La reina de los corazones rotos

Nota importante: Para entender mejor los sucesos de esta historia, recomendaría leer la historia "La mujer de blanco" si es que no la habéis leído todavía. También tenéis un video en este otro enlace donde conoceréis la historia de una forma un poco más cinematográfica.

3ª parte

            Con mucha más calma examinó los accidentes uno por uno y la mayoría no tenía el menor interés para su investigación. Un camión arrollaba varios vehículos en la autopista, un coche que atropellaba a un ciclista, un accidente por embriaguez... Cada página tenía una foto y la explicación policial para cerrar el caso. Nada misterioso más allá de que, en todos, había muertos. Pero también había supervivientes y nunca tomaban declaración de ellos, lo que implicaba que no había mujeres autostopistas misteriosas o no podía contar con ello.

            Al fin, entre todos los accidentes vio un detalle inquietante. En la descripción del suceso decía: "Se cree que justo antes del accidente cogieron a una autoestopista. Todos fallecieron."

            Parpadeó varias veces buscando los nombres de las víctimas y aparecían tres nombres, ninguno era el de Sara. Aunque era obvio, Sara no podía estar. Se preguntó si la autoestopista estaría incluida en la lista. No podía saberlo, no decía quienes eran los que iban ya en el coche y quien la autoestopista.

            Apartó ese informe y siguió repasando página a página todos ellos. La mayoría no tenía nada pero al cabo de un año exacto apareció otro similar. Accidente en la curva, justo después de recoger a una autoestopista. La lista de muertos no especificaba quién era ella.

            Apartó el expediente y así hizo hasta que acabó con el taco de accidentes y vio que había apartado exactamente diez. Todas en la misma carretera y distintos tramos, todos en el mismo mes, octubre, entre el día 2 y el día 15.

            - Inquietante - susurró.

            Era hora de ponerse con la lista de desapariciones. Tenía una veintena de casos por década. Muchas eran sin importancia para sus intereses, niños desaparecidos, personas mayores, algunas tenían una anotación final en la que aparecía la fecha en que fueron encontrados, unos muertos en medio del campo, otros aparecieron en otro país, vivos. Había muy pocas mujeres jóvenes desaparecidas lo que facilitó su trabajo ya que las fue apartando todas para estudiarlas más detenidamente buscando paralelismos.

            Cuando terminó las dos décadas, tenía un taco de veinticinco chicas desaparecidas. Quince de ellas tenían el epígrafe de "encontradas muertas” en fechas diversas.

            Cogió la primera y la comparó con los accidentes inquietantes. Su nombre no aparecía entre las víctimas por lo que apartó su ficha. La siguiente se llamaba Cordelia Rodríguez Estepa y buscando en los accidentes aparecía en uno. Comparó las fechas para asegurarse y vio que ella desapareció el mismo día del accidente. En la ficha de su desaparición aparecía la dirección de los denunciantes, que debían ser sus padres. La chica tenía diecinueve años.

            Con un rotulador amarillo fosforescente rodeó su nombre y dirección con un círculo y puso esa ficha encima del sobre vacío.

            La siguiente que coincidía era Felisa Esteban Rodríguez, que aparecía en otro accidente, toda esa información era pura coincidencia, no había modo de relacionar esos accidentes con la mujer de blanco. Sin embargo había un detalle nuevo.

            Examinó la historia publicada por el reportero muerto y pensó que debía aparecer en sus informes policiales. Rebuscó entre los accidentes que había seleccionado y uno de ellos coincidía: Ernesto y Blanca Sanz. No lo había relacionado antes porque eran una pareja pero ahora tenía otro sentido completamente distinto. Buscó a Blanca Sanz entre las desaparecidas y allí estaba, justo denunciaron su desaparición un día antes de su muerte.

            - El fantasma se aparece como una chica de carne y hueso... - dedujo -. No es un fantasma, son chicas reales desaparecidas. Es como si fueran poseídas para repetir la rutina de Sara. Ocurre cerca del aniversario de su muerte... pero ¿qué patrón sigue para elegir a las chicas? Tenía que visitar a todas las familias hasta encontrar una posible pauta.

 

 

            Eran las dos de la tarde cuando llegó a primera puerta, la familia de Cordelia. La recibió una mujer mayor que a pesar de sus aparentes setenta años se valía muy bien por sí sola. Tenía el pelo teñido de rubio, era alta y delgada y no tenía pinta de argentina, más bien parecía alemana. 

            - Buenas tardes, me llamo Brigitte Keira y soy investigadora del FBI - enseñó la placa tratando de parecer segura de sí misma.

            - ¿Qué quiere?

            - Estoy investigando la desaparición de su hija, hace cuatro años.  ¿Puedo pasar?

