Las crónicas de Pandora

Capítulo 9

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          Antonio y Ángela volvieron a casa a las once y media, por lo visto tenían permiso para hacer lo que fuera necesario que les ayudara a encontrar pistas sobre el verdadero asesino del ex—consejero. Lo que aprovecharon sin perder un segundo.

          Ella le sonreía con su finos labios de seda desde el sillón orejero de su habitación, aún vestida y él que pretendía ir al grano, se despojó de toda su ropa y se tendió desnudo en la cama, esperándola.

          —Te dije que no pienso correrme sola —reprendió con cara de enfado—. Voy a hacerte sufrir, vas a entender lo que se siente.

          —¿Estas enfadada? —Preguntó, preocupado.

          —No hables ahora y observa...

          Se deslizó la camiseta hacia arriba mostrando su ombligo y cuando iba a mostrar un pecho se detuvo y sonrió con picardía. Con su dedo índice le dijo que no, y volvió a cubrirse.

          Pasó su mano izquierda por entre sus piernas abiertas, por encima del mono de trabajo que tan bien se le ajustaba. Se desabrochó el botón y cuando parecía que iba a abrirlo para quitárselo, volvió a sonreír con picardía y le hizo el mismo gesto de negativa con el dedo.

          Antonio estaba tan erecto que comenzó a masturbarse, pero ella carraspeó para que dejara de hacerlo.

          —Un poco de paciencia, hay que darle emoción —susurró con voz melosa. ¿Quieres que me ponga la peluca morada?

          —Prefiero tu pelo negro natural —respondió él.

          —Eso crees, pues no, que me tengo que teñir para que no se vean mis canas. Da igual me la pienso poner aunque no te guste.

          Antonio no respondió, pero nunca dijo que no le gustara, solo que le gustaba más sin artificios. Ya sabía que se teñía. Lo que pasaba era que esa peluca brillaba demasiado evidenciando que era fibra de vidrio y no pelo natural (cosa evidente por su brillante color morado). Aunque por alguna razón ella disfrutaba usándola y, como siempre era para acostarse, empezaba a asociarla a emociones fuertes. Lo que él quiso decirle era que lo que realmente le gustaba no eran esos artificios, era ella, pero no sonó todo lo bonito que pretendía.

          Sin esperar más respuesta, Ángela se levantó y cogió su peluca de dentro de su armario. Luego eligió unos leggins del mismo cajón, blancos con dibujos negros, se quitó la camiseta sin dejarse ver los pechos (por eso resultaba tan seductora con la ropa de trabajo, pensó, nunca usaba sostén si no era para hacer un striptease), se puso una blusa negra con tirantes finos, muy ajustada. Vio cómo se quitaba el tosco pantalón de ingeniera dejándole deleitarse de su perfecto trasero, que en nada se ocultaba por su tanga negro. Ante su sorpresa se lo quitó, se volvió hacia él y le miró de frente dejándole disfrutar de su bien afeitada y casi rasurada vagina con un fino surco de pelo en forma de flecha que apunaba hacia abajo.

          Descalza, desnuda, se puso su blusa negra ajustada y se acercó a la cama. Trepó de rodillas sobre él dándole un beso suave en los labios, luego en el cuello y finalmente en la oreja derecha. Su pene se puso duro como una piedra al hacerlo y ella aprovechó a metérselo dentro subiendo y bajando un par de veces. La primera vez entró con algo de resistencia y dificultad amplificando el placer con una pizca de dolor, la segunda se deslizó sin ningún problema. Antonio estaba tan excitado que a punto estuvo de correrse, pero ella se levantó a tiempo y el frío volvió a envolver su pene, que anhelaba volver a meterse dentro de ella.

          Ángela se deslizó fuera de la cama como si no le importara lo que necesitaba con desesperación y volvió a hacerle ese gesto negativo con el dedo, con una sonrisa pícara y medio maligna.

          Se puso los leggings y, como si ya se hubiera acabado todo, se colocó la peluca morada, mirándole con indiferencia mientras se la acomodaba y le miraba con gesto retador desde el sofá de una plaza.

          —¿Qué pasa? —Preguntó él.

