Diario de Olivia: Anosognosia

1º parte

(El fantasma del espejo 5º parte)

Para ver en sus fuentes originales este documento se recomienda utilizar Internet explorer.

He utilizado dos colores para especificar de quién estoy hablando en ese momento.

Azul: Es lo que le ocurre a Verónica

Negro: Lo que le ocurre a Olivia.

 

 

9 de Junio de 1997

 

 

Me han dicho que escribir en este diario me aliviará y que es como contarle cosas a mi mejor amiga. No les creo, no creo a nadie, pero por intentarlo que no quede.

No sé qué podría contarle a una amiga... Es difícil escribir lo que siento porque me duele y quiero sacarlo. Mi padre ha muerto y mi familia llora su muerte, me dicen que lo sienten y que puedo contar con ellos, se lo dicen a mi madre y creo que se refieren a que si no puede criarme sola, están dispuestos a que viva con ellos. Con mis primos, mis vecinos... ¿No se dan cuenta de que yo también les oigo? ¿No saben que tengo sentimientos y que perder a mi padre es el peor momento de mi vida? ¿Acaso quieren que me separe también de mi madre? Claro, ellos dicen que entienden nuestro dolor, pero no es cierto. El dolor de cuando pierdes a... quien es el que sustenta la familia, es mucho más que dolor. Es miedo a qué vamos a hacer ahora. Mi madre no trabajaba para cuidarnos y por lo visto vamos a recibir dinero por su muerte, pero según parece (por lo que dice mi madre) se va a ir casi todo en los gastos de entierro y papeleos que no entiendo. Al parecer va a ponerse a trabajar y no sabe quién va poder cuidarme. Eso dice a mis tías. Por eso me quieren llevar a sus casas, supongo. Pero no quiero separarme de mi madre, ella se quedaría sola y sería como si yo también hubiera muerto. No puedo provocarle ese dolor.

 

            Verónica estudiaba el diario. Se concentró en esa fecha y en la inocencia de Olivia para viajar en el tiempo mentalmente, como hacía otras veces. Con su capacidad de desplazarse en la cuarta dimensión podía ver desde los dinosaurios hasta los últimos seres humanos del futuro. Eso sí, con la limitación incómoda de que todo era como un sueño.

            La gente mataría por un poder así, estaba segura de ello. Por ello solo podía tenerlo ella, alguien que no lo usaría ni para bien ni para mal. Simplemente lo usaría para saber y conocer más y, sobre todo, para huir de su propia existencia.

            No le interesaba volver a su tiempo, su cuerpo, encerrado en un hospital psiquiátrico, no le interesaba comenzar a hacer uso de sus poderes para hacerse rica. No soportaba ser consciente de la realidad que la rodeaba después de su regreso del infierno. Tenía suerte de estar recluida y así sus necesidades fisiológicas como comer, dormir, ducharse,... las cubría sin tener que trabajar.

 

            Había regresado de vuelta del infierno y, según los médicos, estaba completamente loca. Al principio había regresado y fue como una niña más en un instituto. Recordaba ese día como el fin de su castigo y condena, un día feliz dentro de su existencia atormentada por las culpas que nunca podría perdonarse. Ese día apareció frente a su última víctima, un chico llamado Juan al que había llevado al infierno por burlarse de los muertos y tratar de ganar dinero a su costa. Había que castigarlo y por orden del diablo había ido a buscarlo y lo llevó ante su presencia para su condenación eterna.

            Pero Juan regresó, no fue condenado y no solo eso... se la llevó consigo al mundo de los vivos cuan héroe de cuento rescatando a la princesa encerrada en una torre. Una princesa que no pidió ser rescatada y que soportaba sus sufrimientos con entereza, sabiendo que se los merecía con creces.

            Ese día, su primer día tras el infierno, deambuló por el instituto como un fantasma, tal y como estaba acostumbrada a ser. Sin embargo ahora tenía cuerpo visible, estaba viva de nuevo. Evitó a Juan por miedo a que quisiera hacerle preguntas y se quiso escapar de allí. Sin embargo al tratar de huir del instituto un profesor la detuvo y le dijo que volviera a su clase. ¿Qué clase? Ni siquiera tenía dieciséis años, fue condenada al infierno en vida cuando tenía veintitrés. Y eso había ocurrido hacía más de diez años. Su verdadera edad era de treinta y siete años y sin embargo tenía cuerpo de adolescente,... la edad que Juan quería que tuviera cuando la trajo de vuelta. Y no solo eso, la edad que tendría siempre ya que la condenó a no envejecer nunca como compensación a su anterior castigo, injusto, según él.

