar y cuando quise aprender el oficio y echar una mano el palo de la vela me golpeó por detrás y me tiró al agua. Simón saltó a salvarme y me subió con gran dificultad. No solo no sé pescar, descubrí que tampoco sé nadar. Tragué grandes cantidades de agua salada y estuve tosiendo un buen rato antes de que pudiera respirar bien.

          Andrés me explicó que nadie nace sabiendo y que con esa túnica que llevo siempre es imposible no ahogarse.

          A pesar de mi torpeza manifiesta, Simón no se burló de mí. Me pidió amablemente que me pusiera más lejos, en la punta frontal de la barca de manera que la vela no me alcanzase. Agradecí el chapuzón pues me moría de calor y mientras tuve la chilaba mojada me sentí refrescado. Observé cómo movían la embarcación y buscaban los bancos de peces. Era por simple intuición. Ni Simón ni Andrés sabían donde echar las redes ya que el agua estaba negra como la obsidiana. Unas veces la echaban en un sitio, las recogían y otras a otro. Alguna vez subieron dos o tres pescados.

          Toda la semana volvíamos con un botín escaso, a lo sumo doce peces. Simón comenzó a susurrar a su hermano que yo les daba mala suerte y Andrés respondió que era normal que pescaran menos, salíamos menos horas.

          —Él dijo que me enseñaría a pescar... —Contestó furioso, mirándole de reojo—. Míralo, solo sabe comer y dormir. Ni siquiera cuenta cosas graciosas. ¿No tiene otro sitio a dónde ir?

          —Simón por favor, te está escuchando. Es muy bueno y sabio, he hablado con él. Deberías hacer lo mismo, puede ayudarte, dale una oportunidad.

          —De acuerdo, hermano. Hablaré con él. Hoy no estamos teniendo suerte con la pesca, no me viene mal descansar un poco.

          Simón fue caminando por el bote, tambaleándose hasta mí, con una sonrisa que me preparaba para una buena cantidad de burlas.

          —¿Qué tal hombre? —Me dijo, intentando parecer amable—. ¿Cómo va la faena de hoy?

          Esa fue la primera y le respondí con una sonrisa. Él no estaba conforme con eso y siguió.

          —Estás todo el día asomado al mar. ¿Has visto algún pescadito saludando?

          Seguí sonriendo, quería hacerme daño, pretendía que me sintiera culpable por no poder hacer nada por él.

          —Bueno, pues nada, salúdalos de mi parte, y diles que si quieren pueden venir a casa a cenar.

          Tengo que admitir que a pesar de las burlas, Simón me hace reír. No son ofensivas, son ingeniosas y no le falta razón. Pero en ese momento se me ocurrió que podía responder.

          —Deberías invitarles formalmente —indiqué—. Echa las redes... Veremos si aceptan tu amable invitación.

          Andrés estaba escuchando con miedo, temía que yo me ofendiera. Pero al escuchar mi respuesta se levantó y cogió las redes. Simón puso cara de incredulidad con una sonrisa de burla mientras ayudaba a su hermano y juntos echaron la red al mar.

          Según se hundió recuperó sus aires de suficiencia.

          —Arriba con ella, lo hemos intentado muchacho. A lo mejor para la pró...

          En ese momento la barca se comenzó a volcar hacia el lado de la red.

          —¡Qué pasa! Pero si estamos parados —bramó Simón—. Algo nos ha enganchado.

          —Tira hermano, ayúdanos Jesús. Son peces, muchos y muy grandes.

          —¡Que me parta un rayo, tienes razón! —Exclamó el mayor.

          Les ayudé a subir la red. Puede que no sepa pescar pero tengo bastante fuerza y entre los tres logramos izar tanto pescado que no cabían en la barca y algunos saltaron volviendo al mar.

          Sentados sobre todos esos peces, Simón me miraba asombrado.

          —¡Alegra esa cara hombre! Han aceptado —me burlé.

          Ese fue el final del maleducado y burlón. La pesca de ese día superaba todo lo que habían logrado el último mes. Nunca en su vida consiguieron semejante botín.

          Aquella noche cenamos en silencio y por primera vez me ofreció repetir ración de pescado. Andrés me miró sonriente.

