Las crónicas de Pandora

Capítulo 43

Anteriormente

 

          Ángela sabía que lo que estaba a punto de hacer podía cambiar su vida para siempre, pero también era consciente de que era necesario. Mientras se levanta del catre y se calzaba, repasó mentalmente todos los argumentos que la han llevado a tomar esa decisión.

          Desde que recuperó sus poderes no quería dormir. Al principio pensaba que no necesitaba descanso y después era incapaz de parar el torbellino de ideas y pensamientos de su mente.

          Antonio le impedía centrarse en sus metas y ambiciones. Había sacrificado su tiempo y energía por alguien que no compartía nada con ella, él no tenía sueños, parecía conformarse con respirar cada día. Al contarle ella lo que le gustaría hacer, sus planes, los había ignorado. A pesar de su amor por él, Ángela llegó a la conclusión de que no podía continuar así. Él la quería con locura, pero su reciente separación le impedía comprometerse de nuevo por miedo a volver a confiar en alguien.

          —Adiós —murmuró. Esa podía ser la última vez que le veía.

          Posiblemente, cuando supiera lo que estaba a punto de hacer, no querría volver a mirarla a la cara. Sus planes no contemplaban un segundo de a bordo. No debía verlo más. Subió al pasillo de la nave y cerró la puerta despacio. Se acercó al camarote de John y Brenda y puso la mano sobre la puerta.

          «Los cerdos del EICFD fueron los que nos enfrentaron» —decía Fran desde su cabeza—. «No merecen ni el aire que respiran».

          Su antiguo mentor ya no le hablaba cuando su vida corría peligro, ahora lo tenía encima a todas horas. Su fantasma la atormentaba y la incitaba a hacer cosas como si ella siguiera siendo la fría e implacable asesina que adoctrinó en su día. Cuando quiso resucitar a Lara la primera, era parte de su nueva vida… La de la justicia, la de la Ángela redentora. Pero al abrir esa posibilidad Fran no la dejaba en paz. Fue él quien la convenció de resucitar a su padre y no a Lara, que con su poder de ver sus muertes sería una enemiga formidable si quería tomar el control de todo, como planeaba hacer. Lara, al igual que Antonio, se opondría a ella.

          «El dolor de los trajes pleyadianos por usarlos egoístamente solo es una barrera para que no desequilibres la balanza del universo» —resonaba en su mente la voz de Fran—. «Ellos te decían: "No lo uses indebidamente o el desequilibrio terminará por destruirte a ti y tu mundo". No seas tonta, eran unos envidiosos que no podían aceptar que los hombres pudieran usar esa clase de poder».

          Se sintió muy egoísta por no haber pensado en resucitar a sus seres queridos cuando tuvo el poder, antes de que por culpa de Arita tuviera que prescindir de ellos. ¿O quizás no lo hizo porque sentía que sería cruzar una línea prohibida? Antes de enfrentarse a Arita había adquirido una extraña moralidad por la que nunca se rigió su vida, una que consideraba estúpida y sin sentido.

          Esa barrera de su mente la obligaba a que hiciera solo lo que estaba "bien". No podía ejercer ese poder con motivos egoístas. Los pleyadianos la advirtieron que si lo hacía desequilibraría una balanza universal, un milagro debía ser compensado siempre con un gran sacrificio. Pero ahora que sabía que esos seres no pretendían el bien de la humanidad (sino todo lo contrario), no tenía por qué hacer caso a su consejo.

          Si había una cosa que le dolía profundamente era pensar en la muerte de su padre. Lo tenía que traer de vuelta. No tuvo ocasión de redimirse. Si lo resucitaba, no estaría seguro en un mundo dominado por la organización. Ni siquiera ella, apenas llegara a los oídos de los consejeros, o de Montenegro, que volvía a tener su poder.

