Fausta

4ª parte

                Tras un buen rato soportando aquellos olores nauseabundos, la sacaron de la celda junto con Eleazar.

            Creyó que su padre convenció a los jueces de que la habían engañado y la perdonarían.

            — De modo que los reos aquí presentes serán condenados en la medida de sus crímenes y pagarán con su vida.

            Alfonso lloraba en un extremo y no se atrevía a mirarla.

            — ¡¿Qué?! Padre...

            Estaba demasiado aturdida para darse cuenta de que se la llevaban junto a Eleazar. Al ver la plaza central del edificio llena de gente silbándoles e insultándoles supo que su vida estaba a punto de terminar.

            Les llevaban al pozo de los condenados, había escuchado decir que la caída era desde bastante altura y les esperaban los cadáveres de los anteriores ejecutados, lanzas en ristre, palos astillados y alabardas oxidadas. Los sarracenos tenían la creencia de que los condenados a muerte iban directos al infierno y por tanto no permitían hacer ritos sagrados a los familiares porque según ellos no había nada que salvar. La ley y la religión eran una sola cosa para los caldeos de modo que al sentenciarles, condenaban a sus cuerpos y sus almas.

            Lo que significaba que no se molestaban en sacar a los muertos del pozo de los condenados. Cuando les empujaran cerrarían las trampillas, pondrían gruesas cadenas y las asegurarían con fuertes candados para evitar que saliera el hedor.

            Les colocaron sobre una plataforma de madera al borde del hondo hueco. Era tan profundo que la luz no llegaba abajo. Pero el olor a muerte y descomposición inundó sus fosas nasales.

            — Estos malhechores tomaron la vida de otras personas —recitó uno de los jueces—. Según el Corán y ley de Alá, deben pagar con propias vidas.

            Todos guardaron silencio. Fausta cerró los ojos esperando que alguien la empujara. El pánico la hizo orar sin pronunciar palabra suplicando ayuda a Dios, como quiera que se llamara Jesús o Alá.

            Al no ocurrir nada abrió los ojos y vio a un distinguido ismaelita observándola desde su caballo blanco de crin oscura. Era un hombre joven, de rasgos delicados, barba recortada y mirada escrutadora. La observaba con una extraña sonrisa.

            — Cuando usted ordene, Al—Maqqai —dijo un soldado situado a su espalda.

            — Proceder —susurró.

            Un instante después dos poderosas manos la empujaron y cayó al foso.

            A su lado vio que caía Eleazar.

 

 

            Después de la ejecución Alfonso no podía aceptar el castigo que las nuevas autoridades le imponían. Haría lo que fuera necesario para dar dar sepultura digna a su hija. Pidió audiencia con el visir de Cádiz y tras varias horas de espera finalmente accedió a verlo.

            — Su alteza, ¿puedo pedirle algo?

            Alfonso estaba con la cabeza agachada cuando entró a ver a gobernador de la villa.

            El dignatario levantó la mano pidiendo un segundo y poco después, tras garabatear en un pergamino de piel de cabra le invitó a entrar con un gesto de los dedos.

            —Es usted el padre de uno de los condenados de hoy, ¿me equivoco?

            —Así es.

            Al levantar la cabeza vio que era el que dio la orden de matar a Eleazar y Fausta, Al—Maqqai.

            — ¿Qué se te ofrece?

            —Quiero que me entreguen el cuerpo de mi hija.

            —La ley es clara, no se entierran a los reos de muerte.

            —Mi hija no es musulmana. Os ruego que me dejéis darle los honores de,... mi tradición como godo.

            —No se pueden hacer excepciones. La cadena se rompe por el eslabón más débil. Si te hago caso a ti, tendría que hacerlo con mi gente.

            —No me hagáis esto. Es mi única hija... Era...