          —¿Qué se siente? —Replicó Ángela, medio molesta. Aún enfadada era terriblemente seductora. Así era ella, vengativa, venenosa, lasciva, malditamente atractiva.

          —Supongo que me lo merezco, pero no tengo la culpa de que me gustes tanto.

          —Lo sé, por eso a partir de ahora haremos lo que yo diga —estaba tan seria que pensó que quizás de verdad se había enfadado con él. Pero sus ojos le miraban de un modo que solo puede mirar alguien enamorado, el brillo que despedían le decía que estaba jugando con él y que si le seguía la corriente ese día sería apoteósico para los dos.

          —Aquí me tienes, ni una cadena me podría sujetar tanto como lo que te deseo.

          —No vas a ablandarme con tu verborrea, lo vas a pasar muy mal —respondió perdiendo de repente el tono meloso—. Tengo sed.

          Y parecía haber dejado por terminada la actividad, incluso se fue a la cocina y se trajo un vaso de medio litro, lleno de tinto de verano.  Se sentó de nuevo en el sofá como quien se dispone a ver una peli, pero se mirándole a él con mirada pervertida. Antonio estaba impaciente a que comenzara a tocarse para él.

         —Vístete, ya hemos acabado —invitó ella, aburrida.

          —¿Qué? —Por lo visto no bromeaba.

          —¿Vemos una peli? —Sugirió la chica, sonriendo como una niña mala, dando un gran trago a su vaso, para volver a mirarle con indiferencia.

          Mierda, ahora lo entendía todo, le estaba imitando. Cuando terminaban sus escarceos él sugería ver una película a pesar de que era evidente de que ella no terminó su faena.

          —¿Hablas en serio? —Preguntó Antonio.

          —No nos queda mucho tiempo, son las doce. A las dos tienes que irte.

          Le dio otro trago al vaso dejándolo por la mitad.

          —Qué sed tenía, por Dios —musitó.

          —Pero, no hemos acabado —protestó él.

          —¿El qué? Ah el polvete... Claro que sí.

          —No —terció él, que a pesar de la actitud de Ángela, le excitaba su gesto chulesco y seguía erecto, deseando arrancarle la ropa a mordiscos.

          —Como que no, yo siempre termino así. No sé tú —le reprendió con esa misma mirada de reproche y odio fingido.

          —Lo sé, te mereces mucho más que yo... —Suspiró.

          Se levantó de la cama, medio avergonzado y se iba a sentar y poner el calzoncillo cuando ella se apresuró a detenerle, pisándole en el pecho para que volviera a tumbarse.

          —No he dicho que te vistas, ¿o sí? Te repito que hagas lo que yo te diga.

          Vio el cuadro de la mujer que tenía detrás, uno que seguía sin colgar en la pared y pensó que quizás no le gustaba. Él lo pintó para ella, le gustaba pintar y, aunque no tenía mucho tiempo libre, era otra de sus aficiones. Un día pensó en hacerle un regalo y vieron un cuadro similar en un restaurante donde cenaban y ella lo miró con fascinación. Él le saco una foto y se lo dibujó lo más parecido que pudo, dando por sentado que ese cuadro le gustaría y se lo regaló. Ella se limitó a dejarlo ahí en el suelo, como si no supiera poner un simple clavo en la pared. Allí estaba apoyado encima de un macetero con una planta de flores rosas.

          Al volver a tumbarse de espaldas en la cama, ella se volvió a sentar en el sofá mientras le miraba con esos terriblemente seductores ojos marrones, con el enorme vaso en la mano y esbozando una sonrisa. ¿Se lo estaba pasando bien haciéndoselo pasar mal?

          —Haré lo que me pidas —prometió él—. Pero no me tengas así.

          —Qué tal si vemos una peli porno —Chasqueó la lengua y rectificó—. No en la tele.

          —¿Quieres ir al cine?

          Ella negó con la cabeza, con una sonrisa pícara.

          —No soportaría que te excitaras viendo a otra mujer —replicó ella, molesta—. Yo seré tu película.

          —Qué bien suena eso —el pene festejó esa idea con una gotita de lubricante apareciendo en su punta.

