Invocando a Verónica

5ª Parte

            El Burguer era de dos plantas y estaba en pleno centro de la ciudad. Había invitado a comer una hamburguesa a Olivia, pero ésta llegó tarde. Veinte minutos tarde, para ser exactos. Juan estaba contento porque le resultaba excitante conocerla, entrar en su mente, conocer su mundo, sus fantasías, sus ideales. Desde que se curó milagrosamente todo el mundo le resultaba fascinante, incluso las personas que antes le caían mal. Hasta se preguntaba si también las plantas y los animales eran parte de la infinita mente de Dios y quiso saber exactamente qué sentían cuando alguien les hacía daño o los cuidaba. En ese tiempo de espera se sintió feliz porque entendía el motivo de que hubiera tantas religiones distintas, que unas dieran por sentado que nos reencarnaríamos en una vaca, mientras otras ponían el cielo en el ático de un hotel gratuito, lleno de vírgenes sedientas de sexo. Lo que ninguna religión contaba era que también los pobres, vagabundos, los que sufrían catástrofes y aquellos que morían de forma injusta, formaba parte de la experiencia vital de Dios.

            Saber que todas las criaturas del mundo eran tan divinas como él mismo le hacía feliz, sentía un nuevo afecto por su prójimo tal que quería abrazar a todo el mundo. Quería conversar con todos y tratar de ayudarles con sus problemas. Por eso estaba entusiasmado con la cita con Olivia, quería intimar con ella todo lo que fuera necesario, quería ser su amigo ya que ese era el propósito de este mundo, que el hombre, no estuviera solo.

            Cuando al fin la vio aparecer con una larga falda negra y blusa blanca, le sorprendió el cambio. Ni siquiera se había maquillado, lo que le daba un aspecto de chica normal. Estaba más guapa, aunque tardó unos segundos en darse cuenta de que era porque ni llevaba gafas ni las horribles coletas que llevaba casi siempre. Tenía el pelo suelto y éste le caía en cascada sobre los hombros. Era castaño y brillaba bastante. Su ojos eran marrones y un poco pequeños, sus labios, que aún no tenían forma, parecían los de una niña. Estaba sorprendido por el cambio y al verla se acercó y le dio dos besos en las mejillas.

            Entraron en el Burguer y pidieron una hamburguesa doble con patatas. Cuando se quedaron uno frente a la otra comenzaron a comer sin decir nada. Ella estaba muy nerviosa y él tenía hambre. Cuando había comido media hamburguesa decidió comenzar a hablar.      

            - Así que tienes una enfermedad mortal - dijo ella, cortándole.

            - Ya no - respondió él -. Los médicos se habían equivocado.

            - Ah... - ella no dijo nada más.

            - ¿Por qué... vistes con esa ropa tan oscura que llevas otros días?

            Ella siguió comiendo, pero masticó más despacio su comida.

            - ¿Por qué tú vistes así? - contestó.

            - ¿Cómo visto yo? - replicó él -. Es ropa normal.

            - Es lo que te gusta, ¿no? - dijo ella.

            - Bueno sí...

            - Por eso.

            Dicho eso siguió masticando su hamburguesa con algo de desgana. Juan la miraba mientras asentía y aceptaba que su forma de vestir era una decisión propia porque a ella le gustaba. El por qué le gustaba era un misterio que nunca podría resolver. Aunque eso le hizo deducir que si ahora vestía tan formal era porque suponía que a él le gustaría más. Era obvio que él le gustaba y saberlo le hacía sentir incómodo.

            - ¿Llevas mucho tiempo siendo amiga de Susana y Sara? - preguntó él, algo nervioso porque temía haber metido la pata con la pregunta anterior.

            - ¿Seguimos con el juego de las preguntas? - respondió ella, sonriente.

            - No, solo quiero conversar.

            - Pues cuentame algo de ti - replicó ella, con la boca llena.

            - ¿Qué quieres que te cuente? Pregúntame algo.

            - Bueno, cuéntame más de Verónica. ¿Cómo es? ¿Da miedo?

            - Es... viste como una chica de instituto, falda oscura hasta las rodillas, camisa con cuello, jersey oscuro. Tiene el pelo largo y negro y su cara es muy bonita, es delgada y bueno... no sé qué más contarte. Ah, lo que más llama la atención son sus ojos azules cobalto. Son fascinantes pero cuando te mira da miedo, sientes que te resulta imposible dejar de mirarla. Además tienen expresión triste y cuando parece que ve tu destino y asusta porque parece que lo ve muy negro. Es aterradora cuando te coge del brazo y te arrastra sin remedio a donde ella quiere. Pero en el fondo es una víctima de... del destino.

            - Hablas de ella como si te gustara - dijo Olivia fastidiada.

            Juan sonrió, no sabía qué decir a eso. Claro que le gustaba, quería volver a verla, volver a intentar convencerla de que dejara que la luz entrara en su corazón, pero también sabía que seguramente nunca más la vería. Al menos hasta que estuviera a punto de morir y eso ya no tenía por qué pasar en mucho tiempo porque su corazón estaba fuerte como un toro.

            - Yo también he tenido un amigo fantasma - reconoció ella, con timidez.

            - ¿En serio? - respondió Juan.

            - No lo veo hace años, pero creo que nunca he tenido un amigo tan bueno como él. Me sentía muy bien a su lado, son recuerdos bonitos. Incluso me dijo que algún día me casaría con él. Qué tontería, ¿no? Casarme con una especie de ángel.

            - ¿Y ya no lo ves?

            - Bueno, ahora tengo amigas de carne y hueso. He dejado atrás los amigos invisibles - miró hacia arriba, avergonzada -. De hecho eres la primera persona a la que se lo cuento y no sé por qué.

            - Me alegro de que confíes en mí - dijo él, orgulloso de sí mismo -. Tu secreto está a salvo conmigo.