La mano negra

2ª parte

 

            - Otra chiflada - sentenció Brigitte, con fastidio -. Seguro que fue él, si la policía le ha detenido sus motivos tendrá.

            - Eso es lo que parece y además, tiene pinta de ser otra de esas que olvida el tema de pagar mis honorarios.

            - Quítatela de encima exigiendo el dinero - pidió ella, sonriente.

            - Es el primer caso serio que me sale en meses... - protestó él.

            Brigitte soltó un suspiro insatisfecho.

            - Tú verás lo que haces - siseó con cara de fastidio.

            - Está bien, voy a ser tajante en mi respuesta.

            Antonio pulsó el botón de responder y escribió:

 

 

            Señorita Mónica,

 

            Por supuesto que puedo ayudarla. Mi tarifa es de quinientos euros diarios por cada día de investigación más gastos de desplazamiento, que es aparte. Si tuviera la amabilidad de decirme dónde vive podré darle un presupuesto provisional para un tiempo estimado de investigación de una semana. No tenga ninguna duda de que si decide confiar en mí, llegaré hasta el fondo del asunto, por turbio que éste sea.

 

            Gracias por confiar en mis servicios

 

            Antonio Jurado

 

            - ¿Así está bien? - preguntó él con cara de satisfacción.

            - No me pongas esa cara, que sé que luego si te dice que no paga, vas a querer investigarlo igualmente.

            - Es la mano negra, amor - replicó él como un niño pequeño intentando convencer a su madre.

            - ¿Qué demonios es la mano negra? - Preguntó ella, aún fastidiada.

            - Cuando era pequeño fui a un campamento y me contaron su leyenda. Es una mano negra que va por las acampadas asustando a la gente y luego matándolas, estranguladas.

            - ¿Y por qué nunca he escuchado noticias de ella? - preguntó ella, riéndose -. Ah, ya, déjame adivinar... es que es un cuento de niños para hacerles pasar miedo por la noche.

            Antonio negó con la cabeza con una sonrisa de derrota.

            - Si no pueden pagar, no hay caso, ¿Ok?

            - Amor, si quieres investigarlo, hazlo. Sé lo que te aburres sin nada que investigar y has dedicado tu vida a esto de lo sobrenatural. Haz lo que creas conveniente.

            - Te lo vas a pasar bien haciendo de mi ayudante. Ya verás, mola mucho hacerse pasar por inspector de policía. Llamas a una puerta, enseñas la placa y te abren hasta las puertas de la Casa Blanca.

            - Si pagan iré contigo... Sino, no pienso perder el tiempo. Necesito buscar un trabajo serio, no jugar a "los dos investigadores".

            - Lo dices porque nunca has investigado un caso. Te aseguro que son experiencias, cuanto menos, divertidas.

            Aquella conversación le recordó a Antonio que según lo que ella sabía, solo era un detective frustrado de casos raros que no había tenido nada inquietante entre manos hasta ahora. Lo de Samantha se lo había contado en un libro pero nunca le dijo que fuera cierto y en cuanto a Verónica no quería ni empezar a decirle nada. No sabía cómo se tomaría que ella aún hablaba con él en su mente y mucho menos, si se enteraba de que la había intentado matar y luego había tenido que cruzar el infierno. ¿Pero para qué contárselo? Seguro que lo explicaría todo diciendo que no se pueden tomar tan en serio los sueños. Y en el caso de escuchar a Verónica en su cabeza, seguro que le mandaba al neurólogo para buscar algún tumor en su cabeza. Él sabía que podía ser que la explicación fuera así de terrenal y sencilla pero había resucitado a una chica con ayuda de Verónica, en el más allá, había rescatado a Pedro y a Brigitte del infierno y todo por que había creído que el mundo físico tenía una continuación al otro lado de los espejos. Estaba lo suficientemente loco como para que Brigitte no quisiera volver a verle nunca más si le contaba todo lo que pasaba por su cabeza así que era mejor mantenerlo como un secreto. Sin embargo, por esa razón ella no le tomaba en serio. Sus casos eran un juego, una pérdida de tiempo y saber que pensaba eso le dolía profundamente.

 

 

            No pasaron ni tres horas cuando recibieron la respuesta del email.

 

 

            Gracias por responder tan rápido, Señor Jurado

 

            Vivimos en Arenas de San Pedro y le pagaré lo que haga falta para que investigue este mal entendido. No puede dejar que Marco pague por un crimen que no ha cometido. Mi padre me ha dicho que pagará lo que yo estime necesario, si es que puede ayudarnos.

 

            Saludos y espero su confirmación, junto con su presupuesto.

 

            Mónica

 

 

           

            Antonio sonreía de oreja a oreja cuando terminó de leerlo. Brigitte se había pegado a él para verlo y tenía expresión de fastidio, pero sonría igualmente.

            - Tenemos caso, tenemos caso - tarareó Antonio, bailando en la silla, feliz como un niño con juguete nuevo.

            - Genial, vamos a jugar a los detectives - aceptó ella, de mala gana.

 

            Estaba muy cerca, comparado con otros sitios a dónde había ido. Se había comprado un coche mucho más elegante y cómodo para los viajes con su mujer. Ahora debían pasar por un matrimonio respetable pero no demasiado rico. La elección de coche fue conjunta y decidieron que el Mazda RX8 negro iría muy bien para viajes de larga distancia. Además, dentro de los deportivos caros, era de los más baratos y no era muy ostentoso. Podían haber elegido un BMW o un Mercedes, pero Antonio prefería un coche menos clásico y común. Brigitte había decorado su interior con graciosos peluches de colores.

