Relato de Halloween 2023

367

    Alejandro salió corriendo del trabajo. Sus piernas estaban entumecidas y le costó moverlas al principio porque llevaba acuclillado toda la mañana extrayendo arena entre los escombros. Era agotador ir tan despacio para no romper lo que pudieran encontrar. A pesar de todo, apenas dio unos pocos pasos sus piernas ya respondían a la perfección.
    Pensó que llegaría el primero a un restaurante donde, se acababa de enterar, regalaban cupones a los primeros en llegar, junto al nuevo lago de Madrid.
    En la calle vio el contador de días con el 367 en la calle. Era un poste de tres metros de alto con un número hecho con telas que cambiaban a diario a modo de victoria para infundir ánimos y les recordaba a todos que la normalidad llevaba bastante tiempo sin ser interrumpida. Cada nuevo día era un motivo de alegría y esperanza. Además ya había pasado la temida frontera del año.
    La electricidad, los coches, las comunicaciones, el agua corriente potable, todo se terminó el año anterior...
    
    El mundo ignoraba lo que le esperaba en 2023, en 2024 el otro lado del planeta desapareció. No quedaron más que escombros y supervivientes muy escasos, apenas uno de cada diez mil. Fueron rescatados y se les reubicó en occidente.En aquella ocasión más de dos mil millones de personas desaparecieron. Solo quedaba Europa, África y parte de Asia. Desde Oceanía hasta el continente americano se convirtieron en escombros humeantes y súper volcanes. El nivel del mar inundó las zonas más bajas de la parte "ilesa" del planeta. Los impactos fueron tan brutales que afectaron incluso a la órbita terrestre y los días se acortaron una hora.
    
    Alejandro recordó que en agosto de 2025 estaba a solo veinte kilómetros de su casa, trabajando en el pueblo de Getafe. Tardó 35 minutos en llegar al trabajo, que es lo que tardaba en coche por autopistas sin semáforos. Era una comodidad a la que no daba importancia por aquel entonces.
    Cuando estaba en la oficina comenzó todo y en apenas 5 minutos de intensos temblores descubrieron, con horror que por alguna clase de milagro habían sobrevivido a una hecatombe apocalíptica en la que Madrid había desaparecido tras una espesa nube de polvo, fuego y agua. Ahora esos 20 kilómetros que le separaban de casa eran tan inalcanzables como China, Alaska o Polonia. Solo ese pedazo de la ciudad sobrevivió a los impactos, convertido en una extraña montaña en medio de un inmenso lago de aguas oscuras. Vivía en una isla de apenas dos kilómetros de diámetro. Rodeados por un anillo de agua en cualquier dirección que mirasen. A lo lejos, hacia el norte veían los esqueletos de algunos edificios emblemáticos de la capital. Su casa, o al menos el terreno donde debía estar, parecía seguir por encima, al otro lado. Pero no había forma de cruzar esa superficie de agua negra salvo en una barca. Y claro, en Getafe no tenía barcas hasta que a alguien se le ocurrió construir un bote bastante amplio para poder llevar a la mayor cantidad de gente posible. Lo malo era que nada era gratis.
    
