Las crónicas de Pandora

Capítulo 14

Anteriormente

 

           Encontraron un poblado lleno de cabañas de madera con tejados de paja. Sus ropas improvisadas de barro, ya estaban casi secas, dejando varias partes de su cuerpo desnudo a la vista. Abby robó unas telas blancas tendidas en una cuerda y se las puso por encima a modo de túnica. Alfonso hizo lo mismo con otras telas más oscuras, casi negras, asegurándose de que nadie les veía robar. No sabían si podían comunicarse con la gente de aquel lugar. De modo que Abby le dijo a su compañero que tratara de hablar por gestos, para que no les considerasen peligrosos.

          Al salir al bullicio de la plaza vieron que la mayoría de la gente iba calzada con botas de cuero rústicas, apenas una tela rodeando sus pies y sujetas por una cuerda en el tobillo. Los hombres iban en calzones con faldón de cuero abierto por los lados, cogidos en la cintura por un fajín de colores diversos. Las mujeres eran más decorosas y  llevaban faldas cerradas, algunas llegaban hasta el suelo, otras a las rodillas. Al verla así vestida se la quedaron mirando, al igual que a Alfonso. No era como si vieran a extranjeros sino gente peligrosa.

          Alfonso trató de tranquilizarlos con una sonrisa amable y les puso la mano, dando a entender que era un vagabundo pidiendo dinero.

          —¡Los brujos no son bien recibidos! —Exclamó una voz femenina chillona.

          —¡Fuera del pueblo!

          —Les estoy entendiendo... Y no me parece español —murmuró Alfonso, extrañado.

          —Sí, y no me gusta lo que dicen —respondió Abby.

          —¿Cómo puedes juntarte con esta chusma? —Preguntó una mujer de unos cuarenta años, hablando a Abby y refiriéndose a Alfonso.

          —¿Qué? —Se limitó a responder—. ¿Te conocen?

          —No seas ridícula, nunca estuve ... ¿Cómo van a conocerme?

          —Disculpe, ¿de qué conoce a este hombre? —Preguntó Abby a la mujer, que al verla referirse a ella retrocedió dos pasos.

          —Venimos de muy lejos.

          —Ya pueden, no hay torres de hechiceros a más de mil kilómetros de distancia.

          —¿Puede decirme de qué le conoce? Ha perdido la memoria —explicó.

          —No sé quién es —respondió la aldeana con miedo, cubriéndose decorosamente con su blusa todo vestigio de escote que pudiera mostrar.

          —Acaba de llamarle chusma —replicó la teniente.

          —Es por esa túnica negra. ¿No sabes que esos brujos no tienen piedad? Levantan muertos impunemente, sin respeto ni moral alguna. Matan jóvenes por conseguir su sangre virgen, secuestran niños para venderlos a los ricos... No debes seguir cerca de este malvado. Sus recursos maléficos son incalificables.

          —¡Sal del pueblo o tendrás que matarnos a todos! —Amenazó un hombre, levantando un barrote de madera con un trozo de tronco desgastado en forma de azada.

          —Señores, esto no es una túnica —trató de explicar—. Es...

          Abby le dio un codazo que le hizo callar. Si explicaban que lo habían robado podía ser peor ya que entonces no les temerían y encima habrían reconocido un delito.

          —¡No vamos a estar mucho tiempo! —Exclamó Abby levantando los brazos (y al hacerlo se le abrió la sábana y mostró toda la parte central de su cuerpo.

          Algunos niños abrieron la boca al ver sus pechos desnudos sucios de polvo y barro seco. La teniente se apresuró a volver a cerrarla.

          —Nunca había visto una sacerdotisa tan indecorosa —protestó la mujer con la que habló.

          —Este hombre y yo estamos buscando la torre de hechicería —Continuó Abby—. Indicadnos el camino y nos marcharemos.

          —Miles de kilómetros, ¿no escuchaste? —Susurró Alfonso a su oído.

          —Yo te liberaré de este desgraciado —saltó un hombrecillo de la estatura de un niño de siete años pero que por su complexión musculosa y arrugas de la cara no lo debía ser. Además tenía orejas puntiagudas.

