Diario de Jill Valentine

Día 4

            He recorrido toda la comisaría y encontré un valioso lanzagranadas en la sala de radio, donde está el despacho de Wesker, Chris y Rebecca. Una vez allí traté en conectarla para emitir un mensaje a los miembros de STARS que estuvieran vivos todavía. Sin embargo no funcionaba. Me di por vencida y me iba a marchar cuando entró una señal de radio que decía:

            — Aquí Carlos — se escuchaban disparos —. Estoy en la gasolinera… Necesitamos refuerzos urgentemente, nos están atacando. No podremos resistir mucho.

            No pude responder por que sólo recibía señal, no podía emitir. Decidida salí de allí y me dirigí a mi almacén a coger todo lo necesario. Me armé con lanzagranadas, escopeta y munición abundante pero el zombi no esperó a que yo saliera y me sorprendió destrozando un ventanal. Se movió muy rápido y aunque soy bastante ágil fui incapaz de esquivar su arremetida. Me golpeo fuerte en un hombro y casi me hizo caer. Corrí y pude abrir la puerta y cerrarla con cerrojo justo cuando él la golpeó. No me sentía muy segura dada la fuerza y agilidad de ese monstruo. Seguí corriendo con la única idea de salir de la comisaría y dejarlo bien atrás.

            Entonces, cuando llegué al hall, un misil pasó silbando junto a mi oreja destrozando parte de la pared y la puerta de principal. El muro resistió, pero no me detuve a pensar que había fallado por unos centímetros… y el único que podía haber disparado un misil era un zombi con fuerza y agilidad descomunal con la cara desgarrada y con arpones en las palmas de las manos. No sé si me asustó más el hecho de que supiera hablar y decir "STARS" o que fuera capaz de manejar armamento pesado.

            Salí corriendo de la comisaría y mis pies no entendían de cansancio. No me detuve hasta que estuve a salvo en mi refugio, junto a la librería.

            Cuando descansé y comí algo volví a salir, vigilando que esa cosa no me hubiera seguido. Llegué a un edificio de aparcamientos y varios perros zombis me atacaron. Pude despacharlos rápidamente con la escopeta. El problema fue al entrar en otra planta donde me encontré media docena más. No los maté a todos para no agotar mi munición, volví y me refugié en la oficina de puertas reforzadas de acero.

            Estoy lejos de la gasolinera y si Carlos está en apuros tendrá que apañárselas como pueda. Tengo el hombro morado por el golpe de ese zombi y necesito descansar y cuidarlo. Encontré un botiquín en la comisaría y es hora de darle uso práctico.

 

 

Más tarde

 

            Durante mi exploración llegué a un restaurante donde apenas había daños. Ahí pude coger comida y rellené mi mochila por completo. Encontré una trampilla que daba al sótano, busqué una palanca para poder abrirla y mientras estaba buscando un hombre de Umbrella se presentó de una manera curiosa.

            — No dispares, muñeca, no soy un zombi.

            — ¿Quién eres? — sabía de sobra lo que era y no dejé de apuntarlo.

            — Carlos Oliveira, soy un soldado de Umbrella, sólo quedo yo. Estamos aquí para velar por la seguridad de la gente…

            — Trabajas con los culpables de todo esto — le corté.

            Mi acusación le pilló por sorpresa y se defendió inocentemente.

            — Chica, eso yo no lo sé, soy un trabajador honrado. A mí no me cuentan lo que hacen los peces gordos, yo sólo sé que nos enviaron para encontrar a los ciudadanos vivos y los lleváramos a un refugio.

            — Ya…

            No pude contestar a eso porque el zombi atravesó el ventanal con su cansino "STARS" en la boca y vino directo a por mí. Carlos se quedó paralizado por la sorpresa y el pánico.

            — Abajo — le cogí del chaleco y tiré de él al suelo.

            Disparé hacia las bombonas de gas. La explosión, que derrumbó el techo de hormigón que había sobre él, tumbó al monstruo y lo dejó completamente fuera de combate. La barra del bar nos protegió de las llamas y los escombros.

            Por fin me había librado del monstruo y no sin suerte. Sin esas bombonas seguramente estaría muerta ahora mismo.

            — ¿Estás loca? — protestó Carlos —. Podías habernos matado. ¿Quieres destruir el edificio?

            — ¿Es tuyo? — le dije —. Esa cosa ya no se mueve, ¿de qué te quejas?

            Dicho eso cogí una palanca y abrí el sótano. Abajo estaba inundado y no encontré absolutamente ningún objeto de utilidad, fue frustrante. Carlos no decía nada porque era obvio que no me caia bien. Representaba al culpable de toda esa catástrofe.

            Cuando subimos el monstruo estaba esperándonos. Me agarró por la cara y sentí que la palma de su mano se abría dispuesta a disparar su arpón afilado, que en un instante me atravesaría la cabeza como vi morir a mi compañero Brad ayer. Carlos estuvo muy rápido de reflejos y le disparó en la cabeza con mi escopeta, reventándosela. El monstruo se tambaleó y cayó… Ahora sí estaba muerto… O eso creímos.

            Carlos me sonrió con prepotencia y me dijo que formábamos un buen equipo. Le dije que lo único en lo que podía confiar estaba dentro de mi mochila. Que se largara si no quería que le disparase. A pesar de todo él notó que ya no había desprecio en mi voz, sino afecto. Gratitud, diría yo. Me salvó la vida.

            — Vamos, juntos podemos hacer algo por esta ciudad. Solos no duraremos mucho — me ofreció —. Tengo más gente, acompáñame.

            — ¿Soldaditos de Umbrella?, antes me suicido con un tenedor en el ojo — le dije.

            — Como quieras, yo tengo que volver…

            El monstruo se volvió a levantar y esta vez me fijé bien. Su agujero de la cabeza había desaparecido y volvía a tenerla completa. No tenía ni quemaduras ni nada.

            Corrimos cuanto pudimos y salimos del restaurante. El monstruo nos seguía.

            — Entonces, ¿no vienes? — me insistió Carlos.

            — Lárgate de mi vista — le dije corriendo por un callejón.

            Me encerré en mi refugio y descansé un poco. Sentí que quizás me había pasado con él. Comí algo, me armé con armamento pesado (el lanzagranadas) y salí fuera dispuesta a machacar esa cosa de una vez y para siempre. Me sorprendió que ya no la encontrara ahí.

            Me dirigí al periódico local de Raccoon con intención de buscar una forma de comunicación con el exterior o algún superviviente. Aunque la esperanza de encontrar personas normales cada día es menor. Allí encontré un artículo escrito por un periodista que contaba los comienzos de la distribución del virus. No llegó a publicarse ya que parecía que lo estaba pasando al ordenador cuando alguien le comió las ideas. El pobre infeliz pensaba que se llevaría un pulitzer por hacerle la foto a un muerto viviente.

            No encontré ningún instrumento útil. Lo único que vi fue un lugar sin zombis donde dormir un rato sin preocupaciones. Aunque ahora no puedo permitirme el lujo de dormir sin mantener un ojo abierto.

 

 

Comentarios: 2
  • #2

    naruto7 (martes, 17 julio 2012 18:48)

    Esta buena la historia por favor pon la continuación pronto

  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (martes, 17 julio 2012 10:34)

    Puedes escribir aquí tus comentarios.