Fausta

2ª parte

 

            Era la víspera del día de Navidad a pesar de los sarracenos. En todas las esquinas podía leerse un panfleto de prohibición de reuniones religiosas bajo severos castigos. Los ismaelitas eran especialmente crueles con los cristianos y cualquiera que no adorase a Alá, incluidos los judíos. Afortunadamente toleraban a los que no manifestaban creencia alguna, cosa que se veían obligados a fingir los creyentes que no querían perder la vida.

            Los sacerdotes que no cambiaban la cruz por una pared vacía, los que se negaban a la nueva religión, eran lapidados o azotados hasta morir. Por esa razón los varones virtuosos, sabedores de haber renegado de su fe, comenzaron a incurrir en toda clase de vicios y pecados. Las prostitutas estaban prohibidas de modo que era fácil imaginar quienes padecían sus más sucias perversiones. El Corán prohibía el adulterio pero no hablaba de lo que podía ocurrir en las casas de puertas para adentro y teniendo en cuenta que la mujer valía poco más que un buey de carga y según ellos el mal solo podía proceder del exterior y los infieles, a nadie le importaba lo que ocurriera con ellas.

 

            Alfonso era de los pocos que rezaba en secreto, en el silencio y la quietud de sus aposentos. Fausta le sorprendió recitando el padre nuestro la mañana cuando fue a decirle que volvía a salir.

            - ¿Cómo puedes seguir confiando en un Dios que permite las atrocidades que vemos cada día? -Le acusó.

            - No es él quien las comete.

            - He venido a decirte que voy a la ciudad -le cortó Fausta, aburrida. No quería entrar en un debate religioso.

            - Me alegro de que me tutees, ayer me asustaste al no hacerlo.

            - Volveré a la tarde.

            - Déjame que avise a Eleazar -pidió Alfonso-. Me sentiré más tranquilo si te acompaña.

            - Como quieras, padre.

            Guardaron silencio un par de segundos.

            - Hija, el Dios cristiano está presente cuando se le invoca. Su poder es tal que si se lo pedimos con fuerza, nos devolverá la vida que...

            - ¿De veras crees que Jesús va a venir a poner las cosas en su sitio? ¿Y que los Reyes magos van a traernos regalos y presentes el día seis de enero?

            - No blasfemes, hija. Dicen que se está reuniendo un ejército en Europa. El rey Ricardo de Inglaterra se ha unido a los franceses, se escucha en todos lados hablar de las Cruzadas para expulsar a los moros de nuestras tierras y reconquistar Tierra Santa...

            - ¿Desde cuándo le importamos a los ingleses? Esos bastardos son odiados incluso por los escoceses e irlandeses que están bajo su reinado.

            Mientras protestaba, Alfonso dio órdenes a su mayordomo para que saliera a buscar a Eleazar.

            - Puede que tengas razón y no pasen por nuestro país. Si las cosas no mejoran en unos meses nos marcharemos al norte -añadió él-. Aún queda un núcleo de resistencia en el reino de los Astures. Hay muchos que están viajando... Y aquí pronto no quedará nadie que trabaje nuestras tierras. Sin cultivos no tendremos con qué vivir. Lo venderé todo y probaremos en aquella tierra.

            - ¿Y crees que te dejarán partir para que luches contra ellos?

            - Podemos unirnos a una caravana de comerciantes. Debemos llevar lo imprescindible y no llamar la atención.

            Fausta suspiró. Le aliviaba saber que Alfonso no se había acomodado y seguía pensando en soluciones a su incómoda situación.

            - ¿Qué buscas en Cádiz? -Inquirió él, aprovechando su silencio.

            - Tengo que tomar el aire.

            - Sí, yo también. Te acompañaría si no tuviera asuntos que atender. Ten mucho cuidado.

            - No necesito que vengas, sé cuidarme sola.

            Justo dijo eso cuando alguien llamó a la puerta.

            Era Eleazar.

            - No creo que estar con un soldado enemigo de los sarracenos haga más seguro mi paseo.

            - Calla, hija, nadie debe saber eso -suplicó Alfonso.

            Eleazar estaba pálido, le debía aterrar que alguien que apenas le conocía supiera eso.

