La isla de los caminantes sin alma

1º parte

            El empleo estaba siendo entretenido y los compañeros eran agradables. Después de su extraño viaje a Argentina, Brigitte quería empezar de cero y olvidarse del dolor y la muerte de Antonio. Estando en casa no lo conseguiría de modo que se buscó un trabajo que, por la situación económica, le costó un par de meses conseguir. Sus conocimientos del inglés, alemán y español le daban mucha ventaja respecto a otras candidatas pero su nula experiencia en ese país eran, a menudo, un pesado lastre.

            Finalmente encontró trabajo en una empresa aeronáutica que tenía sus oficinas a poca distancia de la casa donde vivió con Antonio. Desde que empezó a trabajar habían pasado dos semanas y se dio cuenta, aquella mañana, que no quería otra casa. Seguía convencida de que él regresaría un día. Quizás por aquella llamada telefónica tan extraña donde un hombre, de voz muy parecida, le decía que estaba vivo. Si no le hubiera visto muerto en aquella camilla le habría creído, pero su razón negó a ese extraño la oportunidad de explicarse. Prefería pensar que no era él porque si lo hubiera sido habría insistido y habría vuelto a casa. Se preguntaba quién podría gastarle una broma tan cruel como para hacerse pasar por su marido muerto por teléfono. Pero cuando pensaba que podía volver, se contradecía pensando que si realmente fuera Antonio, habría insistido.

                       

            Aquella mañana fue tranquila, no hubo muchas llamadas y tuvo tiempo de charlar con su compañera Katia sobre sus vacaciones recientes, que se había ido a unas islas en el pacífico cumpliendo así el sueño de su vida.

            - Fue alucinante, tía –explicaba Katia-, tomé sol, me lié con un americano que estaba buenísimo... Si vieras cómo me trató, como una princesa. Al final era como todos, en cuanto se acostó conmigo se largó y no quiso saber más de mí, pero bueno apenas se le entendía y lo hacía muy bien –sonrío con picardía-. Pasamos un buen rato.

            - Vaya, tú si que sabes pasártelo bien -respondió Brigitte.

            - ¿Tú qué has hecho este verano? -inquirió Katia emocionada.

            - Fui a Argentina -replicó, un poco avergonzada.

            - Ay que chulo, me encantaría ir, ¿y qué tal?

            - Lo pasé de miedo -bromeó Brigitte, recordando lo cerca que estuvo de morir.

            Aquel viaje fue más bien un intento de suicidio velado, pero prefería pensar en ello como su primer viaje después de la pérdida de Antonio, su vuelta a la vida.

            - ¿Y no conociste ningún tío?

            - No quiero conocer a nadie, aún tengo muy reciente lo de Antonio. Solo quería olvidar dando un viaje pero no lo conseguí, creo que fue mucho peor.

            - Pero no murió hace cuatro meses -se extrañó la compañera.

            Brigitte soltó un bufido profundo.

            - Pues sí, pero sigo sin asimilarlo. Después del viaje me puse a trabajar a ver si así lograba quitármelo de la cabeza pero no sé... Le extraño tanto...

            - Tú te vienes de marcha conmigo esta noche -ofreció Katia-. Soy experta en hacer olvidar cosas. Conmigo no te aburrirás, conocerás chicos y tendrás que pensar en ellos aunque solo sea para despacharles de la forma más educada.

            - No, no -se negó Brigitte-. Aún está muy reciente, no me apetece salir, te cortaría el rollo.

            - Pues vamos a tomar un café, ¿no queremos chicos? Pues nada de chicos.

            - Gracias Katia, pero no quiero salir.

            - ¿Crees que voy a dejar que mi amiga se quede en casa esta tarde auto consolándose en su propia pena? -regañó la otra, fingiendo enfado.

            Brigitte sonrió con tristeza. Lo cierto era que no le apetecía nada quedarse sola en casa. Llevaba más de dos meses sin llorar, desde su regreso de Argentina, pero era inevitable ver las cosas de Antonio y no querer tocarlas, simplemente se quedaba mirando su maquinilla de afeitar y se lo imaginaba usándola o su toalla, su mesita de noche con sus consolas para jugar si no tenía sueño...

            - Vamos a tomar ese café -aceptó.

 

 

 

            Después de la jornada de trabajo se fueron directas a un Starbucks y se pidieron el vaso más grande que había para charlar sobre muchos temas, especialmente de hombres. Katia podía hablar casi sin respirar así que a Brigitte le parecía la mejor amiga en ese momento, ya que no le apetecía nada contar sus penas.

            A mitad de conversación, cuando Katia le describía el chico más raro que había conocido, comenzó a prestarle atención por el tema del que hablaba.

