Antonio Jurado y los impostores

Parte 36

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            El comandante Montenegro observaba el monitor las evoluciones Antonio Jurado. Nunca se dio el caso de que un infectado por el RSV67 se curase por sí mismo. Era la infección más letal del mundo. Y no era una afirmación arbitraria, para eso fue creado el virus.

            Debía remontarse a los años noventa o principios de los dos mil, en un laboratorio secreto financiado por el EICFD. Era mortal porque así fue diseñado por su creador. Lo hizo a conciencia para que nadie pudiera librarse de la muerte, aunque después debía modificarlo de manera que solamente muriera aquel sujeto que les interesara matar (la CIA los llamó los agentes invisibles y antes de lograr el objetivo se filtró a la prensa en 1982 su intención de crearlos). La misión era conseguir una enfermedad con gran facilidad de transmisión e inocua para el común de los mortales. El jefe del departamento científico al cargo de ese proyecto era un genio especializado en genética. Le eligió él cuando supo que fue capaz de clonar una avispa en huevos de mosca. Era un hombre humilde, amanerado, con ganas de hacer historia y de mente abierta. Como casi todos los científicos que reclutaba.

            Durante los experimentos François se enfermó de la cepa mortal, consiguió el antídoto en tiempo record (o quizás lo tenía preparado y se contagió a propósito para probar su efectividad y de paso inmunizarse contra semejante asesino de masas). Se volvió inmune al virus zombi. Lo malo fue que también le cambió el carácter y el aspecto físico, convirtiéndose en un monstruo. Comenzó a jugar con los genes, dejó de lado su investigación principal y desarrolló variantes que causaban mutaciones para conseguir revertir sus efectos secundarios. El poder se le subió a la cabeza o, quizás, enloqueció.

            Creó más variantes de virus más letales y rápidos y, con la amenaza de liberarlos, chantajeó al Consejo y pidió más dinero. En lugar de ceder a su chantaje, enviaron un destacamento militar fuertemente armado con una bomba nuclear destinada a borrar del mapa a ese científico y toda su obra.

            Perdieron contacto con la fragata francesa. Todos los soldados aparecieron muertos en las inmediaciones del laboratorio, aunque éste era ya un enorme cráter. Creyeron que también murió François, el científico loco. Los que informaron de ello nunca regresaron a su barco y por seguridad, se cerró perimetralmente la zona a todo tipo de transporte marítimo y aéreo.

            El virus zombi, sin embargo, era libre. Antes de que eliminasen al profesor François, de alguna forma llegó a un crucero y aniquiló a todo el pasaje de un trasatlántico llamado “Zaphire Princess”. A pesar de estar en el océano, un viejo enemigo de la organización, Rodrigo, un vampiro milenario, que además era su padre de la oscuridad, se quedó una muestra del virus y lo usó para protegerse en el futuro de posibles ataques por parte del EICFD y así poder llevar una vida normal en la ciudad, sin preocupaciones, a pesar de sus vicios.

            La historia de esa plaga no terminaba ahí, el día que desapareció Alastor, el virus se desató en las islas Bermudas, con especial virulencia en la isla Hamilton.

            Antes de llegar con sus tropas, misteriosamente, dejó de existir. Todos sanaron, con cicatrices, pero sin secuelas. Aquel día desaparecieron sin dejar rastro Rodrigo y Alastor. A pesar de ser su mortal enemigo, su némesis, fue un golpe muy duro saber que después de varios siglos buscando venganza, fuera otro el que terminara con él.

            Además el virus también desapareció sin que ellos llegaran a intervenir. Fue la primera vez que supo de la existencia de Antonio Jurado y se le encasilló como una de las personas más buscadas por ser inmune al virus zombi. Además era sospechoso de tener mucho que ver con la muerte de Alastor y Rodrigo. Solo le conocía por nombre, ya que por lo visto a su paso por el hospital en Hamilton donó un litro de su sangre y a partir de ella lograron sintetizar la cura de la enfermedad de los zombis.