    Suspiró mientras caminaba por entre la gente, se abrió paso incluso a empujones, quería llegar el primero al restaurante pues el dinero era muy escaso, cualquier ahorro le vendría bien. Necesitaba juntar lo suficiente para cruzar el lago y por fin llegar a su casa. La travesía costaba 150 euros. Con el trabajo que tenía le daban 10 al día. En el bolsillo juntó 35. Cada comida eran 5 y dormir bajo techo otros tantos por lo que, desde que supo que se podía salir de allí en bote, comenzó a descansar por las noches al raso para poder ahorrar.
    Llegó corriendo pero una persona ya había llegado. Una chica de con vaqueros sucios y una camiseta de manga corta sucia, de pelo marrón con coleta estaba delante; se le había adelantado. La conocía, ya todos se conocían (al menos de vista), en aquella isla serían unas trescientas personas, pero vivían apiñados en las únicas casas que quedaban en pie. Su trabajo consistía en limpiar los escombros, conseguir comida y agua entre ellos y crear nuevos espacios habitables. Se alimentaban de lo que iban encontrando, los suministros, tarde o temprano se agotarían. De ahí que se abrieran numerosos puestos de cocina donde había que pagar por un miserable plato de lentejas (o lo que se prestara ese día). Se hizo así para que nadie comiera más que los demás y obligar a la gente a trabajar si querían comer.
    De momento funcionaba bien.
    Al principio, los 60 primeros días después del caos, todos los supervivientes estaban hundidos moralmente y llegaron a matarse incluso por un trozo de pan seco y mohoso. Pero un grupo de personas se hizo con el control de la situación y unieron a los que quedaban con el fin de trabajar juntos.
    —Si no unimos esfuerzos, no importa que no vuelva a ocurrir… Ya estaremos muertos —decía la que hablaba por ellos, una tal Virginia que representaba a los que ahora mandaban allí. Unas palabras que inmortalizaron en el pedestal de las banderas donde se contaban los días de la esperanza.
    Después de recordar cómo llegaron a esa frágil y sostenible forma de vida, escucharon abrirse las persianas del restaurante. Vieron al joven dueño, un hombre moreno con gesto bromista que les recibió con una sonrisa afable.
    —¡Caramba! Tenemos cola —festejó.
    Alejandro miró hacia atrás y vio que al menos treinta personas esperaban tras él.
    —Tania, tú siempre estás la primera, toma, tu cheque regalo. Tendrás comida gratis mañana.
    —¡Gracias! —Exclamó eufórica.
    —¿Me he ganado un besito? —Bromeó el dueño del restaurante.
    La chica se limitó a soltar una carcajada nerviosa.
    —Tú, segundo puesto, tienes una comida por dos euros —le premió a Alejandro.
    —He vuelto a ganar —le dijo Tania, pero lo hizo de forma dulce, de tal manera que sintió que la sonrisa de esa chica no tenía malicia y se alegró por ella.
    —¿Puedo usar este ticket hoy? —Preguntó Alejandro al dueño, cuando estaba entrando y pagando.
    —No, hombre, tenemos que ganar dinero —respondió como si fuera evidente—. Ahora hay mucha gente, la comida es escasa. Tendrás que venir entre la una y las dos de la tarde, que es cuando terminamos los restos de la comida que hacemos el día anterior. Sin nevera se estropea, no podemos tirarla, pero tampoco regalarla.
    —Yo trabajo a esa hora —se quejó.
    —Lo siento, yo no pongo las normas —levantó las manos como si le amenazaran.
    —Si tengo que pedir permiso para salir antes, me descontarán del sueldo más de lo que me ahorraré en la comida —protestó.
    Pero el camarero ya no le hizo caso. Se afanaba en coger el dinero de cada uno que entraba, que al final terminaron empujando a los dos para que se adelantaran.
    —Véndelo —sugirió Tania—. Habrá quien sí puede usarlo. Hay tres turnos, ¿no? Los que trabajan tarde y noche seguro que te dan uno o dos euros por él. Es lo que siempre hago yo, a mí me pagan tres euros.
    Alejandro suspiró y sonrió, era una buena idea.
    —Gracias, creo que te haré caso.
    —No te he visto nunca por aquí —dijo ella mientras se colocaba en la banca, en la primera posición del interior del restaurante. Él se puso a su lado—. ¿Dónde sueles ir a comer?
    —He venido por los cupones —respondió él.
    Era un local rectangular con un tablón enorme en medio y a su alrededor había unas tablas sobre escombros allanados. Todos debían sentarse allí. Habría espacio para treinta personas a lo sumo. Los que no entraran tendrían que comer en el turno siguiente.
    —¿Qué tal el trabajo hoy? —Preguntó Tania de forma casual y sin mostrar verdadero interés.
    —Bien, bueno, mal, he escarbado inútilmente —respondió con la misma desgana—. ¿Y tú?
    —Nada del otro mundo, tampoco he encontrado nada. ¿Tienes familia?
    —Sí, pero no sé si sigue…
    —Eso me pasa a mí también. Espero que estén en el cielo, porque si encima han ido a sufrir más al infierno...
    —Digo que no se si está muerta, necesito juntar dinero para salir de esta isla a ver si siguen en casa.
    Ella le miró sonriendo, con tristeza en los ojos, aparentando estar contenta de que él tuviera esperanzas.
    —La barca ha subido el precio otra vez, ¿Te has enterado? —Comentó el que tenía al lado izquierdo. He escuchado que ahora cuesta doscientos euros, menudos chorizos.
    Aquello enojó a Alejandro y soltó un manotazo en la mesa.
    —¡Nunca conseguiré dinero suficiente si no deja de subir de esa manera! Cuando empezó, solo costaban treinta.  
    —Pero es que la gente se mata por largarse —explicó el mismo—, han visto que los que se van no vuelven y hay demasiados desesperados por marcharse. Creo que lo suben tanto porque no quieren que se marchen todos.
