La reina de los corazones rotos

4ª parte

            Recordó su último novio, Abraham, un chico muy simpático del que estuvo totalmente enamorada pero pronto se dio cuenta de que era un holgazán y un atolondrado que no sabía ni lo que quería. Para empezar no la quería ni a ella, ya que se acostó con otra chica y se enteraron todos sus amigos antes que ella. Lo cierto es que no era tan terrible, había pensado dejarlo varias veces pero no lo hizo porque se sentía sola cuando no estaba él. Una razón muy triste para estar con alguien, pero más triste se sentía estando sola. Tenía diecinueve años, la mitad de sus amigas ya tenían novio formal y ella no tenía ni pretendientes.

            Había tratado de llenar su vida con sus reuniones parroquiales, con las personas que compartían sus penas cada semana cuando se reunían. Debería sentirse afortunada porque ella había tenido novios, otras chicas y chicos del grupo eran mucho más desgraciados porque lo más romántico que habían experimentado había sido contar al grupo que todavía soñaban con encontrar el amor.

            Ella les quería mucho, pero no le bastaban. No eran amigos de verdad, no le salía del alma llamarles cuando se sentía mal, ni quedaban fuera de la parroquia. Ella buscaba llenar su vida con algo más y esa tarde acudiría a la casa de un chico que había tenido un accidente de tráfico y había sufrido parálisis cerebral. Cuando lo contó el sacerdote en la misa y pidió voluntarios para su rehabilitación, se sintió conmovida y pensó que podía llenar ese hueco tan grande de su pecho. Ya había ido un par de veces con distintos compañeros de la parroquia y era decepcionante ver que no se enteraba de nada de lo que le decían. Que a pesar de los movimientos que le forzaban a hacer, tumbado en la cama, a la semana siguiente parecía estar aún más agarrotado.

           

 

            Fue puntual, había quedado en la puerta del hospital con el otro voluntario, que no sabía ni quién era. Al parecer la organizadora de las visitas tuvo que buscarle sustituto a uno que ya conocía, pero que estaba de vacaciones. Buscó por los alrededores de la puerta por si había alguien allí y vio a un chico muy guapo apoyado contra la pared. Se acercó y le preguntó.

            - ¿Vienes a la rehabilitación de Álvaro? - preguntó un tanto nerviosa.

            - Sí, tú debes ser Sara - replicó él, con una sonrisa que la dejó tonta. Nunca había visto a un chico tan guapo.

            - ¿Y tú eres? - preguntó ella.

            - Víctor - respondió, dándole un beso en la mejilla.

            «Vaya, ¿y tendrá novia?»- se preguntó, fascinada.

           

            Durante toda la mañana del sábado hicieron bromas con Álvaro, se rieron entre ellos y le hicieron reír a él. Se lo pasaron tan bien que él le pidió su número de teléfono para quedar algún día a tomar algo o ir al cine. Ella se lo dio encantada y apuntó también el suyo.

           

            Después de quedar varias veces, ella estaba perdidamente enamorada de él. No tenía novia y tampoco había tenido. Era un chico tímido que apenas había salido de su casa hasta que le convencieron sus padres de que entrara en la parroquia. Allí se enteró del servició de ayudar a Álvaro y, a pesar de todo, era un chico alegre con el que daba gusto estar. En una de las citas, él reconoció que nunca había sido tan alegre como con ella. Que si lo estaba siempre era porque estaban saliendo juntos. Antes de encontrarse en el hospital, él la conocía de vista y se había enamorado platónicamente.

            - Admito que suena a locura - le dijo -. Pero acepté entrar en la parroquia un día que te vi en misa. No porque pensara que pudiera conocerte, eso era un sueño inalcanzable, sino porque había una remota posibilidad. Cuando te vi aparecer en el hospital no me atreví a acercarme, pensaba que no podía ser que fueras tú mi compañera. Nunca habría reunido valor para decirte nada... pero tú te acercaste con miedo a mí y me hablaste. Gastamos bromas y me di cuenta de que eres la mujer de mi vida. Me gustaría pedirte que seas mi novia.

            Ella se llevó las manos a la boca, apenas habían salido cuatro veces juntos pero mentiría si dijera que no había deseado ese momento.

            - Siii - respondió, llorando de alegría.

            Se abrazaron y se besaron. Su noviazgo fue como describen los cuentos de hadas. Nunca discutían, él siempre conseguía sorprenderla con detalles diarios, un día un poema, otro día venía con una extraña flor diminuta que encontraba en el campo y se la llevaba corriendo pidiéndole un vaso de agua para que aguantara bonita mucho tiempo.

 

 

            Los días y las semanas dieron paso a los meses, y los meses a los años. Ambos consiguieron trabajo y él la invitó a cenar al restaurante más caro de Santa Fe.

            Cuando estaban en el postre, trajeron helado de fresa y nata para ella, como había pedido, pero encima de la bola más alta había algo brillante incrustado. Parecía un diamante.

            - ¿Qué es esto? - preguntó, sonriente.

            - Cógelo y dí que sí - replicó él, nervioso.

            Lo agarró entre los dedos y salió un anillo de oro tras el diamante. Se quedó sin respiración, se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y después de chupar el anillo y limpiarlo con la servilleta, se lo puso en el dedo. Entraba perfecto. Recordaba que hacía una semana él había estado jugando con sus dedos mientras veían una película en su casa. Tenía un hilo en la mano y le recorría los dedos con el hilo. Seguramente le cogió la medida sin que ella se diera cuenta.