          —Hoy... —comenzó a decirme Simón—. Me he burlado de ti. No pretendía ofenderte y te pido mis más sinceras disculpas. Es evidente que nadie nace sabiendo y he sido muy injusto exigiéndote que sepas lo mismo que yo, que llevo treinta años en esto.

          —Yo era un bebé cuando tú ya pescabas —añadí.

          —Mañana puedes acompañarnos, si quieres.    

          Nunca en toda la semana que llevaba con ellos él me había invitado a tal cosa. Era su hermano quien me invitaba y él, por deferencia con él, no protestaba. Que me dijera eso era muy significativo para mí.

          —No, no quiero —respondí.

          —¿No? —Preguntó, extrañado—. ¿Te vas?

          —¿No es lo que deseas? —Pregunté.

          —¡No! ¡Te he pedido disculpas!

          Simón estaba muy enfadado.

          —Pero me gustaría visitar al recaudador de impuestos. He escuchado cuánto habéis hablado mal de él y creo que necesita mi ayuda más que vosotros.

          —¿Vas a ir a casa de ese fulano? —Preguntó enojado.

          —Hoy me invitó a comer cuando fuimos a llevarle sus impuestos. Tiene buen corazón.

          —¡Es un viva la vida! —Gruñó—. Se pasa el día rodeado de furcias mientras mantiene esclavizada a su mujer. Se junta con romanos, los llama amigos. Si vas a esa casa no habrá sacrificio que puedas ofrecer en el templo que logre purificarte.

          Negué con la cabeza y sonreí, estaba enfadado porque me echaría de menos y eso me halagaba. Se preocupaba por mí.

          —Allá tú —aceptó cruzándose de brazos—. Pero aquí no vuelvas. No quiero que traigas el pecado a esta casa.

          —No he dejado mi oficio para ayudar a los que no me necesitan —respondí—. Mi misión es recuperar a los más necesitados.

          —Ese hombre no necesita nada que tú puedas darle.

          —Te equivocas, Simón. Puedo darle paz. Igual que te la he traído a ti.

          Andrés estaba escuchando y detuvo el grito de su hermano poniéndole la mano en el hombro.

          —Gracias por tu visita Rabí —me dijo. Fue la primera vez que alguien me llamaba con ese apelativo cariñoso—. Siempre tendrás abierta las puertas de nuestra casa. Disculpa a mi hermano, ya sabes como es. Así es cómo le dice a la gente el aprecio que le tiene, se enfada si se marchan cuando no es él quien los echa.

          —Está disculpado —respondí, sonriente.

 

          Mateo, el recaudador, me recibió como un personaje importante. Sin embargo también lo hacía para burlarse del amigo de Simón que, según él, era todo un farsante. Tenía preparadas varias encerronas y pruebas con las que pretendía ridiculizarme y hundirme en su propia miseria.

          Cuando llegué me dijo que me fijara en su "material" recién importado del norte y me señaló tres mujeres con ropas livianas que se dedicaban a la prostitución.

          —Elige a tu pareja, no voy a permitir que vayas solo al banquete.

          —Las tres se reían de mí.

          —Ella misma —repliqué, señalando a la más cercana—. ¿Cómo te llamas?

          Al preguntar su nombre todos los presentes se quedaron asombrados. Incluso la chica se negó a responder.

          —Yo no creo que tengan ni cerebro —se burló Mateo—. ¿Cómo van a tener nombre?

          La mujer que escogí me miraba con expresión lasciva. Sospecho que no hablan porque son extranjeras y no nos entienden, de haberlo hecho le habrían propinado un bofetón a su anfitrión. Cuando pasó su mano por encima de mi túnica se la aparté sin buscar provocaciones.

          —No sabía que fueras eunuco —opinó Mateo—.Si prefieres alguno de mis esclavos...

          —En el mundo no solo existen dos colores —respondí—. Lo que rechazo es el pecado, no a las personas.

          —Está bien, pasa entonces y sé bienvenido a mi humilde morada —continuó—. Nos espera un gran festín.

          —No he venido a comer —respondí—. He cenado en casa de Simón, no tengo hambre.

