El vórtice

20ª parte

            Despertó una hora más tarde. Una idea rondaba su mente, surgida de un sueño o una pesadilla que no recordaba: "Las llaves de Neftis". Alastor le habló de ella refiriéndose a que también renunció a la oscuridad elemental por su adicción al sexo.

            Hizo memoria y recordó la última vez que la vio y fue que cuando fueron a preguntarle por Génesis, en una cafetería céntrica de Madrid (que fue bastante difícil dar con ella). Se negó a colaborar y supo que jamás daría su brazo a torcer. Por ese motivo determinó que debía morir para impedirle que avisara a Génesis... Y porque siendo gemelas existía la posibilidad de que estuviera mintiendo y en realidad fuera la que buscaban.

            Utilizó sus poderes oscuros para matarla. Fue difícil ya que en su interior habitaba un ser oscuro que evitaba su energía con bastante resistencia. Al final logró echar al demonio y pudo parar el latido de su corazón.

            Días después, los de la morgue le hicieron entrega de sus pertenencias. Apenas encontraron cosas. No tenía ninguna propiedad registrada a su nombre, era una mujer que vivía al día. Por lo que sabía, hacía "favores" a hombres dispuestos a pagarle un buen precio por una noche de sexo. ¿Era una prostituta? Sí, pero no como las demás. Nunca aceptó la oscuridad elemental de su padre y aquel día, al leer sus pensamientos, supo que su modo de mantenerse joven para siempre era con un pacto demoníaco. Tenía su alma vendida a la reina del infierno, Lilith. Una diablesa que concedía deseos si a cambio se le pagaba con leche... Esperma masculino procedente de una noche libidinosa. Neftis, primero exprimía bien a sus clientes bebiéndolo y luego, en un altar con tres velas, vomitaba el semen para ofrecérselo a Lilith. A cambio, recibía belleza y juventud eternas cuando la reina del infierno visitaba a los hombres con los que había estado y se llevaba sus almas.

            Calipso, o como quiera que se llamara, no podía morir. Cuando la mató no lo sabía, pero sí al llevar su cuerpo al crematorio, pues la llamaron por su repentina y misteriosa desaparición. Solo dejó una cosa: Sus llaves. Supuso que quedándose con ellas, la dueña volvería a buscarlas y... Como nunca fue, ahí estaban, entre sus cachivaches del cajón de su mesita de noche.

            Ordenó que llenaran su urna con las cenizas de lo que fuera. Pero debían certificar su muerte o no conseguiría despertar la ira de Alastor. Así logró que el viejo volviera a la dar señales de vida, y provocó el incidente de la isla Hamilton, en Bermudas donde lo encontraron.

            La cosa no salió del todo bien, no solo no lograron acabar con Alastor o capturarlo sino que fueron tragados por aquella maldita energía procedente del espacio y quedaron encerrados en el Vórtice.

            Pero las llaves... Las tenía en el cajón de su mesilla de noche. Entre todas sus cajas de medicinas, pinzas y tijeras de manicura, condones, botecitos de pintauñas y demás cachivaches.

            Abrió el cajón y las encontró allí. Eran viejas, una de ellas oxidada, la más larga. Tenían un llavero, una efigie egipcia de la diosa Isis. También colgaba un cascabel dorado.

            Sonrió pensando que por ser de ella podía ser mágico. Lo hizo sonar con fuerza y esperó con cierta incredulidad. ¿Se iba a aparecer Neftis, Génesis, Alastor...? ¿O no pasaría absolutamente nada? Desde luego sonaba como cuando un hechizo mágico se realiza en un momento clave de una película.

            —¿Dónde estás Natalia? —Cerró los ojos y apretó las llaves con fuerza. Se emocionó imaginando la escena frente a su hija y sus mejillas se humedecieron. ¿Acaso esperaba que el cascabel de Neftis concediera deseos a personas desesperadas?—. Debo estar volviéndome loca. ¿Qué iba a hacer yo con una hija? Con lo bien que estoy sola.

            No ocurrió nada. Como era de esperar.

            Tras unos minutos de reflexión volvió a meter las llaves en el cajón, se limpió las lágrimas con las palmas de las manos y se vistió. Si el EICFD no la iba a ayudar, lo haría su vieja amiga Lara Emmerich.

