Los últimos vigilantes

29ª parte

         Las cosas pétreas comenzaron a moverse mientras mantuvo cerrados los ojos y al abrirlos las vio petrificadas. Eran hombrecillos de estatura similar a la Palma de una mano. La miraban con curiosidad. Como no podía verlos moverse, no tenía la menor idea de sus intenciones pero le dieron escalofríos porque sabía que podían ser peligrosos si les dejaba de mirar.

         —Sois muy simpáticos, ¿verdad? —Hablaba dando órdenes escondidas. Así su poder modificaría sus intenciones si influía sobre ellos. Si no podía verlos en su mente, puede que fueran inmunes a ella.

         Dio un paso al frente y los hombrecillos (y mujercillas, semejantes a hadas) permanecieron inmóviles. Uno tenía una prominente barriga y barba cana, otra era una jovencita de rostro simpático vestida con pieles de conejo que descubrían su ombligo, otro era un viejecito con la mirada triste y perdida. Cada uno parecía distinto y con su personalidad.

         —Si no os movéis os pisaré. Voy al fondo, hay gente que me necesita allí.

         —No debes acercarte —dijo una voz aguda a su espalda. Al girarse vio dos estatuas más, uno con barba marrón y rostro serio y una mujer con exceso de peso y mediana edad.

         —Puedo cuidarme sola —les tranquilizó—. Sé cómo curarlos.

         —¿Sabe curar la muerte? —Preguntó una voz infantil.

         —Nadie la cura permanentemente —explicó otra voz más seria.

         Mirase donde mirase, nadie se movía. Esas criaturas eran increíblemente rápidas.

         —Ahora lo entiendo. Podéis convertiros en piedra cuando os ven. Si no os miran cobráis vida. Con los ojos cerrados ¿también os quedáis quietos? Está bien, los cerraré. No tengáis miedo, no voy a haceros daño.

         Dicho eso el hombrecillo que estaba mirando se dejó ver en movimiento con sus ojos cerrados.

         —Pareces una buena chica. No sigas hacia allá, solo encontrarás monstruos.

         —No te preocupes por mí.

         —¿Curas la muerte? —Se acercó una jovencita similar a Campanilla, la del cuento de Peter Pan. Llevaba falda de hojas de cinco puntas y sostén de cuero. Su melena era rubia y su nariz respingona.

         Ángela entendió que le pedía que le ayudara con alguien.

         —Puedo intentarlo.

         El duendecilla corrió como un rayo hasta una caja de madera abierta a la derecha de la sala. Allí vio varias figuras destrozadas en el suelo como si se hubieran roto al caer desde cierta altura.

         —Por favor, queremos que vuelvan.

         Lo primero que pensó era que necesitaba pegamento. Pero después recordó su poder.

         —¿Por qué? —Le preguntó—. Están perfectamente.

         Cuando volvió a mirar tuvo que pestañear varias veces. No estaban como nuevos, deberían estarlo si su poder hubiera funcionado. Seguían rotas. Esas cosas no parecían receptivas a su magia o bien se han quedado sin ella. Si era así estaban condenadas.

         —¿Qué sois? Me cuesta identificaros.

         —Venimos del otro lado del espejo —respondió el duende.

         Ángela frunció el ceño.

         —No existe tal cosa.

         —Hace siglos nuestro mago Grimorio abrió un portal y escapamos del acoso de los humanos. Cruzamos y nos quedamos en un bosque. Aunque el agua, nos terminó delatando. Una vez lejos de los humanos vivimos felices muchos años. Pero unos soldados nos encontraron mientras llenaban sus cantimploras y un humano revertió el hechizo y nos trajo de vuelta a este lado. Nos secuestraron a todos. Desde entonces estamos aquí, no sabemos regresar, nuestro mago es uno de estos.

         —Entonces probaré un truco —respondió jovial.

         Hizo aparecer un tubo de pegamento instantáneo transparente en su mano y se puso a montar las figuritas rotas. En ese momento Amy abrió la puerta de una patada y entró apuntando con su fusil. Al verla en el suelo corrió a auxiliarla.

         —¿Estás bien? —Preguntó. Al ver que estaba pegando figuras de porcelana la miró con extrañeza, ¿se había vuelto loca?—. ¿Qué haces?

         —Ayúdame.

         —Estos son los que quieres curar —intentó adivinar la rubia.