          —Y tú la mía. Vamos, sedúceme.

          —¿Yo?

          —Muévete, tócate. Estoy impaciente, puede que consigas ver algo más si me gusta lo que veo. Quiero desear masturbarme con lo que puedas enseñarme. No veo justo que yo sepa exactamente qué te excita que haga y tú no tengas la más remota idea de qué hacer para que yo me excite con mirarte.

          —Pero, eso es exacto. No sé moverme seductor.

          —¿Cuántos años llevabas casado?

          —Unos diez —el mero hecho de pensar en su ex—mujer hizo que su pene se dejara vencer por la fuerza de la gravedad.

          —No me extraña que os divorciarais —replicó, riéndose.

          —Puedo intentarlo —se apresuró a decir, temiendo que fuera una indirecta y que si no era capaz de satisfacerla en la cama terminara dejándolo por aburrimiento.

          —Estoy impaciente —Ángela dio un corto sorbo a su bebida.

          Se puso a pensar en qué le excitaba a él de lo que hacía ella pero ninguna de esas cosas le podría servir, todos eran gestos tan femeninos que hechos por él le harían parecer homosexual. Desde el mero gesto de apartarse el pelo de la cara, recogérselo hacia atrás elevando los codos, mirarle con esa media sonrisa que tanto le enamoraba... Recordaba cuando se conocieron, fue lo que se dice un amor al primer disparo. Acababa de casarse y le dieron un caso en Arenas de San Pedro, un misterioso asesinato perpetrado por la legendaria mano negra. Fue con su mujer a intentar resolverlo y apenas hizo un par de preguntas por el pueblo la secuestraron y tuvo que encontrarla.

          El secuestrador era un secuaz de Ángela, que trabajaba para un mafioso peligrosísimo el que solo supo su nombre, Frank. ¿O era Fredy? Habían pasado unos diez años de aquello. Cuando vio a Ángela por primera vez estaba rescatando a su mujer de un baúl. Y ambos se encañonaron con sus pistolas, la de ella muy pequeña (igualmente intimidante) y la suya, una reliquia ilegal que compró en el mercado negro, su legendaria Lemmat. Aquel día estuvieron a punto de matarse mutuamente (hecho que registró a modo de diario en su libro "La mano negra"). Entonces ella debía tener unos veinte años, y a pesar de la situación crítica y tensa, la consideró una mujer fatal (atractiva y letal).

          El destino les volvía a reunir en unas circunstancias similares, ella le miraba con esos mismos ojos retadores y él, al igual que entonces, se sentía en la cuerda floja, aunque esta vez no era su vida la que peligraba sino su futuro con ella.

          —Me estoy acordando del día que nos conocimos —comenzó a contar, sonriente.

          —¿Cuándo fue? —Ella frunció el ceño mirando al techo y tratando de recordar—. La verdad es que no suelo atesorar recuerdos del pasado.

          —Puede que tú, que vivías entre la espada y la pared todos los días, no recuerdes la tensión del momento. Pero yo no lo olvidaré nunca, creo que no he pasado más miedo nunca desde aquel día.

          —¿Estás seguro de que quieres recordar eso ahora? —ella señaló su pene que comenzaba a estar flácido.

          —Fue en aquella casa donde secuestrasteis a mi mujer. Ese día mataste a tu compañero por no hacerte caso.

          —Ah, ¿te refieres al gilipollas de Freddy? —Preguntó con desdén—. No era mi compañero, era el hijo del jefe que tenía ganas de matar gente, como su padre y carecía por completo de cerebro. Me lo encasquetaron para esa misión... ¿Cuál era?

          —Secuestrar a mi mujer y convencerme de que dejara de hacer preguntas sobre la mano negra.

          —¿En serio? —Preguntó extrañada—. No recuerdo nada.

          —Pues nos encontramos en una habitación, nos apuntamos con las pistolas..

          —¡El detective que interrogaba a las paredes! —Respondió ella, triunfal —. Es cierto, ese eras tú. Luego Alastor me pidió que te utilizara para encontrar y matar a su hija Génesis. De eso me sonabas... Te juro que hasta ahora no te había relacionado con el tipo aquel pitolero del siglo pasado. ¿Tenías un pistolón oxidado del oeste? Yo pensaba que eso no dispararía jamás y menudo petardazo cuando apretaste el gatillo, qué susto. De eso me acuerdo, pero... ¿Ese eras tú? No puede ser, mi jefe limpió la casa y no dejó alma con vida, según me enteré después.

