El último día

 

 

 

 

  En la cúspide de la basílica se apreciaba el brillo del Sol pasando por el halo que coronaba la cabeza de una estatua blanca. Aquello sólo podía ser una señal del cielo de un ángel aparecido en plena Plaza Mayor.

La deuda de la hipoteca había vencido y ese día cumplía el plazo antes de que viniera la policía a sacarla a la fuerza. Aquel santo de piedra, con el Sol a modo de corona, se estaba burlando como si fuera un duende y le pedía que formulara un deseo para ignorarla y reírse de ella.

Mario lloraba en el capazo junto a sus piernas. Ese día cumplia diez meses y su llanto era de hambre. No podía conseguir leche artificial, ni comprar otra comida que no fuera pan. Se lo permitía por las pocas monedas que la daban los transeuntes de la plaza. Sus lágrimas secas ya no causaban lástima a nadie y los que había logrado conmover se sentían felices de haber hecho su obra de caridad del día. Otros pasaban y procuraban mirar hacia otro lado. Alguna persona ya la criticó por "usar a su bebé" sin tener en cuenta los sufrimientos de la criatura. ¿Acaso se detuvieron a preguntar si podían cuidarlo ellos? ¿Con qué iba a pagar a una niñera?

Miró al santo una vez más y vio que el Sol seguía esperando su deseo. Cerró los ojos y suspiró:

—Dale a mi hijo un hogar.

Cuando creía que no tenía más lágrimas, dos gotitas surgieron de entre sus párpados y supo que sus palabras se las comería el viento. Entonces la luz dejó de deslumbrarla y vio a dos guardia civiles frente a ella con cara de muy pocos amigos.

—Señora, está prohibido mendigar, márchese.

—No tengo a dónde ir.

—Pues no venga tampoco aquí y evitará más problemas.

Dicho eso la ayudaron a levantarse y la acompañaron a la salida de la plaza llevando uno de ellos el cochecito del niño.

—Mi hijo no ha comido desde ayer —susurró—. Si conocen una familia que pueda hacerse cargo de él se lo agradecería.

—No es problema nuestro, por favor no vuelva.

—No haberlo tenido —opinó el otro, riéndose.

Se marcharon y la dejaron en medio de una acera de un metro de ancho donde la gente la empujaba para poder pasar.

Su mente viajó al pasado, un año antes, cuando su vida aún era normal y su marido trabajaba en el banco. Ese día entró pletórico a casa diciendo que le habían ofrecido ser interno y que tendría empleo asegurado hasta la jubilación. Las guarderías costarían medio sueldo de Hernesto y el otro acabaría en la hipoteca. Su única forma de seguir adelante era no trabajar.

Nació el niño; después el banco hizo un reajuste de personal y echó a los recién incorporados. El gobierno denegó el paro a su marido porque llevaba trabajando poco tiempo y necesitaba más para recuperar un derecho que ya tenía antes de que le hicieran fijo. Luego buscó desesperado un empleo, pero con cuarenta años y siendo economista, ni siquiera le entrevistaban. Un día su frustración le hizo perder la cabeza y se fue de casa. No volvió a saber de él… Seguramente estaba el fondo de un rio o quizás se había ido con otra que tenía dinero a empezar una nueva vida.

Francamente, deseaba más que hubiera muerto ya que sino le tendría que odiar y no podía hacerlo.

—No he podido evitar escuchar lo que ha pasado —dijo una joven de aspecto extranjero—. Puede venir a mi casa esta noche si no tiene donde dormir.

La miró asombrada. No parecía ser rica, no era especialmente llamativa ni hermosa, aunque todo el resplandor del Sol cruzando un círculo de piedra no podía equipararse a la belleza que irradadiaba esa joven que le abría las puertas de su casa para vivir un día más.

 

Cuando llegaron al apartamento de la chica no se atrevió a entrar. Se quedó en la puerta con el niño en brazos y temiendo que estuviera entrando en alguna mafia de niños o cualquier organización desalmada que la obligara a vender su cuerpo para garantizar la seguridad de su hijo.

—Pasa, no te preocupes. Vivo sola.