           

 

            Elegido el vestido de novia con su madre y se lo probó delante de otras personas. Todas ellas se la quedaron mirando por lo bien que le quedaba. Dio vueltas ante el espejo y se vio como una novia de película, de cuento de hadas y princesas. Solo necesitaba reunirse con su príncipe.

            Su príncipe... Se llevó las manos a la cabeza.

            - ¿Se encuentra bien, señora? - preguntó la mujer de la tienda.

            - No, no, no - respondió afectada por un recuerdo extraño -. No se preocupe, solo recordé... mi príncipe...

            - ¿Llamo a un médico? - preguntó la dependienta, preocupada.

            - No, mañana me caso - replicó intentado sonreír -. ¿Mañana me caso?

            - He visto esa mirada antes, por favor siéntese ahí y no se mueva, voy a llamar a una ambulancia.

            - Le digo que estoy bien - replicó ella, sonriendo y olvidando de repente ese mal momento.

            ¿Qué le había pasado? Estaba a punto de casarse con el hombre más maravilloso del mundo y tenía extraños y trágicos recuerdos con un hombre que no recordaba haber conocido nunca.

            Pidió que envolvieran el vestido y se lo llevó a su casa. Su madre estaba feliz y su padre no estaba allí. ¿Por qué no estaba su papi, con todo lo que le quería? Entonces recordó que su padre llevaba muerto varios años y volvió a tambalearse. Su madre no pareció darse cuenta. Mejor, no quería darle explicaciones. Se tumbó en la cama y esperó a que el mareo se le pasara y sus recuerdos se pusieran de acuerdo entre ellos.

 

            El gran día llegó, los invitados esperaban en sus bancos de la iglesia, no solo vinieron todos los familiares sino que vinieron algunos de la parroquia que les conocían a ambos, solo por verles casarse. Ella había llegado tarde y se disponía a entrar en la iglesia cuando salió su madre apurada y le dijo que debía esperar. Que Víctor no había llegado.

            Se fue al jardín de detrás de la iglesia, escondiéndose de él por si llegaba apurado, que no supiera que ella llegó antes,  y se sentó en un banco.

            La gente que pasaba por allí la silbaba y le gritaba "felicidades". Ella sonreía, pero estaba preocupada, ¿qué le había pasado a Antonio?... ¿Antonio?

            Abrió los ojos como platos, Antonio estaba muerto... nunca aparecería. ¿Pero quién demonios era Antonio?

            Durante horas esperó en el banco y los invitados fueron abandonando la iglesia. Casi nadie le decía nada porque pensaban que el novio la había plantado en el altar. Ella no vio marcharse a ninguno de los que se despidieron. No quería ver a nadie. ¿Por qué no había avisado? ¿No tenía idea de la ilusión que le hacía ese día? ¿Por qué tenía que echarse atrás?

 

            Se levantó de su banco y se arrancó el velo de la cabeza. Lo arrojó al suelo y volvió a su coche. Arrancó y fue directa a su casa.

            Cuando llegó se tiró en la cama y lloró desesperadamente. ¿Qué había hecho ella para merecer una humillación tan horrible delante de toda su familia?

            - Te odio, Víctor, te odio - se mentía a sí misma, esperando una llamada telefónica que lo explicara todo.

            Esa llamada no llegó hasta las cuatro de la mañana.

            - Hola Sara - dijo la voz, al otro lado del auricular -. Soy la madre de Víctor.

            La voz se le entrecortaba, estaba llorando.

            - ¿Qué ocurre? - preguntó, aterrada.

            - Es Víctor, no sabemos dónde está. Hemos llamado a la policía esta mañana pero se niegan a buscarlo, dicen que seguro que se ha marchado pero yo sé con cuánta ilusión esperaba este día, la misma ilusión que teníamos nosotros. Sabemos que no se ha podido ir, algo le ha tenido que pasar cuando fue a recoger el bouquet de flores ¿Tú no sabes nada verdad?

            Sara no pudo contestar, su corazón se encogió por el pánico de que le hubiera pasado algo terrible y que todavía nadie supiera dónde estaba. ¿Y si necesitaba ayuda urgente?

            - Voy a su casa inmediatamente - consiguió decir.

           

            Organizaron, entre los amigos y familiares que acudieron a la boda, una batida de búsqueda por toda la ciudad y los alrededores. Nadie trajo noticias en toda la noche. La preocupación de todos hizo que hasta los periódicos locales pusieran la noticia del novio desaparecido. Se le animaba a volver si es que había huido por miedo al compromiso, asegurando que su novia solo quería saber que estaba bien y que entendería cualquier cosa que le dijera. Todos deseaban que fuera eso.

           

            Pero la policía lo encontró muerto, en su coche accidentado, en una peligrosa curva mal señalizada. En el maletero llevaba las flores para la boda. Cuando le dijeron lo que había pasado, Sara sintió como si un ángel la hubiera atravesado con una espada y la hubiera matado por dentro.

            Salió de su casa, sin haberse quitado todavía su vestido de novia, que ya estaba sucio y descosido en los bajos. Caminó sin pensar a dónde iba y se quedó en un banco de un parque. Cogió un trozo de papel y escribió una carta de despedida al mundo. Una carta llena de rencor y ganas de vengarse de quien hiciera falta por ese desenlace tan trágico para su vida. Cuando terminó de escribirla, la dejó en la puerta de la iglesia donde iba a casarse y comenzó a caminar hacia el lugar donde Víctor murió.

            No quería vivir ni un día más sin Víctor.

Comentarios: 1
  • #1

    yenny (viernes, 19 agosto 2011 17:13)

    La historia esta muy buena espero que se aclaren las cosas que quedadon sueltas en La mujer de blanco espero que puedas publicar el final mañana.