Las crónicas de Pandora

Capítulo 37

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          Cuando llegaron al hangar, Antonio y Lyu se metieron en la nave. Ésta ya estaba con los motores arrancados y en cuanto subieron por las escaleras y cerraron la puerta se puso en movimiento. Mientras rodaba hacia la pista de despegue se pusieron los cinturones.

          —¿Qué demonios han estado haciendo? —Preguntó Montenegro por los altavoces de la nave.

          —Nos estábamos duchando, señor —respondió Jaime.

          —Puede que tengamos una máquina del tiempo pero no me gusta esperar. Cada segundo cuenta y no pueden regresar hasta se ustedes mismos se hayan marchado. Deben usar sus escudos ópticos de alta frecuencia, viajar al 2016 y extraer a Alastor de este mismo hangar. Estará presente en una reunión del consejo hasta la una de la tarde. Usen el C901 para congelarle y que no pueda reaccionar.

          —Pero señor —replicó Masters—, si hacemos eso causaremos una fisura temporal. No regresaremos a este tiempo sino a una realidad alternativa.

          —Deben ejecutar el comando 411, o lo que llamamos más comúnmente protocolo de seguridad —explicó Montenegro.

          —Perdone mi ignorancia, señor, ¿Qué es eso? —Preguntó Chemo.

          —Para garantizar la integridad de la línea temporal y por tanto su regreso a este, nuestro tiempo actual, deben cumplir la misión sin miramientos, sin tener en cuenta fuego amigo o daños colaterales; lo único que importa es la misión. Después, en lugar de regresar a nuestro tiempo deben volver al momento en el que invadieron esa línea y eliminar a todos aquellos que hayan sobrevivido a la misión. Los que no, deben ser recuperados.

          —¿Qué? —Protestó Lyu—. Perdone, comandante, para eso no creo que necesitemos ir todos.

          —No sabe a qué se están enfrentando —replicó Montenegro—. Alastor no será fácil de atrapar. Es bastante probable que caigan muchos en el enfrentamiento, es por ello que necesito a todos mis efectivos.

          —¿No es mejor que uno de nosotros vaya y le cuente esto? Si le decimos que va a morir, vendrá encantado —trató de razonar Chemo.

          —Esto me recuerda a una anécdota con mi mujer, digo, mi exmujer —comentó Antonio, guasón—. Quería castrar al gato y me pidió que lo metiera yo en el trasportín. Le dije que lo llevaría cuando el minino entrara solo, por iniciativa propia, pero nunca conseguí convencerle. Ella lo hizo por las malas y le dejó los brazos llenos de arañazos y mordiscos sanguinolentos. Quiero decir con esto —todos le miraban con gesto de no comprender—que no se va a dejar y va a defenderse con uñas y dientes, por más que le digamos "minino bonito".

          —Eso tiene gracia. Y es bastante gráfico para lo que os espera respondiendo a las dudas de la señorita —apoyó Montenegro.

          —Nos están enviando al matadero, Alastor era invencible —afirmó Chemo—. Seremos nosotros los que moriremos, de una forma o de otra… Es decir, vamos a morir sí o sí. No me gusta esta misión.

          —No importa que mueran —replicó Montenegro por el comunicador del avión—. Después del comando 411, rescaten a los que no lo consiguieron. Al resto, mátenlos.

          —Dios, qué tensión —comentó Vanessa por lo bajini—. Matarme a mí misma, no lo veo claro.

          —Genial, entonces si me matan sabré que mi otro yo sigue vivo —se burló Chemo.

          —¿Alguien más quiere quedar fuera? —Preguntó Montenegro, harto de las quejas.

          Jaime iba a decir que tampoco quería ir, al igual que Lyu y Vanessa pero el comandante les cortó.

          —Les recuerdo que se les puede privar se sueldo si se niegan a realizarla.

          Al escuchar silencio generalizado Montenegro continuó.

          —Lo cierto es que esperaba que fuera otro el de las quejas —Antonio se sintió observado y fue entonces cuando vio que el diminuto rostro de Montenegro le observaba desde el rabillo del ojo derecho. Sobre el pasillo de la cabina vio una televisión de catorce pulgadas colgada del techo con la imagen del rostro del comandante. Al ponerse el cinturón a toda prisa no se dio cuenta de que les estaba observando mientras daba las órdenes.