            Al echar mano a su teléfono se llevó el disgusto de ver el Smartphone de Antonio Jurado, esa flamante pantalla de cristal negra con su solo botón circula la sacó de quicio. ¡Había perdido su teléfono! Y esta vez no tenía su memoria inmortal y prodigiosa, nunca recordaría el número de su vieja amiga.

            Abrió la agenda del iphone y ante su asombro encontró allí su nombre y su número. Se quedó estupefacta, Antonio y Lara no se conocían de nada, excepto desde su viaje a Bermudas. ¿Cuándo apuntó sus datos?

            Miró de reojo al cajón y sonrió pensando si ese cascabel no le habría puesto esa idea en la cabeza y ese contacto en el móvil que tenía entre las manos.

            No, sin duda fue casualidad.

            No lo pensó dos veces, llamó a Lara y esperó a que cogiera el teléfono. Eran las ocho de la tarde, ya debía estar en casa después del trabajo.

            —¿Antonio Jurado? —Respondió su voz inconfundible—¿Qué has visto esta vez? ¿El hombre de las nieves?

            —Soy yo, Ángela.

            Un tenso silencio ocupó el auricular y no sabía si porque la llamada se cortó o si su contertulia no podía responder.

            —Creí que habías muerto —escuchó al fin una voz sin emoción, seca.

            —He vuelto. Tenía una cosa pendiente antes de morir y ahora que por fin soy libre y no me persigue la policía, pensé que podías ayudarme a encontrar a alguien.

            —¿Tu madre? Suponía que la odiabas y no querías volver a verla.

            —No, no... Es mi hija. Su nombre es Natalia.

            —No sabía que tuvieras una.

            —Nunca se lo había contado a nadie, no es una historia de la que me sienta orgullosa.

 

            Le dio todos los datos, cuándo se escapó de su casa, quiénes eran sus padres legales. Le contó lo del día en que acudió a la clínica clandestina para abortar y que la convencieron con dinero y alojamiento con tal de que no lo hiciera. Lara Emmerich apuntó todos los datos y aunque se mostró fría prometió intentar encontrarla, conmovida por la trágica forma de ver morir a su madrastra a manos de su padre.

            —Escúchame bien, no sé si podré ayudarte. Espero que no tengas preparada una represalia si no lo consigo porque no pienso mover un dedo bajo amenaza nunca más.

            —Lara, ya no soy la misma de antes. Te lo pido como la única persona en la que puedo confiar. Te pagaré si lo deseas —replicó.

            —Vale, lo haré con una condición.

            —Lo que me pidas.

            —No quiero volver a saber nada más de ti, jamás.

            Aquella petición la dejó sin aliento. Se lo merecía, la había tratado muy mal, la obligó a colaborar con ella, casi la mató en la cárcel cuando disponía de sus poderes oscuros, también la había disparado y cargado con las culpas de sus crímenes en el pasado, mientras eran "amigas".

            —Supongo que es lo justo —confirmó.

            —Te llamaré a este número. ¿Cómo es que...? Da igual, no quiero saber nada de tu vida. Trataré de entrar desde el portátil de casa en la base de datos de la policía y te llamo.

            —Esperaré la llamada.

            —¿Puedo preguntarte una cosa? —Inquirió Lara.

            —Claro.

            —¿Qué pretendes contarle a esa muchacha? ¿Crees que volverá a tus brazos sin importarle que la vendieras a un maltratador?

            Ángela soltó un suspiró fastidiada.

            —Eso es asunto mío.

            —No esperaba que me respondieras —replicó con sequedad—. Solo pretendía que te lo pienses dos veces… Si doy con ella.

            —Ya, no me malinterpretes... Si te soy sincera, no tengo ni idea de lo que voy a decirle.

            —¿Quieres un consejo? —Ofreció la policía—. Tú, a diferencia de otras madres, le diste la vida y una casa con pasta, o eso pensabas. Pero eso no quita que dejó de ser tu hija el día que firmaste aquel papel y te llevare tu dinero. Así que olvídala.

            —Ojalá pudiera, lo que pasa es que la última información que tuve hace tres meses fue que vivía bajo un puente de la M—30.  Iba a buscarla cuando surgió lo de Hamilton, en las Bermudas. Desde entonces es como una luz en mi corazón y siento que me necesita, que la debo encontrar. Si ahora puedo darle esa madre que perdió...