            La mujer la miró de arriba a abajo y no se movió.

            - ¿Qué hay que investigar? La policía ya cerró el caso. Dos veces, además.

            - ¿Cómo que dos veces?

            - Primero me dijeron que se había fugado con algún novio, cuando denuncié su desaparición. Dos días después me llamaron para identificarla, por lo visto se había matado con su novio.

            - ¿Está segura de que era su novio? - insistió con cierta incomodidad. Esa mujer hablaba tan seria que parecía enfadada con el mundo.

            - No, váyase, ya hemos sufrido lo suficiente. Mi hija decía que él había muerto y al día siguiente desaparece y se va con él. ¿Usted cree que me apetece recordar cómo nos mentía? – dicho eso, cerró la puerta.

            - No, por favor, es important...

            Se cortó cuando la madera se cerró de un portazo.

            Brigitte suspiró. Cerró los ojos y recordó las pocas veces que había investigado con Antonio y lo fácil que hacía que pareciese interrogar a la gente. Para ella era difícil mentir a cada palabra que salía de su boca. Le echaba de menos y volver a pensar en él fue como si se le abriera una herida en el pecho tan dolorosa como si fuera real. Intentó pensar en otra cosa y buscó la siguiente de la lista: Blanca Sanz. No sabía si estaba cerca o lejos de Cordelia, y suspiró desanimada al imaginarse delante de otra puerta, mintiendo a otra familia que había sufrido recientemente.

            Miró su ficha policial y negó con la cabeza. Hacía diez años que había desaparecido y unos días después apareció muerta en el coche de un desconocido, el famoso reportero. ¿Qué información iba a darle su familia que no tuviera ya? ¿Todas habían decidido huir por la misma carretera en el mismo margen de días? No tenía ningún sentido, pero eran casos aislados entre un centenar de desaparecidos. Era lógico encontrar algún que otro patrón. ¿Cuántos niños había visto en su carpeta? ¿Y cuántos ancianos?

            Cansada de investigar regresó al hostal y decidió dedicar el resto del día a escribir todo lo que había descubierto. Era un callejón sin salida, ni siquiera podía saber quién podría ser la siguiente. Lo máximo que se podía intentar era practicar espiritismo invocando a Sara para que dejara de matar a la gente, pero ya le advirtió Antonio una vez que los fantasmas no son como perritos que acuden a la llamada y mucho menos hacen caso de lo que se les dice. Le había explicado que una vez están en el primer círculo del infierno están obsesionados con su rutina y nada de este mundo puede detenerlos. Así quemen sus cuerpos, esparzan las cenizas, echen agua bendita sobre sus tumbas o un sacerdote les exculpe de sus pecados postmortem, estos no tienen modo de detenerse. Reviven los momentos más intensos como una especie de película empezando de nuevo, cuando el ciclo se termina.

            Eso, suponiendo que realmente fuera un fantasma lo que provocaba esos accidentes y no una especie de club de mujeres suicidas que se había empeñado en forjar una leyenda a costa de sus propias vidas.

            Desde el punto de vista de la razón, esta última opción era la única explicación posible. Era evidente que no podía ser casualidad tanto infortunio.

            Cuando terminó de escribir sus conclusiones recordó la carta de Sara y volvió a leerla. Podía ser una declaración de intenciones cruel y sin piedad por el resto del mundo pero simpatizaba con ella, entendía su resentimiento. Así se sintió ella cuando le fue arrebatado el hombre de su vida. Quería culpar a alguien, quizás se habría sentido mejor o lo podía haber superado ya, si hubiera tenido delante al asesino y le hubiera matado. Pero la mera idea de encontrarse con esos tipos de negro le daba pánico. Merecían morir, desde luego, pero ella no tenía el coraje de Sara, que incluso muerta vengaba a su prometido una y otra vez, sin descanso.

            Con todas estas cosas en la cabeza, se quedó dormida en la cama.

 

 

            Despertó en una habitación desconocida. Había una lámpara blanca con biombo de tela con flecos, como si fuera de hace muchos años, pero nueva. El despertador no era digital, era el clásico con orejas, que parecía Mickey Mouse de silueta en la oscuridad. Las manecillas eran de metal y también parecía nuevo. Sobre la cómoda tenía varias carpetas, como las que tenía en la universidad con apuntes. Se levantó, asustada, ya que todo eso era como un sueño pero demasiado real. Se asomó al espejo y se vio. En principio le costó reconocerse a sí misma pero luego, poco a poco fue recordándolo todo.

            - Ay, Sara, casi te duermes y llegas tarde - se dijo.

 

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Mike (sábado, 20 agosto 2011 19:30)

    esta muy bien la historia