La reina de los corazones rotos

2ª parte

            Con ese primer contacto acababa de fundir casi la mitad de su presupuesto. No pensó que necesitara más de diez mil euros. De hecho creía que era demasiado, pero a ese ritmo se quedaría sin nada antes de haber visto un documento. Se dijo que si quería llegar a alguna parte con sus investigaciones debía cargar con mucho más dinero. Aunque se le gastara todo, aún tenía la tarjeta American Express con la que tenía fondos ilimitados. Claro, en función de la disponibilidad de los bancos.

            Era consciente de que el dinero no duraría para siempre ya que tarde o temprano llamarían a Antonio y le pedirían que renovase contratos. Entonces tendría que inventarse algo.

            Pasó la noche leyendo el reportaje de Ernesto Gutiérrez y cuando lo terminó se quedó dormida.

            Sin embargo unas palabras de la carta de Sara siguieron dando vueltas en su cabeza antes de conciliar el sueño por completo.

 

            Esta carta es para echar la culpa al egoísmo del mundo y para decirles a todos que si hay más allá, pienso hacer que todos se enteren de que la muerte puede estar detrás de cada momento de tu vida, de cada curva que tengas que tomar.

 

 

            Despertó por los pájaros de los árboles, frente a su ventana. Entraba tanta luz que parecía medio día, se frotó los ojos y miró el reloj. Eran las diez de la mañana, había dormido demasiado.

            Bajó a desayunar y le dijeron que se diera prisa ya que se acaban los desayunos a las once. No tenía mucha hambre así que comió una tostada con mantequilla y un té con leche de soja. Después volvió a su habitación, contó el dinero, lo apartó y salió derecha a la comisaría de la Policía Federal. Por suerte había llevado bastante dinero en euros y en dólares por si no podía cambiar y aceptaban una de las monedas.

            Pidió un taxi, eran tan fáciles de encontrar que pudo elegir el que tenía aire acondicionado. Estaba en el Hostal de Santa de la Vera Cruz y tenía que ir a la Comisaría de la calle Molinas. Había hecho el trayecto el día anterior y sabía que tardaría diez minutos a lo sumo en coche. Andando tenía un buen trecho y le había recomendado el otro taxista que no paseara por el centro ella sola, que había mucho maleante y ella tenía pinta de turista rica. Que se quitara todas las joyas de encima y llevara el dinero y la documentación en un sitio oculto que no fueran las medias, la ropa interior ni el bolso. Ella agradeció el consejo pero le costaba trabajo creer que en una ciudad tan desarrollada pudiera haber tanto peligro. De momento llevaba el dinero en el bolso. No creía que fuera a pasarle nada ya que iba derecha a la comisaría.

            Lo que no hizo fue dejar nada en su habitación del hostal. Dejó la maleta con la ropa pero todo lo de valor lo llevaba encima.

            El taxista que la llevaba ahora la miraba mucho por el retrovisor.

            - ¿De dónde es, señora? - preguntó.

            - De Perú - respondió.

            - ¿En serio? Parece americana - replicó sonriente.

            - Nací en Perú y viví allí hasta los veinte años, luego he estado en distintos países.

            - Es de una familia rica - dijo él.

            - ¿Hay mucho tráfico a estas horas o es todo el día igual? - cambió de tema ella, fastidiada de que ese hombre quisiera tantos detalles de su vida.

            - Lo normal, a las ocho o nueve hay mucho más.

            Ella se quedó mirando por la ventanilla y no dijo nada más. No le apetecía hablar con nadie. Llegaron y le dio la cantidad convenida.

            Fue derecha a la mesa donde la recibió el policía de la tarde anterior y se encontró a otro hombre allí. Al principio dudó pero se acercó a él igualmente.

            - Ayer me atendió otro señor - dijo, un poco avergonzada.

            - Ah, sí, ¿en qué puedo ayudarla?

            - Vengo a por información de Sara... Me dijo que podía ayudarme.

            - No sé, voy a preguntarle a ver. Está en otra mesa, haciendo papeleos.

            Se levantó y se perdió por las oficinas. Tardó un par de minutos en regresar, pero lo hizo acompañado por el hombre que vio el día anterior.

            - ¿Qué desea? - preguntó.

            - Vengo a por la información que le pedí.

            - Le dije que son cinco pesos, coja la copia usted misma.

            Ella le miró sorprendida y enojada. Él la guiñó el ojo para que le siguiera la corriente. No debía ser muy legal lo que estaba haciendo.

            - De acuerdo - dijo, resignada, cogiendo la fotocopia más cara que había comprado en su vida.

            Salió de la comisaría y se dispuso a coger otro taxi. Menudo viaje más tonto. Cuando paró uno frente a ella alguien la llamó desde atrás.

            - ¡Señora! - gritaba el agente -. Espere, tengo lo que busca.

            Brigitte despidió al taxista y esperó a que bajara el agente. Llevaba un sobre de color caqui en la mano y parecía repleto de papeles.

            - Ahora sí lo tiene.

            - Vamos a tomar algo a la heladería - replicó él, evitando hablar del tema tan cerca de la puerta de su trabajo.