          Sacó de su espalda un palo con una cuerda en la parte de arriba terminada en una bolsa de cuero a medio cerrar. debajo del mismo vieron que estaba afilado y se lo mostraba a Alfonso en actitud desafiante.

          —No tengo intención de hacerle nada a esta mujer.

          —Te la llevas a tus rituales, la tienes controlada con algún sortilegio —explicó el hombrecillo.

          —No es cierto, estúpido —protestó Abby.

          —¿De qué cementerio la has robado? —Siguió chillando el individuo de voz chillona y orejas puntiagudas.

          —Ese kender quiere que le maten —escucharon susurros.

          —Por mí como si hacen un llavero con su coleta —decía una mujer—. Me robó mi cubertería la semana pasada y luego la perdió, pasó una noche en el calabozo y en cuanto salió vino a pedirme disculpas y me trajo un tenedor.

          —Entonces no es tan malo —dijo otra.

          —Pero se llevó mi bolsa de oro sin enterarme. Deberían exterminar a los kenders, no tienen remedio.

          Alfonso estaba cansado de ver la punta de ese bastón amenazando con clavarse en sus piernas y se lo iba a arrancar de las manos cuando se escucharon unos tambores.

          —Abran paso a la guardia del emperador —se escuchó una voz autoritaria.

          Los aldeanos se apartaron y vieron a un hombre rechoncho portando un tambor de piel de cabra, haciéndolo retumbar al ritmo de dos soldados que iban tras él cubiertos con camisolas de acero hechas de grandes anillas, sobre unos pantalones grises y blusas azules. En su cabeza llevaban cascos metálicos sin brillo.

          —¿Emperador? —Preguntó Alfonso, mirando a Abby.

          —¿Dónde narices estamos? —Cuestionó ella.

          —Esto es Blothem —respondió una niña, feliz de poder responder una pregunta.

          —La pregunta es cuándo —replicó su compañero.

          Los soldados les flanquearon con gesto ceñudo, como verdugos a punto de ajusticiar a alguien. Sus espadones eran de cinco centímetros de grosor, estaban muy afilados y aunque no los sacaron de sus cinturones pusieron las manos sobre la empuñadura. El que habló fue el hombre rechoncho que les guiaba.

          —¿Estos son los alborotadores? —Se burló—. No tienen armas.

          —¿Es que no ve que es un nigromante? —exclamó uno desde la muchedumbre, cada vez más extensa.

          —Ella es una nomuerta, se la lleva a una torre de hechicería para hacerle cosas horribles —alegó una mujer cercana.

          —Está llena de putrefacción, dígale que se aparte su túnica, véalo usted mismo.

          El individuo, que debía ser la autoridad allí, se acercó a ella. Era una cabeza más alta que él, pero eso no le intimidó.

          —Ni se le ocurra quitarme esto, no tengo nada más de ropa —amenazó la teniente.

          Sin escucharla agarró la sábana por los dos lados y la abrió mostrando su desnudez, llena de barro seco.

          —¡Santos dioses! —Exclamó, horrorizado.

          —Quítele la túnica al brujo. Podría esconder artefactos mágicos —aconsejó uno de los soldados.

          —Ya lo sé, no soy estúpido.

          Agarró la sábana de Alfonso y la abrió. Se mostraron sus partes nobles, su pene estaba levantado por haber visto el cuerpo perfecto de la teniente, y la misma suciedad que cubría a Abby.

          Asqueado volvió a taparle.

          —Es evidente lo que pasa aquí. Este hombre ha levantado un cadáver para fornicar con ella en su propia tumba. Luego se la quiere llevar a la suprema hechicera y realizar sus horribles rituales con sus vísceras. Llevadlos al calabozo, veremos qué dice el señor de todo esto.

          —En la tierra de dónde venimos la gente pregunta a los demás —protestó Abby—. Puedo asegurarle que Alfonso no me ha tocado y yo no estuve muerta.