          «Necios, la única que podía dirigir los torpes pasos de la humanidad hacia un futuro mejor eres tú» —incitaba Fran. Sin embargo aunque no deseaba tal responsabilidad, el ser humano necesitaba de la guía de una madre. Una como ella, sin intención de intervenir, pero severa con quien debía serlo. Borrando los estúpidos tabúes morales de las religiones. Ella era una diosa real, de carne y hueso, a la que todo el mundo tendría que amar, adorar y servir. Aunque también ignorar. Debía enderezar los caminos de la humanidad como un perro lazarillo encamina a su amo a su destino.

          —¿Debería destruir al EICFD? —susurró de forma inaudible—. ¿Rescatar a Abby y Alfonso? No, eso sería un error. Siempre me ha causado problemas. ¿Y a John?

          Palpó la puerta donde dormía y decidió que de momento no eran una amenaza.

          Se dirigió al compartimento de los chicos y escuchó tras la puerta gemidos, estaban teniendo sexo. Probablemente los cuatro juntos en una bacanal.

          —Nunca cambiarán —sonrió. El sexo era lo mejor del mundo, por un momento pensó en unirse a ellos, incluso entrar invisible y ver lo que hacían, pero decidió que no, le convenía que estuvieran distraídos para que no interfirieran en lo que iba a hacer.

          Todos ellos suponían un gran problema, si se revelaba se convertirían en peligrosos enemigos. El EICFD siempre se opondría a ella, en especial Montenegro y los 11 consejeros vivos.

          —Haz lo que tengas que hacer —recordó las consignas de la última misión del comandante—. No confíes en nadie, pero que el mundo sobreviva. Esa es tu misión.

          Eso incluía destruirles a ellos, o al menos someterles, si era menester.

          «Solo quiero llevar una vida normal. Y que vuelva mi padre.» —pensó de nuevo—. «Pero no será posible si no intervengo. Sé que merece mil y un tormentos, pero no puedo soportar que esté sufriendo eternamente sin la menor oportunidad de redención. Todos merecen una segunda oportunidad. Luego resucitaré a Fran, quiero sacarlo de mi cabeza y verlo en carne y hueso, necesito hacerlo para mandarlo a la mierda y deje de darme la chapa.

          «Así me agradeces que te salve la vida.» —Protestó en su cabeza, molesto—. Estoy aquí porque me sigues queriendo, no soportas la vida sin mí.»

          —Lo que no soporto son los sermones —replicó ella, sonriendo—. Déjame tranquila un rato, plasta. No te voy a necesitar.

          «Pero me necesitas» —Protestó—Sigues siendo una descuidada, tengo que velar por ti.»

          —Déjame, no vuelvas a hablarme hoy en todo el día —ordenó, usando su poder.

          Por fin hubo silencio en su mente. Soltó un profundo suspiro.

          —Lara, tú… No puedo traerte de vuelta, tus habilidades podrían ser peligrosas para mí. Podrías querer vengarte de mi padre,… de nuevo. O de mí. Al fin y al cabo, fue mi culpa que Arita te matara.

          Pensó en su madre, a la que siempre odió porque pensaba que la abandonó y luego supo que fue asesinada por su padre. ¡Qué sentimiento más contradictorio! A pesar de saber la verdad, no era capaz de quererla o sentir pena por su muerte, el odio permanecía. Al fin y al cabo se buscó otro hombre, rompió de un mazazo su familia, destrozó el corazón de su padre, a consecuencia de eso perdió el norte y la noción del bien y el mal. No podía perdonarla eso. En cambio, a pesar de las atrocidades cometidas por su padre, su vida se hizo pedazos cuando le perdió. Lo necesitaba, no le importaban sus terribles secretos, ¿acaso ella no los tenía?