            —Alguien capaz de envenenar a tres personas —completó enojado—tomándose la justicia por su mano. No merece misericordia alguna. La ley la dicta Alá y sus representantes estamos para ejecutarla. La gente olvida lo duro que es dar las órdenes, pero soy fiel a Alá y no puedo torcerme del camino ni a derecha ni a izquierda.

            Alfonso asintió, con el rostro anegado en lágrimas. Ese hombre no cambiaría de idea jamás.

            —Pero no pienses que no comprendo el dolor de tu corazón. También soy padre y sé lo que es perder a un hijo. Nos ha tocado vivir tiempos muy complicados.

            A pesar de lo bien que sonaban esas palabras las recitaba igual que un texto aprendido. No debía ser la primera vez que decía todo eso.

 

 

            Sólo quedaba una alternativa y era intentar robar el cuerpo por la noche a expensas de la justicia.

            Llegando a su casa la realidad se le echó encima con toda su crueldad. Recordó la cadena de sucesos que llevó a su hija a la muerte al ver a Francisca y su hija esperando en su puerta. ¿Por qué acogieron a esa mujer? Ahora temblaba de frío y sin otro lugar a donde ir con la esperanza de que él las perdonara.

            — Vete —ordenó furioso.

            — Por favor, no tengo dinero, no sé dónde ir.

            — Debiste pensarlo antes de traicionarnos.  Fuera de mi vista, no quiero volver a verte jamás.

            Apenas tenía voz, la furia que sentía reprimía sus lágrimas.

            Entró en su casa e ignoró las insistentes súplicas de Francisca acompañadas del llanto interminable del bebé.

            — ¡Sólo dije la verdad!

            Alfonso se tapó los oídos ante aquella exclamación y su ánimo se vino abajo. ¿Qué sentido tenía robar el cuerpo? Ya estaba muerta y no podría cambiar nada al respecto.

 

 

 

            La caída terminó en una rampa de madera y rodó hasta una pila de paja junto a Eleazar.

¿Estaban vivos? ¿Qué clase de broma de mal gusto les habían gastado.

            — ¡Levantaos! —Ordenó un soldado.

            — ¿Qué está pasando? —Inquirió Eleazar, igual de sorprendido.

            — El mercado de esclavos da mucho dinero, tenemos pensado un destino más útil para vosotros. A partir de ahora estáis muertos, no tenéis nombre ni apellidos y se os dará uno nuevo cuando se os asigne un dueño.

            Los agarraron por los brazos encadenados y les pusieron una tela en la cabeza. Lo último que vio Fausta fue a tres soldados arrastrando un cerdo de media tonelada, muerto, para tirarlo al foso abierto. El sonido de la carne ensartada la estremeció, así hubiera ocurrido con ella... Pero aún no sabía qué destino era peor.

 

 

 

            Les llevaron por pasadizos excavados en la tierra, iluminados por antorchas, hasta llegar a unas escaleras que conducían a espaciosas termas. Eran demasiado antiguas para ser de construcción Caldea, seguramente eran restos bien conservados del extinto imperio romano.

            Les desnudaron sin dejar de amenazarles con sus lanzas y les obligaron a entrar al agua. Eleazar estaba tan fornido que los guardias sonrieron entusiasmados. Fuera lo que fuese lo que pretendían hacerles, les habían elegido a ambos por jóvenes y atractivos. No le pasó por alto que ninguno la miró a ella, excepto Eleazar, que se puso nervioso y apartó la mirada en cuanto la descubrió mirándole.

            — Daros prisa, limpiar la mugre que lleváis encima —ordenó uno de ellos-. No podéis parecer puercos godos.

            Se sentía ofendida por la falta de atención, Fausta era muy atractiva, lo confirmaba la mirada avergonzada de Eleazar que procuraba evitar contacto con ella en la piscina en la que estaban.

            — La cabeza también. Tenéis jabón ahí.

            Señaló un lateral donde vieron unas piedras albas. Eleazar cogió una y le dio otra a ella.