          —¿En serio no te acuerdas? —Preguntó, algo decepcionado.

          —Estoy tomándote el pelo —dio otro sorbo con su media sonrisa tan seductora—. Deja de hablar que las pichas flojas no me ponen mucho.

          —¿Y qué te pone?

          —Estoy deseando averiguarlo —respondió levantando las cejas e invitándole a moverse de una vez.

          No tenía escapatoria, debía hacer algo y no parecer un idiota moviéndose de forma incorrecta y ridícula. Él no era musculoso como los típicos modelos de películas porno o los nuevos soldados del EICFD. Aunque lo cierto es que los hombres no solían seducir precisamente a las mujeres en ese tipo de filmes. Nadie seducía, todo era ir al grano.

          Se levantó y se sentó. Ella quiso detenerle con el pie pero él lo apartó.

          —¿No vas a hacerlo? —Preguntó, enojada.

          —Voy a vestirme —respondió—. Voy a tratar de hacer un striptease, tú me pones a cien cuando lo haces.

         —Vístete con movimientos seductores, no te pongas el pantalón quédate con camiseta y gallumbos. Ni te acerques a los calcetines —añadió al verle que se los iba a poner.

          Antonio le hizo caso. Se incorporó ante ella y cogió su móvil, puso música de los ochenta,  que tenía guardada en sus favoritos y comenzó a moverse al ritmo. La miró fijamente mientras se subía la camiseta pasando las manos sobre su tripa (que trataba de esconder y endurecer). Al principio se sintió ridículo pero al verla reírse supo que iba por buen camino.

          Cuando descubrió todo su pecho se pasó la camiseta hacia atrás sin sacar los brazos quedándole como unas hombreras de tela. Entonces se puso a hacer gestos de culturistas, embriagado por los resonantes tambores ochenteros que le hacían mover sin pensarlo. La música se le metía hasta los huesos y sintió un escalofrío de nostalgia. Comenzó a moverse imitando a Michael Jackson, a su manera tan robótica de bailar y ella se tapó la boca para reírse a carcajadas. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso pensaba que su risa era fea?

          Avivado por su excelente estado de ánimo Antonio se animó a hacer un poco más el tonto sin perder el control de sus movimientos, recordó la película de "Full Monty" y bailó moviendo su cadera y poniendo cara seductora, lo que causó que Ángela dejara de reírse. Se pasó las manos por las piernas y subió lentamente por encima de sus calzoncillos, sobó sus pectorales, como si fueran irresistibles, y luego se bajó la ropa interior hasta mostrar los pelos de sus geniales, pero cuando iba a mostrar algo más, volvió a subírselo y le hizo ese mismo gesto negativo con el dedo.

          Ella comenzó a tocarse igualmente pasándose las manos por las piernas y por encima de la blusa negra. Antonio tuvo que contenerse ya que su cabeza le lanzó una orden urgente de lanzarse sobre ella y arrancarle la ropa sin dejar prenda entera. Le costó contenerse pero sus ojos debieron ser tan expresivos como lo estaban siendo los de ella, que también parecía una leona estudiando una presa.

          El teléfono de Antonio cortó la música con una melodía de llamada. Lo cogió y ni siquiera miró quién les intentaba interrumpir. Pulsó el botón rojo y la música continuó.

          —Pienso matar al que me haya llamado —susurró.

          —¿Necesitas ayuda con eso? Cuenta conmigo —respondió ella, sonriendo con malicia.

          Volvió a bailar, y no tardó un minuto en volver el insistente tono de llamada.

          —¿Me disculpas un momento? —Preguntó Antonio, agarrando el teléfono. Lo cogió con fuerza y lo estampó contra el suelo reventándolo en pedazos, cortándose de golpe aquel molesto ruido—. Vaya, no es tan indestructible después de todo.