    —Ni que se lleven el poco dinero que nos queda —dijo el que estaba en frente—. Además todos queremos largarnos de este pedrusco de muerte.
    —No lo entiendo —intervino Tania—. Ahí fuera no tienen esta organización, aquí somos civilizados. ¿Sabéis acaso cómo sobreviven fuera? ¿O es que nadie se acuerda de lo horrible que era sobrevivir antes de que Virginia y sus amigos tomaran el control de la situación?
    —Allí está mi casa —explicó Alejandro—. No huyo de aquí, necesito saber si están vivos.
    —Tarde o temprano se acabará la comida y nos comeremos entre nosotros —dijo un viejo que acababa de sentarse delante.
    —Tengo que averiguar si siguen vivos —repitió el chico.
    —Ah claro, lo tuyo es distinto —contestó Tania, triste—. Los míos vivían en Madrid. No queda nada de ellos.
    Recordar las tragedias les sumió en silencio mientras el resto se unía a una conversación con subidas de tono, gritos y amenazas entre ellos si no se arrimaban más al que estaba al lado.
    Alejandro no tenía palabras de consuelo para ella. Pero estaban tan acostumbrados a ellas que tampoco nadie las quería.
    —¡Muévete o te meto un tenedor en el ojo! —Le gritó el que estaba junto a él—. ¡Me están aplastando!
    El chico que, por timidez, no se había pegado a Tania, le obedeció por miedo a quedarse ciego. Se arrimó tanto a ella que casi no podía mover los brazos.
    Se sintió mal por haberla puesto tan triste.
    Les sirvieron la comida de una marmita con un cucharón de madera que no se había lavado nunca. Aunque daba asco verlo, los platos tampoco estaban mucho más limpios. La comida era una masa viscosa marrón que recordaba a legumbre machacada. Era tan espesa que costaba tragarla y a menudo tenía piedras entre medias. El agua no abundaba y solo podían emplearla para beber; y la del lago olía peor que meado de gatos.
    Cuando terminaron de comer, en apenas diez minutos, les echaron, hubieran terminado o no, y caminaron por la orilla de la isla, alejados por la fetidez que desprendía.
    —Mi padre era taxista —explicaba ella—. Pero el día que pasó estaba en casa. Mis hermanos y mi madre estaban esa tarde con él. Yo salí a hacer unas compras con una amiga, estaba volviendo del centro comercial, iba a coger el autobús de vuelta cuando lo vi todo.
    —Los míos seguramente también habrán muerto —reconoció sombrío, Alejandro—. Pero se puede ver desde aquí que el agua no ha alcanzado tan lejos, podrían seguir vivos. Ojalá pudiera nadar esa distancia hacia el norte. Si al menos funcionaran los teléfonos podría llamarlos.
    Mientras paseaban vieron un resplandor en el cielo. Alguien señaló y gritó:
    —¡Ahí viene uno! —escucharon.
    Bajaba despacio, incandescente, como un avión incendiado. Iba derecho al lago. Todos observaron su trayectoria y cuando cayó causó un intenso oleaje que inundó parte de las orillas ruinosas. Nadie se acercaba demasiado porque olía a muerte de modo que no les afectó. Los muertos eran tantos que no se molestaban ni en enterrarlos. Cuando alguien moría lo arrojaban al lago con piedras atadas al cuello y piernas, mejor que se pudrieran en el fondo.
    —¡Otra vez no! ¡Por favor que no caigan más! —Exclamó uno que miraba al cielo, arrodillado, suplicando piedad.
    Alejandro echó un ojo al firmamento, paralizado por lo que vio. No era la primera vez que caían asteroides aislados, uno o dos, en la lejanía.
    —¡Dios nos está castigando! —Gritó una mujer santiguándose.
    Otro pedrusco ígneo del tamaño de un camión asomó entre las nubes, sobrevoló por encima de sus cabezas y esta vez, golpeó muy cerca de ellos. Se zambulló de nuevo en el agua y la tierra sufrió una violenta sacudida.
    —¡Ahí vienen más! —Gritó otro señalando al cielo.
    Alejandro estaba temblando, Tania le había cogido con fuerza el brazo, quien se agarra a un árbol. Miraron hacia arriba y vieron una docena de proyectiles cayendo directamente  en su dirección acompañados por millares más dispersos por el cielo. Pasaron por encima, muy cerca e impactaron en el lago. El pánico se adueñó de los dos.
    —¡De esta no salimos! ¡Santa María Madre de Dios ayúdanos! —Gritó una mujer, que miraba hacia arriba.
    Los primeros impactos reventaron algunas casas. Los meteoritos venían desde detrás del muro que tenían delante y por eso no podían verlos. Al asomarse vio centenares de puntos luminosos aproximándose y haciéndose más grandes, rodeados de humo gris y negro como bolas de magma silenciosas, letales.
    Alejandro, instintivamente se pegó al muro de aquella casa, agarrándose con fuerza a las manos de Tania, como si pudieran esconderse de ellos detrás de esa pared de hormigón. Nunca antes los vieron caer tan directos. Eran enormes obuses de fuego repartiéndose por la zona, algunos pasaban por encima, sacudiendo el suelo muy lejos, otros golpeaban cerca pero cualquiera podía darles de lleno y todo se acabaría de un instante. Se apretaron al muro como queriendo fundirse con él y Alejandro cerró los ojos mientras le chirriaban los dientes por el pánico al mismo tiempo que el suelo daba cuenta de las sacudidas que recibía con fuertes temblores, más y más intensos.
    Lloraba de impotencia y rabia, cada segundo podía ser el último, cada aliento, cada latido de su corazón,…
    Comenzó a rezar: ¡Dios mío, si existes, que ninguno le caiga sobre mi familia! ¡Sálvalos, por favor!
    Fueron segundos eternos, infinitamente agónicos…
    