            Aunque eso no fue lo que curó a todos ya que tardaron meses en obtenerlo desde aquel incidente. Aún era un misterio cómo se sanaron tantos en un solo día. Algunos decían que fue la Virgen María que les cubrió con su gracia, pero Montenegro no podía creer semejante cosa.

            Gracias a esa muestra de sangre lograron sintetizar millones de viales que curaban a los zombis a pesar de que después de aquello nunca hubo más brotes.

            De alguna forma, volvió a activarse en Madrid, en plena pandemia. Gracias a Antonio Jurado y su donación disponían de todas las dosis necesarias que les permitieron frenar el brote mortal y aún sobrarían bastantes. Aunque también era sospechoso de haber liberado ese nuevo brote.

            En vistas al último ataque, estudiaba la posibilidad de solicitar al consejo el aumento de presupuesto de ingeniería médica para producir un nuevo lote de viales curativos, cincuenta mil balas—inyección no serían suficientes si el brote se descontrolaba.

 

            Y ahora que tenía a Antonio Jurado en el monitor fue testigo de su inmunidad que, aunque no era completa, seguía vigente.

            Se estaba recuperando, sus ojos volvían a ser normales, su piel tenía mejor aspecto, las venas negras iban desapareciendo.

            Alguien llamó a su puerta.

            —Adelante.

            —Se presenta el capitán Masters, señor.

            Levantó la mirada y vio al veterano y canoso oficial con gesto ceñudo.

            —Bienvenido, John. Tenemos órdenes de mantener al recluso Antonio Jurado fuertemente vigilado. Nadie debe acercarse, ni entrar siquiera a la planta donde está recluido.

            —Con el debido respeto, señor, cada zombi suelto por Madrid puede propagar exponencialmente la epidemia. Antonio Jurado es un solo hombre y se encuentra encerrado en una celda hecha de titanio, no podría escapar a menos que se tele transportara, no comprendo por qué necesita tanto personal para vigilarlo.

            —No puedes tener más razón, John. Pero el Consejero español lo ha pedido expresamente. Espero que los zombis puedan ser controlados por sus hombres —cortó el comandante.

            —Señor, se reportan nuevos casos constantemente. La policía cree que conteniéndoles hasta nuestra llegada se puede sofocar el brote, pero basta con que uno solo se salga de la zona o simplemente no se informe de su presencia y en veinticuatro horas Madrid será como un videojuego de zombis. He tenido que curar a una docena de ellos y le aseguro que no podría haberlo hecho si fueran una horda de infectados en la misma zona. Nuestros hombres se están exponiendo a un terrible peligro porque no cuentan con refuerzos, acabo de estar allí y a pesar del equipo especializado, cualquier descuido podía suponer mi muerte. Aunque mis hombres pueden hacerse invisibles y tienen armamento de última generación, son demasiado pocos y los zombis cada vez más.

            —Las órdenes vienen de arriba, después de todo esto vamos a repartir medallas y exponer la situación ante el Consejo, pero llevamos años solicitando más soldados y entre las bajas y las reticencias a aumentar el presupuesto seguimos como estamos, que no es poco. Ahora, para variar, Antonio Jurado es prioridad máxima.

            —Vigilaré personalmente el acceso a las celdas señor —respondió seco, el capitán.

            —Retírese.

            John se marchó tras un saludo marcial con la mano sobre la ceja derecha.

            Montenegro no devolvió el saludo, nunca lo hacía, volvió a mirar a Antonio en el monitor de su ordenador... Pero la celda estaba vacía. Su cerebro no asimiló lo que estaba viendo hasta un par de segundos después.

            —¿Dónde está? ¡John! —Exclamó—. Vuelva aquí.

            El capitán regresó y volvió a saludarle con la mano en la ceja.

            —¡Acaba de desaparecer!