            -...Sergio fue el tío más friki que he conocido -explicaba-. ¿Te lo puedes creer? Dijo que había pasado el verano matando zombis en una isla del pacífico. Además no te creas que lo decía como un loco que se inventa cosas, no, no, me lo contó como si fuera de verdad, con todo lujo de detalles. Que si habían salido de milagro de la isla en uno de los últimos aviones que salían de allí. Que si la gente estrellaba trenes contra los pueblos para matar más zombis... Una pasada, creí que me contaba una película.

            - ¿Dónde dices que fue eso? -preguntó, intrigada.

            Katia la miró extrañada, como si no pudiera creer la pregunta pero se esforzó en responder.

            - No tengo ni idea, me suena algo de las islas Tuamotus, aunque él decía que era... un nombre de tela o algo así, como pana... ¿Por qué? -soltó una carcajada-. ¿Acaso quieres ir?

            Brigitte sonrió, negando con la cabeza.

            - Solo curiosidad, me gustan esos temas, es como si las historias de miedo aliviaran mi dolor.

            - Pues esta es de mucho miedo -continuó Katia-. Sergio y su novia se despertaron una mañana y se encontraron que la gente que había por las calles estaba muerta. Cuando salieron a ver si había alguno vivo los muertos comenzaron a levantarse y en un momento estaban rodeados de ellos, que iban con ganas de arrancarles la piel a mordiscos.

            - Puaj, que asco -gruñó Brigitte.

            - Y entonces...

            - Déjalo, déjalo -cortó Brigitte-. ¿Sabes qué? Conocí a Antonio en un Starbucks... Bueno, le conocí en persona, ya nos conocíamos por Chat. Fue una cita de lo más sencilla...

            Katia puso cara de enfado y negó con la cabeza.

            - ¿Y por qué me traes aquí?

            - No sé, me siento bien frecuentando sitios que me traen buenos recuerdos -reconoció Brigitte.

            - No tienes remedio, tía. Así no vas a olvidarle nunca... Vamos, termina eso que nos vamos de compras.

            - No, estoy bien aquí -replicó Brigitte, melancólica.

            - No, estoy bien aquí -se burló Katia, imitando sus gestos como si fueran exageradamente cursis -. Como no vengas conmigo te cogeré de las orejas.

            - Está bien, no necesitamos acabarnos esto, vámonos y lo tomamos por ahí.

           

 

            Ir de tiendas no la alivió mucho pero al menos no pensó demasiado en Antonio. Mientras Katia se probaba mil prendas en las tiendas a donde iban en la Gran Vía, ella la esperaba bebiendo poco a poco su café late con leche de soja. Esa era su bebida favorita cuando vivía en Estados Unidos, fue la misma que pidió cuando... Sí, cuando conoció a Antonio y supo que era el hombre de su vida. Fue una cita extraña, él se negaba a contarle cosas íntimas y ella se cerró a él no atreviéndose a quedar en un sitio más íntimo. Cuando le vio sin saber qué decir porque había tanta gente, tan indefenso como un niño, decidió abrirle las puertas de su corazón de par en par. Le pidió que la llevara a otro sitio mejor y así empezó la historia de amor más bonita que había vivido nunca. Olvidó a su marido, sus anteriores novios y Antonio la hizo creer en el cuento de niños de "la felicidad eterna.

            A las nueve de la noche, Katia salió del probador con una blusa que le había gustado -de las diez que fue a probarse- y al verla salir le dijo que estaba cansada y que quería irse a casa. No quería estar delante de tanta gente y tener que mantener una cara serena cuando lo que más le apetecía era acurrucarse en la cama o en el sofá, abrazando un cojín.

 

 

            Llegó a casa con los pies destrozados. Siempre los había tenido sensibles y había ido al trabajo con unos zapatos bonitos pero nada cómodos. Se los quitó, se sentó en el sofá, se desnudó y se puso el pijama, encendió la televisión y se frotó los pies para aliviárselos un poco. Entre tanto decían en la tele que Haití seguía estando en la UCI, después del terremoto que lo asoló hace unos meses. ¿Meses o años? No sabía, había cosas que parecía que habían pasado ayer, como ver a Antonio masajeándole los pies, y cosas que parecían años como noticias así.

            - Tuamotus -dijo, como si fuera una palabra mágica-. Tuamotus... Suena como una moto tuya... ¿Por qué recuerdo ese nombre?

            Recordó la conversación con Katia y suspiró. Qué chica más maja, haría cualquier cosa por hacerla sentir mejor. Pero su enfermedad era crónica y solo el tiempo y las emociones fuertes podían sanarla. Necesitaba riesgos.

            - Tuamotus -repitió, sonriendo, como una chiquilla traviesa.