          No se había quejado porque su cabeza no podía dejar de pensar en el cuerpo desnudo de Lyu. Cuando parpadeaba la seguía viendo y trataba de quitársela de la cabeza por lo que no escuchó gran parte de la conversación. Su cuerpo estaba siendo sometido a una sobredosis de testosterona y se sentía culpable, si tocaba un solo pelo de Lyu, estaría traicionando a Ángela. Pero no era más que deseo, puro y exacerbado… Aun así era justo eso lo que menos podía controlar. Por suerte el objeto de sus deseos acababa de decirle que no le deseaba como él sospechaba. ¿O sí? ¿Usaba con premeditación y alevosía el "No es sí"? Desde luego,  estaba funcionando de maravilla con él. Sospechaba que esas voces en su cabeza eran los verdaderos pensamientos de la chica, él siempre tuvo el don de leer los más ocultos deseos y sentimientos de los demás, de la misma manera que había escuchado espíritus errantes en el pasado.

          Tantas cosas podían ser… ¿Cómo saber la verdad? Lo malo era que incluso Lyu podía estar realmente engañándose a sí misma diciéndole todo eso y realmente, en su interior se moría por tener un lio con él… Jaime no se inventaría algo así… Aunque al observarle un segundo dudó.

          Su mirada no era la de un tipo celoso, le miraba con media sonrisa.

          —Le repito que si no tiene algo que alegar —insistió Montenegro—. Hablo con usted señor Jurado.

          —Yo, no, nada comandante —se preguntó que le habría dicho y al ver las risas de sus compañeros, especialmente de Lyu y Jaime, se sintió fatal por no entender de qué iba la cosa.

          —¿No va a escuchar a los demás? ¿Qué pasa que tenemos que tener más de sesenta años para que nos escuchen?

          —¡Oye, que no tengo… —Protestó John.

          —Yo he cumplido cincuenta —se quejó Antonio al mismo tiempo.

          Pero las protestas de Chemo le devolvieron a la realidad. Si ahora llegaban al pasado y les recibían con una lluvia de disparos, sabrían que sus otros "yo" habían logrado su objetivo… ¿Moriría sin saber más? El otro Antonio, el que sobreviviera a esa encerrona, ¿sería él? ¿O sería una especie de clon? Desde luego era un buen aliciente para no despistarse en la misión. Si sobrevivía no tendría que morir. El que moriría sería "el otro".

          Miró a sus compañeros, todos parecían hacerse las mismas extrañas preguntas. Tenían miedo.

          Pero él no. Sabía que nadie le necesitaba salvo sus hijos, que posiblemente, aunque muriera, otro Antonio ocuparía su lugar, él mismo.

          Levantó la mirada y se encontró los ojos de Lyu mirándolo. Pensó que podía leer sus lóbregos pensamientos pero en seguida se dio cuenta de que miraba al infinito. Tenía la mano derecha con los dedos entrelazados a los de Jaime. ¿Lo hacía adrede? ¿Cuánto más deseo quería provocarle? Le surgió una llama de furia en la boca del estómago por los ardientes deseos de que fuera su mano la que agarrase. ¿O era cierto y pasaba de él de verdad? ¿

          Acaso su deseo le anulaba la mente. Se cogían de la mano como señal inequívoca de que su relación había dejado de ser un rollo y eran pareja. ¿Necesitaba una cátedra para saber eso?

          ¿Por qué la deseaba tanto si él ya estaba con Ángela?

          Mejor dicho, debía estar. ¡¿Dónde se había metido?! ¿Cuándo volvería a verla? Incluso se llegó a plantear la posibilidad de casarse con Ángela, si ella le aceptaba. Pero sintiendo esa cantidad enfermiza de deseo por la chica que tenía delante, empezó a dudar de que realmente pudiera volver a comprometerse con nadie.

 

 

          El salto temporal fue instantáneo. Estando en la bodega de pasajeros ni siquiera fueron conscientes de que entraron en fase. Simplemente escucharon por el altavoz del avión que habían alcanzado el destino y que debían internarse en el cuartel del EICFD por las vías de ventilación pues no les era posible entrar con la nave a los hangares si no querían hacer saltar todas las alarmas.

          Se abrió el portón trasero y el cambio de presión hizo que les faltara aire durante unos segundos. Volaban a mil pies de altitud. Se pusieron los cascos pecera para respirar bien.

          —Salten en orden cuando se encienda la luz roja. Usen los kits de vuelo de las maniobras, síganme —ordenó John, que ya estaba en fila  y se disponía a saltar en cuanto se ajustara bien los enganches metálicos de la mochila de vuelo.

          Esta era plateada y reluciente y se ajustaba a sus espaldas como una armadura medieval de acero, con cinturón y ajuste de hombros. En la parte de atrás llevaba unas turbinas circulares, giratorias, con una tobera con el agujero hacia abajo del diámetro de un compact Disk. Además unos brazos mecánicos con palancas del tamaño de un pulgar llegaban hasta la mano derecha e izquierda, con varios botones auxiliares y un joystick antideslizante de titanio con dos botones.

