La chica de las sombras

7ª parte

 

            Cuando embarcó y se puso a Thai sobre las piernas, se dio cuenta de que sería un viaje incómodo. El vuelo duraría dos horas, si no había retrasos, por lo que pensó que había pasado más tiempo incómoda durmiendo en un banco de la calle. Aquello era un lujo.

            Thai iba completamente dormida y no quiso hacer el menor ruido para no molestarla. Seguía odiándola y eso le dolía. Podía ser todo lo gruñona que fuera con su otra personalidad, pero ¿por qué con ella? Lo pensó mejor. Qué tonta era, ¿acaso entendía un perro de dobles personalidades?

            De alguna manera, en su subconsciente había dejado que la sombra la dominara para que le consiguiera el dinero que necesitaba la noche anterior. Se sintió poderosa al poder recurrir a eso pero al mismo tiempo temía que una de las veces no despertara o lo volviera a hacer llena de sangre. No sabía lo que hacía siendo dominada por ese otro yo y lo peor era que siempre hacía cosas malas. Si tan solo pudiera recordar... ¿Y si para su yo oscuro ocurría lo mismo? A lo mejor necesitaba descansar y cada cierto tiempo necesitaba devolverle el control... O podía ser la tercera teoría, la que nunca había contemplado. Su mente pudo dividirse y tanto una como la otra personalidad eran ella misma, pero con recuerdos separados e independientes. Ella era la niña inocente que mantenía sus recuerdos puros y la otra era la rebelde que hacía lo que le viniera en gana, sin conciencia de ningún tipo.

            El vuelo se pasó rápido porque le pusieron unos capítulos de una serie que le encantaba y la entretuvo hasta el aterrizaje. Nunca antes había volado y, por lo que había escuchado, era como subir a una montaña rusa. Cuando estaban desembarcando en el aeropuerto de Londres, supo que la gente exageraba. Sólo era como subir en ascensor.

            Cuando vio la fila de taxis se dio cuenta de que no sabía inglés y no sabía a dónde ir. Tenía la maleta en una mano y a Thai en la otra y tenía delante a una fila de coches negros de aspecto prehistórico y con chóferes con caras pálidas con mofletes rosados a las que no estaba acostumbrada, muchos pelirrojos, todos con caras de ingleses.

            Recorrió la fila de coches preguntando por uno que supiera español y cuando estaba llegando al final el taxista le respondió.

            - Yo soy español, ¿Dónde quieres ir?

            - Gracias a Dios, necesito un hostal barato.

            - ¿Hostal? Quieres un hotel barato... - especuló el chico. Era joven, tendría como mucho veinte años.

            - Lo que sea, no tengo mucho dinero.

            - Sube - el chico bajó y la ayudó a meter la maleta en el maletero.

            - ¿De dónde eres? - preguntó -. Yo de Barcelona, vine a estudiar inglés y me gano la vida así.

            - Qué suerte que te encontré - dijo ella, fingiendo entusiasmo e ignorando la pregunta. No quería ningún tipo de trato cordial.

            Subió al coche con Thai a su lado. Vio por la rejilla que ésta la miraba con respeto y miedo. Se preguntó si algún día se le pasaría.

            - ¿Vienes de vacaciones? - preguntó él mientras conducía.

            - No, que va. Es cosa de... - dudó cómo definir el motivo de su viaje -. Digamos que vengo por una herencia. Tengo que ir a una casa quemada por si me interesa quedármela.

            - Vaya - el chico no supo qué responder-. Me llamo Efrén.

            - ¿Está muy lejos el hotel? - respondió ella, arisca. Ese pesado quería a toda costa conocer detalles de ella. Sin duda esperaba que ella se presentara.

            - Puedo ayudarte, si no conoces a nadie por aquí - insistió él.

            - Eso es lo que dicen todos los maleantes que quieren aprovecharse de una pobre chica sola en una ciudad- replicó ella, enojada -. Llévame a un hotel y déjame en paz.

            - Lo siento, solo trataba de ser amable. Hace mucho que no me cruzo con españoles.

            Isabel se sintió mal por ser tan hosca. Aun así no cambió su actitud.

            - ¿Cómo fue el vuelo? - ese chico era la personificación de la pesadez.

            - Supongo que como todos los vuelos. Mira, ¿no tienes una radio o algo así? No tengo ganas de hablar.

            - Está bien, perdona.

            El resto del viaje lo pasaron escuchando hablar a personas por la radio. Isabel no entendía una sola palabra, puede que alguna suelta, pero no entendía lo que decían. Había estudiado inglés toda la vida en el colegio y estaba claro que no le había valido para nada.

            Atravesaron las oscuras calles londinenses y no encontraron mucho tráfico.

            Un viaje aburrido y ella llevaba muchas horas sin dormir... Se le cerraron los párpados.

 

 

            Cuando despertó sintió un cuerpo caliente a su lado. Estaba tumbada en una cama, en una habitación en semipenumbra y estaba cubierta de algo pegajoso. Se temió lo peor... Se levantó de un salto y buscó la luz por las paredes. Cuando encontró el interruptor y vio lo que había delante de ella, en la cama, y soltó un suspiro de desesperación y frustración.

            ¿Qué demonios hacía ese taxista en su cama? ¿Lo habría matado?

            Su movimiento perezoso, volviéndose hacia ella, le dio la respuesta. No estaba muerto, sólo desnudo... y por la manera de mirarla... ella también.

            - Dios... - susurró ella, horrorizada.

            - ¿Qué te pasa? Vuelve a la cama, anda. Aún podemos llegar a diez.

            - ¿Qué? - preguntó, aún más asombrada.

            - Vamos, me has puesto cachondo ahí de pie con la luz encendida. Si querías despertarme y excitarme, lo has conseguido.

            Buscó su ropa por todas partes y se sintió sucia al verla repartida por toda la estancia. Era una habitación de hotel con muebles viejos, una alfombra y parquet demasiado gastado. Había una silla pero no había nada encima. Localizó sus bragas, su sujetador, su pantalón y su camiseta y se las puso, escondiendo sus partes íntimas de ese descarado taxista. No fue consciente de que eso debía ser extraño para él hasta que estuvo completamente cubierta con su ropa, aún sin poner.

            - Esto... ¿puedes decirme lo que hemos hecho exactamente? - preguntó, tímidamente.