         —Necesitan a su mago para volver a casa —según pronunciaba esas palabras supo que su amiga pensaba que se había vuelto loca.

         —Da igual, tú ayúdame y no te quedes mirando. Esto nos va a llevar un tiempo.

         —Pero... Está bien, déjame el pegamento. Tengo un sobrino que es un terremoto, estoy más acostumbrada que tú a arreglar cosas.

 

 

         Juntas lograron ensamblar todas las figuras después de quince minutos. Seguían teniendo pedacitos diminutos por los pies, pero las que habían arreglado ya se veían completas.

         —Espero haberos ayudado. Ahora voy a hacer lo que vine a hacer.

         Se levantó ante la sorprendida mirada de Amy.

         —Toma tu fusil.

         —Gracias.

         Se alejaron de las figuritas mientras Amy se preguntaba qué clase de locura transitoria le había dado a su amiga por hablar con figuras de porcelana.

         Sin embargo Ángela podía ver todo y si que en cuanto se dieron la vuelta y dejaron de mirarlas los duendes recién pegados se movía se movían como los demás.

         Se preguntó si el humano que los capturó era Antonio, su ex prometido. Se lo preguntaría en cuanto le encontrarán.

 

         Llegaron a la celda de los zombis. Ángela abrió la puerta mientras su compañera apuntaba con sus armas al interior. Vieron cinco personas tiradas por el suelo. No respiraban, pero temblaban.

         —Mátalos —ordenó Amy, aterrada.

         —Ya están muertos. Lo que voy a hacer es lo contrario. ¡Levantaos! Estáis sanos y salvos.

         Los cuerpos se iluminaron, recorridos por alguna clase de energía deslumbrante. De igual modo que Antonio Jurado había logrado devolver la vida a su madre, Ángela consiguió resucitar a aquella gente.

         Uno por uno fue levantándose y mirando sus cuerpos curados y restablecidos. Algunos debían ser conocidos entre ellos y se fundieron en un abrazo emotivo.

         —¿Que medicina ha usado, señora? —Pregunto uno de ellos.

         —Una más fuerte que los dragones —respondió, orgullosa de sí misma.

 

 

 

 

         Despertó con picor en la piel. El Sol la había quemado con fuerza mientras dormía. Ángela recordaba perfectamente lo que acaba de soñar y se preguntó si fue real. El mundo paralelo volvía a estar vivo y de algún modo veía lo que hacía su alter ego cuando dormía. Había descansado media hora según el reloj luminoso del salón y sentía que sus fuerzas físicas y divinas estaban a plena carga.

         —Montenegro debe estar mordiéndose las uñas. Será mejor que vaya a hacerles una visita, no me fío de ellos.

         Pero antes decidió hacer caso a John Masters y recogió sus escamas del pasillo para colocarlas en su sitio. Bien pensado ese traje debía ser más útil a la otra Ángela ya que iba a correr más peligro. Ésta no llevaba protección de grafeno. La vistió, por pudor cuando le quitó su armadura y se vio desnuda a sí misma. Prefirió que nadie la viera desnuda... Fue traumático vestirla con sus propias ropas, con aquella terrible herida en la cabeza y se alegraba de que estuviera viva en su mundo de origen. Ahora que podía resucitar con solo desearlo se daba cuenta de lo milagrosa que era la vida y el rencor contra ella misma, por segar tantas vidas en el pasado, le atormentaba más que una herida abierta en su corazón.

         —Esta es la última —recogió la escama de al lado de su cama y se la puso en el pecho izquierdo, que estaba protegido únicamente con el traje de grafeno.

         Cerró los ojos y apareció en el despacho de Montenegro, pues estaban todos reunidos.

         —Buenas tardes —les saludó—. ¿Aburridos?

         —¿Cómo le ha ido... Coronel? —Preguntó nervioso el comandante—. Hemos comprobado, por las imágenes del satélite, que los monstruos siguen vivos.

         —¿Acaso duda de mi criterio, comandante?

         El aludido no podía ocultar su desesperación y nerviosismo. Los demás la miraban con actitud crítica, la que más nerviosa parecía era Abby, que la miraba con expresión sombría. Supo que, en su ausencia, no habló bien de ella.

         —Yo no pongo en duda sus razones para encerrar en los calabozos a criaturas mitológicas o duendes de jardín —continuó Ángela—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Estáis tramando algo?

