La chica de las sombras

4ª parte

            Salió del hospital psiquiátrico con el corazón acelerado. No debería haber vuelto a ver a su madre. Seguía odiándola, acusándola de ser una sombra asesina y si eso era poco, le había deseado lo peor que podía decir una madre, no haberla parido. Si no fuera porque sabía que podía tener razón la odiaría, pero lo cierto era que ella hacía cosas cuando perdía la consciencia. Su madre tenía razón y la única forma de destruir al monstruo que llevaba dentro era ir al lugar donde empezó todo, tenía que volver a la mansión.

            Pero antes tenía que ir a ver a su tía, preguntarle por Thai y saber qué fue de ella. Cuando la echó de casa, la perrita estaba vieja, pero muy sana.

            Su tía vivía en la otra punta de la ciudad. Cogió el metro y se dirigió allí. Ahora que iba bien vestida, que estaba limpia y tenía algunas monedas, sería más complicado conseguir que alguien le diera suficiente dinero para viajar a Londres.  Pero tenía una idea para conseguir el dinero.

 

            Se decidió a llamar al timbre de fuera del jardín y al cabo de unos segundos alguien contestó. Era su tío.

            - ¿Quién es?

            - Soy Isabel, tío. ¿Puedo entrar?

            - ¿Isabel?

            Escuchó murmullos dentro de casa y terminó escuchando.

            - ...déjala entrar. Abre la puerta.

            - Pasa, pasa - dijo él, mientras sonaba un zumbido en la cerradura.

            Empujó la puerta y se abrió. Se adentró en el jardín con timidez, pensando que no hacía mucho tiempo su tía le abría la puerta de casa para que Thai la recibiera con alegría en la entrada de la casa. Esa vez no habían abierto la puerta del chalet. Era pequeño pero tenían un garaje amplio. Cuando llegó a la puerta de la casa, su tía abrió y la recibió con una sonrisa de bienvenida y ansiedad.

            - Estás muy flaca, mi niña - le dijo, como si nunca la hubiera echado de casa. Se sentía culpable, por lo que le había hecho.

            - No se come bien en la calle, tía - explicó sin ocultar la verdad. No tenía por qué hacerlo.

            - ¿En la calle? - preguntó -. ¿No tienes trabajo?

            ¡¡Guau!!, ¡¡Guau!! Se escuchó un ladrido familiar y agudo descendiendo por las escaleras de los dormitorios. Thai estaba viva y seguía tan ágil como siempre. En cuanto la vio movió la cola como un torbellino y se agachó emitiendo llantos perrunos, esperando ser acariciada.

            - Oh, mi Thaisis, cómo te he extrañado - dijo Isabel, abrazándola y deseando salir corriendo de allí con ella.

            Su tía estaba asombrada y no sabía qué decir. No quería aceptar que cuando se tiene que comer de la basura y dormir en los cajeros automáticos, la gente no suele contratarte.

            - Lo siento, tía, si esperabas que llegara subida a un coche de lujo con un príncipe colgado de mi brazo, me temo que te he decepcionado.

            - Si no encontrabas nada deberías haber vuelto.

            - Tú sabes que no me habrías dejado entrar. Y sabes qué, habrías hecho bien - se replicó a si misma -. Tenías razón, hay un mal que me persigue y que pone en peligro a todos los que me rodean. No puedo quedarme mucho tiempo necesito que hagáis algo por mí.

            - ¿Qué podemos hacer para ayudarte? - preguntó su tío.

            - Tengo que ir a Londres, a la vieja mansión. Y necesito que me dejéis llevar a Thai.

            - No, ni hablar - replicó la tía.

            - No eres quién para impedirme... - Isabel se contuvo.

            Pero su tía interrumpió su réplica.

            - ¿Con qué dinero irías? - preguntó -. No voy a dejar que  te juegues la vida, te pase cualquier cosa y Thai se quede perdida por Londres.

            - Tengo que llevármela.

            - No pienso permitírtelo.

            - Es mía, y no tienes derecho a quitármela - replicó Isabel, tozuda.     

            - Tiene razón - replicó su tío -. Está a su nombre.

            Su tía negó con la cabeza, pero más por negarse a aceptar la realidad que por convicción.

            - Sé que es duro separarse de ella y tienes razón -razonó Isabel-, podría ocurrirme algo allí donde voy, pero tengo que hacerlo.

            - Si fueras mi hija y pudiera evitarlo, no dejaría que fueras - alegó su tía-, y Dios me ha dado un don que podría salvarte. Te daré el dinero solo si dejas que te acompañe.

            - Tía Alicia, tengo que ir sola. No puedo dejar que vengas.

            - No puedes impedírmelo, solo así te pagaré el billete avión.

            Isabel no quería aceptar el trato, pero tenía razón. Necesitaba el dinero y si le pasaba algo a ella, Thai tendría con quién volver.

            Acarició su cabecita llena de canas y Thai lamió su mano, agradecida. Entonces se cansó de estar en su regazo y se paseó por la sala de estar.

            - Gracias tía - susurró, conmovida. Al verse libre de la perrita se levantó y la abrazó. Su tía comenzó a llorar y le devolvió el abrazo, llorando en silencio, como una forma de pedir perdón.

            - ¿Qué le pasa a Thai? - preguntó su tío.

            Ambas miraron hacia atrás y miraron a la perrita, que se había escondido debajo de una silla, en la esquina más alejada de ellas. Miraba a Isabel con miedo.

            - ¿Nunca ha hecho eso? - preguntó Isabel.

            - Jamás, ella es la que asusta a las sombras, nunca se asusta salvo con los cohetes artificiales o los relámpagos.

            Isabel se acercó a Thai lentamente y la perrita se acurrucó aún más hacia atrás, aplastándose contra la pared.

            - ¿Qué te pasa cosita?

           

 

 

            Lo que pasó a continuación nunca llegó a averiguarlo. Era fácil de adivinar, a juzgar por la sangre desperdigada por toda la casa, y restos de carne y vísceras repartidos por la pared, el suelo y el techo. No quedaban más que dos cuerpos despellejados en el suelo, tan irreconocibles que no podía saber quien era su tío y quién su tía. Isabel estaba llena de sangre. Tenía los brazos tan sucios que se veían negros y, cuando se lavó en el cuarto de baño encontró a Thai detrás de la puerta, temblando de miedo y sin atreverse a que se le acercara.

            - Thai...  -susurró, asustada -. Soy yo, no tengas miedo.

            Intentó acariciarla con las manos ya limpias pero la perra la mordió con rabia y cuando se apartó salió corriendo, seguramente a esconderse en alguna parte.

            Quiso cogerla, meterla en una mochila y llevársela a Londres por la fuerza pero comenzó a darse cuenta de lo que había hecho y sus piernas fueron perdiendo fuerza al saber con certeza que ella había asesinado salvajemente a su familia más cercana. Además lo había hecho justo cuando se acababan de reconciliar y su tía Alicia pretendía ayudarla en su viaje a Londres. Había pensado que su don de ver a las sombras a través de los espejos le sería de gran utilidad.

            Pero lo que más la estaba asustando no era haberlos perdido para siempre, ni que la pudieran atrapar por esos asesinatos brutales.

            Lo que más la asustaba era que no sentía ninguna pena por sus víctimas, como si en su subconsciente se alegrara de lo sucedido.