          —¿Alfonso? —Repitió el jefe de la guardia—. No me suena ningún brujo con ese nombre, pero la hechicera suprema no hace más que formar discípulos. ¿Hasta dónde querrá llegar?

          —¿Os referís a Marilia? —Preguntó Alfonso, feliz de poder decir algo con sentido.

          —¡Ha pronunciado su nombre! —Gritó un anciano—. No tiene sentido del peligro. Sin duda la conoce y sigue sus órdenes.

          —No, ella nos ha quitado la ropa, nos ha mandado aquí. En realidad no la conozco... Queremos ir donde está para que nos..

          Lo que explicaba no sirvió de mucho, se los llevaron a empujones y la gente de la aldea se comenzó a dispersar.

          —A lo mejor tenemos suerte y nos dan de comer —musitó Abby—. Me muero de hambre.

          —Sí, claro, y luego nos cortarán las cabezas —respondió Alfonso, asustado —. ¿Esto no es cambiar el pasado?

          —No creo —contestó la rubia—. Pero si se nos ocurriera matar a alguien... Podríamos crear una realidad paralela. No podemos intervenir en los asuntos de este tiempo o...

          —¡Cállate zombi! —Exclamó uno de los soldados dándole una palmada libidinosa en la nalga derecha.

          —¡No me toques! —Abby se detuvo en seco y le miró a los ojos, amenazante.

          El frío acero de su compañero apareció en el cuello de la chica para defenderlo.

          —No me des una excusa —susurró con calma.

          Abby le miró también y vio que sería difícil llegar a golpear a ninguno sin que les atravesaran con sus armas. Estaban muy en forma, a diferencia de su jefe. Ambos llevaban unos poblados bigotes que parecían haber sido modelados por el mismo barbero.

          —Tu compañero me ha tocado el trasero —explicó—. Si sois la autoridad, deberíais respetar los derechos humanos.

          —¿Entonces vosotros debéis ser de  los izquierdos? —respondió, mirando a su compañero con una sonrisa burlona.

          —No es una zombi. ¿Cómo tenemos que decíroslo? ¡No soy ningún mago!

          Alfonso quiso desviar la conversación hacia él pero le ignoraron.

          —Supongo que no es delito violar a una zombi —dijo el más viejo—. Esta tiene un buen revolcón.

          —Os repito que no lo es —exclamó Alfonso.

 

 

 

          Les llevaron a una torre construida de piedra. Les hicieron bajar unas escaleras y al fondo, en el lugar más oscuro de los calabozos les condujeron a una celda que olía a excremento y orín.

          —Quítate la túnica —ordenó el más fuerte a Alfonso.     

          —Es toda la ropa que llevo —respondió él.

          —¡Quítatela! —Gritó volviendo a mostrar su peligroso filo.

          —De acuerdo, no te pongas nervioso.

          Alfonso se quitó la sábana de encima y se la entregó.

          —Ahora tú, demonio —ordenó a Abby.

          —Prefiero que me atravieses con esa espada —le retó la teniente.

          El soldado iba a hacerlo pero su compañero le frenó.

          —Sé amable, pídeselo por favor.

          El fornido luchador soltó una carcajada como si hubiera escuchado un chiste muy gracioso. Acto seguido agarró la sábana y tiró de ella con fuerza. Abby no tuvo fuerza para sujetarla.

          —¡Par diez!, dame luz, Logan —silbó al verla.

          —No la mires o te embrujará —aconsejó el aludido.

          Igualmente se la arrancó de las manos y se deleitó observándola con la claridad del fuego.

          —Nunca había visto tantas cicatrices en la piel de una mujer. ¿Qué demonios le has hecho brujo?

          —¿Yo? Si no me deja ni rozarla —protestó tímidamente Alfonso.

          Ante la mirada avergonzada del viejo Logan, el joven guerrero que la observaba se sintió tentado de tocarla ante la falta de pudor de la misma que no trató de ocultar ningún detalle de su desnudez. Su piel ya no tenía la protección del barro y se perfilaban los músculos de los abdominales con claridad bajo unos pechos generoso y blandos. Su vagina tenía una fina mata de pelo marrón oscura y sus piernas musculosas y delgadas terminaban en unos pies alargados y delicados.