         —Esos monstruos son peligrosos, tenemos que destruirlos a todos —respondió el comandante. No puede, simplemente, ignorarlos como un chicle en su zapatilla.

         —Ya me he encargado de ellos. Los quiero vivos. ¿Queda claro? Puede dormir tranquilo por la noche, este tema está zanjado.

         —Con el debido respeto —intervino Abby, furiosa—. No podemos dejar que salgan de esa isla. Tenemos que seguir adelante si no queremos que se dispersen por el mapa y sea nuestro fin.

         Por primera vez desde que regresó al cuartel, Ángela consideró a Abby un peligroso adversario. Tenía la lealtad del resto, pero no de la teniente y tampoco quería prescindir de ella.

         —Me quito el sombrero —respondió, sonriente—. Te he subestimado colega, no pensé que la que mandara aquí fueras realmente tú.

         Montenegro la miró, ofendido, aunque no tardó en poner gesto de cachorrito dolido.

         —Te ruego que nos perdones, pero considera nuestra posición. Esas criaturas no deben salir de esa isla, no te imaginas la tormenta que causaríamos en el consejo si hoy me presento y les digo que no hemos hecho nada para destruir a los monstruos.

         —¿Tenemos reunión hoy? —Le interrumpió—. Estupendo, usted se mantendrá al margen, comandante. Tengo que hablar con esos tipos arrogantes.

         Se acercó a la mesa mientras los demás mantenían un tenso silencio. Cogió un bolígrafo y jugó con él entre los dedos. Alguien a quien no podía ver les estaba escuchando.

         —¿Qué estaban tramando? —Lanzó la pregunta como una daga a los ojos a Abby.

         La aludida se puso más nerviosa. Ángela no hacía nada amenazante con el utensilio de escritura, pero que su coronel la mirase a los ojos mientras sus dedos se entretenían moviéndolo de un lado a otro de sus nudillos le ponía los pelos de punta.

         —Hemos ordenado un ataque nuclear a la isla —se atrevió a contestar John—. Esperan confirmación desde el silo. Diez cabezas nucleares serán suficientes para borrarla del mapa junto a todo lo que viva en ella.

         —Háganlo y no verán un nuevo amanecer —profetizó Ángela—. Pero no se preocupen, no seré yo quien los mate. Ni tampoco los dragones.

         Abby frunció el ceño con desconfianza.

         —He visto el futuro —continuó Ángela—. Sus ataques no servirán, aunque pensarán que sí durante un tiempo. Usted cree que puede viajar al pasado por si algo sale mal, pero no podrá y ¿sabe por qué? Esta base quedará casi completamente destruida. No sobrevivirá ninguno de ustedes.

         —¿Está segura de eso? —Preguntó el comandante—. ¿Por qué no los ha matado entonces si puede ver el futuro?

         —Le repito que si las dejan tranquilas, son criaturas inofensivas. No las cabreen.

         —No es una opción —replicó Montenegro.

         —¡Yo mando aquí! —Gritó colérica—. Cancelen esa orden ahora mismo.

         —Seguimos a la espera, comandante —se escuchó una voz metálica por el altavoz del despacho.

         —Aborte el ataque, General. Ya ha oído lo que ha dicho nuestro coronel.

         —Con el debido respeto, Montenegro —replicó con determinación la misma voz—, esa mujer no es nadie para mí.

         —Pues ahora sí lo es —respondió—. Obedezca.

         —Escuche, general Walter —añadió ella—.  No quiero airear sus trapos sucios. Hágame caso —amenazó.

         —¿Por qué sabe mi nombre? —Protestó enérgico el hombre del altavoz—. Comandante, mi identidad debe mantenerse en secreto. Si hay bajas civiles no quiero que nadie venga reclamando a la puerta de mi casa.

         —Es que no se entera... ¡Si dispara no habrá nadie! —desengañó Ángela—. Ni siquiera su hijastra, Carla.

         Hubo silencio, eso era algo que ninguno de los allí presentes sabía.

         —Es usted una... Entrometida.

         —¿Cuántas fotos tiene de ella en su móvil? —siguió regodeándose.

         —Es mi hijastra, es evidente que tengo.

         —Me refiero a las escondidas.

         —No sé de qué habla —murmuró con apenas un hilo de voz.