          ¿Y qué pasaría con Antonio? Durante unos segundos sintió tristeza. No había nada que pensar, le quería, pero como él mismo decía, su relación era un secreto y debía seguir siéndolo. Lo que a efectos prácticos significaba que no eran nada. Nunca se casaría con ella, si es que ella le aceptaba. Y no podía serle fiel, no lo era ahora, mucho menos si se casaba. ¿A cuántos compañeros de trabajo se había tirado? Algunos, varias veces. Al principio se sentía culpable y sucia, pero luego pensaba que Antonio lo sospechaba, así que daba igual. No tenían compromiso, él podía liarse con cualquiera, le acababa de reconocer que le gustaría acostarse con Lyubasha… Que esa flacucha y desnutrida le ponía cachondo. En cuanto ella le aceptara, le pasaría por la piedra. ¿Y qué? ¿Tenía que enojarse por ello? En absoluto, no había compromiso ninguno.

          Sus pensamientos volvieron a su padre. La ilusión que le hacía volver a verle, abrazarle, que él la viera cómo había crecido… El poder que tenía, la entusiasmaba. Quería verse reflejada en sus ojos y escuchar de sus labios: Estoy orgulloso de lo que has llegado a ser, hija mía. Ella siempre sería su princesa,… Le extrañaba tanto. Él la llamaba, "su trocito de cielo" (porque todo lo demás, en su vida, era un infierno). Y él, para ella, él era  "su hogar", a pesar de sus defectos, y era el mejor padre del mundo. Desde que lo perdió, su vida se convirtió en un suplicio. Lo más parecido a la felicidad fue en su relación con Antonio Jurado, pero tampoco la hacía sentir bien. Él tenía su propio infierno por tener que compartir a sus hijos con su esposa a tiempo partido, a pesar de que aseguraba que odiaba a su ex mujer, cada vez que se metía en su mente le veía derrotado, como si librarse de esa bruja hubiera sido un error personal suyo, un fracaso. Ella solo era un alivio temporal para él. Ambos que sabían que no podía funcionar. Le quería, era la única persona del mundo que la amaba, que aceptaba su pasado, pero no era suficiente. No quería que alguien "la aceptara". No tenía que ser aceptada, ella podía tener lo que se le antojara.

          Trató de adivinar el futuro, ver las consecuencias de sus actos. Su padre volvería a las andadas, mataría prostitutas, levantaría un imperio de drogas y puede que terminara cosido a tiros por otros delincuentes. No aprendería de sus errores. En cuanto a Fran… Él era su amor eterno, pero solo era bueno en una cosa, matando. Volvería a las misiones y un día alguien le ordenaría matarla, como sucedió en el pasado. Lo había odiado mucho tiempo por ello, mataría hasta a su madre, pero quizás por eso no podía dejar de amarlo, él la transformó una mujer fuerte, capaz de cualquier cosa. Nunca podría amar a nadie como le quiso a él porque apareció cuando más sola se sentía. Fue una figura igual que su padre, fuerte, amenazante, capaz de cualquier cosa… Por ella. Nadie supo nunca que era un hombre tímido, con el corazón roto y destrozado por que en sus inicios como asesino, alguien mató a su familia al no poder matarle a él. Por eso vivía solo y no quería encariñarse de nadie ni de una persona, o animal. Sin embargo ella logró romper su coraza.

          Y si le traía de vuelta, el EICFD se le echaría encima. Fueron ellos los que ordenaron su muerte y volverían a hacerlo. Sin duda seguiría trabajando para Luis Escobedo, que a su vez, era una de las garras escondidas del EICFD. Tenía que eliminar a la organización de la cima de poder mundial o bien… Cambiar las tornas. Si quería llevar las riendas del mundo, tenía que tener lacayos: Los consejeros. Y, por supuesto, unos buenos perros de caza: El EICFD.

          Puso la mano en la pared del avión y cerró los ojos.

          —Esta nave regresará a su tiempo original y no volverá a viajar en la cuarta dimensión —susurró—. Ninguna de ellas, todas dejarán de funcionar.

          Aun en el pasado, tres años antes de su tiempo real, tras su misión de "rescatar" a Alastor, hizo viajar el aparato al presente. Sintió cómo fluía por sus dedos la magia necesaria para estropear circuitos esenciales de la nave. Luego se concentró en todos los demás Halcones con esa misma capacidad y les provocó el mismo fallo entre los transistores de su procesador principal, incluido el personal de Montenegro. Sin máquinas del tiempo, nadie podía arruinar sus planes.