            Caminaron hacia el parquecito que había allí cerca y mientras él se presentó.

            - Me llamo Diego Forlán, llevo trabajando diez años en el cuerpo y todavía no he podido meterme a comprar una casa. Pagan una miseria ¿entiende? Tenemos que buscarnos las habichuelas como podamos.

            - Imagino que sí - replicó ella.

            - ¿Usted se llamaba Brigitte? Como Brigitte Bardot, esa actriz le encantaba a mi abuelo.

            - Y a mi padre - replicó ella, sonriente.

            Se sentaron en una mesa del parque, junto a la heladería y él pidió un cono de chocolate con nata. Ella no pidió nada, quería ese sobre cuanto antes y marcharse inmediatamente a su hostal.

            - ¿Por qué le interesa este tema, señorita? - preguntó él, como queriendo ligar con ella.

            - Se lo dije, para un importante reportaje.

            Diego negó con la cabeza, disconforme.

            - No lo haga, si me permite decirle. Y se lo dice alguien que va a ganar el sueldo de un año por unas miserables fotocopias. Es usted muy guapa y lamentaría ser culpable de que le pase algo.

            - ¿Y por qué iba a pasarme algo? - preguntó, extrañada.

            - Porque como usted desaparecen varias chicas jóvenes todos los años. Y nunca aparecen. Lo único que tienen en común las desapariciones es... que todas perdieron a alguien, un novio, un marido...

            - ¿Y por qué cree que yo también he perdido a mi novio o marido? - preguntó, confundida.

            - Vamos, se le ve en la cara. Y está sola, yo no dejaría a mi novia venir a la otra punta del mundo a una investigación tan peligrosa. Además se la ve triste.

            Brigitte negó con la cabeza y miró a otro lado.

            - ¿Se va a echar atrás? - preguntó, sin emociones.

            - No, tenga. Hicimos un trato - Diego puso el sobre en la mesa y se lo dio.

            Ella sacó el sobre con los dólares que había contado y se lo entregó en mano. Luego abrió el sobre con la documentación y vio que había un buen taco de fotocopias con informes escritos a mano y fotografías.

            - Gracias - dijo, aliviada.

            - Tenga, esto es gratis - dijo el agente, dándole una servilleta con un número de teléfono -. Si le pasa cualquier cosa, por favor, llámeme.

            Brigitte cogió la servilleta y la metió dentro del sobre.

            - Lo haré. Muchísimas gracias por su tiempo.

            - No hay de qué - replicó él cogiendo el helado que le acaban de traer y pagándolo en el momento.

            - Tengo que irme - dijo ella, levantándose.

            - Claro, la acompañaré hasta un taxi.

            - No se moleste - replicó ella.

            - No es molestia - añadió él, sonriente.

            Estaba intentando ligar con ella a pesar de tener un anillo de casado. Brigitte solo quería quitárselo de encima cuanto antes. No era guapo, estaba medio gordo y tenía cerca de los cuarenta años. A lo mejor se equivocaba y solo estaba siendo amable con ella. Pero no tenía ganas de tener a nadie cerca, quería estar sola para estudiar todos esos papeles con calma y tranquilidad.

            Se acercaron a la carretera y enseguida paró un taxi.

            - Ha sido muy amable - se despidió, metiéndose dentro.

 

 

 

            Tan pronto dio instrucciones al muchacho para que la llevara a su hostal, suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás, dejando el sobre en el asiento de al lado. Puso la mano encima para sentirlo más seguro y preguntándose lo que diría Antonio si supiera que se había gastado tanto dinero en cien folios. Enseguida se regañó a sí misma por pensar en eso ya que él ya no estaba y no estaría más.

            Inevitablemente siguió pensando en ello. Se imaginó que cualquiera que viera lo que hacía podía pensar que había dado el golpe de su vida con casarse con él, ya que tenía suficiente dinero para vivir a todo lujo toda su vida sin que se agotara. Pero hubiera preferido que Antonio fuera un simple trabajador con un sueldo modesto y que no hubiera muerto. El dinero no compensaba su pérdida aunque se sentía culpable gastándolo porque era todo lo que le quedaba de él.

            Cuando llegó al hotel dejó el sobre en la cama y se puso más cómoda. Se quitó los zapatos y se soltó el pelo. Después se sentó en el colchón y sacó su contenido.

            La primera página era una copia de la portada de la carpeta. Decía: "Accidentes de tráfico entre 2000 y 2009".

            Su corazón se detuvo al leer esa descripción tan vaga. ¿Había pagado cinco mil dólares por ver todos los informes de accidentes de tráfico en diez años? Había sido estafada y no tenía modo de reclamar su dinero.

            Movió las hojas, extendiéndolas por encima de la cama y vio que a la mitad había otra página casi vacía, donde ponía "Desapariciones entre el años 1990 y 1999", y un poco más adelante estaba la siguiente carpeta, entre el 2000 y el 2009.

            Eso la tranquilizó un poco. Ciertamente la policía no sabía nada de fantasmas, no podían tener una carpeta llamada "Muertes causadas por el fantasma de la mujer de blanco".

 

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