    
    No había forma de sobrevivir eso.
    
    
    
    FIN

 

    Epílogo
    ¿No te lo crees? ¿Piensas que los astrónomos nos avisarían? ¿Crees que es un relato más de "asteorides extinguen la vida en la Tierra"? No lo puedo negar, es uno más, y lo sé, no son precisamente pocos.
    
    ¿Qué lo hace distinto? No me lo he inventado. Lo he soñado recientemente y fue bastante realista y aterrador, aún noto la presión del pánico en el pecho, aún hoy, dos días después de vivirlo. Lo tengo en la memoria como un terrible recuerdo. Ojalá haya podido transmitiros todo lo que vi, porque Halloween se trata de eso, ¿no? Dar miedito. Os aseguro que yo lo he pasado y sigo mirando al cielo con terror.
    
    Lo siento por ese final tan abrupto, cuando el protagonista debió morir, yo desperté. Todo ese mundo, esa forma de vida tan rutinaria, estaba ahí, en el sueño yo lo consideraba mi rutina y no sabía que estaba soñando. Incluso esa chica, Tania, aún recuerdo la presión de sus manos en mi brazo. Ojalá hubiera visto un final feliz, habría podido escribir más sobre ello. Solo espero que las fechas que he puesto no lo conviertan en una especie de profecía terrible.
    
    Sobre la ilustración inicial, cuando la vi en Instagram, pensé que era justo como vi los asteroides cayendo del cielo. 