            Por ello, el viaje se les hizo muy corto. Ese coche volaba sobre la autopista y al tener una matrícula falsa - para realizar esos viajes-, podían ser multados todas las veces que quisieran. Eran matrículas de quita y pon, Antonio las compraba de diez en diez a un falsificador de confianza.

            Cuando llegaron a Arenas de San Pedro, Antonio despegó las pegatinas de la matrícula y las hizo una bola que luego tiraría en la basura de su hotel. Habían elegido quedarse en el hostal "La taberna", que parecía un buen sitio para dormir y estaba en pleno centro del pueblo.

            - Quizás deberíamos hacer algo legal, solo por probar qué se siente - bromeó Brigitte, cuando se acercaban a la puerta del hostal.

            - Sí, bueno, quizás algún día - aceptó de mala gana su esposo.

           

 

 

            Quedaron con Mónica junto a la plaza de toros, en un bar llamado Pauli.  Fueron puntuales y la chica y su padre también. Ella era menor, tenía diecisiete años y su padre vestía de traje y tenía una corbata de seda azul claro. Parecía una familia adinerada.

            - Señor Jurado, encantado de conocerle - le extendió la mano el hombre -. Me llamo Federico Varela. Me ha dicho mi hija que es usted el mejor investigador de toda España, me gustaría poder contrastar eso, la verdad, pero le agradezco sinceramente que haya venido tan de prisa. Dudo que ningún otro fuera tan rápido.

            - Encantado - dijo Antonio, aceptando la mano y apretando con cierta fueza. Eso siempre daba confianza y seguridad a sus clientes.

            Federico no se quedó corto y le apretó tan fuerte que le hizo crujir las articulaciones. Estaba claro que ese hombre daba muchas veces la mano a lo largo del día.

            - Me llamo Brigitte Keira - se presentó su mujer -. Soy su ayudante.

            - Sí es especialista en psicología humana - mintió Antonio -. Hacemos un gran equipo.

            - Vaya, veo que están preparados.

            - Pero vayamos al grano... - urgió el detective.

            - Ah, sí, el dinero - cortó Federico, señalando al cielo y haciendo callar a Antonio.

            Sacó una chequera de su chaqueta y arrancó uno de su interior. Puso una cantidad y luego lo firmó. Cuando Antonio leyó el importe asintió con la cabeza, complacido. Eran los tres mil setecientos euros que le había pasado de presupuesto.

            - Entonces, díganme - mientras decía eso se guardó el cheque en el bolsillo de su chaqueta -. Cómo sucedió todo.

 

 

            Mónica le contó lo sucedido mientras ellos dos escuchaban atentamente. Cuando terminó su narración de la leyenda de la mano negra, contada por su amigo Fredy y luego la broma del guante, antes de acostarse, Brigitte se mordió el labio interior conteniendo las ganas de rechazar el caso. Estaba claro que uno de esos tres, o incluso Mónica, podían ser los asesinos.

            - Luego nos acostamos y cuando desperté vi que mi novio estaba muerto, con cara de espanto... Grité y salí corriendo de la tienda. La policía sospecha de Marco porque, como está enamorado de mí desde hace dos años, piensan que tiene un motivo y además, nos ayudó a montar la tienda por lo que sus huellas están en todas partes.

            - ¿Y por qué piensas que no fue él? - Preguntó Brigitte.

            - Marco es un cielo de chico, nunca haría daño a nadie. Le conozco desde los tres años, estuve a punto de salir con él pero...  Nunca me lo he planteado en serio. Es demasiado infantil para mí.

            - Entonces, solo queda la mano negra - añadió Antonio, burlón -. Porque pudo ser cualquiera de vosotros, tú misma podías haberle matado y puede que hayas montado todo este numerito para que las sospechas se alejen de ti.

            - Escuche, amigo, mi hija no tiene la fuerza necesaria para estrangular a un chico como su novio - replicó su padre, ofendido -. ¿Y por qué demonios iba a hacerlo? Se querían.

            Brigitte le dio un codazo en las costillas porque Antonio iba a contestar. Con ese gesto le silenció y comenzó a hablar ella.

            - Por supuesto - restó importancia -, necesitamos ver la tienda donde dicen que apareció la mano negra.

            - La tiene la policía - respondió Mónica.

            - En ese caso, dime dónde puedo encontrar a los otros dos que estaban con vosotros.

            - Sí, pueden encontrar a Fredy en la calle Juan Torres 1 y a Trudy en Álvaro de Luna 7, viven al lado así que vayan con el coche y apárquenlo cerca. Pueden llegar andando a los dos sitios - explicó Federico-. Seguramente también querrán verse con Marco hoy. El horario de visitas es de cinco a ocho y también pueden llegar andando desde allí. Está en el puesto de la Guardia Civil, pregunten por allí, no tiene pérdida. Su nombre completo es Marco Di Polo Hernández.

            - Muchísimas gracias, señor Varela - asintió Antonio, apuntando todo en su libreta- . En ese caso es hora de ponerse a trabajar.

 

Continuará