          —¿Cómo? ¿Aceptas mi invitación y te llenas el estómago con las comidas mi enemigo?

          Me mantuve en silencio, Mateo se enfadó cuando me negué a comer de su mesa así que tuve que rectificar. No pretendía ofenderle.

          —Puedo aceptar un poco, si insistes, disculpa si te he ofendido.

          Aceptó mis disculpas y me hizo sentar a su lado. La comida era deliciosa, especialmente el faisán, que nunca lo había probado. Sin embargo quería hablar con él y si comía y me emborrachaba como él pretendía, en lugar de conseguir que él cambiara, lo que haría sería cambiar yo.

          —Y dime, dicen que eres un maestro. Que haces milagros. ¿Cómo hiciste lo de la pesca tan bárbara de ese botarate?

          —Yo no hice nada, lo hizo todo él.

          —No es lo que he escuchado —protestó.

          —Yo no sé pescar, hace unos días me caí al agua y me habría ahogado si no lleva a saltar Simón a salvarme.

          —Pero tú no eres pescador, ni escriba, ni sacerdote... ¿Qué enseñas?

          —Solo una cosa —respondí—. Pero no la entenderías.

          —No si no me la cuentas.

          —Tendría que contarte una historia —continué—. Quizás así seas más receptivo.

          —¿También le contaste un cuento a Simón? —Se burló—. Vamos rabino, enséñame lo que sabes. Quiero hacer milagros como tú.

          Eso me llamó la atención. ¿Milagros? ¿Eso es lo que la gente piensa que vengo a hacer? Por eso aquel salón estaba lleno de gentiles pendientes de mí. ¿Pretendían que multiplicara también la comida y sus monedas?

          —Los milagros no los hacen los hombres —respondí—. Los permite Dios cuando lo considera oportuno y necesario.

          —¿Y no te parece idóneo hacer uno aquí? —Sugirió—. Mira, todos te están observando. Si haces un milagro ahora te ganarás muchos seguidores.

          Suspiré, su corazón estaba metido en roca dura como el hierro.

          —Lo que ocurrió en presencia de Simón fue para romper su resistencia a la palabra de Dios, no satisfacer su ego ni llenar sus bolsillos. Él ha dejado atrás su furia y le ha abierto su corazón. Pero si el milagro se produjera aquí, tú no solo no cambiarías, te volverías más arrogante y querrías llevarte la fama de lo que ocurra aquí.

          —Vamos Rabí, te pido uno. Venga, uno chiquitito.

          —Está bien, voy a contarte la historia de un...

          —No somos niños que quieran irse a dormir —protestó Mateo.

          Sacó una bolsa de oro y me la puso delante. Era grande como un puño cerrado.

          —Todo este oro es para ti... Si consigues que se multiplique.

          Cogí la bolsa y la sopesé. Era más de lo necesario si quería que mi madre pudiera vivir dos años.

          —Esta no es la riqueza que yo he venido a traer al mundo. Rechacé mi vida anterior porque el dinero es la causa de vuestras desdichas.

          —Y alegrías también —se burló Mateo, mostrando la bolsa—. Mira, esa mujer se acostaría contigo por solo una de estas monedas.

          Señaló a la que había elegido antes y estaba a su lado.

          —Y no te importa lo que siente tu mujer cuando las pagas por un momento de...

          —¿Mi qué? Yo no tengo esposa.

          —Si te refieres a que la mantienes encerrada en tu palacio sin dejarla salir como si estuviera muerta... Lo cierto es que no lo está. Ella ora a Dios para que un día vuelva el esposo que aceptó, el hombre justo con el que se casó.

          —¡Basta! —Profirió—. Pensé que venías a traer paz a esta casa.

          —En tu corazón —rectifiqué.

          —Sacad a este farsante de aquí —ordenó—. No dice más que sandeces.

          Entonces ocurrió algo que nadie esperaba.

          Simón apareció de no sé dónde y se puso delante de nosotros en la mesa mirando a Mateo con odio.

          —Discúlpate —ordenó.

          Mateo me miró incrédulo.

          —¿Cómo has osado a entrar en mi casa sin mi permiso?

