Las crónicas de Pandora

Capítulo 35

 

 

 

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          —¿Esto qué es? —Preguntó Ángela a Fran, que, como solía pasar cuando volvía a su viejo oficio, reaparecía su mentor.

          —Has encontrado la llave a un mundo por el que nuestra gente pagaría toda su fortuna. Luis Escobedo te daría por estos datos lo que no está escrito.

          —Nunca imaginé que… Nos controlaran hasta este punto —musitó ella, entre fascinada y horrorizada.

          Estaba examinando un listado de personas. El DNI era su clave y con solo escribir el suyo vio lo que tenían almacenado en todos los registros del estado, estado de cuentas corrientes, vivienda habitual, y más información que ni ella sabía. Podía ver los itinerarios por los que había pasado en los últimos diez años. Sabían las coordenadas exactas de su posición actual y lo más terrorífico, no por su teléfono móvil (pues nunca llevaba en sus misiones).

          —Seguramente durante la vacunación masiva del COVID —elucubró Fran—. Han marcado a la gente como a perros.

          —¿Y cómo me quito esa mierda? —Preguntó.

          —Córtate el brazo —respondió guasón—. Aunque no creo que sea por eso, no todo el mundo se la puso y sin embargo da la sensación de que aquí sí están todos. Busca a alguien que no se la haya puesto.

          —Odio que nadie pueda saber dónde estoy, esto es inaceptable. Seguro que ha sido idea de esa panda de cerdos manipuladores, razón de más para hacerles una visita y aniquilarlos.

          Siguió comprobando su ficha entre fascinada y aterrorizada.

          —Esto va a ser divertido y… aburrido —concluyó ella, suspirando—. Con solo poner sus identificadores este programa me dice dónde están, y en un mapa más detallado que google maps. Es como un videojuego que marca la posición exacta del objetivo en tiempo real con un puntito amarillo parpadeante.

          —Juega la vida, ¿no dice eso tu novio?

          —Me llevo el portátil. Me va a hacer la vida mucho más sencilla. Con suerte habré acabado con todos a medio día. Luis Escobedo me pagará una fortuna por esto, ya estoy...

          Entonces recordó que ese trabajo que estaba haciendo ya la iba a hacer asquerosamente rica... Pero nunca sabía lo que podía salir mal. Ese portátil y todos los de los demás consejeros, eran una mina de oro.

          —En mis manos esto es aterrador… Ni cuando he tenido el traje de los pleyadianos he sentido tal cantidad de "poder".

          —Montenegro debe confiar mucho en ti para haberte dado la misión.

          —Dudo que sepa hasta donde llegan los tentáculos de sus jefes.

          Ángela examinó la lista de consejeros. 10 nombres junto a un código y ya solo quedaban nueve. Al desenchufar el equipo se dio cuenta de un detalle.

          —El protocolo Géminis... En cuanto supieron que uno de ellos cayó, decidieron hacer algo que en opinión de algunos era más arriesgado porque les sacaba de sus rutinas...

          —¿Qué más da si tenemos ese portátil? —se burló Frank.

          —Idiota, ellos no pueden ser rastreados. Sabían que el asesino tendría acceso a todas sus rutinas y por eso prefirieron perder seguridad y ganar libertad de movimiento. Mucho me temo que no va a ser tan fácil como pensaba.

          —En ese caso visita al inglés y a la vieja —recomendó Frank—. Ellos no seguirían el protocolo.

          —Sí... No.

          —¿Qué pasa?

          —Montenegro dio la orden de que rescataran a Alastor de donde quiera que estuviera, tengo que impedirlo. Es un verdadero peligro para el mundo. Ya tendré tiempo de encontrar a esa panda de gallinas.

          Siguió examinando la información de la que disponía y en uno de los apartados de la aplicación vio un botón que despertó su curiosidad morbosa: "Vida personal". Como seguía curioseando en su propia ficha se preguntó cuánto sabía la Organización sobre ella. Pasó el dedo por encima de la pantalla táctil y lo tocó con la mano temblorosa.        