         —Son 289, ¿Verdad? En la piscina, con sus amigas, en la ducha, en su dormitorio... Fotos muy poco pudorosas.

         —Su madre le dice que se vista —se defendió—, pero ella grita que no le da la gana, que está en su casa. No veo por qué no podría hacerle fotos... Lo pide a gritos.

         —No se preocupe, no veo mal que se masturbe mirándolas, Walter —comentó con burla—. ¿Quiere que le dé más pruebas de que sé lo que digo? Si pulsa el botón rojo va a destruir el mundo.

         —¡Y a quién cojones le importa! —Exclamó, furioso.

         Se escuchó un golpe y luego se escucharon varias sirenas por el altavoz. Ángela puso los ojos en blanco.

         —¿En serio?

         —Bien hecho, Walter —aprobó Abby.

         —Y yo quería salvar a este mundo de mierda... No merecéis ni respirar, ¡joder!

         Ángela detuvo el tiempo a una milésima parte del avance normal y apretó los puños, furiosa. ¿Qué más pruebas necesitaba ese maldito bastardo para que entrara en razón? ¿Por qué pulsó el botón rojo? ¿Es que no la creía? Sí, claro que la sí, pero al sacar sus trapos más sucios a la escucha de otras personas se sintió tan violado en su intimidad que no quería seguir viviendo, y siendo un egoísta tan asqueroso, prefería destruir el mundo a que Carla se enterara de lo que acababa de decir.

         Tenía la opción de retroceder en el tiempo cinco segundos, chasquear los dedos y matarlo. Eso evitaría el apocalipsis y ella podría seguir con sus planes.

         Pero ese estúpido Walter acababa de resquebrajar su determinación de salvar ese terrible, sucio y despiadado mundo. Antonio Jurado y su familia vivían en él, pero en ese momento solo quería una cosa... Darse el gustazo de acabar con esas mediocres y asustadizas criaturas.

         Cerró los ojos imaginando la otra opción. Regresar a su palacio, a su paraíso junto al congelado Antonio que acababa de tener la noche de su vida. No regresaría al mundo jamás y así quedaría destruido para siempre, al menos mientras no quisiera volver.

         —No lo hagas, madre —escuchó una voz masculina frente a ella.

         Abrió los ojos, sorprendida y asustada. ¿Quién podía evitar su bloqueo temporal?

         Ante ella vio a un joven de unos treinta años con barba, realmente atractivo. Era alto, una cabeza más que ella, con barba de color castaño bien peinada y ojos azules. Se parecía a Antonio Jurado pero más delgado, joven y apuesto. Vestía una túnica blanca con bordados trenzados y calzada unas sandalias de cuero y esparto.

         —Tú eres... Jesús —no preguntó, estaba conmocionada.

         —Entiendo tu cólera —replicó él—, pero no puedes permitir que los justos paguen por los pecadores.

         —No voy a destruirlos yo, basta con que chasquee los dedos y continúe el flujo del tiempo —replicó—.  Será menos doloroso si los dejo congelados como están ahora.

         —No puedo permitir que los dejes morir —insistió—. Sálvalos.

         —¿Por qué? Estoy cansada de su ingratitud, sus burlas, su continua muestra de falta de respeto.

         —Pero ya he comprado sus vidas con mi sacrificio, ¿Lo has olvidado?. No tienes derecho a retirar tu promesa.

         La cogió de la mano y aparecieron en Jerusalén. Era noche cerrada y un grupo de hombres dormía bajo la oscuridad de las ramas de unos olivos. Sin embargo, él estaba de rodillas mirando al cielo, mirándola a ella de pie, que se encontraba en pie frente a él.

         —¡Angela! —Exclamó—. Si es posible, haz que no tenga que pasar por esto.

         —¿De qué estás hablando? —Preguntó. Entonces comprendió que estaba a punto de ser ejecutado. Un batallón a las órdenes de los sacerdotes judíos, iba de camino a ese monte—. No seas idiota, tú puedes con ellos, sabes la hora a la que llegan, si no quieres enfrentarte, huye.

         —Sabes perfectamente que si lo hago el mundo se condenará. Yo me condenaré por él, pero debes cumplir tu palabra. ¡Con mi sangre sellaré este pacto!

         —No seas ridículo, hijo. Los seres humanos son una plaga, una peste que terminará destruyéndose a sí misma y acabarán convirtiendo este planeta tan hermoso en un desierto. Vamos, levántate que están a punto de llegar.