            —Jamás pensé que te preocuparas por nadie —replicó Lara—. Solo por eso, haré todo lo que pueda.

            —Gracias.

            Colgaron sin despedirse. Ángela suspiró, se puso su bata de seda blanca, casi transparente y salió al balcón. Se sentó en una tumbona junto a la piscina y disfrutó al imaginar a sus vecinos usando sus prismáticos para verla a través de la seda. Volvía a ser la misma de siempre. 

            Sintió un dolor repentino justo bajo el diafragma. Suspiró y musitó:

            —Me muero de hambre.

            Pidió una pizza mediterránea que llegó a casa en media hora. Se iba a vestir para pagarla, pero decidió no hacerlo. Quería ver la cara del motorista cuando la viera abrir con aquella bata traslúcida sin ropa interior y sin el menor pudor.

            Al abrirle estudió al repartidor conteniendo la risa, al ver su cara de incredulidad. Era un chico que rondaba los treinta años, con barba, flaco y en cuanto la vio se quedó paralizado y tartamudeó el precio de la pizza. La miró de arriba abajo pero estaba tan sorprendido que no dijo una palabra más.

            Pagó en efectivo y durante un segundo dudó si le invitaba a cenar con ella o no. Era un muñeco de trapo que accedería a entrar si le ofrecía su mano, aunque eso le supusiera perder el trabajo. Finalmente decidió no hacerlo, tenía cosas que hacer esa noche. Si la llamaba Lara no quería testigos.

            Cuando cerró la puerta el repartidor seguía como una estatua, mirándola embobado sin contar el dinero con el que había pagado.

            Devoró la pizza con ansiedad, llevaba un tiempo indeterminado sin probar comida decente y se la terminó entera a pesar de ser una mediana a tope de ingredientes. Cuando se la acabó volvió a la terraza y se dejó caer en su tumbona de mimbre. Luego se atrevió a cerrar los ojos con el teléfono sobre el ombligo arriesgándose a quedarse dormida.

 

            El aparato la despertó a las diez de la noche. Era Lara.

            —Tengo su dirección —escuchó su determinada voz—. Ha sido acogida en un albergue de Orcasitas. Tiene más delitos que tú a su edad y como es menor no pueden encerrarla en otra parte, hasta le han puesto un mote: "La princesa de la calle". Pero este año cumple dieciocho. O la enderezas o terminará sus días en la cárcel o en un prostíbulo.

            —Gracias, veré lo que puedo hacer.

 

 

            Tenía una dirección y un teléfono. No tenía sentido llamar y preguntar por Natalia. Se puso unos leggings nuevos del armario de color gris con brillo que emulaba el cuero, unas zapatillas de correr, camiseta holgada morada, su bolso ceñido a la cintura y después bajó al garaje a por su moto. La Suzuki Gixxer 155 seguía allí, junto a sus tres coches, un Mustang, un Audi y un Mercedes. No hacía más que un día que montó su moto, pero tras su viaje por el espacio y debido a que había recuperado su mortalidad, sentía que acababa de despertar de un sueño y la acarició como a un amante, deseosa de montarla.

 

 

            Llegó al albergue dos horas después. Tardó tanto porque no sabía qué iba a decirle. Igual ni la dejaban entrar, nunca había visto un sitio de esos para los "sin techo". Aparcó su moto en el parque de Pradolongo, junto a la vieja iglesia Maris Stella, donde, según Lara, estaba su hija.

            Había luces pero las puertas estaban cerradas. Se acercó a la única que tenía carteles informativos en la entrada. Llamó al timbre y sin saber todavía qué iba a decirle, dejó que su dedo pulgar hiciera sonar la campana.

            Durante unos eternos segundos pensó que no abriría nadie. No escuchó pisadas ni el menor movimiento. Hasta que abrió una monja con su hábito de color azul marino sobre la cabeza y blanco por debajo de la barbilla y pecho.

            —Buenas noches, madre —saludó, con una inclinación de cabeza.

            —¿Qué desea? —Preguntó la mujer un tanto desconfiada.

            —Hace... Dieciocho años... —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Verá, mi hija está aquí. Se llama Natalia y me gustaría verla. Pero por favor no le diga que soy su madre.