          Leyó su historial con inquietud pues sabían cosas que ella había olvidado, como los apellidos de Frank o de su padrastro. Aunque su mayor preocupación fue al llegar al apartado de familiares. Solo tenía una pariente viva. Su hija estaba en una cárcel femenina por delincuencia y violencia callejera. En su historial médico vio que había pasado por la UCI en numerosas ocasiones debido a lesiones por arma blanca. Entre sus delitos vio que coleccionaba todos los posibles e imaginables: robo a mano armada, vandalismo, asesinato, estafa, prostitución, conducción temeraria...

          —Joder, Natalia... Eres un clon mío —murmuró, sintiendo una terrible pena y vergüenza ajena por su hija—. Te mereces estar enchironada por cabrona... A lo mejor aprendes a no pegar y robar a tu propia madre.

          Recordó la última vez que la vio, el día que la sacó del orfanato para llevársela a vivir con ella. La muchacha parecía agradecida y encantada de irse con su madre, cuando le dio la espalda y se iban a subir a su moto, con el casco le arreó en la nuca con todas sus fuerzas dejándola inconsciente. Le robó todo el dinero, las llaves de la moto y, por supuesto, la moto. Pudo haberla matado, pero no lo hizo... ¿Sería su forma de agradecerle por sacarla de ese infierno de monjas? Lo que aprendió de aquello fue que no debía confiar nunca más en nadie de su propia sangre.

          Se preguntó si debería hacerle una visita... Pero enseguida entendió que sería un error, en ese momento lo único verdaderamente prioritario era borrarse de esa maldita base de datos para evitar que pudieran encontrarla. Cualquiera que tuviera acceso ella sabría que su hija era una forma de encontrarla.

          Buscando en su perfil encontró la opción deseada: "Eliminar historial". Lo pulsó sin pensarlo dos veces.

          Cuando metió el portátil en su mochila y se dirigía a la ventana para escapar en su nave invisible, escuchó unos golpes en la pared de su izquierda que la devolvieron a la realidad. ¿Quién vivía con el consejero que acababa de asesinar?

          De nuevo escuchó un golpe en la pared y se preguntó si no sería casualidad que el vecino la llamara la atención.

          —Por favor, sáqueme de aquí —escuchó una voz aflautada e infantil.

          —He tenido suerte de que tuvieran una reunión, sino este cabrón podría haberme detectado —seguía pensando en su ficha recién borrada.

          —No se te ocurra responder al crio ese —la ignoró Fran—. No debe verte nadie.

          —¡Sáqueme de aquí! Por favor —seguía lamentándose la misma tenue voz.

          —¿Y si tiene secuestrada a una niña? Maldito cerdo...

          Se acercó a la pared y se sorprendió porque solo había un interruptor para la luz y una librería de un metro de ancho en esa pared.

          —¿Crees que es una puerta secreta? —Preguntó ella.

          —Empújala —aconsejó Fran.

          Fue inútil, parecía anclada a algún sitio. Los lamentos y peticiones de auxilio seguían detrás de ese mueble.

          —Déjala —ordenó la voz de su mentor—. Ya llevas demasiado tiempo aquí, salgamos ya, te han podido detectar.

          —Aunque sea lo arrancaré pero no pienso abandonar a una niña secuestrada y posiblemente violada y maltratada durante sabe dios cuánto tiempo —replicó, enojada.

          Así lo hizo, metió los dedos entre el armario y la pared y trató de moverlo a cualquier dirección. Sorprendentemente pudo desplazarlo con demasiada facilidad hacia la izquierda y quedó al descubierto un carril en el suelo por el que rodó.

          —Ahí está, la puerta —murmuró, encogiéndose de hombros.

          En realidad no había tal cosa, la estantería era lo único que la separaba de la otra sala.

          —No tengas miedo, no voy a hacerte daño —trató de calmar a la oscuridad, pues no veía nada en aquella penumbra.