          Alfonso vio en su retadora mirada que si ese soldado se atrevía a tocarla, ella se iba a defender. De un empujón en el vientre, con la suela de la bota, la hizo caer encima de él. Abby notó cosas blandas por el suelo donde cayó y olía de forma nauseabunda. Le pareció ver una cosa moviéndose por la oscuridad y deseó que no fuera una rata.

          Alfonso se cubrió el pene entre las manos, que lo tenía duro como una piedra ante la exquisita visión del cuerpo de su compañera, sentado contra la pared, temblando de frío y miedo. Mientras tanto colocaban un candado en la puerta y se marchaban. El que le quitó la sábana las cogía con solo dos dedos, como si le diera asco tocarla.

          —Tu —ordenó al carcelero—. Quema esto, ¿quieres?

          —Sí señor Feuron.

          Agarró las sábanas y la tiró a una chimenea que tenía allí, ardiendo de inmediato.

          —Ah, dales algo de ropa, no tiene nada encima y no queremos que el señor se escandalice cuando les vea desnudos.

          —A la chica dale ropa decente —Agregó Logan—

          —Antes báñales a los dos —abundó el compañero.

          —Como ordene —aceptó el carcelero, un joven muchacho que llevaba una armadura de cuero que le quedaba grande.

          Al marcharse los que debían ser oficiales, el chico abrió un arcón de madera y sacó varias prendas. Las dejó sobre su silla y salió fuera de la vista de Abby, saliendo de los calabozos. Tardó unos minutos en volver con un cubo lleno de agua y un par de jirones de tela.

          Se acercó con cautela a su celda, abrió una trampilla de la parte inferior de la puerta y dejó dentro el cubo y los trapos.

          —Por favor, deben asearse —recomendó con timidez—. El señor es muy escrupuloso y no quiere a nadie en su presencia que huela mal.

          —Gracias muchacho —dijo Abby, tratando de ser amable.

          —De nada... No hables con ellos, estúpido, son brujos —se regañó a sí mismo.

          —No lo somos —protesto Alfonso—. ¿Por qué nos encierran? No hemos hecho nada.

          —Cuando terminen les daré ropa limpia… Procuren no sentarse, si no quieren arruinarla. Disculpen la suciedad, hoy mismo ejecutaron a los goblins que teníamos encerrados ahí y no pensé que fuera necesario usar la celda de nuevo.

          Abby y Alfonso se limpiaron como pudieron y cuando ya no tenían barro encima el joven les deslizó sobre un escudo redondo de madera la ropa limpia. Unos harapos de lana y sandalias de suela de tabla y cuerdas de esparto.     

          En aquella oscuridad no podían verse de modo que Abby no tuvo ningún cuidado en vestirse ante su compañero, que no dejaba de mirarla de forma hipnótica cuando se ponía su propia ropa.

          —¿Crees que saldremos de esta? No me imagino cómo vamos a volver —le preguntó la teniente.

          —Si te digo la verdad…—Comenzó él, con tono pesimista.

          —No, miénteme. Dime que sí lo conseguiremos. Necesito una esperanza aunque sepa que es mentira.

          —Encontraremos a esa bruja y llegaremos a nuestra nave. Ella no sabe que está aparcada frente a su extraña torre. Después tendremos una noche romántica y tú me dirás que me deseas desde que me viste desnudo...

          —No mientas tanto —respondió Abby, riéndose.

          —Esperaba que eso no fuera mentira —se resignó el muchacho.

          Abby se arrimó a él cuando terminó de ponerse el pantalón, y le agarró del brazo. Alfonso intentaba atarse las sandalias pero la movilidad de su brazo derecho estaba condicionada por la fuerza de la chica.

          —¿La has visto? —Musitó ella con la voz aterrada de una niña.

          De nuevo algo se movió en la oscuridad. No podían ver esa esquina de la celda porque no daba ni un pequeño reflejo de las antorchas exteriores.

