La chica de las sombras

18ª parte

 

            Isabel aceptó los consejos de Efrén, y ambos se quedaron dormidos por la mala noche que habían pasado. A medio día despertaron y salieron a comer una pizza. Isabel aún lo recordaba todo y eso podía significar que, al conocer la verdad, la sombra perdiera su poder sobre ella.  Era imposible saber por qué había dejado de olvidar las cosas.

            En la pizzería no hablaron mucho, durante todo el día sus temas de conversación se ceñían a volver a la mansión, y si realmente podían confiar en ese extraño que sabía tantas cosas. ¿No había llamado demasiado rápido? ¿Quién se desplazaría a Londres, desde quién sabe dónde, para arriesgar su vida sin cobrar nada? No existía gente así.

            A pesar de todas sus dudas, ambos estaban impacientes a que sonara el teléfono.

            Para matar el tiempo, fueron al cine a ver una película cómica. Para Isabel era una experiencia que hacía muchos meses no podía disfrutar y que había llegado a creer que nunca más podría hacerlo. Cuando empezó la película y escuchó que estaba en inglés, sin subtítulos, le pidió a Efrén que le susurrase lo que estaban diciendo. La película trataba de un ex policía al que habían expulsado por ser demasiado violento. Ahora era detective privado, o guarda espaldas, y una chica muy guapa fue a pedirle que la protegiese de su exnovio. Se trataba de un colombiano, que como en todas las películas de Hollywood, tenía un ejército de extras dispuestos a morir en los tiroteos más típicos. A Isabel no le gustaban las películas de tiros, pero esta le encantó porque la escuchó toda de los labios de Efrén.

            A media tarde, apenas salieron del cine, el teléfono de Efrén sonó con fuerza. Éste respondió, Antonio Jurado había llegado.

 

            Se encontraron en la cafetería que había a la puerta del piso de Efrén. Les esperaron tomando algo y un taxi se detuvo allí al lado. Un hombre de un metro ochenta, pelo muy corto estilo militar, invitó a salir a su acompañante, una chica de pelo castaño joven y muy guapa. Isabel y Efrén se preguntaron si serían ellos. No tenían pinta de detectives ni de ser mucho mayores que ellos.

            El hombre metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y al hacerlo se pudo ver una cartuchera sobaquera que sorprendió y asustó a Efrén.

            - ¿Has visto eso? - preguntó -. Va armado.

            El teléfono sonó y no pudieron disimular más. Las miradas del hombre y la mujer se dirigieron a ellos e Isabel les saludó con la mano. Efrén hizo lo mismo un par de segundos después, intimidado por aquel arma.

            - Efrén e Isabel, supongo - dijo el hombre, con acento madrileño.

            Se pusieron en pie y se saludaron. Los chicos se dieron la mano y con las chicas compartieron dos besos en la mejilla.

            - Me alegro de conocerle al fin, señor Jurado - dijo Efrén.

            - ¿Qué tal el viaje? ¿De dónde han venido? - preguntó Isabel.

            - Estábamos en Barcelona, negocios - respondió evasivo Antonio.

            - Ah, ya, supongo que Dios no paga lo suficiente - replicó Efrén, jocoso.

            - En realidad Dios no tiene cuenta bancaria, pero para mantenerla llena hace falta gente que esté dispuesta a trabajar bien para mí. Tenemos un restaurante allí, ¿sabe?, puse el dinero, ellos el trabajo duro. Los beneficios son muy superiores a lo que da la inmobiliaria.

            - Vaya, entonces es usted empresario... - dedujo Efrén.

            - Digamos que no hemos venido a hablar de mí. ¿Alguna novedad desde que hablamos?

            Isabel miró a Efrén con cautela y éste se encogió de hombros.

            - Hemos tenido la visita de una sombra. Una niña llamada Kathleen.

            - Buscaba a Thai, que por lo visto se llama Shadow - explicó Efrén.

            - Tiene sentido si la niña es una sombra.

            - Estupendo, ya sabemos lo que buscan - alegó Antonio.

            - Al menos lo que busca esa niña - corrigió Isabel.

            - Hemos dicho al taxista que nos espere, ¿podemos ver la mansión ahora?