          —No me mate por favor —escuchó el lamento con más fuerza.

          —Voy a sacarte de aquí, pequeña —siguió calmándola.

          Encendió la luz de su linterna, la que llevaba en su machete atrás, en el mango. Alumbró al interior y lo primero que vio la hizo retroceder asustada.

          —¡Maldita sea! —Exclamó.

          —¡No me deje! —Volvió a escuchar.

          —No puede ser, era... —Sus ojos no la habían engañado, allí dentro no vio a ninguna niña, ni siquiera a una persona. Lo único que encontró fue una criatura que mataba como quien revienta moscas.

          —Por favor, sáqueme de aquí, quiero ir a casa —escuchó su voz lastimosa.

          —¿Has oído eso Frank? Esa cosa me está hablando con voz de niña.

          Sin embargo su mentor no dijo ni palabra.

          Alumbrando toda la sala con la luz de su linterna solo estaba "eso". Lo examinó bien y descubrió que no superaba el metro de altura. Sus pies y manos estaban amarrados a la pared. Su cabeza tenía forma de huevo, sin pelo, ni orejas, con ojos inmensos, negros como la noche; su boca era diminuta, similar a un ombligo humano... Su piel absolutamente gris igual que el hormigón de una pared.

          —¿Sabes hablar? —Le preguntó, sorprendida.

          La criatura, la miró intensamente. Su rostro no evidenciaba emoción alguna.

          —No me mate por favor —le escuchó decir con la misma voz de niña, pero sin mover el orifico que debía ser su boca.

          —¿Qué demonios haces aquí? ¿Te torturaba ese hombre?

          —Solo me hacía preguntas. El aire en esta sala es muy tóxico, necesito agua.

          Vio una mesita justo a su lado y una silla cómoda. El consejero debía pasar horas allí dentro, interrogando a la criatura. En la mesita vio una jarra de agua y al lado una jeringuilla. La cogió y la llenó de agua.

          —¿Quieres? —Le ofreció.

          —Por favor...

          Estuvo tentada de interrogarla pero se sitió muy cruel solo por planteárselo. Se la acercó a lo que debía ser la boca y empujó el émbolo hasta vaciar la voluminosa jeringa. La criatura bebió entrecerrando los ojos de placer y luego respiró con más tranquilidad.

          —No sé qué esperas que haga contigo, no puedo llevarte de paseo sin llamar la atención y tampoco me fío de ti. Tu gente secuestra humanos a diario, sois el enemigo. Dame una razón para no matarte.

          —No estoy orgulloso de los métodos de los míos —respondió la criatura—. Vagamos por el espacio en busca de planetas con agua, como el vuestro, en estado líquido. En el nuestro se acabó hace eones. Necesitamos un lugar donde vivir y la Tierra es aceptable.

          —¿De qué planeta venís?

          —Es lo mismo que me ha preguntado todo este tiempo ese hombre que has matado. No puedo decírtelo, los humanos sois peligrosos. Sin duda aprovecharías la información para ir y tratar de exterminarnos.

          —Vienes de Marte —dedujo ella. La humanidad no tenía medios de llegar mucho más lejos y allí no tenían agua.

          Por la expresión sorprendida de la criatura supo que había dado en el clavo.

          —Da igual, no pienso contárselo a nadie —quiso quitarle importancia—. Aunque no descarto que mi novio lo suelte a Internet apenas le cuente todo esto... Pero no se lo tengas en cuenta, lo leen cuatro gatos.

          —Suéltame, por favor, tengo que volver a mi nave. No olvidaré lo que has hecho por mí, haré lo posible para compensarte. Somos gente de palabra.

          —¿Tienes nombre? —Preguntó ella.

          —No en tu idioma. Ese humano me llamaba "gris" con marcada emoción negativa y despectiva.

          —¿Y en el tuyo?

          —No emitimos sonidos. Nosotros nos comunicamos por ondas electromagnéticas. No necesitamos más.

          —¿Entonces cómo demonios me estás hablando ahora?