          —¿Ver qué? —Preguntó Alfonso.

          Una cosa del tamaño de un gato correteó por la fila de luz que tenía la celda hasta la perderse por la pared. Su larga cola sin pelo evidenciaba que no era precisamente un felino.

          —Es una rata enorme —se asustó Abby.

          —No te preocupes, se metió en ese hueco.

          —Mierda, quiero salir de aquí. No pienso pasar la noche con un bicho de esos rondando mis piernas, ni siquiera tenemos catre.

          Se levantó hacia la puerta y se puso a chillar.

          —¡Sacadme de aquí! —Gritaba.

          El muchacho se acercó al escuchar el jaleo y la miró con curiosidad.

          —El señor puede tardar horas en atenderlos. Por favor tengan paciencia.

          —¡Hay una rata! —Gritó ella, histérica—. ¡Mátala!

          El joven guardián sonrió divertido.

          —Es la hora de comer —replicó como si fuera obvio.

          —¡Qué! —Abby entró en pánico por lo que insinuaban esas palabras.

          —Ahora traen la comida y con que le dejéis un trozo de tocino os dejarán en paz. Deben tener hambre, no comen desde ayer.

          —¿No me comerán los pies cuando duerma? —Preguntó ella.

          —Yo no me preocuparía —restó importancia—. No les gusta la carne muerta y putrefacta. Pero él… No debería estar tan tranquilo.

          Divertido por su comentario, y el efecto que tuvo sobre el preso, volvió a su mesa de vigilancia.

          Abby se miró los pies y comprendió que lo decía por su piel tan blanca. Allí todos la tenían rosada o color café. Incluso al lado de Alfonso, ella era pálida.

          Alfonso se puso de pie, no pensó que corriera peligro pero al oír la conversación comenzó a examinar su entorno con miedo.

          —Nunca entendí por qué había gente temía a las ratas —confesó.

          —Ya, yo tampoco las tenía miedo, hasta que me dejaron encerrada en una celda, sin calzado decente y ropa llena de jirones. Si uno de esos roedores te muerde, sabe dios la de infecciones que puedes llegar a coger. ¿Te suena la peste negra?

          —Gracias, no me tranquilizas.

          —La bubónica, el tétanos, la rabia…

          —Calla —exigió el chico, tan nervioso que se le erizó el pelo de la nuca.

          —¿Qué son las infecciones? —Se acercó el muchacho—. ¿Es una cosa de brujos? ¿Son como las pociones?

          —Son bacterias, microbios, enfermedades… —Intentó explicar ella. La última palabra sí logró entrar en la espesa mente del muchacho.

          —Vaya, así que era eso…

          —¿El qué?

          —Nada, que casi todos los que entran aquí terminan muriendo a las pocas semanas. Decían que era una maldición, ya que a mí no me pasaba nada y a ellos sí. Pero lo de las ratas lo explica todo.

          —Mierda… —murmuró Alfonso, temblando de asco miedo y repugnancia.

          —¿Qué quieres que te haga? Te dejaré que me violes, pero sácame de aquí —ofreció Abby a la desesperada.

          —¿Y yo qué? —Protestó Alfonso.

          —Si yo hiciera eso, mis partes íntimas se infectarían con la putrefacción de la muerte. Los muertos vivientes no son buenos amantes, todos lo saben.

          Abby dio un golpe en los barrotes.

          —No soy una zombi, ¡joder!

          —Eso es justo lo que diría una —respondió, sonriente—. Estás poseída por un espíritu y probablemente si me tocas me arrancarás el alma.  No pienso caer en la tentación.

          —Pero eso no es cierto, mira.

          Cogió la mano de Alfonso, que seguía sentado al fondo de la celda y le sobó el brazo arriba y abajo mirando al carcelero.

          —Eso no sirve de excusa, él es el nigromante que te creó —replicó el muchacho.

          A pesar de sus palabras se adivinó un tono de debilidad en el muchacho, que arrimó la antorcha para observar mejor la escena.