            La cámara no dejaba ángulos muertos, podía ver las cuatro paredes y el suelo, solo quedaba el techo, en la esquina justo encima de la puerta. Pero si estaba colgado ¿cómo se sujetaría?

            Con el mando de la cámara de seguridad rebobinó lentamente hasta que volvió a tenerlo en pantalla. Allí estaba, diez segundos antes, tirado en el suelo sobre su propio sudor. Lo puso en marcha y, de repente, desapareció. Volvió atrás al segundo antes de esfumarse y lo reprodujo a cámara ultra lenta. En un momento dado una sombra se había puesto sobre él y su cuerpo comenzó a difuminarse. Un fotograma después desaparecía.

            —¿Qué ocurre, señor? —Inquirió John, que seguía firme delante de él y no veía la pantalla.

            —Antonio Jurado ha escapado. Será mejor que confirmemos que no se está escondiendo sobre la puerta... —Él sabía que no, pero tenía que confirmarlo visualmente. El video podía estar siendo manipulado.

            —Será hijo de puta —bufó Masters, amartillando su pistola.

            —Mejor será que pasemos a por armas más contundentes —replicó Montenegro, pensando en combatir a cualquier enemigo, desde grises con camuflaje óptico hasta sombras de fuerza increíble.

            Ambos fueron corriendo a la armería, cogieron fusiles de asalto y marcharon dispuestos a pillarle y, si era necesario o freírle a tiros.

            Bajaron hasta las celdas y Montenegro apuntó hacia la puerta mientras John pasaba su tarjeta de seguridad por la cerradura electrónica. Tres soldados más les cubrían desde todos los ángulos. Nadie podría salir sin ser acribillado.

            John se asomó al interior apuntando directamente al techo. Al entrar bajó el arma.

            —Aquí no está.

            —¡Imposible! —Rugió Montenegro—. Usa las gafas de visión verdadera, tendrá un camuflaje óptico.

            John obedeció, pero no había ni rastro. Incluso utilizó la visión de alta frecuencia por si acaso, no obstante nada, allí no estaba.

            —No veo a nadie, señor.

            Montenegro se quedó blanco. El poco calor que tenía su sangre se heló por completo al pensar lo que pasaría si le comunicaba a Don Paco que el preso se había escapado. Además debía decírselo de inmediato, como le pidió si ocurría cualquier novedad.

            —¿Quién fue el último en abrir la puerta? —Le preguntó John.

            —He estado vigilando desde mi despacho personalmente, nadie ha entrado —aseguró.

            —Eso es difícil de creer... —Murmuró el capitán.

            —Acabo de verlo en la cámara de seguridad, él simplemente ha desaparecido.

            John suspiró y bajó el arma recuperando el gesto ceñudo.

            —Con todos los respetos señor, si Antonio Jurado no está en la celda podremos volver a nuestra verdadera urgencia. Permiso para continuar la caza de zombis, señor.

            —Concedido —suspiró tras un segundo de reflexión.

            Se quedó solo ante la celda vacía.

            Debía verla con sus propios ojos, examinó el número, lo tocó, el suelo donde estuvo Antonio tendido seguía manchado de su sudor, su hedor a orín rancio inundaba sus fosas nasales, especialmente sensibles por su sangre vampírica. ¿Cómo lo hizo? Su mente abierta y acostumbrada a fenómenos inexplicables era insuficiente para asimilarlo. Cerró la celda desde fuera y pasó su propia tarjeta. En la pantalla de la entrada apareció un menú de mando. En él aparecían varias opciones, una de ellas era incinerar, otra limpiar y desinfectar. Optó por la primera y cuando el fuego se apagó procedió con la segunda. Al abrirse de nuevo la puerta azul salió una nube blanca de vapor con olor a lejía. La celda estaba reluciente.

«Si te escondías... Lo siento por ti Jurado» —pensó con media sonrisa de satisfacción sádica.

