A ntonio Jurado y los impostores

Esta historia es continuación de un relato corto de la página: La sombra del Yakuza. Pincha en el enlace si quieres leerla.

4ª parte

 

         Se despertó a las siete y media. La comisaría estaba en el centro de Madrid y tardaría aproximadamente una hora, contando con el atasco de la hora punta de la capital. Con las vacaciones y el coronavirus, lo más seguro era que no hubiera tráfico así que salió a las ochos pensando que llegaría de sobra antes de las nueve a la puerta de la comisaría.

         Tal y como pensó, el tráfico fue muy rápido y aparcó en frente puntual. No quiso llamar la atención y salió del coche. Justo al lado había un parque donde un precinto del ayuntamiento impedía la entrada de niños a los columpios. Eso le recordó la mascarilla. La llevaba siempre en el bolsillo, la sacó y se la puso. Pensó que se suponía que debía cambiarla por una nueva porque ya no sabía las veces que la había usado.

         —Las nueve —susurró caminando de vuelta a su coche, justo frente a la comisaría.

         Puntual como un reloj de cuco, la puerta se abrió y salió Lara con un chino de unos catorce años. En la mano izquierda llevaba una bolsa y al salir le buscó y después de mirarle le devolvió los discos piratas y le dijo algo. El muchacho le miró y asintió.

         Antonio no vio a nadie cerca. La calle estaba desierta, las ventanas aparentemente cerradas, los tejados demasiado altos para que alguien pudiera apuntarles con un arma (y él fuera capaz de verlo).

         Cuando llegó junto a él, Antonio le pidió que le siguiera y que hiciera como si no le conociera.

         —La inspectora me dijo que tú me buscarías refugio.

         —Por supuesto, pero antes quiero asegurarme de que nadie nos sigue, vamos, no me hables y sígueme.

         —No necesito esconderme, señor. Lléveme con mi madre. Está en peligro, debe llevarnos a los dos.

         Antonio le dedicó una mirada de fastidio. Ese no era el trato.

         Entonces apareció un hombre mayor, chino en frente de ellos, tras una esquina. Caminaba directo hacia ellos y Antonio aceleró el paso mientras decía: Haz que no me conoces.

         —Si me ayuda a salvar a mi madre.

         —Calla, de acuerdo, iremos a buscarla... Joder, no me hables más.

         Ya estaban a unos veinte metros del viejo, que no les miraba pero seguía con paso decidido hacia ellos. Antonio dudó si debía cambiar de dirección, meterse en el parque o caminar como si no pasara nada.

         Cuando se cruzaron no le miró, el chino siguió caminando y Antonio se volvió por si pretendía hacerle algo al muchacho. Sin embargo continuó su camino y tampoco le miró.

         Aliviado pensó que era una estupidez exponerse caminando por ahí y se detuvo. Hizo detenerse a su protegido y luego le condujo directamente al coche.

         — No tenga miedo —protestó el muchacho—. Es mi madre la que está en peligro, a mí nadie me conoce.

         —¿Y por qué? ¿Qué buscan los que quieren matarla?

         —El ALS —respondió el chico—. El Automatic Launch System.

         —¿Y es eso qué es?

         —Cuando se fugaron mi padre y ella de Japón a Estados Unidos vivieron tranquilos una temporada —explicó el muchacho—. Pero les encontraron. Él fue capturado y de alguna manera logró que le dieran una segunda oportunidad. Siguió trabajando por ellos hasta que un día le mandaron robar a un hombre que tenía más escolta que el presidente. Hubo un tiroteo, mataron al objetivo y mi padre robó el ALS.

         —Pero, ¿qué es? ¿Un chip capaz de disparar bombas atómicas? —Replicó Antonio mientras abría su coche e invitaba al muchacho a entrar de copiloto.

         —No lo sé, señor. Solo le puedo decir que lo tiene mi madre y ellos lo saben. Me lo enseñó una vez y es una tarjeta de memoria antigua. Una SD pero no de las micros, de las grandes. Y es muy vieja, su capacidad es de 64 megas.    

         —Y qué tiene dentro.

         —Tres ficheros de audio. Lo único que puedo decirle es que están numerados, 1,4 y 9. Es música de verdad, diría que de algún videojuego.

