El vórtice

2ª parte

            Al llegar a las arenas blancas de la playa se fijó en que no podía ver mucho más allá de treinta metros pues una niebla blanquecina cubría el océano. Miró el cielo, quería saber cuánto quedaba para el anochecer por aquello que le advirtió el muchacho. El Sol estaba completamente oculto por aquella niebla que parecía rodear la isla alrededor y por encima. No recordaba si al despertar, después de llegar, lo vio o si la niebla esa estuvo siempre allí. Lo cierto era que no sabía ni tenía modo de calcular la hora que era. Supuso que al anochecer la niebla se iría volviendo oscura y tendría tiempo de cobijarse.

            Solo quería explorar un poco, averiguar en qué isla estaba, cómo era esa ciudad y hasta qué punto eran de salvajes esos habitantes.

            Encontró el sitio donde tuvo lugar la pelea con los tres violadores y no les encontró allí, para alivio suyo. Pensó seguir sus huellas pero se introducían en la vegetación y no vio más rastro de ellos. Siguió la línea de la playa, al cobijo de las primeras palmeras y como parecía una costa interminable se puso a correr. Le vendría bien para mantener la forma y de paso llegaría antes. Sus zapatillas se llenaron de arena y restos de hierbas secas en seguida pero no se detuvo, quería llegar cuanto antes.

            En unos quince minutos de carrera, cuando sus pulmones comenzaban a arder vio más allá un valle del que salía un río. Las palmeras desaparecían y en su lugar aparecieron robles de tamaño inmenso, debían alcanzar los diez o quince metros de altura. Su densidad era tal que debajo de ellos no distinguió nada por la oscuridad.

            —Si quiero continuar por la playa voy a tener que nadar un poco —susurró.

            —¡Vaya! —Escuchó a su espalda—. Tenemos visita.

            Se dio la vuelta, asustada y vio a un hombre con perilla blanca, delgado y musculoso de unos cincuenta años y con gesto afable. Vestía camisa gris, bastante gastada y sucia. Tenía un pantalón vaquero lleno de rasgones y de su cinturón de cuero colgaba un machete de veinte centímetros de largo a la izquierda y una pistola negra a la derecha. Su calzado eran unas sandalias de esparto llenas de mugre, no llevaba calcetines y tenía la piel de los pies tan oscura y áspera que estaba claro que hacía mucho tiempo que no calzaba otra cosa.

            —¿Quién eres? —Le preguntó Ángela, sin mostrarse hostil.

            —Te voy a responder por educación, pero aquí la intrusa eres tú, así que deberías ser la primera en presentarte. Me llamo Edward White, bueno, me llaman teniente. Soy lo que podrías llamar... El que manda por aquí. ¿Y tú? ¿De dónde has salido? Hace meses que no vemos ninguna mujer. Déjame que lo adivine, eres amiga de ese viejo y sus hombres.

            —¿Alastor está vivo?

            —Je, je —rió de forma falsa como un niño tonto—. ¿Lo ves? Ahora te toca. ¿Cómo te llamas?

            —Ángela Dark —siseó—. No tengo rango ni mando más que a mí misma. Y así seguirá siendo.

            Intentó que quedara claro que no se iba a someter a él.

            —Vaya una tipa dura. Vamos, te enseñaré nuestra bonita ciudad. Sé bienvenida.

            —Si Alastor vive bajo tu mismo techo me temo que no podremos trabar amistad. Si le veo voy a tener que matarlo.

            —¡Ja! —Festejó White—. Ese viejo no tiene don de gentes. A mí me dieron ganas de matarlo desde que le vi y se hizo con mi ciudad con apenas un truco. Levantó a uno de los nuestros con una sola mano y lo empaló a más de cuatro metros de distancia, arrojándolo como si no le supusiera esfuerzo alguno. Mis hombres se acojonaron y se sometieron a él. Ahora ya somos dos los que queremos matarlo. ¿Te apuntas?

            Ángela desconfió. Ese tio era demasiado complaciente y todo lo que ella decía lo encaminaba al mismo desenlace, que debía acompañarle a su ciudad. Se presentó como el jefe, ahora le confesaba que le habían robado el mando y al saber que ella detestaba al viejo Alastor, volvía a girar la tortilla y añadía que él también. Parecía que dijera lo que dijese White quería llevarla con él de forma sumisa. ¿Qué sabía de ella? ¿Por qué la temía teniendo dos armas tan contundentes? Si conocía al viejo, podía estar prevenido acerca de sus habilidades. Y además tres de los suyos pudieron contarle la paliza que les dió.