         Jesús negó con la cabeza. Se suponía que debía luchar contra la oscuridad elemental y se estaba enfrentando a ella. ¿Qué clase de enseñanzas le habían dado?

         —No abandonaré a mis amigos. La misma suerte que me deseas, la quiero para ellos. Pero si es tu voluntad... No me dejas elección. Yo nunca levantaré un dedo contra mis hermanos.

Comentarios: 9
  • #9

    Tony (miércoles, 14 agosto 2019 15:06)

    Las criaturas tendrán su protagonismo en este relato. Ya tengo planeado cual será uno de los candidatos para ser el siguiente relato. De momento ya van dos ideas y ambas me apetece lo mismo escribirlas.
    Pero de esos seres tenía planes en este relato, que serán claves de un giro de esta historia.

  • #8

    Yenny (martes, 13 agosto 2019 13:26)

    Esperaremos la continuación, aunque se puede hacer otra historia que nos explique el origen de estos seres y porque son capturados.
    Cosas de la genética y por último es Jesús( él puede parecerse a quien quiera jeje)

  • #7

    Alfonso (sábado, 10 agosto 2019 22:58)

    Justamente me preguntaba lo mismo sobre los duendes. Me parece interesante su introducción y sería interesante conocer su origen dentro del Evangelio de Antonio Jurado.
    Ahora recuerdo una historia que fue cancelada y que narraba el orgien de Génesis como Isis. En esa historia aparecen seres inmateriales que se encuentran con Génesis y la guían por otra dimensión. Sería interesante conocer m;as de esa otra dimensión y estos seres. Tony, ¿piensas revivir esta historia?
    Por cierto, me alegro del aniversario de esta historia. Yo también quisiera participar en ella. Jeje

  • #6

    Tony (sábado, 10 agosto 2019 16:57)

    La genética saca lo mejor de cada uno, Yenny. (O lo peor)
    Los duendes no serán de relleno, de hecho son un nexo imprescindible que ya se explicará.
    Espero que con tantos giros no os mareéis.
    Por lo demás espero no tardar mucho en publicar la siguiente parte.

  • #5

    Yenny (sábado, 10 agosto 2019 06:47)

    Una duda ¿ cómo se puede parecer Jesús a Antonio jurado? Que recuerde el se había hecho cirugía si no me equivoco.
    Me dejó sorprendida los duendes, tendrán algún papel importante en la historia??
    Es la historia más larga y la que más giros está dando, espero que o tengamos que esperar otro año mas para el final.

  • #4

    Alejandro (sábado, 10 agosto 2019 02:27)

    Yo también me enlisto para la fiesta del primer aniversario.

  • #3

    Jaime (viernes, 09 agosto 2019 00:43)

    Como siempre, no puede faltar Chemo haciendo sus chistes. Jejeje Yo también me apunto para la fiesta.
    La historia parece tomar un buen rumbo. Me parece bien porque todavía unas cuantas partes atrás parecía no tener una trama sólida.
    Esperando la continuación con ansias.

  • #2

    Chemo (jueves, 08 agosto 2019 02:17)

    Dos partes por mes. Fueron más de las que me esperaba. Habrá que celebrar por el primer aniversario de esta historia con una mega orgía. Hasta Jesús se ofreció de voluntario para oficiar la misa de celebración previo a la orgía.
    Está tomando un rumbo interesante la historia.
    Os dejo ahora porque tengo que practicar para la fiesta.

  • #1

    Tony (miércoles, 07 agosto 2019 16:29)

    El día 28 de agosto cumpliré un año desde que comencé a escribir este relato. Recuerdo que mi idea inicial era que durase unas 2-3 partes.
    A medida que he ido continuando mis ambiciones han subido exponencialmente. Lo he terminado dos veces y ninguno de esos finales me gustó. El caso es que por lo que llevo escrito ya se irá a las 35-40 partes así que va a ser la historia más larga que he escrito en esta página.
    Os agradezco a todos los que estáis siguiéndola vuestra fidelidad, comentarios y paciencia porque no es un relato erótico y sin embargo no perdéis la esperanza de que haya algo. Por vosotros voy a tener que incluir sexo en próximas partes que quizás en el libro final terminen ampliándose o desapareciendo según lo elija el comprador.