         Arrancó el coche y se puso a conducir sin saber hacia dónde ir. Solo quería alejarse y asegurarme de que nadie les seguía.

         —¿Seguro que es eso el ALS? —Pensó en voz alta—. Y ¿por qué matar a un hombre por algo así?

         —No lo sé. Mi madre lo guarda porque sabe que puede salvarnos la vida. Si nos encuentran podría negociar.

         —Dime la dirección de tu madre. Vamos a ir a buscarla.

 

 

         Aparcaron en doble fila en una zona muy transitada del barrio de Aluche. El chico le pidió que esperase con el motor arrancado, que bajaría con ella.

         Dejó a sus pies la bolsa de películas piratas. Cuando empezó a tardar, Antonio decidió echar un vistazo a los discos y descubrió que vendía todo las más actuales, incluso series como "The mandalorian" completas en blueray. Apenas veía la televisión y no había estrenos interesantes. Lo que tenía el chico eran películas de 2019: Los vengadores "End Game", "Spiderman lejos de casa", y otras que no le sonaba lo más mínimo.

         Pensó comprarle esos tres discos para ayudarle un poco, pero se preguntó si apenas diez euros podían sacarle de pobre a él y a su madre.

         El chico tardaba y miró con impaciencia hacia el lugar donde se fue. Cuando salió del coche caminó decido al callejón de delante. Le imitó y estudió el barrio. Junto a él había una cafetería, el muchacho fue calle arriba. Imaginó que fue a algún portal de la derecha o izquierda.

         Se internó y al caminar varios pasos vio una cosa que le dejó helado. Al fondo había algo tirado en el suelo. Sus piernas le suplicaban que saliera corriendo pero su voluntad fue más fuerte e inconsciente. Se acercó y encontró un cuerpo sin vida. La sangre aún salía a borbotones del cuello y muñecas pues le habían seccionado cabeza y manos. Identificó al muchacho de inmediato, su ropa de talla más grande de lo normal no dejaba lugar a dudas.

         Entonces una mujer salió de una puerta del callejón. Portaba una espada de acero ensangrentada, una katana, con el filo tan brillante que le deslumbró con el reflejo de una farola.

         —¿Quién le envía? —Le preguntó poniendo el sucio acero apuntando a su cuello.

         Esa mujer era oriental con la cara cubierta por mascarilla, pelo negro, liso, largo, cuerpo menudo, sin formas en las caderas y apenas pechos. Llevaba ropa casual, una blusa, pantalones de vestir y unas sandalias con hebilla dorada.

         —¿Le ha matado usted? —Se atrevió a preguntar, mordiéndose la lengua ya que era más que obvio.

         El filo rozó su garganta y la mujer insistió con vehemencia.

         —¡Habla!

         —La inspectora de policía Lara Emmerich, me encargó que le protegiera. Acaba de salir de prisión, pero le juro que no sé nada más, yo tengo problemas de dinero y me aferré al encargo porque...

         —Me llamo Abigail, me persiguen los yakuza hace veinte años. Han matado a mi hijo y mi marido por un secreto que solo yo conozco.

         —¿Este no era su hijo?

         La mujer esbozó una sonrisa que se reflejó en lo único que veía de su rostro, sus ojos.

         —No, este era un impostor. ¿Tiene coche?

         —Sí, lo tengo aparcado afuera del callejón.

         —Vamos, debemos irnos. Esos yakuza no tardarán en enviar a otra de sus marionetas a ver qué le ha pasado a esta.

         —¿Está segura de que no era su hijo? Ya sé que es tarde para preguntarlo, y probablemente duro de reconocer, pero venía a buscarla y salvarla.

         —Él jamás se habría dejado detener. Sabía cuán largos son los tentáculos de nuestros perseguidores. Y que no descansarán aunque pasen mil años.

         —¿Es por el ALS? ¿Por qué quieren esa tarjeta de memoria?

         —¿Cómo sabe usted todo eso?

         —Su hijo me lo contó, antes de venir a buscarla.