    Antes de que te vayas, quisiera debatir o abrir un debate sobre lo que acabáis de leer y si tiene algún sentido. Este es mi modesto intento de explicar lo qué ha pasado, por si te interesa divagar conmigo. Te invito a que me repliques lo que piensas en los comentarios, que evidentemente podrías no estar de acuerdo.     
    El cinturón de asteroides que orbita el Sol, a modo de súper anillo, está entre la órbita de Marte y Júpiter. ¿Sabías que la órbita de Plutón dura 247 años y en la parte más cercana al Sol casi se cruza con Saturno? Es decir, podría cruzarse fatalmente con Urano y Neptuno, o con alguna luna de Saturno. Imagínate el impacto.     
    En resumidas cuentas, es uno de tantos objetos que conocemos que sigue una órbita inestable y extraña. Recientemente he leído que un planeta llamado Nibiru está a punto de ser visible en el cielo. Descubierto en los tiempos del imperio Mesopotámico porque al parecer se acercó tanto a la tierra que se veía tan grande como el Sol. Los astrónomos han empezado a creer que es el responsable de la órbita elíptica de todos los planetas y más en concreto la de Plutón, pues Nibiru sería 10 veces más grande que Júpiter y al acercarse a la Tierra cada 3600 años aproximadamente puede entrar en colisión con todos los planetas desde la Tierra hasta Plutón.
    
    De hecho se cree que es el responsable de la destrucción de Faetón (de un tamaño similar a la Tierra), hace unos 1.500 —4.000 millones de años, el planeta que ocupaba la posición entre Marte y Júpiter, que no solo impactaría con él una vez, sino en repetidas ocasiones hasta reducirlo a un "cinturón de asteroides" (que es lo que hay en la actualidad). Y un día volverá (además no muy lejano, según los babilonios y sus profecías). Chocará de nuevo con los asteroides, unos se quedarán atrapados en su órbita, otros se los quedará de recuerdo, aumentando aún más su tamaño y otros muchos le seguirán y se quedarán por el camino, quedándose estacionados en un punto indeterminado de la órbita terrestre alrededor del Sol hasta que encuentren una cosa a la que orbitar o chocar.
    
    
    Conclusión: Cualquier día la Tierra se encontrará con un buen número de enormes pedazos de roca que caerían como una lluvia letal de asteroides, y que, para más Inri, se repetiría cada año, como la lluvia de las Perseidas pero a lo bestia.
    
    ¿Ocurrirá de verdad? ¿Cuándo? Solo puedo decirte una respuesta: Si ocurre, nadie tendrá tiempo de avisarte y da igual, no tendrás donde esconderte.
    
    
    Felices sustos de Halloween 2023
    
    ¡Si te ha gustado, difunde el enlace y comenta!
    
    Recuerda volver, aunque hasta ahora no te apasionen los libros, aquí vas a coger amor por la lectura.

Comentarios: 5
  • #5

    Tony (martes, 21 noviembre 2023 05:04)

    Nada, pues seguiré escribiendo. Gracias chicos.

  • #4

    Vanessa (martes, 21 noviembre 2023 03:24)

    Noooo Tony.
    Por favor escribe otro relato de Halloween el próximo año.
    Yo sí lo leí y me gustó mucho pero casi siempre no escribo si no tengo nada qué decir.

  • #3

    Tony (lunes, 20 noviembre 2023 07:26)

    He tenido que quitarlo de la portada porque nadie entro a leerlo y suelo quitarlos cuando pasa la fecha. Ha tenido tan poca acogida que dudo que el año que viene escriba otro.
    Pero Gracias por leerlo Jaime, aunque tarde se agradece tu apoyo.

  • #2

    Jaime (lunes, 20 noviembre 2023 03:18)

    Yo apenas he visto el relato de Halloween de 2023. El vínculo estaba bien escondidito en la página principal y nunca lo vi.

    Pero me ha gustado aunque es algo diferente de lo acostumbrado.

  • #1

    Tony (martes, 24 octubre 2023 23:17)

    Quisiera decir que es ficción.

    En memoria de las familias que ven llover fuego sobre sus casas. Para que vean un nuevo amanecer y se acaben las bombas para siempre.