          Abby leyó esa ambigüedad en la mirada y sonrió. Siguió sobando a Alfonso y le quitó la camisa de harapos que se había puesto. Pero el muchacho la miraba a ella.

          —Vamos, tócame y quítame la ropa —ordenó la teniente.

          —¿En serio?

          —Hazlo.

          —Como ordenes —respondió.

          Alfonso deslizó sus dedos sobre sus pechos cubiertos por la desgastada y limpia tela y ella le dio una dolorosa bofetada.

          —Que me quites la ropa, no me sobes todavía —susurró.

          —Perdón, mis instintos me pudieron —replicó Alfonso.

          La antorcha del muchacho se acercó más a ellos y éste les miraba como si su cerebro se estuviera derritiendo.

          —Si podemos tener sexo delante de él se dará cuenta de que es totalmente normal, y querrá intervenir él —adivinó la teniente.

          —Vamos a ... ¿has dicho sexo? —repitió Alfonso, con una media sonrisa de pervertido.

          —Trata de disfrutar, tiene que sentirse tentado —ella le hablaba tan cerca de la oreja que sus labios le excitaban más que verla desnuda.

          —Esto va a ser flipante, verás la cara de Chemo cuando se lo cuente.

          —No te hagas ilusiones, es primordial escapar de aquí. Si no nos matan las ratas, lo harán en la hoguera por brujos.

          —No me importa —aceptó el compañero.

          Le quitó a Abby la fina tela sedosa y vieja que cubría sus pechos y verlos tan firmes, con los pezones tan duros le llevó a dejarse llevar y se los lamió con la punta de la lengua. Ella suspiró complacida y el muchacho arrimó tanto la antorcha que estaba chocando con los barrotes de hierro de la puerta.

          —Quítame la parte de abajo y haz lo mismo, lámeme un poco, quiero estar bien lubricada.

          No respondió con palabras, se deslizó hacia abajo, quitándole la falda y luego lamió la mata fina de pelo que conducía a los carnosos y salidos labios de la vagina. El clítoris lo tenía muy prominente y lo lamió, succionó y se deleitó con su sabor salado, similar al de una sopa de pescado.

          El muchacho se bajó su pantalón y comenzó a masturbarse.

          —Mierda —musitó ella —. Hay que impedir que se corra.

          Alfonso se alejó de la teniente y ésta le dedicó una mirada seductora.

          —No seas impaciente, tú serás el próximo.

          El chico dejó de agitarse el pene.

          Abby se tumbó en la fila de luz que iluminaba la antorcha, a menos de medio metro de la puerta, para que el muchacho tuviera una visión privilegiada y boca arriba abrió las piernas mostrando su vagina abriéndose y empapada. Con los dedos la pudo abrir aún más y se masturbó sobándose y estirándose el clítoris. El chico pegó la cabeza a los barrotes sin poder apartar la mirada.

          —Vamos, penétrame —ordenó a Alfonso.

          —Vale —aceptó su compañero de buena gana.

          Alfonso se subió pero al taparla el muchacho trató de seguir mirándola y no pudo por el cuerpo de él.

          —Espera, ponte tú debajo —Abby se levantó y Alfonso se puso con el pene apuntando al techo, goteando líquido transparente.

          La teniente se subió de espaldas a su compañero, mirando al chico y se agachó agarrando el pene y aprovechando sus abundantes fluidos para lubricar todas las paredes exteriores de la vagina.

          Después se dejó caer y se metió el pene hasta el fondo. Al muchacho se le abrió la boca como si no tuviera fuerzas de sujetar la mandíbula y eso le dio confianza a ella para seguir con la faena manteniendo la mirada con el carcelero, asegurándose de que su cerebro solo se pudiera concentrar en ella. Subió otra vez sacando el pene por completo y volvió a masturbarse usando el empapado glande sobre la parte del clítoris. Apenas sentía su contacto por lo lubricado que estaba. Escuchó un gemido de Alfonso, volvió a meterlo dentro. Subió y bajó varias veces hasta que el los ruidos de su compañero fueron más rápidos. Lo sacó en el momento que el semen brotaba del pene como de una fuente. El torrente blanco cubrió las piernas del soldado y empapó el suelo llenando la estancia de un olor dulzón.