          Ángela le aplaudió con fuerza y se le tiró encima. Acabada la música ya tenía suficiente, se dejó desnudar por él apresuradamente y se besaron con ardor.

          —¿Se acabó la película? —Preguntó él.

          —Estoy harta de mirar —contestó ella, entre beso y beso.

          —Y yo de esperar.

          Diez minutos más tarde Antonio estaba tumbado con una sonrisa de felicidad mientras Ángela le miraba, enojada.

          —¿Ahora me entiendes? —Preguntó con desdén—. Ya puedes irte.

          Él la miró extrañado.

          —Pero son las... Dos menos veinte.

          —¿Y qué?

          —¿No quieres que me quede un poco más?

          —¿Para verte roncar y tener que despertarte después? Largo.

          Antonio se levantó como un perro herido que sabe que ha hecho algo malo. Se levantó, cogió su teléfono y vio que aún se encendía aunque tenía la pantalla destrozada. Lo guardó en el bolsillo, se vistió y cuando estaba listo se acercó a ella para darle un beso pero apartó la mirada hacia la ventana.

          —¿Sabes qué es lo que me gusta más de ti? —Preguntó, él con tristeza.

          Ángela no respondió, le ignoró como si no estuviera.

          Él caminó hacia la puerta sintiendo que había cometido un error muy grave al no controlar sus impulsos.

          —Que eres lo que eres, no tienes máscaras.

          Abrió la puerta e iba a salir cuando Ángela se levantó apresuradamente y le detuvo por el brazo.

          —Espera. No puedes irte, no tienes el coche aquí. ¿Te llevo a por él?

          —Es verdad, Brenda nos trajo y se quedó en la empresa.

          —Te puedo llevar en mi moto.

          —¿Ya no estás enfada? —Preguntó con cierto temor.

          —Ya se me ha pasado —respondió ella con su gesto casual de "no pasa nada". 

          Antonio se la quedó mirando un momento sabiendo que esa chica tan especial estaba a su lado por tiempo limitado. Él quería un amor eterno pero con treinta años ella y casi cincuenta él, con la clase de vida que había llevado, estimaba que esa relación no llegaría al 2023.

          —Coge el otro casco —invitó ella, cogiendo las llaves de su bolso y poniéndose unas botas negras altas de hebillas.

          En las perchas tenía una chaqueta de cuero corta y dos cascos.  Uno completamente negro brillante y el otro azul con rojo y amarillo. En el pudo leer el nombre "Fernando Alonso".

          —¿Eres fan de Fórmula uno? —Preguntó, admirado. A él también le gustaba, especialmente cuando competía el famoso asturiano bicampeón del mundo. Personaje internacional amado y odiado a partes iguales por los españoles, él lo idolatraba.

          —Soy más de motos —respondió, encogiéndose de hombros.

          —¿Y cómo es que tienes este casco?

          —Lo compre para ti. Sabía que te gustaría —respondió con desdén.

          Antonio se sintió emocionado, cuando le hablaba de cosas triviales los temas giraban en torno a videojuegos, Fórmula 1, tenis y ella se limitaba a escuchar. Hasta ese momento creía simplemente le dejaba hablar pero no le escuchaba. Pero... Eso demostraba que sí lo hacía aunque no sabía si esos temas le interesaban.

          —Gracias —fue lo único que pudo decir, estaba tan emocionado que no podía hablar.

          —¿Sabes lo que me gusta más de ti? —Preguntó ella.

          —No, el qué.

          —Crees que no vales nada. Y para mí... Lo eres todo.

          Antonio se quedó en shock al escuchar una cosa tan bonita de boca de ella.

          Mientras condujo ella hacia el parking de la empresa no pudieron hablar pero a Antonio se le cruzaron por la cabeza multitud de preguntas. Ir en la parte de atrás de la moto, siendo él tan grande que seguramente pesaba casi el doble que ella, le hacía sentir inestable al principio. Se aferró a ella abrazándola por la cintura poniendo las manos por debajo de sus pechos que, no podía negarlo, su cercanía tan íntima le excitaba más de lo que desearía subido a una moto que volaba sobre el asfalto. Pero temía distraerla y por esa razón ni siquiera se los rozó por miedo a tener un accidente.