          —No lo hago. Es tu cerebro el que pone las palabras.

          —¡Te estoy escuchando! —exclamó, furiosa.

          —No tengo cuerdas vocales como vosotros, no puedo emitir sonidos para comunicarme. No te miento, usa un aparato y descubrirás que no puedes grabar mi voz. Soy capaz de influir en vuestras mentes, poner mensajes en tu cabeza igual que si los pudieras escuchar. No, temas, no puedo manejar vuestra voluntad. De lo contrario, ¿no crees que ya habría podido escapar?

          Ángela se sintió tentada de reventarle la cabeza. Ese bicho la estaba confundiendo, comenzaba a sentir empatía por él y hasta pena. Pero si podía manipular su mente... ¿Qué más podría conseguir?

          —No temas, por favor. Tú mataste a muchos de mis hermanos, sé quién eres. Tenías miedo, no nos conocías, lo entiendo. Incluso algunos de mis hermanos estaban atrapados en una nave cuando eran asediados por una tropa de élite humana al veros llegar. Sabían que erais distintos y os abrieron la puerta para pediros ayuda. Sin embargo no les disteis tiempo a explicarse y los matasteis. Si tan solo pudieras dedicarme unos minutos podría hacer mucho por ti, más de lo que imaginas.

          —¡Si fueras tan listo sabrías que no necesito muchas excusas para apretar el gatillo! —Le amenazó con su fusil de plasma.

          —Le has matado porque no todos los humanos sois iguales —le escuchó decir con voz su angelical—. ¿Merecía la muerte?

          —No te metas en mis asuntos —masajeó el gatillo. Sabía que mataría a ese bicho, lo tenía que hacer, pero aún debía everiguar algo más de su especie.

          —Podemos ayudarnos. Los humanos, entre ellos el hombre que has matado, nos ofrecieron un pacto hace unos ochenta años. Nos permitirían coger lo que quisiéramos siempre y cuando nos mantuviéramos en el anonimato. Para garantizar vuestro silencio y el secreto, nos exigieron algo.

          —¿De qué hablas?

          —Os entregamos a una de vuestras mujeres, sembrada con una de nuestras hermanas.

          —¿Es que sois todos... Chicas?

          —En vuestro planeta debemos serlo ya que no tenemos pene.

          —¿Y cómo... ¿Qué... ¿Quién fue la mujer que fue sembrada? —Preguntó confusa.

          —Nuestro hijo en común era un hombre, su nombre era Nikola. Tenía nuestra capacidad de escuchar las ondas electromagnéticas, podía oírnos aunque tardó muchos años en poder emitirlas él mismo sin ayuda de aparatos electrónicos. El gobierno de Estados Unidos lo encontró y sacó todo el partido que pudo de sus extraordinarias capacidades aunque mantuvieron en secreto su verdadero origen. No tendríais los avances tecnológicos de hoy día si no fuera por nuestro hijo en común.

          —Así que era eso. Eso explica que Tesla inventara tantas cosas y comprendiera mejor que nadie el electromagnetismo... Aunque no me importa todo esto que me estás contando. Quiero que me digas una cosa, ¿por qué, si hemos pactado, con vosotros, seguís raptando gente y atacando a personas aisladas?

          —Siempre operamos en lugares aislados pero necesitamos mantener a toda costa el secretismo —replicó la criatura—. Aquellos que nos ven, son extraídos para intentar borrarles los recuerdos. Y no siempre es posible, por ello hay tantos que recuerdan haber contactado con nosotros. Les implantamos un inhibidor de recuerdos detrás de la oreja, bajo la piel, pero a veces los descubren y se los arrancan. Algunos se quedan con nosotros porque dicen que están mejor que con los humanos.

          —¿Por qué borráis los recuerdos?