          Hacía unas semanas les habían dado clases prácticas de manejo y aunque Antonio temía las alturas, una vez se acostumbró a manejar ese preciso aparato deseó tener uno para él y sus hijos. Cuando le dijeron que costaban más de cincuenta mil euros y estaba penado su uso no autorizado, supo que sería un sueño inalcanzable llevar ese juguete a casa.

          Se podían hacer vuelos en completo silencio, desde mantenerse flotando hasta alcanzar los quinientos kilómetros por hora. Claro que el combustible era limitado, a pesar de que tenían baterías muy potentes y auto recargables. Este dispositivo requería cinco litros de gasolina. Agotada ésta solo disponían de un paracaídas de seguridad. Y la gasolina duraba media hora si las exigencias de vuelo eran elevadas. Las turbinas eléctricas requerían combustión para hacerlas girar a la velocidad que permitía elevar un cuerpo humano. Antonio y John pesaban más o menos lo mismo por lo que sus mochilas eran las más grandes.

          —Adelante —ordenó Johh, que saltó sin pensarlo dos veces.

          Los chicos saltaron cada dos segundos hasta que llegó el turno de Antonio. Como le dijeron en el entrenamiento, lo mejor era no pensarlo y saltar antes de bloquearse. Tragó saliva y se tiró al vacío. Su estómago se le subió a la boca y se quedó sin respiración. El mundo comenzó a dar vueltas mientras caía directo a las aguas del Atlántico. ¡Cómo odiaba tirarse al vacío! A una distancia moderada que no podía calcular vio una isla rocosa con playas en la que se distinguía una villa rústica. Al ver que John activaba la mochila propulsora él hizo lo propio. Cuando al fin el aparato les sostuvo en el aire, por fin pudo respirar.

Sus manos temblaban, estaba volando. Miró hacia abajo y al ver sus pies colgando notó nauseas.

          —Activen los escudos ópticos en modo alta frecuencia —ordenó John cuando todos se reunieron en el aire.

          Así lo hicieron, los activaron aunque con el casco pecera pudieron verse entre ellos como siluetas verdes invisibles.

          Los seis descendieron hasta las montañas, hacia el punto que solían alcanzar los halcones para aterrizaran en el hangar, entrando en fase y atravesando la roca como si fueran fantasmas. Ahora no podían entrar de esa guisa, de modo que aterrizaron en una ladera, sobre una plataforma pétrea de apariencia natural que no era otra cosa que una salida de ventilación camuflada en forma de cueva.

          —Años entrando aquí a diario y nunca pensé que fuera una jungla el sitio donde aterrizamos —comentó Chemo.

          —¿Tenemos que bajar por ese agujero? —Preguntó Vanessa—. Está oscuro como la boca de un lobo.

          —¿Habéis visto eso? —Intervino Jaime, señalando el fondo del valle.

          —¿Qué? —Cuestionó el capitán.

          —Nada, debió parecerme, eso es todo —el joven se veía sumamente intranquilo.

          —¿Qué te preocupa tanto, tío? —Le habló Chemo—. Nadie sabe que estamos aquí.

          —Te equivocas, colega, nosotros sí lo sabemos. Si ya hemos cumplido la misión, no veremos un nuevo amanecer. Por no mencionar que tenemos que infiltrarnos en una base de acceso imposible, por los medios que nos disponemos a usar. Así que estoy muy nervioso sí. Odio no saber lo que va a pasar.

          —¿Y qué has visto? —Preguntó Chemo.

          —Me pareció ver la silueta verde de alguien allá abajo, pero no puedo asegurarlo. Deben ser los nervios.

          —No olvidéis que tenemos que sacar a un viejo como peso muerto. ¿Cómo lo haremos? —Preguntó Lyu, que no podía dejar de mirar al agujero negro por el que tenían que colarse.

          —Lo hacemos invisible y con un cinturón anti gravitatorio —explicó John—. Podremos llevarlo como un globo de feria. A partir de ahora quiero silencio, nuestras comunicaciones podrían ser interceptadas.

 

 

          John cortó la reja de la exclusa de ventilación y la tiró al fondo del barranco. Se asomó dentro y sintió la fuerza de una corriente de aire que salía de un conducto que subía en vertical, sin escaleras. El cilindro era del ancho de una persona abierta de brazos.

          Haciendo uso de sus dispositivos gravitacionales descendieron caminando por las paredes del conducto hasta llegar a las primeras salidas de aire. Unos enormes ventiladores giraban a gran velocidad y les impedían el paso. John sacó una especie de pistola con munición de un líquido luminiscente verde en un cartucho de cristal transparente. Disparó al motor y éste se detuvo en un instante, envuelto en una neblina verdosa luminosa.

          —Atraviesen la niebla con un impulso, el tiempo se detendrá para aquel que se meta dentro, pero si llevamos inercia suficiente saldremos de su radio de acción —explicó el capitán.

          —Se echa en falta a la teniente Bright, ella siempre era la primera voluntaria —comentó Jaime.