            - Descuida, chico, no voy a pregonarlo por ahí -añadió ella saliendo de la casa sin esperar a que la siguiera.

 

 

 

            Durante media hora caminó adelantada, ignorando al ex soldado que la seguía a escasa distancia.

            Llegaron a las primeras casas de la ciudad y Fausta entró en la primera taberna que vio.

            Eleazar fue detrás y se apresuró en detenerla.

            - Señora, no es lugar para una dama, por favor dígame qué puedo hacer aquí por vos.

            - ¿Por qué me hablas así? -Siseó enojada.

            Eleazar la condujo fuera cortésmente sin responder. Una vez a salvo de oídos indiscretos el joven se explicó.

            - Las mujeres que frecuentan estos lugares son fulanas. ¿No te fijaste en cómo te miraban?

            - Creí que no quedaban rameras.

            - Aunque han prohibido su oficio, esas mujeres no tienen otra forma de sobrevivir. Siempre habrá. Dime, ¿qué quieres que haga? ¿A qué hemos venido?

            - Vino, quiero una botella. Voy a regalársela a alguien.

            Eleazar extendió su mano y movió los dedos.

            - El dinero... Vaya, lo olvidé.

            El chico puso los ojos en blanco.

            - Te presto del mío, pero págame pronto. Tengo que comprar pan mañana.

            - Claro, mi padre te lo dará sin falta.

            - Espérame aquí, no tardo.

            - ¿A dónde más voy a ir?

            Respondió con una afable sonrisa.

 

 

            Apenas unos minutos después salió de la taberna con una botella verde con tapón de corcho llena de un líquido negruzco.

            - Me debes dos felús.

            - ¡Dos! Por el amor de Dios.

            -No pongo los precios, teniendo en cuenta que un vaso de vino cuesta uno, no deberías quejarte. Si llegas a entrar tú puede que ni te la vendiera o en caso de creerte adinerada te habrían pedido un dírham.

            -Todavía no me aclaro con el dinero musulmán. ¿En moneda visigoda cuánto es un dírham?

            -Diez monedas de bronce, creo. Tampoco lo sé, cada comerciante ha hecho el cambio que ha querido. Lo único que sé es que los dinares son las de oro, aunque nunca he visto una de esas.

            - ¿Y el Felú?

            -Creo que lo mismo que las de bronce. A los musulmanes no les gustaba ver caras de santos y cruces en las antiguas. Dicen que es blasfemia pintar rostros de dioses paganos. Si tienes monedas viejas más vale que las escondas hasta que se marchen.

            - ¡Pero por qué tienen que cambiarlo todo! Ya era bastante complicada la vida antes de llegar ellos.

            -A mí me da igual, yo trabajo y tu padre me paga con la moneda que le dan los mercaderes por lo que sacamos en las cosechas y el ganado. Mientras pueda comprar no me importa nada más.

            -Ya, qué buen trabajador.

            Fausta bufó y caminó airada en dirección a su casa. Eleazar la siguió de cerca por si quería conversar. 

 

            Por el camino fue arrancando varias hierbas que encontró por el campo. El chico no preguntó, cosas de mujeres, supuso. Viendo que elegía las mismas con bolitas rojas y negras se aventuró a coger algunas para ayudarla es su afán.

            - A parte del trigo y la cebada ignoraba que las demás hierbas pudieran comerse.

            Fausta le ignoró.

            - ¿A qué saben? Voy a probar.

            Fausta volvió la cabeza hacia él y le miró aterrada.

            - ¿Qué? ¡Par diez! Por tu cara diría que has visto un fantasma, como el otro día.

            - Eso es, pero por favor... -Fausta se acercó a él y le cogió las hierbas que tenía en las manos-, no se lo cuentes a nadie.

            - ¿Que no cuente qué? Si no me has dicho nada.

            - Es mejor que no lo sepas. Si se descubre algún día no quiero que te acusen de complicidad.

            - Parece que ambos tenemos secretos inconfesables -Respondió el chico, sonriendo-. Puedes confiar en mí.

            - Lo sé.

            - No me has dejado probar esas bayas.