            Isabel negó con la cabeza.

            - Thai está arriba, no quiero ir sin ella.

            - Pues date prisa, te esperamos aquí - urgió Antonio.

            - No dejan entrar animales en los taxis - replicó Efrén -. Pero da igual, yo tengo uno y puedo llevarles. No hace falta que le tengan esperando.

            Antonio arrugó los labios y suspiró. Se encaminó al taxista y le pago para que se fuera.

            - Pensamos que no teníais dinero - replicó la chica, que debía ser Brigitte.

            - Oh, solo es un coche, no un banco - contestó Efrén -. Ojalá pudiera pagarles, en serio, si piensan que tenemos dinero más vale que lo dejen ahora y...

            - No, no, no - se precipitó Brigitte en contestar -. Descuida, solo me sorprendió que tuvierais coche.

            Efrén miró a Isabel impaciente.

            - ¿Vas a por Thai o no?

           

 

 

            Aparcaron junto a la valla de la mansión. Aún era de día y no era tan terrible con la luz del Sol bañando la estructura grisácea quemada por el incendio. Saltaron la cerca rota y llegaron a la mansión, que Antonio no dudó en fotografiar con una extraña cámara que parecía una consola de videojuegos.

            - ¿Qué es eso? - preguntó Efrén.

            - Esto es una maravilla - respondió, jovial -. Hace fotos en tres dimensiones.

            - Vaya, ignoraba que existiera cámaras así, debe tener mucho dinero - observó Efrén.

            - Anda ya, esto es barato - replicó, sonriente.

            Isabel sonrió y le dio un codazo a Efrén. Seguramente lo hacía porque él estaba muy orgulloso de su teléfono móvil, que sacaba fotos en alta definición. Ahora eso parecía una bobada comparado con el juguetito de Antonio.

            Brigitte negó con la cabeza, con cara de fastidio.

            - Este hombre no va a madurar nunca - renegó -. Siempre está con sus cacharritos.

            Se metieron en la mansión, encabezando la marcha Antonio que, al ver que todo estaba quemado y oscuro, dejó de sacar fotos y se guardó el aparato en el bolsillo.

            Brigitte le seguía y detrás iban Efrén e Isabel.

            Examinaron toda la planta baja, la biblioteca, los dos baños, la piscina... Para sorpresa de Efrén, la piscina no tenía agua ni cuerpos muertos como había visto la última vez. Señalaron el techo y Antonio aprovechó para sacar una foto.

            - ¡Deja ya esa maldita cámara! - le regañó Brigitte, cansada.

            - Está bien, está bien - replicó él, avergonzado como un niño.

            Después de ver todo, subieron por las escaleras de uno en uno, ya que no parecían muy estables y vieron las habitaciones. Al entrar la luz del Sol por la ventana, no veían más sombras que las suyas. Sin embargo podía haber muchas escondidas en las partes que no daba el Sol. Isabel no quiso decir nada porque no se trataba de encontrar una sino de todo un ejército y prefería que las sombras se sintieran seguras a que se supieran descubiertas.

            Finalmente subieron al desván y vieron el altar y las columnas. Allí no entraba sol directo, las ventanas de cristal estaban ennegrecidas por el humo del incendio por lo que si había sombras allí, no podrían verlas a menos que las alumbraran con alguna linterna, que ninguno pensó que fuera necesaria dado que el Sol brillaba con fuerza.

            - Debería volver al coche a por linternas - intervino Efrén.

            - No podemos separarnos - le cogió Isabel del brazo.

            - Vamos todos... pero aquí no hay nada - Antonio parecía decepcionado.

            - No hay nada que se pueda ver, créame, es mejor eso a que haya algo que no se pueda ver - replicó Isabel, enojada.

            - No hemos venido para ver una mansión quemada - replicó él, furioso.

            - Volvamos con linternas - intervino Brigitte, apretando del brazo a Antonio.

 

 

            Fueron al coche y volvieron con las dos que tenía Efrén en el maletero, con su luz pudieron ver con mucho más detalle, que la casa estaba completamente vacía. Ni en la piscina, ni en las habitaciones, ni el desván había nada interesante.

            - Si la Luna llena les intimida, deben estar bien escondidos - alegó Antonio.

