La isla de los caminantes sin alma

2ª parte

            - Oh, tienes razón, debe ser maravilloso ir a ese lugar maldito, que te recuerdo podría ser un cuento que me soltaron para acostarse conmigo, y encontrar a un tío guapísimo buscando una heroína como tú sedienta de amor. Vamos tía, despierta, ni tú eres una heroína, ni supondrías ninguna diferencia en un lugar así.

            - Tienes razón -afirmó finalmente-. Es una locura.

 

 

 

            Pero no lo era, ahora ya no. Mientras trabajaba buscó por Internet vuelos para la Polinesia francesa y averiguó que había un aeropuerto en la isla de Tupana. Según el señor Gugel esa isla era la única del sistema cuyo lago interior era negro como el ojo de una rata. Como si tuviera una profundidad abismal. Además no había modo de volar hasta allí, el aeropuerto figuraba en montones de páginas de vuelos, pero ninguna ofrecía viajes para ninguna fecha.

            Entonces Katia se le acercó por la espalda sigilosamente y la asustó.

            - ¿Qué haces que no te enteras de lo que te digo... -al ver la pantalla y ver Tupana se quedó blanca.

            - Qué susto me has dado -se quejó Brigitte.

            - Tupana -Recordó-... Creo que era esa, Tupana. Veo que no vas a descansar hasta que te presentes allí a ver si hay zombis. Admiro tu determinación, tía... Pero eres tonta perdida.

            - No creo que pueda ir, ninguna aerolínea ofrece vuelos.

            - Pues claro que no. Te dije que no había más vuelos. Tendrás que ir a un aeropuerto abierto y luego buscar un piloto particular. Eso sí, prepara tus ahorros porque te costará un dineral. ¿En serio merece la pena?

            - El dinero no es problema -alegó Brigitte.

            - ¿Ah no? Entonces llévame contigo. Espera, antes de que me contestes... No gracias, prefiero que si alguien va a morderme sea para excitarme un viernes por la noche y no para alimentarse. Gracias por la oferta.

            Brigitte soltó una carcajada y Katia volvió a su mesa. Estaba decidida, iría a una agencia de viajes y preguntaría por el destino más cercano al aeropuerto de Niau, Tupana, en la Polinesia francesa. Luego siguió trabajando y el día se le pasó volando. Contaba los minutos para ir a preguntar por un vuelo, lo más pronto posible. Con esa idea en la cabeza recordó a Antonio una sola vez en todo el día y fue para pensar que ya no pensaba en él.

 

 

 

            En la agencia de viajes le encontraron un vuelo carísimo a Tahiti, para dos días después, lo más cercano a Tupana que tenían disponible. Aún así no era como comprar un billete a París y luego viajar por tren a Frankfurt, una vez allí tendría que buscarse un medio de transporte privado que quisiera llevarla por mar o por aire a la isla.

            No tardó mucho en pensarlo, compró un billete de ida y vuelta abierto para volver cuando quisiera y envió un mensaje de texto a Katia para informarle de su alocada decisión.

            "Nos vemos en una semana o más, me voy a Tahití. Dales un beso en el trasero a los jefes de mi parte."

            Sonrió y soltó una carcajada al imaginar la cara de su compañera. Luego se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no reía. Suspiró y guardó los billetes de avión en el bolso.

            - Qué bien me lo voy a pasar.

           

            Aprovechó esos dos días que tenía para coger el vuelo yendo de banco en banco sacando las mayores cantidades posible. Ninguno daba más de veinte mil euros y necesitaría todo el efectivo posible para ese viaje.

            En ese tiempo consiguió casi ciento cincuenta mil euros que luego cambió la mitad en dólares ya que no sabía qué moneda aceptarían mejor por la isla de Tahiti. Necesitaba una buena suma para que un piloto quisiera arriesgarse a violar las normas por llevarla y volver a recogerla. Aunque no tenía claro si llegaría a encontrar alguno.

           

            En el avión iban decenas de parejas en luna de miel, jubilados dispuestos a cumplir el sueño de sus vidas y, en general, personas que pretendían disfrutar unas vacaciones de película. Brigitte imaginó que todos los que habían viajado a Tupana debieron ir con esas mismas ilusiones y de la noche a la mañana se encontraron con la pesadilla. Al menos si realmente sucedió, que no podía saberlo. Solo tenía el testimonio de Katia y ni siquiera lo había visto con sus propios ojos.

            Ya era tarde para darse la vuelta así que fuera o no cierto, iba a intentar pasar unos días inolvidables.