            —De acuerdo, vamos a matarlo, pero necesitaría algo más que mis puños. ¿Me prestarías el machete?

            El hombre negó con la cabeza a pesar de que lo sacó de su cinturón.

            —Es como mi bastón de mando, no puedo dejárselo a nadie. Pero he visto que tienes dos cuchillos de latón. ¿Acaso no te basta?

            Ángela se llevó las manos a la espalda. Los había escondido tras sus leggings negros y ocultado bajo la blusa. Aun así seguramente se debía distinguir su silueta. Era el problema de llevar siempre pantalones tan justos.

            —No sé quién eres en realidad. Mejor será que vuelva por donde he venido —musitó más para ella misma que por darle conversación.

            —¡Espera! —Exclamó nervioso—. Toma, llévalo tú. Pero no lo pierdas.

            Ante su asombro le daba su "bastón de mando", el afilado machete de su cinturón. Quería que le acompañara a toda costa y eso apestaba a encerrona. Allí podía escapar, en la ciudad puede que se viera superada y encerrada. Y las palabras del chico eran bastante claras: Las mujeres no duraban mucho por allí.

            —Dame —lo aceptó aparentando simpatía y, en cuanto lo tuvo sujeto, el teniente White la invitó a seguirle.

            —He cambiado de opinión, me largo —manifestó, con un saludo militar informal.

            De dos zancadas emprendió la huida lo más rápido que le permitieron sus piernas.

            —¡Mierda! —Gritó exasperado—. ¡Cogedla, no dejéis que escape!

            La maleza cobró vida. Hombres vestidos con ropas marrones salieron de todas partes e intentaron atraparla. Eran decenas.

            Cuando uno logró cogerla por la cintura se lo quitó de encima con un giro completo. Las palmeras no daban mucho sitio para esconderse, pero esos tíos salían de debajo de las hojas secas, tuvo que sortearlos e incluso librarse de alguno a golpe de machete.

            Hasta que alguien la agarró del brazo que sostenía el arma y le puso la zancadilla. Rodó por el suelo arañándose la cara, los brazos, las piernas. Antes de que pudiera levantarse tres hombres la sujetaban mientras otro acudía corriendo con una soga de esparto. Luchó por liberarse pero fue inútil. Primero le ataron los pies y con la misma cuerda la rodearon inutilizando sus brazos.

            —¡Soltadme cabrones! —Exclamó, furibunda.

            —Esta sí que tiene carácter —opinó uno de los que la sujetaba.

            —Tratadla bien, no queremos que llegue herida al campamento —escuchó la voz de White, a lo lejos. Se acercaba a la carrera y jadeaba sin aliento.

            —El viejo tenía razón, teniente. Está como un queso tierno y delicioso. Estoy deseando catarla.

            —No iréis a confiar ciegamente en ese hombre —protestó White—. ¿Quién os ha mantenido con vida todos estos años? Yo, nunca lo olvidéis.

            —Pero teniente, ha prometido sacarnos de esta maldita isla si le llevamos a la chica. Será mejor seguir sus instrucciones, no quiero pasar aquí el resto de mis días.

            —Nadie lo quiere, Juan. Pero solo os pido cautela, no porque sepa hacer trucos de magia vamos a ser sus esclavos. Vamos, cárgala. Está a punto de oscurecer.

            —Te cuidado, Ed —gruñó un hombre de unos cincuenta, bajo, gordito con larga barba negra y canosa—. No es bueno hablar mal de los jefes, tú deberías saberlo mejor que nadie. Hay demasiadas orejas y todos quieren trepar en el escalafón.

            —Lo sé Guillermo, no me atosigues.

            Ángela miró el cielo. Como temía, la noche se anunciaba al teñirse de rojo la niebla que les cubría. Y su amigo tenía razón, debía salir algo muy peligroso por las noches ya que todos esos hombres le tenían un miedo reverencial.

            A medida que se acercaban a la densidad del robledal, perdió de vista el cielo y la oscuridad se hizo total. Por suerte los hombres portaban antorchas y conocían el camino, uno que para ella era totalmente invisible. No le pasó por alto que cuando la luz del cielo cesó, ninguno de esos tipos la volvió a mirar a ella. Todos tenían armas en las manos y corrían como posesos, temiendo las sombras que pudieran aparecer por entre los árboles.