            Cuando estaban en la planta baja Brigitte vio que debajo de la escalera había un mueble corrido. Con la linterna distinguió los surcos por el suelo.

            - Mirad esto - dijo, alumbrando.

            - Han movido el mueble - dijo Isabel -. Deben estar ahí escondidos.

            Antonio y Efrén se apresuraron en acercarse al mueble y lo devolvieron a su sitio, no sin un gran esfuerzo. Estaba bastante viejo y aunque había soportado bien el incendio, se pegaba con firmeza al suelo. Cuando lograron apartarlo, vieron que detrás había una puerta rota.

            - ¿Habíais entrado aquí alguna vez? - preguntó Antonio.

            - No lo habíamos visto.

            - Seguro que están ahí - dedujo el detective.

            Sacó la pistola, un arma enorme que parecía capaz de atravesar una pared. No solo con las balas, sino usándola como cachiporra.

            Antonio empujó lo que quedaba de puerta y se adentró en el oscuro corredor que bajaba por unas escaleras de piedra.

            - ¿Deberíamos bajar? - preguntó Isabel.

            - No sé - respondió Efrén -. Está muy estrecho.

            - ¿Me disculpáis? - preguntó Brigitte, con una pistola Eagle negra en la mano, pidiendo permiso para pasar.

            - Adelante - ofrecieron, intimidados por el arma.

            Cuando vieron que la chica se perdía en la oscuridad tras su marido, Efrén miró a Isabel con nerviosismo.

            - Vamos, estaremos más seguros junto a ellos - dijo ella.

           

 

            Antonio alumbraba el entorno con la linterna y apuntaba a cada rincón que alumbraba con su pistola. Si no había dicho nada en su descenso no era por que no tuviera nada que comentar, sino porque allí abajo había centenares de cuerpos ocupando todo el suelo de la bodega. Cuerpos visibles que parecían muertos. Brigitte le cogió del brazo, asustada.

            - Cielos - susurró -. ¿Crees que están muertos?

            El leve susurró provocó una reacción en cadena en todos aquellos cuerpos, que levantaron sus cabezas y les miraron desde todas las direcciones. Eso fue lo que se encontraron Isabel y Efrén cuando llegaron a donde estaba Antonio y su mujer.

            Todos esos hombres y mujeres parecían estar poseídos por demonios ya que su mirada era de puro odio.

            - Creo que debimos quedarnos arriba - comentó Efrén, dando un paso atrás.

            Los cuatro retrocedieron, temiendo que esa multitud se levantase, pero algo les atacó desde un lado y les derribaron, haciéndoles soltar armas y linternas. La oscuridad se hizo total y los ruidos comenzaron a escucharse desde todas partes. Isabel trató de levantarse pero dos personas muy fuertes tiraron de ella y la subieron por las escaleras. Eran como las sombras que la habían cogido en el desván, igual de rudas y fuertes, pero al llegar arriba podía ver quienes la arrastraban. Eran dos hombres de aspecto sucio y descuidado que miraban al frente como si no tuvieran alma. Se resistió y le dio una fuerte patada a uno de ellos.  Éste, sin quejarse, la soltó con una mano y le propinó un potente derechazo que la dejó sin sentido.

 

            Efrén trataba de levantarse, pero varias personas se habían subido a su espalda y no parecían tener más intención que sujetarle para que no pudiera moverse. Escuchó atentamente por si alguien decía algo pero no hubo ninguna voz aclaratoria, solo gente moviéndose.

            - ¡Antonio! - exclamó -. ¿Estás bien?

            - Maldita sea, no me dejan mover, no sé dónde está el arma.

            - Isabel - volvió a gritar Efrén- Contéstame por favor.

            Nadie contestaba, lo que preocupó al chico y forcejeó con más fuerza. Esta vez, por mucho que se enfadara, tenía tanta gente sujetándole contra el suelo que le costaba incluso respirar.

            - ¿Nadie me echa de menos a mí? - preguntó Brigitte -. Por si os interesa, me tienen sujeta como si esto fuera lucha libre.

            - ¡Isabel! - gritó Efrén, histérico.

            - Joder, ¡soltarme! - gritó Antonio.