          Bajó la mano a su cinturón y extrajo una espada. Se la puso en el pecho a Simón y sonrió con prepotencia.

          —Sal de mi casa o tendré que matarte. El derecho romano me lo permite.

          —¿Serías capaz de matar a un hermano que te corrige con sabiduría tus malos caminos? —Pregunté.

          La punta de la espada comenzó a titubear.

          —No —Mateo se rio—. Pero sí a un extranjero.

          Entonces la puso en mi cuello.

          —Te voy a contar la historia, quieras o no —repliqué—. Un padre dejó que los hijos se repartieran la herencia antes de su muerte y uno de ellos la derrochó con vino, mujeres y fiestas.

          Mateo debió interesarse por lo que iba a decir y me quitó la espada del cuello devolviéndola a la vaina. Los demás también escucharon con atención.

          —Cuando malgastó la fortuna se vio obligado a comer la comida de los cerdos que tuvo que alimentar para ganarse el sustento. Se acordó de cómo vivía antes de irse de su casa y regresó, esperando que su padre le diera un empleo más digno. Cuando llegó, éste hizo una gran fiesta. Invitó a todos los vecinos y gastó una fortuna en curar y vestir a su hijo recién llegado. Viendo esto, el otro se enojó y apartó a su padre esperando una explicación.

          Mateo parecía sumamente intrigado.

          —Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida. ¿Por qué no te alegras de su regreso?

          —Pero él malgasto parte de tu fortuna y se marchó —repuso el hijo.

          —Y tú has disfrutado a mi lado todo este tiempo. ¿Tú qué has aprendido? Él, con sus errores, ha descubierto que ahí fuera solo hay putrefacción y podredumbre, a mi lado creyó que podría volver a vivir dignamente. Se ha comido su orgullo, ha vivido en la más absoluta miseria... Y ha aprendido a valorar lo que tenía.

          Cuando terminé el relato se quedaron todos en silencio, tratando de entenderlo.

          —Os lo voy a explicar. Las riquezas terrenales nos alejan del tesoro que es vivir protegidos por nuestro señor Padre Santo. Solo aquellos que han vivido en tinieblas saben lo mucho que se han perdido —me dirigí a Simón—. Y los que viven de manera justa, no necesitan volver porque nunca se han ido. Los dos deben darse la mano y así alcanzarán las bendiciones del padre.

          Mateo no entendió nada pues ordenó que nos echaran de su casa. Los guardias nos agarraron por los brazos y nos sacaron de un empujón a la calle, haciéndonos caer.

          Yo creí que mis palabras no sirvieron de mucho pero Simón me ofreció la mano y me ayudó a levantar, lo que demostró que no estaba en lo cierto. El pescador sacudió su túnica de polvo y luego la mía. Después me preguntó:

          —¿Se encuentra bien, maestro?

          —Gracias —respondí, estupefacto.

          —Lamento haber pensado que iba a reunirse con ese majadero para manchar su alma con sus múltiples y horribles pecados —me confesó.

          —Entiendes que el pastor tiene que abandonar la seguridad de su casa para recuperar a las ovejas extraviadas —afirmé, asombrado por su espectacular cambio.

          —Y yo... Voy a ayudarle en la medida de mis posibilidades.

          En ese momento apareció Andrés, su hermano pequeño, y llegó corriendo hasta nosotros.

          —¿Estáis bien?

          —Sí, salvo nuestro orgullo —respondió Simón.

          —Te equivocas —repuse—. Puedes estar orgulloso, necesito personas como tú, que acepten las humillaciones por mí. ¿Quién crees que soy yo?

          —Eres mi maestro —se limitó a decir con la cabeza baja.

          —Hablas con sabiduría, no te fijas en el cargo sino en lo que percibes de las personas.

          —¿Lo ves? —Se emocionó Juan—. Por eso te decía que este hombre podía cambiarnos a todos.

          —Dudo que pueda conseguirlo con ese amigo de los romanos —repuso Simón—. Es más cabezón que...

          En ese momento apareció por la puerta el aludido con pose orgullosa y con una sonrisa amable en el rostro.

          —¿Todavía por aquí? —Preguntó.