            - No son para comer, las llevo por una plaga de ratones, si comes una sola de estas bolitas lo siguiente que verás serán las puertas de San Pedro.

            - ¡Par diez! Qué mal asunto. Gracias, tendré cuidado a partir de ahora.

 

 

 

 

            Una vez en la hacienda de su padre Eleazar volvió al trabajo. Ella abrió el arcón del dinero y sacó varias monedas oxidadas con los símbolos árabes. Regresó al campo y pagó su deuda. En agradecimiento le dio tres en lugar de dos.

            Luego fue a sus aposentos y machacó las bayas con un palo. Quitó las semillas y vertió el líquido en el vino.

            - Ya es hora de que ese miserable pague por sus pecados -susurró llena de odio.

            - No lo hagas, no te he contado lo del veneno para que le mates.

            - Tenga presente que su muerte le hará pagar en el infierno cada una de sus iniquidades -replicó Fausta-. Y no me venga con remilgos ahora, que de sobra sé por qué me contó lo del veneno.

            - Aquello fue hace mucho tiempo y sólo te lo dije para que tuvieras cuidado, igual que tú al prevenir a ese mozo que hoy te acompañaba.

            Fausta levantó la mirada y vio la preocupación en los ojos de Casimira.

            - No juzgues a alguien sin conocerlo -insistió la anciana gitana-. Es un maltratador, es un mujeriego, pero también es tu padre, el techo de tus hermanos depende de él y no olvides que te dio la vida.

            - Pues yo se la quitaré y mis hermanas serán libres -completó.

            -Solo queda una viva. Si estás tan decidida, adelante. Pero no olvides que el peor pecado posible es matar.

            - Yo no mataré a nadie. Será el vino y su vicio.

 

Comentarios: 7
  • #7

    Adriana (lunes, 12 enero 2015 00:56)

    Favor de poner la siguiente parte.

  • #6

    Alfonso (domingo, 04 enero 2015 23:00)

    La historia comienza lenta, pero supongo que los personajes y sus personalidades necesitan ser introducidas antes de que comience la acción. Tengo curiosidad de saber cómo puede Fausta ser tía de Rebeca. ¡Feliz Año a todos!

  • #5

    Ariel (domingo, 04 enero 2015 14:55)

    Me gusta esta historia, y aire de novela histórica es de mis favoritas, me pregunto quien Sera esta hermana de Fausta, se supone que es la madre de Rebeca jeje aunque la puede llamar tía por otra cosa

  • #4

    Chemo (domingo, 04 enero 2015 06:24)

    Me parece interesante la teoría de Tony sobre el vocablo pardiez. Me imagino la cantidad de lectores que entenderían la historia si los personajes hablaran como en el siglo VII. Si yo apenas puedo entender el gallego y el luso...

  • #3

    Tony (sábado, 03 enero 2015 00:33)

    Que bueno que busques el origen de la expresión, Jaime.
    Yo tengo la teoría totalmente criticable, por supuesto, de que los romanos usaban par deum, y en los tiempor del rekato los romanos no llevabanni cien años fuera de hispania. La expresión que usó Lope de Vega no pudo reaparecer de repente entre el siglo V y el XV. Por tanto, las personas aguerridas como Eleazar la usarían a modo de jerga y se populatizó aunque posiblemente ningún escritor de la época incluyó el vocablo por vulgar.
    De todas formas es un buen apunte Jaime, se nota que te empapas en mis relatos.

  • #2

    Jaime (sábado, 03 enero 2015 00:01)

    Tony, me parece que el término Pardiez se remonta a los siglos XVI y XVII, o al menos lo he leído solamente en escritos de Lope de Vega y Cervantes. No recuerdo haberlo leído en autores del medioevo español como Don Juan Manuel o Alfonso X. Sería interesante si introdujeses más vocablos del castellano antiguo en las próximas entregas.

    Por otra parte, me alegra que haya una nueva parte tan pronto. La historia comienza bien y nos deja entrever cómo Fausta se va convirtiendo en la bruja que es ahora.

  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (viernes, 02 enero 2015 01:42)

    He tenido que hacer algunos retoques en la parte 1, cosas de fechas, ajustándolas a la "realidad".
    Disculpar si uno comete errores.