            Se levantó del sofá y fue a la sala del escritorio donde estaba el ordenador siempre encendido. Antes lo usaba Antonio continuamente para bajar series de televisión y hacer sus cosas. Ahora ella lo dejaba encendido por la mera comodidad de no tener que esperar a que se encendiera cuando quisiera preguntar cualquier cosa al señor Gugel, como decía Antonio. Recordar su forma de hablar le hizo tanto daño como si alguien le diera un puñetazo directo al corazón. Parecía que le escuchaba todavía.

            Se sentó frente al ordenador, enojada consigo misma. Escribió Tuamotus en la barra de búsqueda y eligió mapas. Al ver que se trataba de un archipiélago de islas atolones, en la Polinesia francesa, deseo ir a verlas en persona. El problema era que había bastantes y no sabía el nombre de la isla que había mencionado su amiga. Pensó que había iniciado una búsqueda estúpida y cerró el explorador de Internet. Suspiró y se fue a la cama. Se acurrucó entre las sábanas y trató de no pensar demasiado.

            - Zombis, claro -se dijo, sonriendo-. Como si pudieran existir. ¿Qué será lo próximo? ¿Vampiros, hombres lobo...?

            Se imaginó las situaciones que podría vivir en aquella isla pero en seguida desechó la idea por ser absolutamente ridícula. Si fuera a investigarlos perdería el trabajo ya que no le darían vacaciones tan pronto.

            Pero estaba claro que el experimento del trabajo no estaba funcionando. Lo único que la motivaba a ir a trabajar era olvidarse de Antonio pero cuando volvía a casa tenía la impresión de haberle estado regalando su tiempo a unos jefes desagradecidos y estúpidos que no valoraban su dedicación.

            - ¿Para qué demonios trabaja la gente? -se preguntó-. Ah, ya... porque necesitan dinero.

            Ella nunca lo necesitaría. Ganaba más con los contratos de alquiler cada mes que en un año de trabajo. Con esas ideas, poco a poco, fue quedándose dormida.

 

 

            Cuando despertó por el sonido del despertador puso la mano sobre la parte de la cama donde solía estar Antonio y la sintió vacía. Fue como revivir su muerte de golpe, como hacía cada mañana al recordar todo lo que había pasado una y otra vez.

            Aunque no necesitaba el dinero, la rutina del trabajo le daba algo que nunca tendría en casa, una amiga con la que poder hablar.

           

 

 

 

            - Estoy pensando que sería genial ir a esa isla que mencionaste ayer -confesó en medio del desayuno, a Katia.

            - ¿Qué isla? -preguntó, extrañada-. Oh, no estarás pensando en la de los zombis...

            Brigitte no contestó inmediatamente, se quedó sonriendo avergonzada y se encogió de hombros.

            - Me gusta escribir sobre temas misteriosos -mintió, recordando como le había confesado Antonio sus historias increíbles-. Me siento mejor escribiendo sobre lo imposible.

            - Anda ya, no fastidies -regañó Katia-. Aún en el caso de que esa isla realmente exista, dudo que se pueda llegar hasta allí. Te recuerdo lo que me dijo Sergio, se marchó en el último vuelo de salida. Evidentemente no habría más vuelos de entrada.

            - Eso significa que tiene aeropuerto -dedujo Brigitte, sonriente-. ¿Estás segura de que no recuerdas su nombre?

            - Sí lo recuerdo -chilló Katia, histérica-. "Estás Loca". Ese es tu nombre.

            - Si es cierta esa historia -razonó Brigitte-, puede haber cientos de personas atrapadas en esa isla. Supervivientes que necesitan salir de allí y nadie en el mundo sabe que están en apuros. ¿Cuánto tiempo podrán aguantar?

 

 

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Comentarios: 5
  • #1

    yenny (domingo, 02 octubre 2011 16:56)

    Gracias Tony por tomarte el tiempo para escribir, recien comienza es pronto para decir si va a ser una buena historia pero parece que va a ser interesante.
    Cuidate y saludos.

  • #2

    x-zero (domingo, 02 octubre 2011 20:27)

    error en ''¿no queremos chico? Pues nada de chicos.'' le falto una S, ya sabes, CTRL + F y le pones lo que esta entre parentesis, por otro lado, buena historia se ve que estara genial C;

    salu2

  • #3

    Antonio J. Fernández Del Campo (domingo, 02 octubre 2011 23:44)

    Gracias como siempre X-zero mañana no habrá continuación pero comentaré alguna cosa en el diario de escritura sobre la duración estimada y poco más. Lo justo para que sigais enganchados.

  • #4

    carla (lunes, 03 octubre 2011 03:00)

    Yeeeiiii.... Justo la historia que estaba esperando. Me alegro que la hayas empezado.

  • #5

    Lubo (jueves, 12 julio 2012 19:57)

    Nice one info, thanks