           

            Cuando el avión aterrizó en Tahiti pudo admirar la belleza de aquella isla del pacífico. En poco más de un día había dejado la deprimente ciudad de Madrid y se había recorrido medio mundo sin pedir permiso a nadie. Sabía que si volvía al trabajo la despedirían pero no le importaba, podía volver a llamar a Katia si quería hablar con alguien. Detestaba ser la telefonista de nadie.

            Las islas que vio desde el avión parecían cáscaras de naranja redondas dispersas por el océano, islas con enormes piscinas azules en su interior. Las aguas eran tan cristalinas que se veían los corales a bastante profundidad, las playas daban la sensación de cubrir tan poco que pensó que podría pasear por el agua kilómetros y kilómetros sin que la profundidad le pasara de la rodilla.

            Hubiera sido bonito ir a un lugar así con Antonio... Caramba, otra vez él. Había sido un viaje muy divertido hasta ese momento. Ahora su corazón sintió como si una mano le apretara de nuevo impidiéndole latir.

            - Zombis, zombis -susurró, tratando de olvidarlo inmediatamente.

            Sí, debía centrarse en su objetivo o terminaría recayendo en la patética dinámica de la tristeza. Si había un lugar en la tierra donde podría olvidarse de Antonio era en aquel lugar remoto paradisíaco. Aunque siguiera vivo, sería absolutamente imposible cruzarse con él tan lejos.

            Al salir del aeropuerto con su bolsa de mano se dio cuenta que llevaba apenas dos blusas unas zapatillas de correr y pantalones cómodos, por si necesitaba salir corriendo.

            Su fluidez con el inglés le abrió muchas puertas. Encontró un buen hotel sin tener reserva y el encargado de dar las llaves le explicó que no era seguro que una chica saliera sola por la isla. Aunque no solía pasarles nada a los turistas, era mejor prevenir. Le ofreció presentarle a personas de confianza para que organizara excursiones al centro de la isla, zonas preciosas con grandes cascadas y lejos de cualquier peligro. Se preguntó a qué peligro se estaría refiriendo ya que parecía imposible que en un lugar tan bonito hubiera cosas malas.

            Ella ignoró ese consejo casi inmediatamente. Lo primero que hizo, después de dejar su bolsa de mano en el hotel fue ducharse, cambiarse por ropa cómoda, coger su bolso con algo de dinero y salir a la calle. Cogió el primer taxi que encontró y le dijo que necesitaba encontrar un piloto. Tenía tanta prisa por llegar a Tupana que pensó que todo el mundo colaboraría inmediatamente.

            - No conozco lugar -replicó el taxista con un inglés arcaico.

            - No, lugar, persona. Quiero piloto.

            - ¿Piloto? -preguntó, confuso-. No conozco lugar -repitió, frustrado.

            - Está bien, cogeré otro taxi.

            Se bajó y esperó a que pasara uno que tuviera algo más cuatro ruedas y un conductor. Al fin pasó un coche grande, con maletero y todo.

            Esta vez el taxista hablaba muy bien el inglés.

            Sin meterse, se agachó para hablarle por la ventanilla.

            - Disculpe, necesito encontrar un piloto de avión. ¿Conoce alguno privado?

            - Señora -replicó el taxista-. ¿Sabe lo grande que es esta isla? ¿Cuantos pilotos conoce usted en su ciudad?

            - Pero yo pensé que... -mostró los billetes de su cartera disimuladamente.

            Los ojos del taxista se abrieron como platos.

            - Ah, busca un avión. Puedo llevarla hasta uno -cortó el taxista-. Casualmente mi cuñado conoce a un piloto.

            - ¿Pero tiene avión? -inquirió ella.

            - Ese vago está todo el día borracho, qué va a tener. Pero el otro día nos habló de un tipo que decía tener un avión. No recuerdo lo que dijo, no suelo prestarle mucha atención pero puedo llevarla con él.

            Ella obedeció y subió en el taxi. Era un lujo de coche comparado con otros que se venían por ahí. Ese tenía aire acondicionado y hasta que no cerró la puerta no se dio cuenta del calor que hacía ahí fuera.

            - ¿Para qué quiere un piloto? -se interesó el taxista.

            - Tengo que llegar a una isla cuanto antes -respondió ella.

            - ¿A una isla? -preguntó el taxista, divertido-. ¿Y tiene nombre esa isla?

            - Sí claro, Tupana. No he conseguido encontrar un vuelo comercial que me lleve hasta allí.

            El taxista se quedó pálido al oír ese nombre.

            - ¿Tupana ha dicho?

            - ¿Ha estado allí? -Aquella reacción del taxista era interesante. ¿Sabría algo de la plaga zombi?