         La mujer se quedó congelada con los ojos como platos. Se giró hacia el callejón y luego le miró a él. Antonio estaba seguro de que ese niño era su hijo de verdad, lo de los impostores era una locura y creyó que al fin esa mujer se daba cuenta de lo que acababa de hacer.

         —¿Lo ve? —Añadió—. Hasta que dijo usted eso no sabía si realmente era él o no, pero ahora me lo ha confirmado, mi hijo ni siquiera era consciente de que existiera tal cosa.

         Antonio creyó recordar que a él se lo contó su padre, cuando regresó después de su captura. Ella no tenía por qué saber que su hijo lo sabía.

         Con la mirada y respiración más tranquila le ordenó con la punta de su katana que caminara fuera del callejón. Llegaron al coche y ella guardó la espada entre su pernera. Tenía una funda por dentro y alcanzaba justo hasta la rodilla.

         —Lara Emmerich me prometió dinero si mantenía con vida a su hijo —protestó.

         —¿Quién es? —Preguntó la mujer.

         —Es la inspectora que me envió.

         —No vuelva a llamarla. ¿Tiene un móvil?

         —Sí, este —sacó su teléfono del bolsillo.

         Abigail se lo quitó, abrió la ventanilla de su lado y lo arrojó a la calle con fuerza. El aparato chocó con una pared y se deshizo en mil pedazos de cristal y chips.

         —¡Pero qué hace! No tengo dinero para comprar uno nuevo.

         —Sigue con vida. Si nos encuentran no dudarán en matarnos.

         —No entiendo, si dice que buscan el ALS y saben exactamente lo que es y los ficheros que contiene, ¿para qué lo quieren?

         —Sí que está usted perdido. Los yakuza, en especial los de mi clan, llevaban consigo un Compact Disc de música a todas partes. Tenían esas canciones, las tres claves, con ellas despertaban a sus agentes ocultos y les activaban en sus misiones. Yo huí con el disco de mi marido. Lo pasamos a una tarjeta de memoria para esconderlo mejor y después lo destruimos.

         —No lo entiendo, si no lo necesitan... Si es cosa de ellos, ¿Por qué lo conservan?

         —No pueden exponerse a que llegue a manos de la policía. Es nuestra moneda de cambio sin nos cogen, pero han preferido usar a los impostores.

         —¿De qué me está hablando? —trató de razonar Antonio.

         —Los impostores no saben lo que son. Creen que realmente su DNI es suyo, que son personas completamente normales. Tienen una programación en su cabeza que le obliga a eliminar a un objetivo como si fueran autómatas, su mente ni siquiera puede recordar lo que hacen. Luego vuelven a sus vidas normales y no saben lo que han hecho. Le hablo de miles por el mundo. Ellos los usan para extorsionar a sus clientes. Les prometen protección y seguridad a cambio de un servicio de pago mensual. Si no pagan activan a los impostores asignados. Por eso llevaban el disco encima mientras hacían la ronda. Los clientes pensaban que la música era relajante, únicamente para dar por finalizados sus servicios como algo ritual, casi místico. Cuando la melodía terminaba los yakuza se retiraban y les deseaban la mejor de las suertes ya que ellos no podrían protegerlos. Al día siguiente aparecía toda la familia muerta. Los autores ni siquiera recordaban haber estado allí, era el crimen perfecto.

         Antonio conducía sin un lugar a dónde ir. Ahora que no tenía teléfono ni siquiera estaba seguro de ser capaz de volver a casa.

         —¿Por qué confía en mí? —Se atrevió a preguntar—. Según ella, podría ser uno de esos impostores. ¿Dónde quiere que vaya?

         —No me fio, no se equivoque. Necesito su coche. Si es o no un impostor, lo voy a averiguar.

         —¿Si no lo soy me perdonará la vida?

         —Claro, ¿por quién me toma? No soy una asesina.

         Teniendo en cuenta que los indicios por los que decidía si la gente era o no impostora eran tan erráticos que incluso mató a su hijo sin la menor seguridad, eso no le tranquilizó lo más mínimo.

         —¿Cómo va a haber tantos?—preguntó—. Entregue ese dispositivo a la policía y no tendrá que volver a preocuparse.

         —Ellos controlan a todo el mundo, le entregarían el dispositivo. De todas formas creo que no lo ha entendido. Esto es mio, para defenderme de ellos.