            Finalmente llegaron a una fortaleza hecha de troncos de madera. Le recordó a los antiguos fuertes de los colonos americanos que construían para defenderse de los indios. A diferencia de que éstos, además del muro vertical de tres metros de alto construído con troncos de roble, tenían una hilera exterior con ángulo de cuarenta y cinco grados y afilados en las puntas. Lo más espeluznante era que no se molestaban en quitar a los muertos que se empalaban en ellos. ¿Pero quién era tan estúpido de empalarse con uno de esos troncos?

            «Porque son ciegos»—pensó, recordando el consejo de su amigo—. «¿Por qué les temen tanto si no pueden ver...? Supongo que durante la noche tienen ventaja.»

            Al entrar en el fuerte descubrió que esa gente vivía bastante bien, para ser unos salvajes. Vio centinelas cada diez metros de muro, armados con arcos. El aspecto de los que vivían allí era de personas civilizadas. Aunque la ausencia completa y absoluta de mujeres podía desquiciar a un ejército de hombres que lleva años sin ver una. Y con la forma de mirarla estaba claro que esos tíos estaban enfermos. Y los comentarios no tenían desperdicio: "Buena caza", "Me pido pechuga", "Quién pudiera lamer su almeja. Con suerte tiene la regla.", "espero que esta dure hasta mi turno".

            —¡Dejad pasar, panda del holgazanes! —Gritaba White—. Se mira pero no se toca, órdenes de Alastor.

            —¿Puedo tocarla? —Preguntó un chico de unos quince años.

            —¡Ya te llegará el turno! —Exclamó el mismo.

            —Solo el culito, es que nunca he tocado a una chica.

            White se hartó del muchacho, que iba totalmente decidido a tocarle el trasero. El teniente le pegó una patada y salió rodando por el suelo.

            —¡No se toca! —Gritó, exasperado.

            —Cuidado, Ed —Le regañó Guillermo—. No era para tanto.

            Edward la miró con ojos de preocupación. A diferencia que el resto de los hombres, White la miraba igual que a una persona, no como un ciervo recién cazado.

            Hubo carcajadas generalizadas. Por fin entraron en una choza donde vio sentado y bebiendo de una copa al viejo Alastor. Éste no se dignó a mirarla, seguía hablando con los hombres que le acompañaban acerca de la noche y si todos los flancos del fuerte estaban bien defendidos.

            Los que la cargaban la dejaron en el suelo, frente al anciano y se retiraron con sumo respeto. White la ayudó a levantarse aunque no le quitó ninguna de las cuerdas.

            —Señor, hemos capturado a la mujer. Ordenó que se la trajera de una pieza a su presencia —se inclinó ante Alastor.

            —Buen trabajo, teniente. Me gusta tu competencia, sigue así y serás recompensado.

            —Gracias.

            —Puedes retirarte. Si te necesito de nuevo te haré llamar.

            Ángela miró a White a los ojos, éste parecía preocupado por ella y notaba su reticencia a dejarla sola con el viejo. Pero después de dos segundos de mirada silenciosa se marchó de la choza sin mirar atrás.

            —Eres peor que un grano en el culo —insultó ella, asqueada—. ¿Es que nunca me libraré de ti, momia estúpida?

            —El sentimiento es mutuo, querida —Alastor sonrió—. Pero me temo que esta vez acabaré contigo para siempre. No te veo mucho futuro. Las mujeres no tienen mucha esperanza de vida en estos lares.

            —Más te vale que me mates ahora —se burló ella—. No querrás saber lo que te haría si...

            —Menos lobos caperucita —le cortó él poniéndole el dedo en los labios—. Ella no está aquí. Puedo sentir la presencia de mi hija y durante nuestra batalla en el portaaviones te había prestado todo su poder. Hasta tal punto quiere acabar conmigo que le hizo entrega de su magia a su peor enemiga. Es una lástima que ahora estés tan sola.

            —¡No necesito la ayuda de nadie para... Arrancarte tu corazón! —Bramó ella, furiosa.

            —Qué desagradable, el único que come corazones por aquí soy yo. Y el tuyo, tan fuerte, me lo serviré con el mejor vino de la ciudad. Pero antes, dejaré que estos hombres hagan una fiesta en tu honor. Entre nosotros, creo que no hay mariposas por aquí, no sé si entiendes lo que quiero decir.

            —Pues sí que es raro, por pura estadística, alguno debía haber —se burló ella, refiriéndose a él.

            —No los hay porque se los han comido —respondió—. Entre esta gente no está bien visto que unos se miren a los otros con deseo y si lo hacen terminan en la olla o en desterrados. De hecho no necesitan muchas excusas para matarse entre ellos. Aquí no hay ley. Manda el más fuerte y en este momento, ese soy yo. Aunque he tenido a mi servicio miles de personas y sé que si no consigues que ahoguen sus frustraciones terminan explotando. Así que si todos piensan en echarse un polvete contigo, tienen todas mis bendiciones.