            —¿Cómo lo ha hecho si estaba dormido? —Le preguntó a la celda.

 

 

            Abby estaba en pie con los brazos cruzados mientras veía trabajar a los dos informáticos. Uno tecleaba sin parar y el otro no dejaba de hablar como si quisiera ligar con ella. Alguna vez le dijo que estaba casada pero él se reía y decía que no era celoso. Llevaba dos años divorciada de Dimitri no obstante habitualmente, decir eso espantaba a los moscardones.

            —Y ¿te acuerdas cuando soltamos el bulo de que los gatos transmitían el coronavirus? —Se partía de risa—. La gente es idiota tía, se lo creen todo.

            —Seguramente por vuestra culpa más de un minino perdió su casa y su vida —replicó seria.

            —Odio los gatos, no pasa nada porque hayamos contribuido a la muerte de unos cuantos felinos —respondió—. Mi madre tenía cinco y uno de ellos solía ir a mi cama a mear mi almohada.

            —No estamos aquí para controlar la fauna de las...

            —Me alegro de que por aquí estéis tan ociosos —habló el comandante desde la puerta—. ¿Significa que habéis encontrado a Rutledge?

            El informático dio un respingo en la silla y se volvió hacia su compañero, disimulando que le estaba ayudando.

            —¿Qué noticias tenemos?

            —Hemos descubierto que los videos se subieron inicialmente desde Botswana —respondió el otro informático—, en la ciudad de Gaborone, pero no sabemos si seguirá allí.

            —¡¿Por qué no me lo dijeron? —Exclamó—. Vamos, no les quite ojo señorita Bright...

            Ella puso los ojos en blanco, eso no era un trabajo para una agente de campo, necesitaba mover el esqueleto.

            —¿Dónde buscamos? Norberto está buscando la dirección. Allí no hay muchos registros.

            —Ni la embajada, ni el gobierno, ni empresas locales tienen registrado el nombre de William...

            —¡Idiota! —Exclamó Montenegro—. Se lo debe de haber cambiado.

            —¿Ah sí? Nadie me dijo tal cosa —Norberto miraba a Abby, acusador.

            —Yo tampoco lo sabía —Se defendió la teniente.

            —¡Búsquenlo, lo necesitamos!

            —¿Y por cuál otro nombre se lo ha cambiado? —Insistió el informático.

            El que antes hablaba ahora estaba acobardado y no abría la boca.

            —Ese es su trabajo, señores —Montenegro señaló sus pantallas—. Si yo supiera hacerlo no les pagaría por hacerlo.

            Desesperado por su tranquilidad y carencia del sentido de la urgencia, salió de la sala. Sin embargo, al salir se quedó quieto escuchando tras el marco de la puerta.

            —¡Joder tío! Cómo detesto que se presente así —escuchó decir al parlanchín—. Parece una puñetera sombra.

            Montenegro pensó volver a entrar a ver qué cara ponía con el susto, pero creyó que mejor les dejaba trabajar tranquilos.

            —¿Qué me estás contando? —decía el único que trabajaba—. No tenemos ni idea de cómo se llama ese hombre, salvo que vive en África. Detesto que me den tan pocas pistas.

            —Eso no es cierto, Norbert —replicó Abby—. Te encantan los retos.

            —¿Y yo que puedo hacer? —Preguntó el ocioso.

            —Trae las copias de seguridad de los videos confiscados desde 2000 al 2010 —ordenó la teniente—. Con suerte aparecerá algún nombre que nos sea de utilidad.

            —¿Estás de coña? ¿Otra vez voy a tener que subir a la filmoteca?

            —Gregorio, usa el ascensor, no seas paranoico —regañó el otro.

            —Te lo repito Norb, aquí no llegan los técnicos de ascensores. Y estas instalaciones tienen más de cincuenta años. ¿Alguien revisa algo? En los años que llevo aquí nunca han venido.