          Después de todo eso se tele transportó al cuartel del EICFD en el despacho de José Montenegro. Su aparición repentina provocó que se derramara el café encima, por el susto.

          —¿Qué hace aquí señorita Dark? —Después de la impresión abrió los ojos como platos y se puso en pie—. Ha recuperado su poder. Ha entrado sin abrir la puerta, se ha tele transportado...

          —Se ha dado cuenta, muy listo —respondió.

          Le miró con ojos penetrantes y con expresión de odio.

          —¿Por qué me mira así? Podemos colaborar…

          —He pensado que no necesito ayuda para lo que tengo planeado —susurró con media sonrisa—. Y tampoco enemigos.

          Abrió la mano ante él y se concentró en el ordenador central del EIFCD. Se imaginó la salita del servidor, en el sótano tercero del cuartel del Atlántico y cerró el puño. La máquina implosionó y dejó sin conexión a internet a todo el cuartel.

          Se fue la luz y se encendieron las luces de emergencia.

          —¿Qué ha hecho? —escupió el comandante.

          —No necesitarán ese servidor más, es un invento infernal que viola todos los derechos humanos, nunca debió existir tal cosa —explicó—. En verdad no quiero matarle, señor. Le he cogido cierta estima y sin su poder actual… No me supone una amenaza. Aunque ahora le cueste creerlo, estoy cumpliendo órdenes suyas. Fueron sus palabras. ¿No me dijo que arreglara el mundo sin confiar en nadie?

          —¿Y qué pretende hacer?

          —Sé quién es el que ha tratado de acabar con los consejeros, Rodrigo. Se ha hecho pasar por el consejero inglés desde hace años. Le haré una visita.

          —¿Le matará? —Preguntó el Comandante.

          —¿Por qué? Puede que tengamos intereses comunes.

          —No habla en serio, ese vampiro busca sumir al mundo en tinieblas. Pero, dígame, ¿Cómo ha logrado recuperar su poder?

          —Me encontré con un psíquico de los grises. Él me "arregló", a cambio de liberarlo.

          Montenegro tragó saliva y no dijo nada más.

          —¿Está segura de que no la ha puesto de su parte? Esos seres pueden tergiversar todo. Su poder psíquico es la más temible de sus armas. Siempre la he respetado, no cometa una estupidez. Le hemos dado una segunda, incluso una tercera oportunidad.

          Ángela se paseó contoneando las caderas hasta sentarse sobre su escritorio.

          —Ordenó mi muerte porque el consejo se lo exigió. Lo hizo cuando ellos supieron lo que yo era capaz de hacer.

          —No deben preocuparte si ya están muertos.

          —Pero es que no los he matado —explicó ella—. Se lo merecen sin lugar a dudas, pero digamos que tengo otros planes.

          —Entiendo que esté resentida con ellos. Creí que estábamos de acuerdo que lo mejor era eliminarlos a todos, a la vez. Así el consejo no podría reconstruirse.

          —Y usted sería el único consejero en adelante. ¿Cree que tiene la información necesaria para dirigir el mundo? ¿O solo es un estúpido anhelo de megalomanía? Le conozco bien, señor, su alma no puede esconderme secretos.

          —Sabes que somos necesarios —añadió Montenegro—. Esos estúpidos eran los que estaban cegados por su ambición.

          —Yo lo soy. Ustedes no —sentenció—. ¿Sabe por qué la humanidad empezó a tener reyes? ¿Cree que los hubieran creado si supieran que iban a vivir en palacios, bañarse en leche, comer siempre en abundancia, cobrar impuestos hasta matar de hambre a la gente?

          —Necesitaban un representante —respondió el comandante.