          —No podemos arriesgarnos a que difundan dónde estamos. Son accidentes, tenemos que recolectar agua para sobrevivir en nuestro planeta y a menudo nos sorprenden. Nuestras operaciones pueden durar horas, incluso días. Los testigos no deben contar a nadie que nos han visto o vuestras fuerzas armadas, vuestro pequeño ejército, viene y nos ataca. No somos hostiles pero si nos vemos amenazados tenemos que defendernos.

          Ángela recordó la historia del padre de Abby Brigth, que en una autopista de montaña se levantó una niebla y su mujer desapareció abducida. Según su relato no mencionó que hubiera agua, pero tampoco dijo exactamente dónde ocurrió.

          —Supongo que al salir de su vehículo vio a alguno de nosotros —el gris supo lo que pasó por su mente y eso la tentó aún más de apretar el gatillo—. Si no volvió sería porque le gustó más nuestro mundo. Aún estará viva.

          Ángela sintió que le hervía la sangre ya que esa cosa menuda y flacucha se había metido a bucear en su mente y sus recuerdos.

          —Si no recuerdo mal, vosotros perseguíais a los pleyadianos por el espacio hasta dar con ellos aquí —acusó Ángela, furiosa. No soportaba que tratara de convencerla de lo buenos que eran, después de todo lo que había estado batallando—. Queríais eliminarlos.

          —Ellos destruyeron nuestro planeta —respondió—. Hace muchos millones de años hicieron como ese hombre que has matado, pactaron con nosotros, averiguaron de dónde veníamos y trataron de destruirnos. Nos consideran una plaga del universo, igual que a vosotros. ¿Confías en ellos? No lo hagas. El único lugar seguro para ellos es uno donde solo quede su especie como criaturas racionales. No hacen amigos, cualquier cosa que hagan por vosotros es para que puedan haceros desaparecer. Adoran vuestro planeta por las plantas y vuestra fauna, que consideran víctimas de la crueldad humana. Se creen la única especie racional con derecho a heredar el universo, no en vano son las criaturas más antiguas con las que nos hemos topado. Crees que son vuestros aliados pero buscan la destrucción de tu especie y no tardarán en lograrlo, como han hecho con el resto. ¿Por qué crees que no existen criaturas ahí fuera con las que la humanidad haya podido contactar? Ellos los destruyen, pronto será imposible seguir viviendo en nuestro hogar, necesitamos vuestra agua, nuestra flota se va viendo más mermada. Estamos condenados.

          —Me estás mintiendo, ellos nos dieron los trajes pleyadianos para luchar contra vosotros. Podrían aniquilarnos si quisieran, pero se han declarado aliados nuestros.

          —No pueden usarlos por ellos mismos —desengañó la criatura—. No tienen formas corpóreas consistentes. Aunque saben hasta donde llega vuestro poder interior y cómo potenciarlo. Eso es lo que os hizo invencibles, no esos trajes.

          —Dios fue el que nos lo dio —dedujo ella. No era la primera vez que le decían eso.

          —Sois una especie afortunada —respondió el gris—. Con ninguna otra criatura del universo se ha comunicado directamente ese ente al que llamáis creador. Nosotros sabemos que existe, pero los pleyadianos le buscan hace eones y se han quedado en este planeta por vosotros, que habéis contactado con él. Por eso os eligieron, en especial a ti a tu novio.

          —¿Qué quieres decir?

          —Antonio Jurado, ¿no es ese su nombre? Según nuestras investigaciones es la única persona de vuestro mundo actual que ha tenido contactos repetidos con ese ente supremo. Ha logrado extraer su poder sin la mentira de los pleyadianos y tú, aprendiste de él.

          —¿A dónde quieres llegar a parar? —Preguntó, confusa.

          —Os están utilizando para destruir a la especie humana. No confiéis en ellos.

          —¿Y crees que puedo confiar en ti? —Preguntó burlona.

          —Como prueba de que no miento, te devolveré aquello que sacrificaste hace unos meses. Sé cómo estimular tu cerebro para lograrlo.

          —¿A qué te refieres?

          —Lo sabes. El poder del traje. Siempre lo has tenido pero tú misma lo has estado bloqueando. Deseaste perderlo y así lo lograste.