            —No se han estropeado —replicó Abby.

            —No quiero ser el primero en quedarse atrapado, tengo claustrofobia.

            Montenegro tuvo que admitir que no le faltaba razón. Allí no iba nadie a revisar nada. El día que algo se rompía simplemente ponían uno nuevo. Pero los ascensores eran a prueba de terremotos, de hecho tenían doble función y además se trataba de las lanzaderas de escape en caso de invasión o catástrofe imprevista. Era más fácil quedar atrapado en el cuartel que en uno de estos ascensores.

            El comandante prefirió dejarles trabajar tranquilos, eran excepcionales en su campo y no le importaba que se quejaran, siempre que tuvieran resultados pronto. Sin embargo su fracaso vigilando la celda de Antonio Jurado le dejaba con el culo al aire ante la próxima llamada del consejero Don Paco.

            Hizo de tripas corazón y regresó a su despacho. Era preferible informarle de lo ocurrido a que el Consejero llamara y tuviera que reconocer su error. Cogió el auricular del teléfono y le llamó.

            —Dame buenas noticias —exigió su superior, apenas sonó un tono.

            —Lo lamento, señor. Antonio Jurado ha desaparecido.

            —Pero, ¿no hizo lo que le dije? ¡¿Dobló la vigilancia?!

            —Sí Don Paco, tengo a cinco soldados aquí y también ha venido el capitán, John Masters. Lo que ha pasado no tiene explicación, estaba en la celda y, de repente, ya no. No usó ningún equipo de camuflaje óptico, la prisión no se ha abierto. He revisado los videos de seguridad por si servían para entender cómo ha sido y no le puedo decir más que desapareció en el momento en que una mancha negra de la grabación aparecía encima de él.

            Hubo silencio al otro lado del aparato. Después escucho una risa siniestra.

            —No se moleste. Ha conseguido lo que buscaba. Eso es lo que pretendía con sus ataques —por su entonación se dio cuenta de que estaba hablando solo—. Mira tú por donde esa zorrita de Ángela Dark por fin ha vuelto a dar señales de vida. Ha estado escondida mucho tiempo —musitó Don Paco—. Gracias Montenegro, ¿y el otro asunto? ¿Han encontrado a Rutledge?

            —Lo siento muchísimo, señor. Están trabajando a destajo para dar con él. De momento solo sabemos que está en Botswana.

            —No se disculpe, encuéntrenlo. No podemos volver a llegar tarde, la suerte de este planeta depende de ustedes. ¡No se duerman!

            —Le aseguró que hacemos todo lo que podemos.

            La comunicación se cortó y Montenegro se preguntó por qué era tan crítico encontrar a un viejo que llevaba más de treinta años desaparecido para salvar el mundo.

 

 

 

 

            Lara dormía cuando notó que Dani se movía tras ella. La acarició la pierna con ternura y luego le metió la mano bajo el tanga, buscando llegar con la punta de sus dedos hasta su vagina.

            Estaba excitada, quería que la tocara, que la hiciera el amor. Deseaba que aprovechara ese momento, que la creía dormida, para que acariciara cada centímetro de su piel.

            Su cabeza era un torbellino de pensamientos negativos y positivos. El convencimiento de que podía disfrutar sin miedo por su don, a menudo terrible pero en ese momento le parecía magnífico. Quería darle la oportunidad de demostrar sus verdaderos sentimientos y al mismo tiempo se la daba a sí misma. Deseaba creer en él. Entonces dejó de tocarla. Se levantó y cogió un cojín del suelo. Luego la miró, ella le sonrió. Pero él no le devolvió la sonrisa, parecía enfadado.

            —Lo siento, Lara, no es personal —Le dijo.

            Le puso el cojín en la cara y se subió literalmente encima de ella. A pesar de sus forcejeos no fue capaz de quitárselo de encima.