 

            Tuve que acudir al director del colegio y decirle la verdad. No se me ocurrió ninguna mentira ya que una vez en la calle no tendría dónde ir, no tenía dinero, ni identidad. Suponía que al menos así me buscarían un lugar donde estar. Conté la verdad y, por supuesto, fui tomada por loca. Encargaron a la policía que me identificaran y terminaron averiguando mi nombre auténtico aunque se quedaron impresionados cuando vieron mi supuesta edad. La conclusión a la que llegaron fue que era un extraño caso de enanismo, solo que en lugar de no crecer en estatura, no podía envejecer. Un mal menor, teniendo en cuenta que estoy pirada y que aseguro haber tenido trato con todos los demonios del infierno. Me internaron porque temían que fuese peligrosa. Supongo que lo soy, he perdido la cuenta de la cantidad de jóvenes idiotas que he condenado al infierno. Soy culpable, soy mala y sin embargo recibo esta segunda oportunidad... y estos poderes asombrosos.

 

           

            De ese modo terminó en el hospital psiquiátrico y comenzó a dejarse medicar. No como una de esas personas que no saben en qué mundo viven, pasando todo el tiempo con la mente perdida. Ella era el caso perdido de su doctor, que había solicitado multitud de opiniones respecto a ella y ningún colega conseguía entender su dolencia mental.

            Verónica disfrutaba de esa incertidumbre, disfrutaba en aquel lugar alejado del mundo donde podía dormir cuanto quisiera y contemplar a los demás desde sus sueños. Si necesitaba aire fresco fingía dormir, colocaba las almohadas y desplazaba su cuerpo astral a cualquier otro lugar, una playa, lo alto de una montaña, una pradera en los Alpes suizos lejos de pueblos y personas que pudieran importunarla. Era una vida a la que se había acostumbrado y no quería perderla.

            Claro que su médico le decía que en realidad nunca salía de su habitación, que todo eran sueños. Ella sabía la verdad y no pretendía discutir con él. Consideraba su cuerpo una carga, una molestia, una especie de uniforme escolar que vestía cuando tenía que hacerlo. Prefería que pensara que estaba loca ya que así seguiría ingresada, tendría un techo, comida y no tendría que trabajar. A veces la obligaban a hacer actividades, le ponían test de personalidad cada semana y solo tenía que ser sincera para que no la dieran el alta. Su verdadera vida estaba más allá de los sueños.

            A veces deseaba salir de allí, pero no tenía a nadie fuera, ni quería conocer a nadie. A la única persona que le apetecía ver, Juan, su príncipe azul podía verlo en la distancia. Sabía que él se alegraría de verla en carne y hueso y que sentía algo muy profundo por ella. Sin embargo... no podía volver a verlo más. Cada vez que sentía esas agujas del cariño y la nostalgia en su pecho, quería arrancárselas, eran una tortura para ella. No podía querer porque el amor la atormentaba. Irremediablemente recordaba la terrible experiencia de haber perdido al único chico que había amado y que había dado la espalda a su mundo por estar con ella. Un chico que había muerto por su culpa. El amor no podía traer nada bueno y por ello, al menor síntoma de sentirlo, huía o ignoraba a la persona que le hacía sentir eso. Estaba loca, era consciente, pero si la cura de su enfermedad mental consistía en volver a amar... Nunca se curaría. No quería hacerlo y como decía su doctor, el primer paso para curarse de algo es "querer hacerlo".

           

            Volvió a contemplar esa página del diario de Olivia, sumida en un profundo sueño, y se concentró. Se la imaginó sintiendo el dolor de la pérdida de su padre y se puso en su lugar. Era sencillo, de igual modo que la sabia de un árbol puede recorrerlo de una hoja a la siguiente, ella podía hacer lo mismo con la consciencia humana. Ahora era Verónica, después era Olivia. Y no había limitaciones, no importaba el tiempo ni el lugar. Dios estaba en todas partes y todo lo que pudiera contemplar él, lo podía contemplar ella.

 

           

            Olivia era una niña inocente que no sabía qué quería ser de mayor, no quería estudiar porque le costaba leer y con sus gafas era la chica más fea de su clase, de la que todos se burlaban. Se miraba en el espejo todas las mañanas y no soportaba lo que veía. Por si fuera poco, sus padres se habían empeñado en ponerle aparato dental y ahora no solo era fea sino que parecía una especie de monstruo. Sin embargo cuando se quitaba las gafas y se miraba sin el aparato puesto se veía bien, le gustaba.

            No tenía mucho amor propio y eso hizo que el día que muriera su padre se sintiera culpable por no ser todo lo que él esperaba que fuera. Su madre había dicho a todos sus tíos que no podría cuidarla sola y Olivia lo entendía. No era una niña fácil, le costaba abrirse a los demás y si en algún momento le pedían que hiciera algo, se buscaba cualquier excusa para no hacerlo. Todo el mundo la odiaba con lo que no encontraba una sola razón para intentar hacerles cambiar de idea.