            —Te mataré viejo arrogante y estúpido —exclamó ella—. Voy a joderte vivo, te lo juro.

            —Buena suerte ahí fuera, querida.

            Sacó una daga y cortó las cuerdas que la impedían mover las piernas. Sin embargo las manos seguían atadas a la espalda.

            —Puedes retirarte.

            Ángela miró hacia la salida y supo lo que le esperaba. Un millar de hombres con ganas de penetrarla por cada uno de sus orificios. Estaba tan enfadada que dio un salto y lanzó una patada directa a la boca del viejo. Éste lo vio venir y detuvo su pie con suma facilidad. Estuvo a punto de caer pero él la sostuvo y lanzó la pierna hacia el suelo con desprecio.

            —No quieres salir por ti misma, no importa —la agarró por las cuerdas de atrás. La empujó y la obligó a caminar hasta la salida de la choza—. ¡Aquí la tenéis! Es toda vuestra.

            —Espera —suplicó ella—. ¿Por qué querías verme si me ibas a entregar a estos desalmados?

            —No era a ti a quién deseaba ver, querida. Mi hija no está, así que tú ya no me importas.

            Ángela sintió un escalofrío cuando vio aproximarse esa turba de descerebrados con esas miradas libidinosas. La miraban los pechos y las piernas, babeaban imaginándose cómo la montarían.

 

 

 

 

 

Nota: Se advierte a los lectores que el capítulo 3 podría herir sensibilidades. Si no eres mayor de edad, por favor salta a la parte 4.

Nota 2: Y si eres mayor de edad, no esperes excitarte con ello. Es un capítulo duro.

Comentarios: 9
  • #9

    Alejandro (martes, 18 febrero 2020 14:53)

    Me gustan mucho estas historias. Aunque es ficción, muchas escenas realmente podrían ocurrir.

  • #8

    Esteban (martes, 18 febrero 2020 02:15)

    La siguiente parte va a ser interesante.

  • #7

    Chemo (lunes, 17 febrero 2020 02:37)

    No sé cómo podrá librarse Ángela de ésta. Sin los poderes del traje pleyadiano o los de Génesis, es imposible que una sola humana pueda contra toda una tribu de delincuentes. En la vida real, seguramente no habría escapatoria y la tendrían como esclava sexual de por vida.

  • #6

    Alfonso (domingo, 16 febrero 2020 19:28)

    Como ya lo han mencionado antes, creo que Ángela se buscó la violación por su impertinencia. No obstante, creo que es importante que se cuenten las cosas tal y como ocurren en realidad.
    ¡Feliz Día de San Valentin!
    Y para los que no tenéis novia o pareja, también felicidades. Recordad que no todo lo que brilla es oro.

  • #5

    Tony (domingo, 16 febrero 2020 00:14)

    Gracias Jaime, lo corrijo en cuanto pueda.
    Tampoco penséis que este relato es una especie de historia “educativa” o condenatoria. Simplemente intentaré ser realista. Cada uno que lo tome como quiera.
    Gracias por seguir ahi, seguid asi.

  • #4

    Jaime (sábado, 15 febrero 2020 21:17)

    Creo que todos los lectores asiduos ya anticipábamos la violación de Ángela. Son cosas que desafortunadamente ocurren en la vida real y, más que tomarlas con morbo, hay que pensar que puede ocurrirle a cualquiera -incluso a los varones.
    ¡Feliz Día de San Valentín!

    Por cierto, Tony, la liga de «Continuará» lleva a la parte 3 de la historia anterior.

  • #3

    Vanessa (sábado, 15 febrero 2020 16:25)

    Qué dura situación. Ojalá nunca me toque vivir algo como eso. Pero Ángela tiene la culpa porque se metió en la boca del lobo sin plan alguno.

  • #2

    Tony (viernes, 14 febrero 2020 11:45)

    Al imaginarme la escena he llegado a llorar. No es algo ficticio y saber que son cosas que ocurren continuamente por ahí lo ha hecho más doloroso.

  • #1

    Tony (viernes, 14 febrero 2020 11:44)

    Espero que os haya gustado. No olvidéis comentar.
    El próximo capítulo será desde el punto de vista de Ángela. Ya lo tengo escrito y la verdad, me ha costado. Quería mostrar lo que siente una mujer violada y os aseguro que no es agradable, no lo esperéis con esa perspectiva u os decepcionará..