Con timidez se acercó al sillón de dos plazas y se sentó sin atreverse a soltar a su hijo.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó su ángel  misterioso.

—Lily.

—Yo me llamo Bridget. Encantada, acabo de llegar a España y sé lo que es sentirse sola y abandonada. Si necesitas dinero para la comida del niño, toma.

Le dio cincuenta euros y los cogió con dedos temblorosos.

—La situación está difícil y tener trabajo es una bendición que pocos pueden disfrutar —añadió alegremente Bridget—. Pero estoy segura de que pronto podrás trabajar y volverás a llevar una vida normal. Mientras tanto quédate conmigo, yo tengo que pagar esto igualmente así que no te preocupes.

—Y si nunca consigo trabajo.

—No seas pesimista, mujer. Además yo creo que en todo ese tiempo ya te habré cogido tanto cariño como a una hermana, y si quieres estar conmigo toda la vida aunque trabajes no me importa. Eso sí, cuando puedas compartimos el precio de este alquiler, que no es precisamente barato. 

Lily sonrió con lágrimas recorriendo sus mejillas. Cerró los ojos, abrazando a su niño y dio gracias a Dios por esa segunda oportunidad y por permitir que su camino se cruzara con el de Bridget.

 

 

Nota: Esta es una historia basada en hechos reales. He cambiado algunas cosas pero no el nombre de las personas. Si he modificado el lugar y que el niño era una niña de unos cuatro o cinco años. 

 

Para los más cotillas: El marido de Lily no estaba muerto, volvieron a contactar y quiso llevárselos (a ella y su hijo) pero él seguía sin trabajo, se emborrachaba y tenía la mano muy larga de modo que Lily se negó. Consiguió ella empleo, vivieron juntas unos años hasta que Bridget se casó (conmigo, pues su nombre, en realidad era Brigitte). Lily se fue a otra ciudad y consiguió un nuevo trabajo. Su marido murió y después de un par de años volvió a casarse con un hombre viudo que tenía otros dos hijos y con el que vive feliz a día de hoy.

 

Lleva una vida completamente normal tanto ella como su hija, Sabrina. 

Comentarios: 5
  • #5

    Tony (viernes, 22 julio 2016 07:27)

    La primera parte describe muy bien por donde van los tiros. Pero no os preocupéis, ya la tengo en la cabeza, no estoy improvisando sobre la marcha.
    Tengo que tener cuidado porque podría herir sensibilidades por el tema en cuestión.

  • #4

    Alfonso (viernes, 22 julio 2016 06:20)

    Qué bueno que estés mejor, Tony. Concuerdo con Jaime: la historia comienza bien y describe la situación en la que se encuentra la mendiga y su recién nacido. Sin embargo, no existe un final y uno se pregunta: ¿y a qué viene todo lo que acabo de leer? ¿será la joven bondadosa un ángel del Señor? ¿O acaso una matrona de un prostíbulo en busca de empleadas del sexo? Mucha paja y poco contenido...

    Deberias de al menos darnos una pista de lo que va a tratar la nueva historia.

  • #3

    Tony (jueves, 21 julio 2016 19:02)

    No pensaba revisar el relato más, la verdad. Pero si lo hago tomaré nota de tu sugerencia.

    Ya estoy mejor, estoy trabajando ya. Aun con mucho dolor pero bueno, soportándolo.

    Por cierto ya empecé el relato nuevo. No tengo el título pero sí una folio y poco. Espero poder subirlo el próximo martes... Por ponerme una fecha.

  • #2

    Jaime (jueves, 21 julio 2016 18:45)

    Siento que la historia quedó inconclusa. Te hubiera ayudado escribir un finalde la historia: un desenlace al cul converjan todas las peripecias sufridas por la mendiga. Es sólo mi opinión. Espero qque estés mejor, Tony.

  • #1

    Tony (miércoles, 20 julio 2016 01:02)

    Este relato corto lo presenté a concurso. La única regla que tenía era que ocupara una página.

    El resultado fue que no ganó entre 700 relatos que se presentaron.
    ¿Qué os parece a vosotros?