          Después de aquella mañana juntos sentía que su relación había cambiado. Pero no sabía si en el buen sentido o en el malo. Él tendría en su memoria ese 6 de mayo de 2022 toda su vida, el día que tuvieron tres horas juntos.

          Él había bailado para seducirla, habían encontrado una confianza el uno con el otro difícil de describir. Ya sabía cuánto de decepcionante era acostarse con él y quedarse a medias, ella misma se lo dijo pero ahora ya no le parecía algo sin solución como antes. Era un gran problema que terminaría rompiendo su relación si no le ponía remedio de inmediato. Al menos seguía seguro de algo, ella le amaba. Y el sentimiento era mutuo.

          A pesar de sentirse más unidos que nunca y, a la vez, sentir más insegura su relación, supo que realmente todo seguía igual.

 

              

          Cuando por fin se detuvieron y apagó el molesto rugido de la moto, se apelotonaron todas las preguntas en su cabeza y no fue capaz de ordenarlas adecuadamente para formularlas ante ella.

          —Hasta mañana, me lo he pasado genial hoy —dijo ella.

          —¿Se supone que empezamos el lunes o tenemos que trabajar a tiempo completo? Mañana es sábado —Preguntó Antonio.

          —Tienes que averiguar cosas tú, yo no puedo ayudarte —corrigió ella—, habla con tus amigos del más allá. Mientras tanto, haremos vida normal.

          Iba a arrancar la moto pero él la interrumpió. Era viernes y llevar "vida normal" implicaba no poder verla hasta el lunes.

          —Quería preguntarte muchas cosas, aunque igual no es el momento.

          —Dime —ella le miró intrigada.

          —Tú sabes mis gustos, que me apasionan los videojuegos, especialmente los antiguos, me gusta escribir sobre mi vida y publicarlo como si fuera ficción, me encanta la Fórmula 1, ver largos partidos de tenis, leer, ver películas... Te lo he contado todo y tú... Nunca respondes. Hasta ahora pensaba que me ignorabas y pensabas en otras cosas pero con este casco me has demostrado que me escuchas.

          —¿Por qué creías otra cosa? —Preguntó ella.

          —Nunca me respondes —insistió él.

          —No sé nada de todo eso —Ángela se encogió de hombros—, ¿Qué te puedo decir?

          —Ya, claro, tiene sentido.

          —Cuando me hablas de videojuegos me imagino cómo pasas el tiempo con el mando en la mano y a veces te visualizo jugando o incluso me he planteado comprarme alguna consola para entender qué es lo que sientes con tanta pasión por ese hobby que a mí me dice tan poco. Si te digo la verdad, todo lo que sea engancharse a una pantalla, ya sea con redes sociales, juegos de móvil, ordenador o consolas, fíjate, incluso los que se pasan el día leyendo libros, viendo la tele, por muchos deportes que sean los que sigan... Me dan lástima, siento que desperdician su vida sentados.

          —¿Qué haces tú en tus ratos libres? —Preguntó.

          —Salgo.

          —Ah, claro, te gustan los pubs y las discotecas.

          —No me refiero a eso —replicó molesta—. Salgo a hacer Parkeur. Me encanta moverme, trepar por paredes, sentirme libre y que las calles no pueden limitar mi recorrido con vallas, muros, escaleras, coches aparcados... Me siento viva, quizás porque me recuerda a los tiempos de ladronzuela... —sonrió como una niña mala—. Es difícil de describir.

          —Buena idea —se alegró Antonio.

          —¿De qué hablas?

          —No me lo describas, este finde iré contigo.

          Ángela le miró incrédula.

          —¿No tienes que cuidar a tus hijos?

          —Por un fin de semana que se junten con el novio de mi ex... Espera...

          —¿Un fin de semana? —La alegría de Ángela se difuminó al decir eso.

          —¿Te importaría mucho que los trajera conmigo?

          —Ya me cuesta imaginarte a ti tratando de hacer lo que yo,... Unos críos menos.

          —Miguel se lanza más, le encanta el deporte, Charly lo intentará pero está en baja forma, le hace falta y sé que le gustará verte e intentarlo. Sobre todo se partirán de risa viéndome a mí. ¿Tendría que llevar casco, rodilleras y coderas?