            —Yo no voy a decirle nada, pase —la invitó a entrar. Se encontró con unas cincuenta camas alienadas a ambos lados de la estancia alargada, de las cuales estaban ocupadas la mitad. Todos despiertos y escuchando lo que decían.

            —¿Puedes venir, Nati? —Pidió la monja.

            Una de esas personas más cercanas y que apenas veía por la falta de luz, se levantó y se puso unas zapatillas viejas, roñosas y rotas. Caminó lentamente hacia la puerta y Ángela creyó estar viéndose en el espejo. Era igual que ella, antes de volver a ser mortal.

            —¿Ha dicho que es mi madre? Eso es imposible, ella está criando malvas. Mi padre la mató delante de mis ojos —escupió las palabras con un odio visceral.

            La monja le puso la mano en el hombro y la tranquilizó pues se acercaba muy agresiva.

            —No creo que mienta, cariño, fíjate, es tu vivo retrato.

            —Verás yo... —Ángela no pudo continuar hasta que logró encontrar las fuerzas necesarias—. No debí venderte a ese hombre. Vivía en la calle, como tú, no podía hacerme cargo de ti. Me parecieron grandes personas, con valores, con dinero... Nunca pensé que llegarías a presenciar que él mataría a tu madrastra. Intenté librarte de mi mundo y te dejé en manos de un canalla aun peor. Ojalá puedas perdonarme, yo... quiero enmendar mi error... Me gustaría sacarte de aquí y empezar una nueva vida, contigo.

            —¿En serio eres mi vieja auténtica? —Replicó sonriendo incrédula.

            —No puedo demostrarlo pero...

            La monja se rió por aquel comentario. Era como ver a Natalia reflejada en un espejo.

            —Yo diría que es evidente —confirmó—. Las pruebas de maternidad solo son necesarias en caso de no haber parecidos pero es absurdo.

            —¿En serio? —Preguntó Ángela.

            —¿Puedes firmar por mí,? ¿Sacarme de este antro? —cortó entusiasmada.

            —¿Puedo hacer eso?

            La monja las miraba con una sonrisa empalagosa.

            —Firme unos papeles y podrá llevársela.

            —Eso es genial. Si tú quieres —dudó al mirar a su hija.

            —¿Estás de broma? Pues claro que quiero —Natalia se dio la vuelta y salió corriendo—. Voy a por mis cosas.

            —Qué alegría, qué reencuentro tan emotivo. Dios la bendiga, nunca hay que perder la esperanza por estos jóvenes. El Altísimo no se olvida de nadie, por más diablillo que parezca ¿Cuál es su nombre?

            La monja la condujo a una mesa con papeles y sacó uno del cajón más alto.

            —Ángela Gutiérrez Padilla.

 

            Rellenó el  resto de la inscripción y firmó su acta de tutelaje. La monja cogió un sello y de un golpe seco le puso su estampa, convirtiéndola de inmediato, madre. Hicieron una fotocopia y ella se quedó con el original.

            —¡Ya está! Pueden irse, no pierda ese papel, le hará falta presentarlo para demostrar su parentesco mientras no tramiten un libro de familia, no olviden solicitarlo. Lo necesitará si la quiere inscribir en algún instituto o universidad.

            —Descuide, lo guardaré bien.

            —Por cierto, no se confíe —advirtió la monja antes de que volviera Natalia—. Parece un ángel pero aquí la llaman "la princesa de la calle".

            —Ya estaba al tanto —respondió.

            —¿Y también sabe el motivo?

            —Eso no.

            —Utiliza su aparente candidez para conseguir lo que quiere. Y créame, lo consigue.

            —Ya, pues gracias por el consejo.

            Justo entonces vio que su hija se despedía de una persona dándole un abrazo. Era otra chica. Llevaba en sus manos una mochila pequeña. Se había vestido con un pantalón vaquero roto por todos lados y una camiseta ajustada que dejaba adivinar la forma de sus pechos por no llevar sostén.

            —Espero que no te den miedo las motos —le dijo, sonriendo—. Tenemos tanto tiempo que recuperar.

            —¿Tienes una moto? Siempre quise montar una —respondió, emocionada.