          —¿Puedes devolvérmelo? —Preguntó, confusa.

          —Si me liberas y me prometes que nos dejaréis en paz, si nos ayudas a recuperar nuestro pacto con los tuyos. El vínculo mental es bidireccional, tú no puedes mentirme, yo a ti tampoco, confía en mí.

          De repente la perspectiva de recuperar la plena capacidad de sus poderes de antaño se le antojó sumamente tentadora.

          —Suéltame, solo te pido eso —suplicó de nuevo, con su lastimosa voz de niña dolida.

          —De acuerdo... —musitó sin pensárselo dos veces.

          Cogió su machete y soltó las cuerdas de sus manos y pies. La criatura se masajeó las muñecas con sus tres dedos y se acercó a ella.

          —Necesito tocarte —la previno—. Y pedirte otra cosa. No puedo ir por tu mundo sin que la gente me quiera matar, ni siquiera sé dónde estoy y no tengo dispositivo de camuflaje. Tendrás que llevarme a mi nave. Si te devuelvo tu poder, tienes que hacerme ese favor.

          —¿Te fías de mí sabiendo que he matado a muchos de los tuyos?

          —Nosotros tenemos memoria colectiva. No necesitamos contarnos nada, lo que ve uno de nosotros, todos lo aprenden. Podemos ser amigos. Solo debes romper con los prejuicios que te hacen odiarnos.

          —No gracias.

          —Eso es elección tuya.

          La criatura gris se acercó a ella y le puso las manos en la frente a modo de corona. Cerró los ojos y Ángela notó un calor agradable penetrando por su piel.

          —Ya está, he roto el bloqueo. Sin embargo, hay resistencia en tu mente. No quieres volver a tener tanto poder, te da miedo todo lo que puedes saber o hacer.

          —Eso es cierto —recordó cómo el hermoso recuerdo que tenía de su padre fue despedazado por el mero hecho de averiguar la verdad sobre él. El dolor que sintió fue peor que haberlo visto morir.

          —Ahora que sabes la ubicación de mi nave —interrumpió sus recuerdos la criatura—. ¿Puedes llevarme a ella?

          —¿Tele transportándonos? No creo que pueda.

          —No importa el medio —respondió.

          —De acuerdo.

           «¿Qué demonios haces?» —Preguntó Fran—. «Es el enemigo, ¿vas a dejarle entrar en la nave? Podría ser una trampa, mátalo, ¿por qué dudas?»

          «¡Cierra el pico!» —respondió ella—. «Puede escucharte.»

          «Con más razón, es una criatura imprevisible y peligrosa. Podría engañarte a su antojo, quien sabe si manipularte para que hagas lo que te pide. No soy un fantasma y lo sabes, soy tu puto sentido común al que siempre has llamado Frank. ¡Escucha lo que te digo! ¡Mátalo!»

          Ángela vio que la criatura la miraba con su gesto carente de emociones, con esos ojos negros penetrantes.

          ¿Le había dejado el recuerdo de la posición de su nave? No lo tenía claro.

          Le apuntó con el fusil y le reventó la cabeza sin pensarlo un instante. Hacerlo le provocó un intenso dolor en la sien que duró un par de segundos y luego desapareció; su corazón volvió a latir a un ritmo normal. No se había dado cuenta de que lo tenía acelerado desde que esa criatura comenzó a hablar con ella.

          Se llevó la mano derecha a la cabeza y cerró los ojos. ¿Entonces hizo desaparecer realmente el sello que ella misma le impuso a sus poderes? Cuando se dio cuenta de que veía mejor con los ojos cerrados que abiertos, supo que en eso el gris no la había mentido. Gran parte de sus habilidades estaban de vuelta. Miró los restos del extraterrestre y vio que se disolvían como si su cuerpo estuviera hecho de espuma. Eso era lo que le estaba pidiendo.

          —No te preocupes, ya te he liberado y no te ha visto nadie.

 

 Continuará

         

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