         —¿Es que lo lleva encima? Llévelo a un periódico, así harán pública la historia.

         —¿Ha construido alguna vez un castillo de naipes?

         —No, ¿por qué?

         Abigail asintió.

         —Si lo entrego a un periodista podrían poner esta música en la televisión, en internet. Imagínese el resto. El castillo de naipes, que es el mundo que usted conoce, se vendría abajo.

         —¿Cuál es su plan?

         La mujer retiró el pelo de su cabeza y le pidió que mirara algo. Antonio la observó y la impresión que se llevó fue tan fuerte que se desvió levemente y por poco no se chocaron con una farola.

         —¿Qué le ha pasado?

         Un filo de acero pulido salía de su cabeza a dos milímetros de su cuero cabelludo.

         —Hace veinte años, cuando huimos, me encontraron los yakuza. Después de una mortal pelea de espadas, uno de ellos me derrotó, me dejó desangrándome en el suelo y finalmente clavó su katana en mi cráneo dándome por muerta. No consiguieron sacarla, los médicos la cortaron y limaron ya que milagrosamente no dañó ningún nervio vital. ¿Sabe cuántas probabilidades hay de que eso ocurra?

         —Ni idea —se limitó a responder.

         —Ninguna, es imposible. Lo cierto es que morí, salí de mi cuerpo, vi cómo me desangraba y una fuerza irresistible comenzó a tirar de mí hacia una luz. Había llegado mi hora, en un abrir y cerrar de ojos un hombre estaba a mi lado y me ofrecía su mano. "Tómala" me dijo, "quiero que veas algo".

         —¿Se despertó y un desconocido le dijo eso?

         —¿Es que no me escucha? Estaba muerta.

 

 

 

Comentarios: 7
  • #7

    Chemo (martes, 22 septiembre 2020 23:46)

    Yo creo que Jesús resucitó a Abigail ya que él la necesita para acabar con los yakuza y asegurarse que no tengan el ALS.
    Con respecto al comentario de Alfonso, espero que aparezca Natalia. Se me hace que está mejor que Ángela y ha de ser más divertida. Jejeje

  • #6

    Alfonso (lunes, 21 septiembre 2020 22:24)

    Yo no tengo idea qué ocurrirá en la siguiente parte. De lo único que estoy seguro e que Chemo extraña a Ángela. Jejeje

  • #5

    Yenny (lunes, 21 septiembre 2020 04:50)

    Me gusta cuando las historias no son predecibles y no imaginas para nada lo que va a continuar.
    Por ahora va bien y ojalá siga así,.

  • #4

    Jaime (domingo, 20 septiembre 2020 22:01)

    Me ha gustado la presentación de Esteban. Tony, deberías contratarlo para promocionar tus libros. Jijiji
    Al fin ya comienza la acción de verdad, aunque es un poco confusa la reacción de Abigail sobre su hijo. Ojalá pronto se aclare todo.
    Espero que todos estéis pasando una cuarentena lo mejor posible.

  • #3

    Tony (domingo, 20 septiembre 2020 09:42)

    Buena presentación, Esteban.
    Sobre la credibilidad de los impostores de los yakuza, pronto entenderéis que no es que “ellos” los tengan. Más bien de han aprovechado de una circunstancia que no puedo adelantar o se destripa la historia.

  • #2

    Esteban (domingo, 20 septiembre 2020 06:08)

    Se me ha ocurrido una reseña para promocionar la siguiente parte:

    ¿Abigail habrá visto a Jesús? ¿Quién es un impostor?
    Estas son las preguntas que serán respondidas en la siguiente entrega de «Antonio Jurado y los impostores». No se la puede perder. Continuará.

    Ya siendo sinceros, el poder crear unos impostores se me hace bastante inverosímil para una organización criminal local como los yakuza, por más entrenados que estén, y que nadie más lo pueda imitar. Sería un poco más creíble si lo creara el gobierno de algún país o una agencia secreta.

  • #1

    Tony (viernes, 18 septiembre 2020 14:32)

    Siento la tardanza, estoy un poco liado estos días. Espero que esta parte os haya enganchado más.
    No olvidéis comentar.