 

            Al llegar al reluciente vehículo aparcado en el parque, le dio su casco y le pidió que se lo pusiera. Todo era inesperado, no contaba con poder llevársela de inmediato y no llevó uno para su hija de modo que le prestó el suyo. Al ponérselo Natalia se acercó a ella sonriendo y, como queriendo darle un beso, le dio un cabezazo con el casco en la sien derecha que la dejó aturdida y conmocionada. Cayó al suelo medio inconsciente mientras la muchacha le cogió las llaves del bolso. Subió a la moto y la puso en marcha haciendo ruido, como si disfrutara de su expresión de sorpresa. Se la quedó mirando unos segundos cuando Ángela aún trataba de recuperar el sentido.

            Natalia abrió la visera del casco.

            —¡¿Mi vieja?! —Preguntó—. ¡Serás gilipollas! Gracias por librarme de ese antro de mierda, "mamá" —se burló—. Hasta nunca y te agradezco que me trajeras este juguete.

            Ángela vio cómo se llevaba su moto a la velocidad del viento, sin que nadie que pasara por la calle se dignara a echarle una mano. Se limitaron a mirarla. Cuando logró ponerse en pie se tocó la cabeza y notó dolor al lado del ojo.

            Suspiró, se sentó en un banco, se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.

            —No hay duda. Ha salido a mí —suspiró—. Esa zorra me ha robado la moto —Musitó entre dientes—. Y yo renunciando a la juventud eterna por esa furcia.

            Sacó el papel de tutela del bolsillo y lo miró un momento suspirando con fuerza. Se había hecho ilusiones, aunque fuera unos minutos, de que podría formar una familia con ella, al menos hasta que se pudiera independizar. Cerró los ojos y brotó una lágrima por ambas mejillas mientras rompía en mil pedazos el documento, soltándolos después, a que volaran a merced del viento por todo el parque.

            "Antes de que pase un día te arrepentirás de haber rechazado mis poderes" —recordó la voz de Alastor.

            —Maldito viejo sabelotodo…

 

 

 

FIN

Comentarios: 8
  • #8

    Tony (miércoles, 05 agosto 2020 21:11)

    La sinopsis esta en la pagina principal. Lleva tres dias puesta.

  • #7

    Alfonso (miércoles, 05 agosto 2020 19:59)

    Tony, deberías hacer la votación como habías mencionado antes. O al menos dar una breve sinópsis de cada historia para discutirla aquí mismo.
    Aunque por mí cualquier historia estaría bien.

  • #6

    Tony (miércoles, 05 agosto 2020 19:09)

    Dado que nadie parece estar en contra, la siguiente será los impostores y como ya la tengo avanzada empezará esta semana.

  • #5

    Chemo (miércoles, 05 agosto 2020 17:42)

    Continuación

  • #4

    Alfonso (martes, 04 agosto 2020 05:31)

    Ese tipo de chicas problemáticas siempre terminan con cualquiera.
    Quizá ocurra algo en la siguiente parte que explique por qué Natalia aparece en esta historia.

  • #3

    Yenny (lunes, 03 agosto 2020 05:54)

    Buena historia, no sé si se volverá a ver a Natalia mas adelante o ya no tendremos noticias de ella aunque si aparece solo va a ser para darle dolores de cabeza a Ángela.
    Todavía no he visto las opciones de la nuevo historia, pero me gustaría que la próxima sea una historia corta o de pocas partes y que sea algo nuevo no continuación, para cambiar un poco de tema.

  • #2

    Jaime (lunes, 03 agosto 2020 03:03)

    No hay duda que de tal palo tal astilla. Dios me libre de una mocosa como ésa. No sé que tenga que ver Natalia con la historia en sí pero sería interesante que estuviese en una secta satánica con Neftis y Lilith.
    Justamente la semana pasada terminé con una chica china con quien estuve casi cuatro meses. Así que no me caería mal la invitación de Ángela. Aunque yo seguramente hubiera entrado a su piso sin dudarlo.

  • #1

    Tony (domingo, 02 agosto 2020 01:16)

    Final de la historia. Espero que os haya gustado aunque sé de alguno que hubiera preferido ser el repartidor de pizzas y que Ángela le hubiera invitado a entrar.
    Espero vuestros comentarios. Voy a poner una encuesta, si puedo, sobre la próxima historia. Hay tres candidatas. Dos son totalmente distinto a lo que he escrito hasta ahora y una es continuación.