          —Pues no. Esa era una de las razones, evidentemente, pero no la principal. Los pueblos que no tenían un rey, no gozaban de una organización. Imperaba el más fuerte y todos le seguían. Pero pronto descubrieron que el que realmente tenía que mandar no era el que pidiera reventar más cráneos sino el que tuviera conocimiento de todas las cosas. El que, con el corazón en la mano, con la idea de hacer lo más necesario para el bienestar de su pueblo, usara su alta posición con el fin de lograr esos objetivos. Ese podía dar órdenes a sus hombres y dirigirlos a la victoria. Extrapolado a la vida civil, sin conflictos, el líder tenía que sentarse en un trono, en lo más alto de la montaña para poder contemplar todo el reino con todos sus problemas. De esa forma podría decidir en que merecía la pena dedicar más esfuerzos. El rey era un "salvador", a menudo los subordinados no entendían sus decisiones, pero él sabiamente ignoraría a sus contrarios para salvarles de su estupidez. Por desgracia eso se ha desvirtuado tanto...

          —Por eso ahora manda la organización —explicó Montenegro—. Ellos ven los problemas del mundo de manera global.

          —No con la suficiente claridad. Son egoístas y buscan su propio provecho. Pero una cosa te reconozco, comandante. Ellos pueden manejar las riendas del mundo. Voy a proponerles un trato. Destruirles o prometerme obediencia. Tiene razón, voy a necesitarles a todos para cambiar las cosas.

          —También puedes contar conmigo, por supuesto —se apresuró a confirmar—. Como dijo la consejera italiana, necesitamos un líder fuerte que tenga la mente pre—clara. Ella se refería a Alastor pero bien podemos convencerla de que sea usted.

          —Esa mujer pedía una poderosa marioneta —desengañó Ángela—. Lo que voy a exigir yo al consejo es que ellos sean las mías. ¿Podrá pedirles eso en mi nombre?

          Montenegro se quedó sin respuesta. De repente se abrió la puerta del despacho y aparecieron dos hombres uniformados.

          —Señor, el sistema ha caído. No funciona nada. Disculpe, no sabíamos que estaba reunido. ¿Esta no es Ángela Dark? ¡Las manos sobre la cabeza, ni un movimiento o será lo último que hagas!

          —Esas armas están descargadas —sentenció ella, riéndose.

          —¿Eso crees? —Preguntó el soldado. Apretó el gatillo y no pasó nada.

          El que le acompañaba tuvo la misma suerte.

          —No está bien disparar a una persona indefensa —les regañó con voz melosa.

          Subió la mano derecha y apretó el aire con los dedos. Mientras lo hacía los soldados soltaron los fusiles y se llevaron las manos al cuello, asfixiados.

          —¡Detente! Solo seguían órdenes —suplicó Montenegro.

          Ángela detuvo el estrangulamiento y le miró.

          —Correcto, debería sacarles de su confusión. Siento mucha tensión en el ambiente. Puede que el sistema esté caído pero los altavoces no. Dígales a los demás que revoca la orden de cogerme viva o muerta. 

          Los soldados a duras penas aún respiraban. Montenegro cogió el micrófono de su mesa y pulsó el botón de encendido.

          —Atención, a todo el cuartel, las órdenes de busca y captura de Ángela Dark quedan anuladas. Repito, ya no es un peligro, se cancela la misión.

          —Ahora diles quién manda aquí —pidió ella, con tono sensual.

          Montenegro vio que una luz parpadeaba en el panel de control de las puertas del cuartel. Era una exclusa del hangar. Un halcón estaba entrando. Se preguntó si ella estaría al tanto.

          —A toda la base. Tenemos un nuevo líder ahora. Se ha nombrado a un comandante general —se escuchó en los altavoces—. El sucesor de Alastor será… Ángela Dark.

          —No sea tan entusiasta —se burló ella, notando el recelo con el que Montenegro pronunció su nombre—. Oh, qué bien. Justo a tiempo —festejó con voz infantil—. Acaban de llegar los chicos y habrán podido escuchar la gran noticia de mi ascenso.

          —Hay algo que no me cuadra —comentó Montenegro—. Si tienes los poderes que tuviste, con un simple chasquido de dedos tendrías a todo el cuartel a tus órdenes. Es más, podrías... haber leído nuestras mentes y... ¿Por qué no lo haces?