          —Mejor el traje de grafeno —corrió ella, divertida.

          Se reía con dulzura, un gesto no muy habitual en su rostro. Para Antonio fue un gozo descubrir lo bien que le sentaba.

          —Pero... No necesito que hagas esto —negó la chica—. Cada uno tiene sus aficiones. Déjalo, me gusta hacerlo sola, es mi válvula de escape.

          Antonio suspiró decepcionado, ella se subió de nuevo a la moto pero él la volvió a detener antes de que la arrancara.

          —No tiene que ser todos los fines de semana. ¿Puedo ir a tu casa mañana con ellos? De verdad que quiero estar contigo, hoy me has hecho descubrir que... No puedo pasar dos días sin verte.

          La chica se puso el casco y miró hacia adelante, pensativa, sin arrancar todavía la moto.

          —No esperéis que os prepare desayuno —replicó.

          —Dime cuándo quieres que vayamos —contestó, feliz de que la hubiera convencido.

          —A las seis de la mañana —respondió—. Las calles están desiertas.

          Al escuchar esa hora se quedó pálido y mudo. ¿Cómo iba a levantar a sus hijos tan temprano?

          —Es broma —se carcajeó Ángela—, yo también quiero dormir. No vengáis antes de las doce.

          Esta vez arrancó la moto y se despidió de él lanzándole un beso con la mano mientras volaba rugiendo sobre el asfalto y desapareciendo de su vista en segundos.

          El pecho de Antonio se llenó de alegría, podría ver a su novia el fin de semana, ¿cuánto tiempo deseó poder hacerlo? No lo sabía, pero nunca lo había deseado tanto como ahora. Quería que se llevara bien con sus hijos que... Por fin, dejaría de ser un secreto que ella era su novia.

          —Estaba equivocado... No es que no aguante dos días... —murmuró sintiendo un dolor agudo en el pecho—. Ya la estoy echando de menos.

 

 Continuará

Comentarios: 6
  • #6

    Chemo (lunes, 20 junio 2022 21:56)

    Nunca es bueno dejar a una chica insatisfecha. Hay varios trucos para hacer a una chica deseando más. Solo es cuestion de buscar en el internet.
    Espero la siguiente parte pronto. No hay mejor manera de mejorar el trabajo en equipo que con un buen polvete. Jeje

  • #5

    Alfonso (lunes, 20 junio 2022 18:08)

    Por fin se publica esta parte. Menuda joya de ilustración más descriptiva. Ya tenía un buen tiempo que no me cautivaba tanto una de estas partes.
    Espero con ansias la siguiente parte para dejar a Chemo y Jaime llenos de envidia.

  • #4

    Alejandro (lunes, 20 junio 2022 02:11)

    Desde que vi la ilustración me imaginaba lo que se venía. Y no me he equivocado.
    Lástima que no tengo novia porque seguramente hubiera ido a buscarla en este momento. Jeje.
    Ahora faltan Abby y Alfons, que de seguro se traen algo entre las manos (literalmente).

  • #3

    Tony (domingo, 19 junio 2022 23:23)

    Vuelves a ser el primero en comentar, esto se verá reflejado en la historia a de forma “misteriosa” pero positiva. Serás el primero en... SPOILER. (ya lo verás)

  • #2

    Jaime (domingo, 19 junio 2022 15:57)

    La mejor parte de todas, para variar un poco el contenido habitual, desde la imágen hasta la historia. Antonio Jurado debería tener cuidado porque en cualquier momento Ángela se aburrirá de su «rapidez» y nos buscará a Chemo y a mí.

  • #1

    Tony (viernes, 17 junio 2022 10:46)

    Aquí va lo que tanto me habéis pedido, aunque seguro que Ángela no es la única que se ha quedado insatisfecha. Al menos ya sabéis lo que puden deparar futuras partes...
    Espero que os haya gustado y no olvidéis comentar. La semana que viene vuelve Alfonso y Abby, no os lo perdáis.

    Nota: Menudo lujo de ilustración la de hoy, no os podéis quejar.