 

 

            Ángela seguía en el baño, estaba mareada, cansada y con náuseas. Saber que Lara se encontraba en peligro no la preocupaba, ella sabía cuidarse. Lo que no podía soportar era el hedor que salía de su cuarto. Lo había desinfectado pero el olor seguía presente. Cogió un ambientador y lo pulverizó por el baño y por debajo de la puerta de su dormitorio.

            Una vez desinfectado y perfumado, Antonio solamente dormía. Abrió la puerta con el corazón encogido… ¿Por qué le asustaba tanto verlo? Era una sensación desconocida, ella no tenía miedo a nada y ese gesto de abrir la puerta después de tanto tiempo y a punto de despertar, era como si estuviera saltando de un avión a 3000 metros de altura.

            «¿Qué pensará cuando me vea? ¿Cómo reaccionará?» —Esa era la pregunta que la atormentaba y debía reconocer que le encantaba sentir esa incertidumbre. Si lo supiera todo, la vida sería tan insulsa…

            Cuando logró salir y le vio tumbado, respirando con fuerza, gordo, envejecido, sucio y apestoso se dio cuenta del error que cometió poniéndolo en su cama. Manejar el tiempo a su antojo tenía el problema de que con el reloj detenido todo se veía en blanco y negro y la imagen se distorsionaba igual que si el universo se negara a permanecer quieto (y los contornos temblaban como muestra de su terrible empuje). Ahora ya no se apreciaban olores.

            —Tendré que lavar las sábanas.

            Entonces sonó el teléfono de Ángela. Lo sacó del bolsillo con nerviosismo y contestó lo antes posible para no despertar a Antonio. Era Lara.

 

Continuará

Si no te has leído Zaphire Princess, quizás deberías leerla, aunque no es necesario para seguir la historia. Pincha aquí si quieres verla.

Comentarios: 7
  • #7

    Vanessa (domingo, 15 agosto 2021 03:01)

    Me he quedado intrigada con qué pasará en la siguiente parte. Solo espero que Ángela no muera.

  • #6

    Alex (martes, 10 agosto 2021 00:52)

    Joder. Esto se pone cada vez más interesante. A esperar la siguiente parte.

  • #5

    Tony (domingo, 08 agosto 2021 16:46)

    Acertáis en una cosa, la siguiente parte es mucho más movida.

  • #4

    Alfonso (domingo, 08 agosto 2021 14:40)

    Yo también pienso que el impostor se apoderó de Lara antes de que Dani la asfixiase por completo y ahora llama a Ángela para que entregue su traje pleyadiano a cambio de las vidas de Antonio y Lara.
    Ahora que lo pienso detenidamente, hubieran estado genial unas escenas eróticas entre Ángela y Mónica. Jiji

  • #3

    Chemo (sábado, 07 agosto 2021 16:15)

    Hace falta un poco de acción en la historia. Si no es entre Dani y Lara, al menos debería haber entre Ángela y Antonio.
    Esta parte me ha recordado la historia de la isla de Hamilton. Ha sido una de mis favoritas hasta ahora.

  • #2

    Jaime (viernes, 06 agosto 2021 20:49)

    Como siempre, las partes terminan en lo más emocionante. Mi intuición me dice que el impostor que posee a Lara despertó cuando Dani intentaba asesinarla y ha
    marcado a Ángela para obligarla a entregar el traje pleyadiano a Arita a cambio de las vidas de Lara y Antonio. ¿Qué opináis?
    Espero que estéis pasando unas merecidas vacaciones. Desafortunadamente con este trabajo tan demandante no he podido tomar vacaciones desde hace varios años.

  • #1

    Tony (viernes, 06 agosto 2021 04:13)

    Estos dias me esta costando ser puntual pero es por el calor. Tampoco veo muchos comentarios y eso me hace pensar que es por la vacaciones.
    No quiero que cuando la gente vuelva tenga micho por leer.
    Aunque sea para saludar, por favor, comentad.