          —Es más interesante ver cómo os doblegáis por vuestra propia voluntad —respondió sonriente—. Y escuchar los pensamientos es asqueroso.

          —Es un error táctico, ¡hazlo Lyu! —sentenció el comandante.

          En ese momento un disparo atravesó el pecho de Ángela. Uno que procedía del perchero de la esquina del despacho.

          —¿Qué demonios? —Gimoteó ella, mirándose la herida.

          Dos disparos más le dieron en la cabeza abriendo dos terribles agujeros en su frente, salpicando la pared con trocitos de cerebro y Ángela cayó muerta en la alfombra de Montenegro. Los dos soldados volvieron a respirar con alivio, aunque uno de ellos, al ver la parte trasera de la cabeza de Ángela tuvo que vomitar a un lado del despacho.

          —Buen trabajo, Lyu —suspiró Montenegro—. Eficaz al ciento veinte por ciento, enhorabuena.

          —¿Por qué ha tardado tanto en dar la orden? —Cuestionó la soldado.

          —No nos habría contado tantas cosas, y además, tenía la esperanza de que remaría en nuestra dirección. Pero lo ha oído como yo, pretendía dialogar con Rodrigo.

          —Le tengo que dar la razón. Aunque ¿Cómo es que no sabía que estaba escondida? Creí que me descubriría.

          —Su poder era limitado, no debió ser tan confiada, además no creo que supiera que ni Jaime ni usted venían en esa nave. No podíamos permitirla ponerse al mando, sabe Dios las cosas que nos habría obligado a hacer esa asesina.

          —Tal y como le dije, señor, teníamos solo una oportunidad de acabar con ella —se auto—felicitó la chica oriental.

          —Mientras no hayan causado una fisura por quedarse tanto tiempo en el pasado… ¿Hablaron con alguien? De lo contrario Ángela todavía estará viva en otra realidad.

          —No debe preocuparse por eso —replicó Lyubasha—. Jaime y yo hemos disfrutado de unas merecidas vacaciones en aquella preciosa isla. Tuvimos especial cuidado de no contactar con nadie que nos conociera antes de nuestro viaje en el tiempo.

          El comandante chasqueó la lengua. No se conocen las causas de las fisuras. Pero nunca sabremos con certeza si lo que dice es cierto. Ustedes no vivieron en esa isla hace 3 años, cuando aún no habían viajado al pasado.

          —¿O sí? —Cuestionó ella.

          —No se sabe muy bien qué es lo que causa la fisura temporal —meneó la cabeza el comandante—. Crucemos los dedos para que no hayan cambiado nada y Ángela no esté viva en una realidad alternativa.

          —Me prometió un ascenso si lo conseguía —cambió de tema la chica.

          —Delo por hecho… —Aceptó Montenegro—. Pero me temo que será efímero. Ella era una amenaza, sí. Ahora el consejo nos desarticulará. No tenemos a Alastor y el que atenta contra ellos sigue libre y es virtualmente invencible. La única que podía haberse enfrentado a él ya no está con nosotros. Demonios, ¿por qué tuvo que morder la mano que le daba de comer?

          —Si damos caza al asesino de consejeros podemos darles un zas en toda la boca al consejo —deliberó Lyubasha—. Ya sabemos quién es, acabemos con él. Cuando el sepan que le hemos eliminado seguro que no tienen tantas ganas de desmantelarnos.

          —¿Qué hacemos con el cadáver, señor? —Preguntó uno de los soldados.

          —Incinerarlo.

          Ambos se miraron con miedo a tocarla primero.

          —¡Vamos! Me da escalofríos solo pensar que… Pueda volver a la vida. Daros prisa. Además no quiero que Antonio Jurado la vea… No es un buen momento para perder un soldado, aunque sea un cero a la izquierda como él.

          —A la orden.

          Volvió a coger el micrófono y habló.