          La cara del muchacho era de miedo.

          —Vamos, te toca. Como puedes ver, no soy una zombi, a mi compañero no se le va a pudrir el pene por esto.

          Alfonso se retiró, avergonzado por correrse tan pronto y por el efecto del orgasmo en el cerebro masculino, que le hizo regresar a la realidad una vez su semilla había sido sembrada. A pesar de todo aquello era un sueño húmedo que compartía con sus compañeros de fatiga, Chemo y Jaime. Estaba deseando contárselo y ver las caras de envidia e incredulidad. Incluso Lyu le miraría con cierta envidia, sospechaba que a ella también le gustaba Abby.

          —No, puedo, me matarán si... —Comenzó a decir el carcelero.

          —¿Quién se iba a enterar? —Le tentó Abby—. No le diré nada a nadie, te lo prometo.

          —Está bien —aceptó. No necesitaba mucho para animarse a hacerlo.

          Sacó las llaves de su cinturón y abrió la puerta.

          —Quítate eso —ordenó ella—. No podrás penetrarme con esa armadura de cuero y esos pantalones.

          Acompañó sus palabras con un suave masaje sobre su vagina, aún abierta y mojada a modo de invitación.

          El muchacho comenzó a quitarse las botas y según se agachó la rodilla de Abby le golpeó en la frente dejándolo inconsciente.

          —¡Lo conseguimos! —Festejó ella, cogiendo su ropa y volviendo a vestirse.

          Alfonso se levantó e hizo lo mismo, iba a ponerse la de preso.

          —No seas idiota —le regañó ella—. Coge la ropa del chico y su espada. Tienes que hacerte pasar por él.

          —Ah, claro, buena idea —esa mujer nunca había dejado de pensar y para él supuso un gran esfuerzo volver a hacerlo.

         

 Continuará

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Tony (viernes, 05 agosto 2022 10:51)

    Tengo que romper una norma que solía cumplir en cada parte, que por cierto ya me temía que tendría que hacer. Hasta ahora quería que los capítulos durasen unas 5-9 páginas. Pero va a ser imposible mantener eso (lo hacía para que no se hiciera tan pesada cada parte).
    Los próximos capítulos durarán lo que duren. 4-20 páginas. Ya el próximo pasa de las diez y el siguiente llega a las doce. Pero es que partirlos supondría esperar dos capítulos intermedios para ver qué pasa y me parece demadiada espera.
    Este mismo tenía 13 y eso que lo he tenido que dividir en dos.
    No puedo prometeros muchas más escenas de sexo, lo que sí puedo es prometeros que no habrá censura y cuando tenga que llegar, llegará.

  • #5

    Chemo (viernes, 05 agosto 2022 02:45)

    Ya no me queda nada más por decir. Bien por Alfonso.
    Estoy ansioso por ver a la brigada Delta en acción.

  • #4

    Alfonso (jueves, 04 agosto 2022 01:21)

    No necesito deciros nada ni a Chemo ni a Jaime. En la historia ya se ha dicho todo.

    Abby es una buena militar y sabía que ésa era la única forma de salir de las mazmorras. Así que no la juzguéis; hizo lo que tenía que hacer. Además de que obviamente no podía ocultar sus deseos de un buen polvete. Jeje

  • #3

    Tony (miércoles, 03 agosto 2022 07:07)

    No te puedo prometer nada, Jaime, ni siquiera si Chemo o tú vais a tener vuestro momento. Pero ya he roto un velo aquí, ya no es un libro "juvenil" así que todo puede pasar.

  • #2

    Jaime (miércoles, 03 agosto 2022 03:39)

    Hasta que se le hizo a Alfonso. A este paso creo que yo seré el último de la lista. Y más aún que sospecho que Lyu es lesbiana. Jeje

  • #1

    Tony (martes, 02 agosto 2022 12:25)

    Espero que hayáis disfrutado.
    No olvidéis comentar.