            - No diga idioteces, señora, hay más islas y atolones por aquí que lo que puede imaginar. Nunca he salido de Tahití ni pienso hacerlo. Menos aún escuchando las historias que circulan por ahí.

            Brigitte sonrió entusiasmada.

            - ¿Qué historias?

            - Los malditos franceses utilizan nuestras islas como si fueran blancos de tiro. Tupana fue destruida por una bomba atómica hace cuatro años, no creo que queden ni hormigas por allí. Ni siquiera se permite la navegación por los atolones cercanos por temor a la radiactividad. Ningún piloto la llevará a menos de cincuenta kilómetros de distancia.

            Brigitte se quedó sin habla al escuchar eso. Si lo hubiera sabido antes se habría ahorrado todo ese viaje.

            - ¿Está seguro de que hubo una explosión? -preguntó-. Los periódicos no han dicho nada.

            - Por supuesto que no, recuerdo que la noticia no duró más de un día. Nuestros políticos se bajaron los pantalones ante el dinero de los franceses y taparon el incidente con una jugosa cantidad que debería haber llegado a nuestros bolsillos. Lo único que he visto es que los cerdos corruptos se han construido auténticos palacios.

            - ¿Qué pasó con los que vivían en esa isla? -se interesó Brigitte.

            - No se ha vuelto a saber de ellos.

            - Cielos, eso significa que...

            - Saque sus propias conclusiones -rezongó el taxista-. Hemos llegado, le presentaré a mi cuñado. Son veinte dólares.

            - ¡Veinte dólares! -exclamó enojada-. Pero si hemos tardado diez minutos.

            - Dos son por el viaje, el resto por la información y el tiempo que me va a hacer perder. Aquí no voy a encontrar clientela.

            Brigitte sacó un billete de veinte y se lo dio.

            - Sígame... -ofreció el hombre.

            Estaban en un pueblo bastante feo en medio de la jungla. Ni siquiera sabía cómo demonios habían llegado hasta allí tan rápido. Solo había sentido que iba a toda velocidad por un camino de cabras y estaba tan interesada en la conversación que no prestó atención al camino. Se arrepintió de haber confiado en ese taxista. Temía que pudieran secuestrarla o atracarla. Había niños sucios en las calles que cuando pasaban cerca se la quedaban mirando como si fuera un bocadillo sin dueño.

            El taxista llamó a la puerta de una cabaña y esperó. Al cabo de unos segundos abrió la puerta una chica vestida con camisa y falda. Llevaba unas sandalias bastante cómodas y gastadas.

            - Hola hija, ¿cómo va todo?

            - Papá, ¿qué haces aquí?

            - Buscando a tu marido. ¿No dijo el otro día que conoció a un piloto en un bar?

            - Tane conoce a mucha gente, se pasa el día allí.

            Brigitte no pasó por alto que ella también hablaba muy bien el inglés. No parecía de la isla, más bien parecían descendientes de alguna familia inglesa que quiso perpetuar sus vacaciones por allí.

            - Estupendo, ¿puedes llevarla con él? -pidió el taxista-. Tengo que volver a trabajar.

            - Claro papá.

            El hombre se inclinó y besó a su hija una vez antes de marcharse.

            - Ten cuidado -le pidió la chica.

            - Hasta luego, cariño.

            Se marchó y Brigitte se quedó a solas con esa chica mientras veía alejarse el único vehículo que había por allí.

            - Me llamo Jenny, encantada de conocerla.

            - Brigitte, el gusto es mío -replicó sonriente.

            - ¿Y para qué busca a mi marido?

            - Se lo ha dicho su padre -contestó Brigitte nerviosa-. Necesito un piloto.

            - La acompañaría al bar pero es usted una turista -dijo, como si eso fuera suficiente razón.

            - Necesito un piloto -aclaró de nuevo, como si no la hubiera escuchado antes-. Lléveme por favor.

            - Deje que vaya a buscarle yo, espere aquí.

            - ¿Por qué? -preguntó, enojada.

            - Si yo fuera turista no me acercaría al bar donde suele parar mi marido. De hecho no lo soy y detesto ir. Están todos borrachos y si no la conocen pueden decirle o hacerle cualquier cosa. Preferiría que nadie la viera andando por allí, llama demasiado la atención.

            Brigitte decidió hacer caso y esperó a que regresara. Al menos eso fue lo primero que pensó hacer ya que apenas diez segundos después decidió seguirla a ver a dónde iba. No quería que la sorprendieran sola en una cabaña.

 

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Tony (martes, 04 octubre 2011 21:43)

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