          —A todo el cuartel, la alerta por intrusión ha terminado. El enemigo ha caído, repito, la amenaza ha dejado de existir.

          A lo lejos se escucharon gritos de alivio, silbidos y aplausos. Con renovada confianza y determinación, los soldados comenzaron a dispersarse, algunos regresando a sus puestos de guardia, otros dirigiéndose a las áreas de descanso y algunos más continuando con sus labores habituales. El cuartel se llenó nuevamente de actividad, pero esta vez con un aire de satisfacción y seguridad.

          Gracias a la advertencia de Jaime y Lyu, sabían que esa visita les llegaría cuando la nave número nueve regresara del pasado, todos conocían el peligro que al que se enfrentaban. Desde su partida un día antes, hasta su regreso, estuvieron en máxima alerta. Jaime y ella se turnaron en el hueco detrás del perchero equipados con su traje de grafeno en modo invisible, uno se quedaba en el despacho por el día y otro por la noche.

          Esos dos soldados aparecieron en el momento justo, cuando ocurrió la anomalía de los ordenadores. Estaban sobre aviso de un eventual ataque.

          —¿Puedo decirle algo, señor? —Dijo uno de los dos, mientras cogía el cadáver por los brazos y su compañero por los pies.

          —Claro —aceptó el comandante.

          —Gracias —asintió, con reverencia—. Nos ha salvado la vida.

          —Nunca olvidaremos lo que ha hecho por nosotros —añadió el otro.

          Dicho eso sacaron el cuerpo de Ángela dejando un rastro de sangre en la moqueta.

          —Disculpe el desastre, mandaremos llamar a los técnicos de mobiliario.

          —Gracias, apresúrense —se impacientó el comandante.

          —¿Cómo limpiarán esta asquerosidad? —Preguntó Lyu, con gesto de desagrado.

          —No es la primera vez que hay sangre, reemplazarán la moqueta y pintarán las paredes —le quitó importancia Montenegro—. Vamos, tenemos que ver a sus compañeros. La misión más importante está por comenzar.

 

Continuará

           

Comentarios: 11
  • #11

    Vanessa (martes, 26 diciembre 2023 03:00)

    Feliz Navidad, chicos

  • #10

    Chemo (lunes, 25 diciembre 2023 19:48)

    ¡Felices fiestas!

  • #9

    Alfonso (lunes, 25 diciembre 2023 15:22)

    ¡Felices fiestas!

  • #8

    Tony (lunes, 25 diciembre 2023 09:59)

    Felices fiestas a todos!

  • #7

    Jaime (lunes, 25 diciembre 2023 02:49)

    ¡Feliz Navidad a todos!

  • #6

    Chemo (sábado, 16 diciembre 2023 15:23)

    Ángela no puede morir sin antes hacer una orgía grupal.
    Jeje

  • #5

    Vanessa (martes, 12 diciembre 2023 01:19)

    Yo también espero que no haya muerto Ángela. Me gustaba el personaje.

  • #4

    Alfonso (lunes, 11 diciembre 2023 12:43)

    Yo también dudo mucho que Ángela haya muerto tan fácilmente.
    Sobre todo si Antonio Jurado es el narrador de la historia, la única manera de que él se pudiese enterar de los hechos es si Ángela se lo contara. Y eso también significa que ella termina regresando con él.

  • #3

    Tony (lunes, 11 diciembre 2023 08:10)

    Esta vez no andas muy acertado, Jaime. Pero no voy a destripar nada.
    Gracias por ser siempre el primero (o casi siempre).

  • #2

    Jaime (domingo, 10 diciembre 2023 17:39)

    No he tenido mucho tiempo hasta ahora para comentar.
    Dudo mucho que Ángela esté muerta. Seguramente es otro de sus planes para saber si podría confiar en Montenegro.

    A esperar la nueva parte.

  • #1

    Tony (miércoles, 06 diciembre 2023)

    Cada vez me cuesta más encontrar tiempo para subir partes. No os preocupéis que aquí sigo. Solo espero que también sigáis vosotros. No olvidéis comentar.