            Eso fue hasta que un día, jugando ella sola a la tiza, en el parque que estaba cerca de su casa un chico le dirigió la palabra.

            - Supongo que así es como mejor se está - le dijo alguien a quien no podía ver ni oír, pero que escuchaba claramente en el interior de su mente.

            Otras veces había imaginado conversaciones donde ella hablaba con alguien, con un chico, con su padre, con su madre y esa era una voz similar, solo que en esta ocasión sentía que dicha voz tenía autonomía propia, ella no la controlaba.

            - ¿Me hablas a mí? - preguntó ella, también sin pronunciar palabra, con pensamientos -. Qué digo, solo son imaginaciones mías.

            - No lo soy - replicó él.

            - ¿Quién eres? - preguntó ella, retadora. Definitivamente ella no podía controlar ese pensamiento.

            - Tu amigo.

           

 

            Verónica dejó de observar lo que ocurría y observó la escena detalladamente, parando el tiempo un instante. ¿Quién la estaba hablando? No podía ver a nadie más. Estaba ella sola en el parque, al menos relativamente sola, pues había otros niños alrededor, pero no eran ellos quienes le hablaban. De hecho, ella podía penetrar en su mente y podía escuchar esa voz por que tenía ese poder. Ninguno que estuviera cerca de Olivia podría escuchar esa conversación.

           

            - Yo no tengo amigos - manifestó Olivia, mientras jugaba y saltaba entre unos cuadrados y otros, dibujados con la tiza.

            - Sí los tienes. Lo que pasa es que tú no les dejas acercarse a ti - replicó la voz.

            - No quiero amigos, son todos unos interesados.

            - Yo no lo soy. Estoy aquí porque quiero cuidarte.

            - Como siga hablándome a mí misma voy a tener que buscar un médico - replicó ella, enojada.

            Olivia dejó de jugar a los saltos y se quedó mirando fijamente a una dirección. No estaba viendo a nadie pero al parecer la voz debía venir de ese sitio. Debía estar sentado en el columpio ya que este se mecía lentamente, pero no más de lo que lo haría si lo empujara el viento.

            - ¿Eres una especie de fantasma?

            - Si lo que preguntas es si estoy muerto, te diré que no. Que ya no puedo morir. Sin embargo, sí he muerto.

            - Entonces, eres un fantasma - corroboró ella, en un leve susurro, vocalizando esta última frase.

            - Los fantasmas no son como yo.

            - Claro, claro, supongo que todos decís lo mismo... Debería escribir una historia sobre esto, sería interesante aunque no dejen de ser imaginaciones mías no significa que no pueda sacar de esto una historia.

            - Olivia - le dijo la voz -. No son imaginaciones tuyas. Estoy aquí porque me necesitas. Estoy por ti.

            - Por mí,... - arrugó la mejilla como si no le creyera.

            - ¿Tanto te cuesta creerlo?

            - No voy a negar que no sé de donde sale tu voz, pero estás en mi cabeza. Yo diría que estás por que mi cabeza te ha creado.

            - ¿Me creerías si te diera una prueba?

            - ¿Qué clase de prueba puedes darme? - dijo ella, escéptica.

            - Entre hoy y mañana vas a recibir un mensaje mío. Lo sabrás porque pienso firmarlo.

            - ¿Te refieres a un mensaje de verdad? ¿o será una alucinación más?

            - Lo podrás tocar, incluso guardar toda tu vida.

            - Eso quiero verlo, cómo un pensamiento mío es capaz de escribir una nota y firmarla. Ah, claro, la escribiré yo en sueños.

           

            La voz no respondió y Olivia comenzó a pensar en otras cosas.

 

            Verónica no podía entender lo que acababa de ocurrir. Allí no había nadie, ni fantasmas, ni ángeles ni nada parecido. Estaban solas, Olivia y ella. Entonces decidió que no podía esperar y buscó un poco más adelante, por si había recibido tal señal. Lo más probable era que no y que todo quedara en imaginaciones suyas. Pero lo encontró. Olivia observaba un periódico con expresión incrédula y al mismo tiempo sonriente. En la portada decía, en la parte que ella leía:

            "La última noticia que traemos sobre Olivia Newton-John musicalmente hablando es el concierto que tiene programado para el próximo 12 de Junio, "Voices of Hope", junto a la cantante Colbie Caillat. Se trata de un concierto dedicado a los supervivientes del cáncer y la recaudación irá destinada a combatir la enfermedad."