          —Yo iré primero —se ofreció Chemo—. No vaya a ser que el efecto dure poco y esas aspas me corten por la mitad.

          Vanessa soltó una risotada.

          —¿Dónde quedó eso de las damas primero? —se quejó.

          —Les repito que no usen el comunicador más de lo imprescindible —reprendió el capitán.

          Se desactivó a sí mismo la gravedad y dio un salto hacia el otro lado de los túneles, entre las dos inmensas aspas negras. Al entrar en el rango de parálisis temporal vieron que Chemo quedó congelado en medio del área donde giraban los ventiladores. Por suerte las aspas estaban casi detenidas y se movían muy despacio mientras la estatua de Chemo seguía su camino hasta el otro lado del campo de antimateria.

          —Tienen que saltar y con el impulso y la gravedad cruzarán. —explicó John.

          Dicho eso cogió carrerilla y saltó al hueco, con los brazos abiertos. Vieron que igualmente quedó paralizado pero la inercia le llevó directo a Chemo, y ambos cruzaron el acceso, volviendo a recuperar la gravedad artificial al otro lado de la cortina de energía verdosa que envolvía el poderoso ventilador.

 

 

 

          Siguiendo su ejemplo, fueron cruzando y cuando ya no quedaba nadie y se alejaron una distancia prudencial, John desactivó la bomba de antimateria que bloqueaba el giro de las aspas. Entonces vieron aparecer ante sus visores varias siluetas verdes. No les dio tiempo a reaccionar, ni disparar, ni huir. Una explosión de ultrasonidos les empujó violentamente hacia atrás y fueron absorbidos por el ventilador. Uno a uno se despedazados salvo Antonio que durante ese instante le habían disparado cerca una bomba de antimateria y no se vio afectado por la explosión. En cuanto se pasó el efecto se agarró a una escalera metálica del conducto.

          Intentó trepar pero los disparos de plasma terminaron inutilizando sus escudos hasta hacerlos pitar. Le destrozaron varias partes del traje de grafeno, el arma salió despedida cayendo por el enorme agujero oscuro. Quedó completamente expuesto, indefenso, sujeto a la escalera porque su dispositivo de gravedad artificial resultó dañado.

          —Por favor, soy yo —dijo, con las manos temblorosas—, soy Antonio Jurado, no lo hagáis.

          Entonces apareció una persona frente a él. Se quitó el casco y se dejó ver el rostro. Era Lyu.

          —Es el comando 411, el protocolo de emergencia. Has tenido suerte. Ven con nosotros, no has sobrevivido.

           

 

Continuará

 

Comentarios: 8
  • #8

    Tony (lunes, 14 agosto 2023 12:44)

    No os preocupes Vanessa y Chemo, lo que pasa es que estas partes los protagonistas son Jaime y Lyu, ya llegará vuestro turno. Prefiero centrarme en dos personajes para que esto no parezca una vacanal.
    Aunque igualmente, puede que lo parezca jeje.

  • #7

    Chemo (lunes, 14 agosto 2023 02:09)

    No seáis malo, Tony, Vanessa quiere su propia escena conmigo. Jeje

  • #6

    Vanessa (martes, 08 agosto 2023 04:16)

    Estoy enojada con Tony. No sé qué tiene Lyu que no tenga yo. :)
    Lo único que a mí no se me da el dar clases a niños bobos. Jeje

  • #5

    Alfonso (domingo, 06 agosto 2023 14:57)

    Yo también no sé por qué Montenegro acepta la decisión del Consejo de traer de vuelta a Alastor cuando a él mismo no le conviene. En fin, a esperar la siguiente parte.

  • #4

    Tony (domingo, 06 agosto 2023 02:09)

    Que muriera puede ser que fuera porque tenía sus dudas de si debía ayudarles o no y por eso pudo caer, ya le contarán lo que pasó.

  • #3

    Tony (domingo, 06 agosto 2023 02:06)

    No son clones, son ellos mismos que cumplieron su misión y regresaron al momento de su llegada al cuartel para eliminarse a si mismos. De este modo extraen a Alastor pero no cambian la línea temporal. Lo que pasa es que Antonio murió en la misión y por eso lo rescatan.

  • #2

    Jaime (domingo, 06 agosto 2023 01:58)

    Me he hecho un lío mental con esta parte. No entiendo por qué Antonio acepta rescatar a Alastor cuando costó mucho trabajo eliminarlo para siempre. Ni tampoco me quedó claro cómo es que los múltiples clones de universos paralelos intentan morir hasta que rescaten a Alastor. En fin, supongo que el sexo me ha atrofiado la mente. Jeje

  • #1

    Tony (martes, 01 agosto 2023 10:07)

    Espero que os haya gustado. No olvidéis comentar.