            Estar rodeados de gente mirando  mientras se lavaban fue desagradable. Les habían matado legalmente y podían hacer con ellos lo que quisieran.  No tenían  la menor idea de qué les esperaba, pero ciertamente no sería nada halagüeño.

            Tras el baño les hicieron poner unas túnicas blancas y les encerraron en una celda sin ventanas ni luz. La única que tenían procedía de la parte inferior de la puerta que permitía el paso de la titilante llama de la antorcha que había en el corredor.

            — Jamás pensé que la muerte fuera así—bromeó Eleazar.

            — No lo entiendo —dijo Fausta—. ¿No soy atractiva? Ni uno sólo de los soldados me miró cuando me desnudé.

            — Yo también pensé que tratarían de deshonrarte, aunque estos moros llevan sus creencias tan incrustadas que posiblemente no se atrevieran por miedo al castigo de Alá.

            — Puede ser, son muy raros.

            — Nos llaman bárbaros a todas horas, les he escuchado decir que apestamos como ganado y que debían adecentarnos para que pareciéramos personas.

            — ¿Quién lo dijo?

            — Los que hablaban árabe.

            Fausta bufó.

            — ¿Acaso les entiendes?

            — Tengo algunos amigos en la taberna que hablan el idioma y he aprendido escuchándoles.

            — Me cuesta creer que sus graznidos tengan sentido —protestó ella.

 

 

            No les molestaron más en toda la noche. Ni siquiera escucharon a los guardias por los corredores. Llegaron a pensar que se olvidaron de ellos aunque allí no hacía frío y no tardaron en dormirse cada uno en una esquina de la lóbrega celda.

 

 

            Les despertaron con prisa y les volvieron a llevar a las termas.

            — Vamos, lavaos puercos —gritó uno.

            — ¿Otra vez? Ya nos lavasteis ayer —Se quejó Fausta.

            Los soldados de rieron a carcajadas.

            — No protestes, es peor —aconsejó Eleazar.

 

 

Comentarios: 7
  • #7

    Alfonso (viernes, 23 enero 2015 18:40)

    Tal vez tenía expectativas muy altas en esta historia pero no parece ser lo que esperaba. Tal vez sea porque apenas comienza la trama, así que seguiré leyendo para ver cómo se desarrolla la historia. Tony, ¿qué tan larga piensas hacer esta historia?
    Yenny, si los hombres actuales no son honorables, tal vez sea porque las mujeres actuales no se dan a respetar. Si no me crees, sal a la calle a ver cómo se comportan muchas féminas quienes usan la "liberación femenina" como excusa para su comportamiento. No juzguéis a todas las personas por igual: habemos muchos hombres con ética firme como también hay mujeres rectas y recatadas.

  • #6

    Jaime (viernes, 23 enero 2015 00:37)

    Pienso que Fausta fue salvada por Al—Maqqai para tenerla como esclava en su propiedad y piensa vender a Eleazar en el mercado negro.

  • #5

    Yenny (miércoles, 21 enero 2015 23:07)

    como me gustaría que los hombres actuales fueran tan honorables como estos soldados.

  • #4

    ariel (miércoles, 21 enero 2015 15:43)

    estos musulmanes son mas honorables que muchos monjes de esa época, me gusta esta historia

  • #3

    Tony (miércoles, 21 enero 2015 07:06)

    Sólo son soldados en guerra santa. No permiten que sus mujeres muestren ni un tobillo porque es pecado mirarlas con deseo.

  • #2

    Yenny (miércoles, 21 enero 2015 00:52)

    ¿Me parece o está un poco corta esta parte?,ya quiero saber que pasará con Fausta no me la imagino siendo esclava de nadie.
    ¿los guardias son gays o sólo fue impresión mia?

  • #1

    tonyjfc (miércoles, 21 enero 2015 00:28)

    Para que haya respuestas antes alguien debe formular la pregunta. Podéis comentar que seréis escuchados.