          Los guardias extrajeron las espadas de sus vainas y nos amenazaron.

          —¡Envainad! —Ordenó Mateo, enérgicamente—. No son ningun peligro. Meteros para dentro, quiero charlar con estos hombres a solas.

          Los soldados obedecieron y se volvieron a meter en su lujosa mansión.

          —¿Es cierto lo que dijiste antes? —Preguntó Mateo sin la nota burlona habitual en él—. Eso de que el pastor sale de la seguridad de su hogar para recuperar las ovejas extraviadas.

          —Yo no miento —me limité a decir.

          —¿Y... Por qué piensas que querrían volver con el pastor? —Preguntó—. ¿Cambiar la libertad por un mundo regido por normas absurdas?

          —Porque vivir en pecado destruye el alma y sus dones. La verdadera riqueza es la que se gana cumpliendo la voluntad de Dios, porque descubres el entramado del universo y te sientes parte imprescindible de él. Cuando no puedes distinguir lo que tú necesitas de lo que necesita el prójimo es que has abierto los ojos a la verdadera felicidad.

          —¿Y cuál es? —Preguntó.

          —Si me seguís, los ciegos volverán a ver, los cojos volverán a andar y los muertos se levantarán de sus tumbas. Estoy aquí para que vosotros, mis hermanos, recuperéis todos y cada uno de los dones que nos regaló Dios cuando fuimos creados y que el pecado nos ha arrebatado.

          —Yo me apunto —se adelantó Andrés, entusiasmado.

          —Cuenta conmigo, maestro —apoyó Simón.

          Mateo me miró a los ojos sonriendo y guardó silencio unos segundos.

          —Si puedes perdonar mi pasado y aceptarme entre los tuyos... Quiero ver esas riquezas celestiales. Te seguiré hasta donde vayas, Rabí.

          Andrés y Simón le ofrecieron la mano y los tres nos unimos en un lazo que fue, sin lugar a dudas, el primer gran pacto del hombre con Dios en toda la historia de la humanidad.

          Estoy orgulloso de mis tres primeros discípulos.

 

 

Continuará

Comentarios: 7
  • #7

    Chemo (sábado, 20 agosto 2022 15:56)

    No se qué opinéis pero el diario de Jesús se me está haciendo bastante aburrido. Y no es porque espere que tenga sus aventuras con María Magdalena. Jeje
    Espero la continuación de la Brigada D.

  • #6

    Vanessa (viernes, 19 agosto 2022 23:42)

    Se me olvidaba... espero que te recuperes pronto, Jaime.

  • #5

    Vanessa (viernes, 19 agosto 2022 23:39)

    Opino igual que Jaime y Alfonso. Además, sería una muy buena excusa para que las Iglesias cristianas quisieran desaparecer el diario de Jesús. Y así valdrá la pena ser la chivata de la Brigada Delta. Jiji

  • #4

    Jaime (viernes, 19 agosto 2022 00:54)

    Me ha pillado una gripe de los mil demonios y he estado toda la semana en cama. Hasta ahora me siento un poco mejor y he tenido tiempo de ponerme al corriente con la historia. ¡En verdad que es bastante larga!
    Opino igual que Alfonso. Sería interesante que el diario de Jesús no solamente mencione cosas que no contenga la Biblia, sino que directamente contradigan a la Biblia en sí y a la interpretación oficial de la Iglesia. Hasta ahora me parece que todo lo contado podría haber ocurrido dentro del canon bíblico oficial.

  • #3

    Tony (miércoles, 17 agosto 2022 13:45)

    Esta no será una historia contada como la biblia, será mucho más detallada y contínua. Además se contarán, como aquí, muchas cosas que no cuentan en la Biblia.

  • #2

    Alfonso (martes, 16 agosto 2022 23:44)

    ¡Vaya que estuvo larguita esta parte! Me parece un buen resumen del Nuevo Testamento. Tony, ¿contarás algo que se salga del canon bíblico o lo contradiga?

  • #1

    Tony (lunes, 15 agosto 2022 03:32)

    Puede que se os haya hecho largo, eran 18 páginas. Pero no podía partirlas.
    Espero vuestros comentarios.